María mostró un semblante confundido pues no sabía entender muy bien aquella pregunta.
-¿Yo? ¿He de elegir algo?-Para su hermana pequeña la cosa estaba harto clara, si tenía que elegir entre un hermano para acompañarle, el miedo a la guerra con todas aquellas cosas que contaban los hombres que volvían de ella dejaba la cosa clara.- Claro es mi deseo de ir con vos.
Replicó como si hablara de algo evidente. Más eso era para María.
Inés se enterció ante el modo en que su hermana respondió. Ni si quiera estaba segura de la razón por la que había preguntado, si estaba harto claro que María iría allá donde Inés estuviese. Era la única protección que le quedaba a la niña.
-Me honran vuestros deseos, María. Y me encantaría satisfaceros y llevaros conmigo, más Madrid no es lugar para vos en este momento –suspiró-. El deseo de padre era que ingresarais en la iglesia como novicia, y vos queréis honrar a padre, ¿verdad? Además, no habrá lugar mas seguro para vos que entre nobles Inquisidores, y mi deseo es que estéis a salvo a toda costa, que ya muchas desgracias nos ha traído Dios. Lo entiendes, ¿verdad, María?
Le acarició la mejilla con ternura y dolor a un mismo tiempo mientras sus ojos se volvían cristalinos de nuevo. Tocada del ala, del corazón, no podía otra cosa.
-Pero...- Se mostraba confundida María, cosa normal, pues el alcance de tal decisión se tornaba lejano para la mente de una joven distraída y soñadora como era ella. Aunque una idea vino a estrellarse en su mente solo como la cruel realidad de aquel tiempo podía hacer.- Eso significa que no podré casarme.
Y para ella, tal concepto no era confuso de aceptar, sino casi puramente imposible. ¿Pues no había soñado desde que tenía edad para recordar con el tiempo en el que fuese mayor y hermosa para que los galanes, muchos sin duda, fueran a ofrecerle cantos a su verja?
Inés palideció, más de lo que ya estaba y era propio de su condición, igual que si enferma de gravedad estuviese. Aquello que para ella sonaba a tortura, a renunciar a lo que quería por lo que debía, era el anhelo mas soñado de su hermana. ¿Y cómo le iba a explicar a ella, a la joven alma libre de una niña, que no era oro todo lo que relucía.
A su mente fue una niña, también joven y rubicunda, sentada bajo un ciprés viendo pasar a los soldados con ojos brillantes y sonrisa coqueta. Esa había sido ella tiempo atrás, no hacía tantos años. Una niña soñando vestir de blanco, enamorada de esposo fiel, caballeroso, de buena posición y adinerado. Con títulos y ropas caras, los dos felices y orgullosos, rodeados de centenares de familiares compartiendo ese sentimientos excepto, quizás alguna prima celosa por tan buen casamiento. ¿Y dónde estaba ella ahora? Renunciando a quien amaba, destrozando el corazón de una niña, y acudiendo a buscarse un marido que… ¿Que qué? ¿En qué podría parecerse cualquier varón de la corte del rey al bueno y noble de Marcos? ¿Dónde estaría la valerosidad de un buen soldado fiel a su rey, a su patria y a su corazón? ¿En qué pensaba Dios al dejarla con semejante vicisitud, sola y sin nadie a quien recurrir? ¿Le lloraría a Marcos, quien ella tenía que abandonar? ¿A su difunto padre? ¿A la hermana que iba a ir a la Inquisición, o al hermano que partía a la guerra por su desfavorable decisión? Ella no tenía valor ni coraje para enfrentarse a aquello. Era superior a sus fuerzas, llevaba siéndolo demasiadas horas.
Tras la larga espera a sus palabras, espera silenciosa como sus lágrimas, Inés se levantó y habló después de limpiarse las mejillas con el dorso de la mano.
-La Madre Carmen os espera. Ha… enviado a alguien a por vuestras cosas.
Decirle que algún día se lo agradecería era mentir cual bellaco, y decirle cualquier otra cosa era decir demasiado.
