Y aquí que Tomás, que ya se decía que era rápido, con un fondo y un desenvainar la espada que era todo en uno, le encajó en el cuello su toledana al primer holandeses que se le puso a tiro. Que el desgraciado ni tiempo tuvo de levantarse.
Mientras, sus dos hombres de fe cargaban sus arcabuces al hombro y apuntaban. Uno de ellos contuvo a tres de los holandeses, que no se llegaban a aclarar con eso de cual de ellos iba a ser el valiente que se llevaría el tiro para que los otros hicieran el trabajo fácilmente. El otro se ve que tenía más prisa, porque le acertó con el disparo a uno de los rufianes de la taberna y tiró el arma al suelo, listo para coger su espada y otra pistola.
Inés dio un respingo al escuchar el pistoletazo que le metió su galán al hereje en la frente. Después le siguió demasiado movimiento de los españoles como para que la grande siguiera todos los francos con los ojos. Se sintió un tanto confusa por la rapidez con la que habían desenvainado todos, y no quiso ser menos por ser mujer y apresurose a sacar la pistola del cinto para atinarle al primero que se acercara a ella con la toledana en alto. Que si bien Inés prefería la palabra, había recibido mediana instrucción en armas de fuego, aunque lo suyo era más bien acertar con la daga en el vientre.
Los holandeses, ya encendidos y desenvainando aceros, se lanzaron hacia los españoles. Uno de los aragoneses alcanzó a parar dos estocadas antes de armarse y afincar bien los pies, pero un tercer ataque le atravesó la zona del estomago entrándole hacia el hígado, que ya se podía dar por perdido. Y quizás por ello tuvo las agallas de coger aun la pistola y atinarle en la cara a quien se llevaba su vida.
Mientras, el otro ayudante del inquisidor se decidía y terminaba por decidirse y atinarle en el pecho a uno de sus atacantes. Por suerte para él Tomás salió a su socorro y paro una estocada mortal antes de meter su propia estocada en la pantorrilla de uno, que él otro decidió mejor esperar a ayuda de los compadres.
Sonaron dos disparos en el aire casi al unísono. Y Inés decidió responder con un tercero a un Holandés que le venía no con muy buenas intenciones pero nerviosa como estaba, que pardiez, normal era, no atinó a darle y encima el retroceso casi le disloca la muñeca. El dolor que le llegó ya dejaba claro que esa mano no estaba para usarse ya esa noche.
No obstante, su amado Marcos ya salió en su auxilio clavándole, para desagradable sorpresa, la vizcaína entre las costillas llegando hasta el pulmón. Pero mientras la sacaba le pilló de espaldas un tiro en el omoplato que le hizo tambalearse antes de darse la vuelta buscando sangre por sangre.
Tirada: 3d6
Motivo: Disparar
Resultado: 15
Tirada: 3d6
Motivo: Retroceso
Dificultad: 9-
Resultado: 10 (Fracaso)
Inés trató de acertarle como buenamente pudo a quien se le acercó, más la presión pudo con ella fallando el tiro. Que también podría decirse que no era ella muy ducha en el arte de disparar, y tanto que no lo era el retroceso la dejó peor, haciendo que el arma se le cayera al suelo con un quejido. Ya se veía ella tan alegre como el francés cuando el acero de Marcos se interpuso, muy diestramente por cierto, entre ella y la muerte. Hubiera respirado de alivio, mas el siguiente disparo acompañado del gesto de dolor de su galán fueron suficiente aviso como para cerciorarse de que las batallas no eran sitio para ella.
Sin mano diestra sana poco más iba a poder hacer, y que los combatientes estuvieran pendientes de ella no ayudaba más que dificultar una labor ya de por sí peligrosa. Retrocedió hasta la barra y trató de saltar por encima apoyando los codos en vez de las manos, agachándose para quedar lejos de la vista y las armas. Se encontró entonces a los pies del hereje muerto, cuya sangre manchaba el sucio suelo. Conteniendo la angustia que ascendía por su pecho se sujetó la muñeca herida y trató de buscar algo con lo que defenderse si la encontraban. Tal vez el muerto, por muy muerto que estuviera y magia que poseyera en la otra vida, tuviera armas.
