No encontrar a Gina en las catacumbas de aquella terrible iglesia, entre todas aquellas pobres almas, había supuesto un alivio al principio. Pero la sensación apenas le duró. Pronto el miedo a que sus restos estuviesen en el pozo que había al fondo de la estancia le invadió. Pero tampoco estaba allí. Empezó a pensar que quizá nunca hubiese estado allí. Quizá no hubiese sido secuestrada. Quizá no hubiese estado en Puerta de Plata... Aun así tardó en decidirse a marchar. Tardó en decidirse a dar aquel impío pueblo por terminado. Su instinto le decía que faltaba algo... y no se equivocaba.
Tardó casi un día entero en encontrarlo, pero al final dio con un rastro. Un trozo de tela, con restos de cabello, y manchas de sangre. Cerca encontró un rastro de huellas, parecía llevar ahí varios días. Lo siguió, solo, sin advertir a nadie a donde iba. Durante varias horas avanzó a través del bosque, alejándose del río, perdiendo y recuperando el rastro una y otra vez. Hasta llegar a la entrada de una cueva al pie de una pared de roca.
Se adentró espada en mano, preparado para encontrarse con más de las repulsivas criaturas con las que se habían enfrentado bajo tierra. Pero solo halló una, muerta en el suelo. Acuchillada decenas de veces. Y partiendo del cadáver un rastro de sangre claro con huellas de pies descalzos.
Avanzó a prisa hacia el interior de la montaña. El corazón parecía a punto de salirsele del pecho. Pocos metros más allá, apoyada en la pared de una amplia estancia, había una mujer acurrucada en el suelo. Estaba sucia, despeinada y cubierta de sangre. Su ropa hecha jirones, pero aun quedaba la suficiente como para reconocerla. Era Gina, era su túnica, estaba seguro. Había pasado demasiado tiempo admirándola en el pasado para equivocarse en este momento.
Llegó junto a ella y se arrodilló a su lado. Ella no hizo gesto alguno. Tenía los ojos cerrados, la cabeza caída hacia un lado, pero respiraba. Con suavidad le levantó la cabeza. Ella entonces se revolvió, abrió los ojos, trató de apartarlo y mordió el guante de su armadura. Él la sujetó y trató de calmarla.
-Tranquila... tranquila... soy yo, he venido a buscarte... - le susurró mientras la sujetaba.
Ella entonces lo miró.
-¿A... Aiden...? - abrió mucho los ojos - Aiden... lo... lo he matado... lo he matado... - confesó con voz temblorosa, con una mezcla de alivio y tristeza en su rostro - lo he matado... - comenzó a repetir una y otra vez
Gina nunca había matado a nadie. Nunca se había peleado. Odiaba la violencia. Aiden creía entender lo horrible que aquello había sido para ella... hasta que reparó en que no se refería al cadáver que había dejado en la entrada. Se trataba de algo mucho más terrible. Cuando había dejado de forcejear con él había llevado las manos sobre su vientre, y mientras ella repetía una y otra vez aquello, él se dio cuenta de que estaba completamente ensangrentado. Había aun una herida abierta reciente que poco a poco la estaba desangrando. Si él no hubiese llegado seguramente habría muerto a lo largo de las siguientes horas.
La sacó de allí y abandonaron la región al día siguiente. Sin anunciárselo a nadie. Volvió con ella a su templo, donde cuidaron de ella hasta que físicamente estuvo recuperada.
Poco después abandonó el sacerdocio, y él se fue junto a ella. Su cuerpo se había recuperado, casi por completo, y su cabeza por suerte mantuvo una cordura suficiente para poder llevar una vida decente. No sin despertarse habitualmente por las noches temblorosa, llevándose las manos al vientre con el rostro cubierto de lágrimas, o sin romper a llorar cuando veía como otras mujeres daban a luz a niños sanos. Pero en todo momento se mantuvieron juntos, y durante la mayoría del tiempo que duraron sus vidas fueron felices.