Unos ojos anegados en lagrimas surgieron con rapidez en el rostro de María, que oh dios bendito, que poco había sido acostumbrado a encarar los problemas y desgracias que daba la vida, pues poco de eso había tenido la hermana pequeña de la familia Osuna, y sobre todo no en tal magnitud.
No obstante no todo se hallaba en la educación, y si bien su vida soñadora se reflejaba en su rostro atenazado por la desesperación, su voz encontró un poco de la sangre resignada al sacrificio que le había dejado su padre, y que tan bien brillaba en su hermana, pues sonó sorprendentemente entera, sin titubeo alguno
-¿Nos ayudará a todos tal lance?
La mirada de su hermana mayor fue poco consoladora, aunque sincera ante tal pregunta. Así debía ser, al menos aquellos eran los fructuosos planes de su padre: la mayor casada, el mediano en la guerra y la más joven para la iglesia. Tres hijos, tres modos de adquirir poder. Ese era el equilibrio.
-Así es, María. Eso debería ayudarnos a los tres.
Entonces Inés, tras una larga y dudosa espera, se agachó frente a su hermana y la abrazó.
-No voy a dejaros aquí en el retiro, lejos de todo lo que conocéis. Volveré en cuanto pueda u os haré embarcar a Madrid cuando sea seguro el viaje. Y os escribiré con asiduidad. Sois lo que mas aprecio ahora mismo, María. Pero la honra y los deseos de padre van por encima de todo... De todo.
María se seco las lágrimas y dirigió su vista hacia su hermana, en una mirada seria de esas que solo dicen que quien la lanza esta pensando rápida y mucho, pero nada más.
-Me gustaría estar a solas para prepararme, hermana. No me gustaría dar mala impresión.
Bien cierto que era para no saber si había que reír o por el contrario llorar. Doña Juana María de Osuna, la hija más pequeña pero no por ello con la carga más liviana, coqueta hasta el final.
Asintió, pues no había nada más que decir frente al último deseo de su hermana antes de marcharse lejos de su brazo protector. Se serenó, como si no ocurriese nada de lo que lamentarse allí, y tras darle un beso en la mejilla la dejó sola en su habitación, cerrando la puerta tras de sí, igual que quien cierra un episodio de su vida para seguir avanzando.
Mientras se dirigía Inés a descansar en sus aposentos, como es claro que merecía, decidió Dios no darle aun tan necesitado privilegio, pues fue interceptada por Felipe de Ribera, capitan ascendido a gobernador por pura necesidad. El viejo soldado se cuadro con sumo respeto, había orgullo en su mirada.
-Ilustre Inés, me consta que estaréis afligida, pero poco tiempo queda más de allá desde este día para charlas informales. Y moriría si no supierais la tremenda gratitud, yo incluido como el que más, que toda esta ciudad le guarda a usted y a su apellido.
Parecía el curtido veterano hasta apunto de llorar de emoción, y no era para más, pues se hallaba ante quien permitía que su familia siguiera intacta, con gran desgracia para la suya. Y eso un español no lo olvidadba.
La inesperada intervención de Felipe casi la asustó. No acostumbraba a ser abordada por los pasillos de su casa, y menos a altas horas. Mas no hubo cabida para el reproche tras sus alentadoras frases, las más sinceras y gratificantes que había escuchado hasta ahora, exceptuando quizás, la aceptación de Marcos a su proposición de acudir a Madrid con ella.
Suspiró, y sus labios curvaronse con alegría, pues quizás las penas estuvieran entre aquellos muros, pero fuera de ellos muchos españoles agradecían aquella decisión como regalo divino. Un gran consuelo para alguien que pasaba por semejantes lances en tan poco tiempo.
-Que me place enormemente escucharos decir eso, pero son todas vuestras, Don Felipe. Pues fuisteis vosotros, y no otros, quienes empuñasteis las armas con valentía y arrojo en mi ilustre nombre para honrar y liberar a vuestra ciudad. La gratitud es mía por traer de vuelta a mi familia. Os deseo toda la suerte del mundo en vuestra empresa al llevar el mandato en mi ausencia. Y mil gracias de nuevo por tal favor.