Dos veces se atrevió a asomarse Inés, pero tampoco logró sacar algo en claro pues todo era un caos de maldiciones, espadazos, mojadas y votos a dios que me cago en todo y demás. Siendo imprudente tentar a la suerte, nuestra grande de España decidió esperar a ver como salía el naipe. Cosa que tampoco se hizo de esperar, pues estas cosas iban rápidas.
-Inés, el francés y tu antigua sirvienta se han escapado detrás de ti.
Le escucho decir a Marcos con voz cansada y dolorida, de pronto comprendió que ya solo quedaban los quejidos de los malheridos, que la batalla había terminado. Al parecer habían ganado.
No obstante, su amado había recibido el disparo por la espalda y además en su estomago se veía una mancha de sangre creciente. Tomás había salido milagrosamente indemne y uno de sus acompañantes también excepto por uno de los tiros, que le había arrancado una oreja dejándole bastante aturdido. El otro había sido degollado por la espalda y el aragonés restante tenía clavadas dos toledanas en el pecho y descansaba sentado en el suelo, muerto pero feliz, al parecer había tenido tiempo de perder su daga en el ojo de un holandés.
Los supervivientes tenían sangre enemiga manchándoles hasta los codos.
-Tomás y vos deberíais ir en su busca. Nosotros nos quedaremos descansando.- Y haciendo lo posible para no toser, se sentó en una silla.
Inés alzó la cabeza temerosa y avergonzada cuando el silencio se hizo al fin tras angustiosos segundos. Se levantó aprisa y contempló el estado del local, y más que el estado sus supervivientes, todos los cuales españoles para su alivio. No tuvo demasiado tiempo para fijarse en nadie que no fuera Marcos, y apreció bien su herida reciente y su penoso estado con aprensión. Avanzó varios pasos casi inconscientemente hacia él hasta que la mención de Tomás y la criada le devolvió la cordura, y a la cruda realidad. Estaba en público, frente a un Inquisidor nada menos, y aunque su atención fuera única para el soldado, ignorando incluso a la traidora, seguía teniendo una honra que mantener. Que para ello sangraba él de sus heridas, por ella nada menos.
- Tenéis razón. –
Aquella aventura estaba dejando a la Grande de España en un estado mental lamentable y una extenuación física a la que no acostumbraba. Exceso de adrenalina y de emociones por el resto de su vida había tenido.
- Procurad descansar… - dijo con un hilo de voz muy tenue.
Con una última mirada hacia el hidalgo Inés se acercó al único ileso y salió de la taberna pasando por encima de los malheridos tratando de no pisarlos y bien arrimada al Inquisidor por lo que pudiera ocurrir.
Inés siguió al Inquisidor hacia una de las habitaciones que realmente resultaba ser un pasillo, pero para desgracia de la criada no terminaba en algún pasadizo que llevará a alguna parte, sino que era un callejón sin salida.
Y ahí estaba el francés, sonriendo con los dientes podridos mientras sujetaba firmemente a la traidora, con una pistola apuntando a su cuello y una daga descansando en su cadera, lista para subir hacia los pulmones.
- Bella Dama, os ofrezco un trato. Mi merced tiene información y un testigo de utilidad en su mano, como en su mano se encuentra la vida mía. Nos es ventajoso hablar.
-Follaperras traidor…
Mascullo Rebeca entre dientes, pero a buen cuidado de quedarse muy quieta, que sabía que el francés tenía poco que perder.
Inés sorprendiose de encontrar semejante escena, y tardó varios segundos en comprender, complacida en cierto modo, la situación en la que se encontraba Rebeca y la suya propia. Que si bien ella ya no tenía nada más que perder a excepción del hombre que la aguardaba en la otra habitación, el francés si lo tenía. Sin embargo le pareció hombre sensato y de dos dedos de frente, cosa que los holandeses de ahí afuera no habían tenido.
