- No sé si vuestro poco agraciado tocayo os habrá dado las nuevas… Pero tanto mi padre como mi hermano fueron engañados por el judaizante, y son presos ahora de la rebelión que puebla la ciudad. No hay noticias por ahora. – suspiró acongojada. – Mas ahí no acaba la pena. Al llegar a casa esperabame un emisario de nuestro amado rey, y no auguraba nada bueno su mal temple y su soberbia. Que me despreció como si no tuviera voz ni voto por mi condición de mujer, como si fuera culpable de la ausencia de los varones de mi familia.
Recordar a Eduardo le enervaba la sangre a la dama, que frunció los labios y el entrecejo con enfado, deseando en su fuero interno que los ingleses asaltasen su barco. O que mal lance lo ahogara en las aguas bravas del atlántico. Pero retomó la compostura centrándose en lo importante de la noticia, ya que el portador no merecía ni saludos.
- El rey ordenó mover todo el tercio a Flades por una disputa de honor con el rey francés. ¡Todo soldado, Marcos! Como si los esfuerzos de Don Juan Francisco por instaurar la paz en Brujast durante todos estos años no valieran nada. Obvió todo atisbo de cordura por una riña... ¿Y todo lo que aquí se dejaría perdido...?
Marcos sonrió con sorpresa y compasión, que milagro daba dios a los hombres dándoles la facultad de la espada y la pistola, que configuraban juego sencillo al compararse con los trances de aquellos adeptos al poder que se hacían llamar nobles.
-Vaya señora, no es mal trance el pasado por vuesaescelencia.- Su mano, áspera, acaricio su mentón, muy próximo al labio inferior como para que el corazón de Inés pudiera permanecer indiferente.- No obstante... el rey es el rey.
Y allí que se leyó en su rostro cierta lealtad, esta que solo se encuentra en los soldados locos, pobres y fieles de España, a su rey, igual que a su patria, fuera cual la fuera la decisión que tomase. Que le llevaba a tolerar cualquier gesto egoísta y necio, que por otra parte ya los había suficientes como para que su nación se acostumbrara fácilmente, que él en sus carnes recibiera. Pues el rey; era el rey.
El corazón de Inés pareció pararse en su pecho, y el tiempo se detuvo con aquel breve roce que le hizo entreabrir los labios apenas unos instantes.
“Pero el rey es el rey”
Aquella frase la sacó del embelesamiento tan rápido como tarda una gota de lluvia en chocar contra el suelo. Cerró los ojos para reponerse del sobresalto a sus sentidos y apartó unos centímetros el rostro de la áspera pero cálida mano del soldado.
- El rey es el rey - repitió – Mas Brujast no irá a morir en vano a Flandes. Cuando todo se haya reestablecido acudiré a Madrid a rendirle cuentas al rey por mi decisión.
Que el rey podía ser la máxima autoridad, mas su conciencia jamás descansaría tranquila sabiendo que gente como Felipe, de tan alta estima que eran para la dama, morirían en vano por el valor Español y amando tanto o incluso más que ella a su patria. Y marcos, por supuesto, tenía todo el derecho del mundo a rabiar por su decisión.
Marcos escuchó atentamente a Inés y dejó un silencio entre los dos. Un silencio de los que se hacían largos.
-Agradecería, más al cielo que a la tierra, casarme con vos; doña Inés.
Y dijo esto en un susurro, un poco jadeante por la debilidad del lecho, antes de mirarla profundamente a los ojos. De esas miradas que también se hacían largas.
La dama no esperaba aquello. No entonces ni de aquel modo tan impune y despojado de cualquier atisbo de razón o concordancia. Esperaba reproche, riña tal vez, mas no la más clara y sincera declaración de los anhelos del soldado. Fue como un tajo directo al pecho que la dejó sin palabras ni voz para expresarse.
Sin remediarlo, los ojos se le tiñeron de un fino velo de amargura y aprensión. Ya solo su mera presencia en aquella estancia era algo completamente flagrante como para plantearse un acto tan ilícito como aquel. Mas Inés lo hacía, lo pensaba y lo soñaba como una utopía inalcanzable que a Santo de qué se le acababa de manifestar como un milagro, o tal vez como la tentación del diablo.
- Don Marcos, sabéis que os amo, que suspiro por vos al alba y en el ocaso. Nada haría mas feliz a mi corazón que entregarme a vuesamerced ante los ojos de Dios. – ella alzó la mano para rozar con sus dedos su mejilla, invadida por la ternura y la pena. – Pero ahora ni si quiera sé que acontecerá mañana…
La Grande se vio abatida por aquella mirada tan sincera y a la vez dubitativa, tanto que sintió que la presión de todo se le concentraba en el pecho y en los ojos e iba a desbordarse en cualquier instante. Retiró la mano y la llevó a cubrir su boca.
- Perdonadme por no poder… corresponderos ahora. – murmuró, acongojada.
La dueña de Inés interrumpió la escena en ese momento, y lo hizo con poca delicadeza a decir verdad, pues interrumpió chocando la puerta contra la pared de las prisas y con cara de espanto. Tardo un par de segundos antes de lograr una indiferencia respetuosa, aunque aun se mostrara en su sonrisa la tensión por encontrarse en momento tan poco adecuado.
-Observo con alegría que mi señora es distinguida en esto de cuidar a los soldados de los que se hace cargo, pero aun cuando la situación sea cruel y malsana, debo decir que no hay cama para todo el que hubiera de pedirla y el tiempo arrecia para disponer de compasiones demasiado... extendidas.
Y dedicó una sonrisa de disculpa a Marcos, el cual solo asintió con rostro serió mientras se reclinaba dispuesto a fingir que dormía.
El sobresalto de Inés al escuchar la puerta hizo que se levantara de inmediato enrojeciendo hasta las orejas por tamaña escena. Que si bien de por si la apariencia era incómoda, las palabras que Elvira no había llegado a escuchar la convertían todavía en mas dañina para la reputación de la señora.
- Espero que os recuperéis pronto, señor de Tolosa.
La dama agachó la cabeza sabiendo de lo impune de todo aquello y tras una breve mirada a Marcos abandonó la estancia caminando delante de su dueña hacia sus aposentos para, por fin, tratar de descansar su agitada mente.
Una vez resuelto el problema Elvira Prados acompañó a su ama hacia sus aposentos sin realizar comentario alguno sobre lo que había acontecido, que su labor era cuidar de la honra, no la de juzgar ni opinar los actos (aunque opinión tenía, vive dios, sobre lo de terminar en la misma cama de un soldado con tan poca discreción).
-Rebeca se encuentra en los calabozos retenida, mi buena señora, y ha de saber vuesamerced que el francés ha accedido, bajo cuenta y riesgo, a encontrar el judío y disponer con él un parlamento. Descansad, pues mañana la nación española en esta parte abandonada del mundo descansará sobre vuestros hombros.
Y se retiró con una mueca de disculpa, pues ella también había sido joven.