Cuando mira atrás en el tiempo, rememorando los sucesos acontecidos en Puerta de Plata, Hank Daggerfell sólo siente tristeza e ira.
Tristeza por todas esas vidas perdidas o desperdiciadas, tristeza cuando sacaron de ese pozo infecto los cadáveres de tantas inocentes, tristeza cuando las llamas prendieron en la pira de cuerpos mientras los clérigos acompañaban el crepitar del fuego con suaves letanías, guiando las almas de esas mujeres hacia el más allá. Y entre esas almas, el espíritu de Mara. Quizá fuera la mera ilusión de una esperanza porque su espíritu hubiera alcanzado el otro lado, pero entre el humo que se alzaba en la noche creyó vislumbrar su rostro, que le miraba con una sonrisa:- Gracias por haberme encontrado.- Creyó leer en sus labios mientras la imagen se desvanecía. Y sintió ira.
Ira por no haber sido lo bastante rápido o lo bastante hábil para encontrarla a tiempo. Ira cuando tuvo que regresar a Lucerna y contar a sus amigos y compañeros que Mara ya nunca regresaría. Ira por tantos momentos junto a ella que ya nunca se repetirían...
Pero algo así no volvería a suceder, al menos mientras Hank viviera. Siempre fué bueno encontrando cosas. Ahora buscaría personas. Buscaría más adoradores de esos cultos impíos, que segaban las vidas de gente inocente dejando atrás familias hundidas, y los borraría de la faz de la tierra. Así que sin detenerse en despedidas fútiles, juntó todas sus pertenencias y salió amparado por la oscuridad de la noche, dispuesto a cumplir una empresa que le llevaría toda una vida.