- Que me placería más veros con el gaznate abierto y a ella de corista para el Santo Oficio. – la Dama cogiose las manos sobre el regazo dispuesta a escuchar, aprovechando para masajearse la muñeca lastimada. – Mas como uno no tiene todo lo que se merece en esta vida, tenéis mi total atención. Pero abreviad, que el tiempo apremia.
La mujer apartose unos mechones de pelo sudorosos de la frente y contempló con mirada fría e imponente al hereje.
El hombre sonrió más. Por dios que no le favorecía.
-Mi nombre es Marcos de Fournier, timador a las cartas de poca estofa, que le vamos a hacer. Os ofrezco a la chica, mi escolta y la información que poseo, que juro a Dios que la vais a necesitar. A cambio, protección hasta llegada a puerto y pasaje para Bilbao.
La Grande tanteó la oferta durante unos segundos. Que no había demasiado que pensar a decir verdad, y la incertidumbre no ayudaba mas que a que las heridas soltaran más sangre.
- Tenéis mi palabra como Grande de España de que los requisitos os serán concedidos si la información me vale. Si mentís o tratáis de engañar, os puedo segurar que no lograréis poner un pie fuera de aquí. Y, por supuesto, testificaréis ante la Santa Inquisición de forma voluntaria. ¿Algo que objetar, señor de Fournier?
El Francés empujó con brusquedad a la antigua sirvienta y está le dirigió una mirada de odio, pero entre su pistola y la espada de Tomás sabía que poco tenía que hacer, así que se dirigió dócilmente hacia Inés. El Inquisidor le susurró algo al oído y le puso unos grilletes.
-Oh, mi información ya creo que lo vale, madame. Estáis en guerra con los Holandeses… y con Francia. Ahora mismo vuestro ejército habrá sido derrotado por sus fuerzas, que seguramente cuenten con apoyo inglés. Sospecho que es posible que se hayan podido replegar en la ciudad, pero da igual, una escuadra de milicia holandesa piensa tomar la ciudad mientras sus tropas se centran en Flandes. No estoy seguro de que vuestra autoridad pueda evitarlo.
Inés abrió varias veces la boca anonadada por aquella información. Desde luego ni qué decir tiene que testificar ante los Inquisidores de poco serviría tal cual estaban las cosas.
- Cinco hombres han despachado a un bar de herejes. No estéis tan seguro de quién vaya a salir victorioso de esta. – se dio la vuelta y caminó de nuevo hacia la sala impregnada de sangre y vino derramado. - Seguidme.
Pasó tras la barra con el ceño fruncido, y los que allí esperaban no debieron tardar mucho en darse cuenta de que las cosas no iban muy bien, o no tanto como la Dama deseaba. Se aproximó a Marcos para examinar su estado y no dudó demasiado en cual iba a ser su destino. Lo atenderían en su casa, gustase o no a la Corte.
- Tomás, id a buscar al resto de los hombres para escoltarnos hasta Don Juan Francisco de Osuna. Ni falta que hace decir que vienen todos los presentes que no hayan sido abatidos.
Marcos asintió con gesto cansado. Su compañero, por si las moscas, ya había cargado las pistolas y el arcabuz. Se había quedado sordo del oído de la oreja reventada.
Tomás reunió a la tropa, ciertamente mermada por contener a los curiosos por los tiros en la taberna. Marcos no se dejó sostener por ninguno de sus compañeros, pero todos le rodearon pendientes de él. Estaba bastante mal.
Y allí que fueron al hogar de Inés, donde a saber que suerte les repartiría el destino.
Un chispazo de luz azulada envolvió la herida de la cabeza del mago, un fuerte olor a ozono impregnó toda la habitación hasta que una bala se desprendió rodando por el suelo.
Tomás de Lemoine se levantó y se crujió el cuello, desperezándose.