Palabras sinceras a pesar del tono teñido de melancolía con el que eran dichas. Mas, aun así, acogidas de buen grado por la joven dama.
El Capitán volvió a sonreír para seguir con un ademan, como recordando algo.
-¡Ah! Y no puedo partir sin antes contaros que estamos teniendo problemas con los párrocos de las Iglesias. Al parecer cinco matrimonios han exigido llamar a su hija con el nombre de Inés de María, en honor a vos.- Felipe nego divertido con la cabeza.- Una de las hijas se llama Aurora y tiene 5 años ya. ¡Y bueno! Todo el ejercito quiere dar una salva de agradecimiento en vuestro honor, no sabemos como hacerlo sin matar a alguien de un zurriagazo accidental.
La jovial risa de Inés debió bastar para alentar el buen ánimo del capitán. Además de la franca sonrisa que le arrancó, una de las más sinceras en los últimos días.
-Estoy segura de que encontrarán solución los párrocos al dilema. Y dígale al ejército que si pretende hacerlo deje la toledana a buen resguardo. No desearía mas bajas –volvió a sonreír, complacida y revitalizada por aquellos pequeños homenajes. Que mientras fuera de los muros de su casa las gentes estuvieran bien, los de dentro podían sobrellevarlo mejor. O ello quería pensar la dama-. Gracias por las nuevas en todo caso, mi querido capitán. Buenas noches.
Con los labios curvados y una leve inclinación de cabeza, se despidió de aquel buen hombre que tanto había hecho por ella indirectamente. Y al que eterna gratitud le guardaba.
El capitán se cuadró orgulloso y sonriente hasta que la mujer se marchara. Lamentando luego con una mueca amarga que sus destinos se separaran, no obstante, a veces Dios se gustaba de mostrar esos planes suyos que tanto se decían de inescrutables, y quien sabe, quizás en ellos se volviesen a encontrar.
Inés cerró la puerta de sus aposentos, sintiéndose al fin en un lugar de paz, sola y tranquila. Dio órdenes explícitas a los que guardaban su puerta de no ser molestada absolutamente por nadie, ya se estuviera muriendo el rey. Necesitaba descansar la mente.
Una vez allí contempló toda su habitación, como quien mira en derredor en busca de algo anómalo, algo que no debiera estar allí. Una flor, un cajón mal cerrado, un cuadro torcido… Pero no, todo estaba donde debía y como debía estar. No había nadie más allí, nadie más que ella y sus pensamientos. Su pecho se hinchó abarcando cuanto aire cabía en él, y después de soltarlo lentamente avanzó al tocador a deshacerse el peinado. Al mirarse al espejo vio a alguien diferente, le costó reconocerse. Toda ella era igual, sus pómulos sonrosados, la tez pálida, el rostro redondeado… Pero sus ojos, castaños y almendrados, parecían los de alguien una década mas mayor que ella. Estaban cansados, acuosos y ensombrecidos por todo lo que había acontecido aquel día. Algo en ella había cambiado, no supo definir qué, pero la Inés de la noche anterior no era la Inés de aquel momento. Seguía siendo ella, pero sin serlo. No le gustó, pero era lo que había, y la persona que le devolvía la mirada al otro lado del espejo ya lo había asumido. Ella debía hacerlo también.
Se tomó su tiempo en cepillarse el pelo y ponerse el camisón para acostarse. Cuando lo hizo la luna estaba ya ocultándose tras las casas de la ciudad, y todavía había algún que otro fuego encendido a lo lejos. Inés, sencillamente, corrió las cortinas obviando todo lo que no estuviese entre aquellos muros que la protegían. No quería pensar y no lo hizo. Se metió entre las cálidas sábanas que una criada había calentado con el brasero antes de que acudiera y durmió, igual de quien se sabe en sitio seguro. Igual que quien sabe que el único camino existente es hacia delante.