AZTEL BENAMI: Al fin te encuentro... pasarme por vendedor de tomates en esta época del año no es nada fácil...
JEAN-LUC BONET: Baja la voz: eso no me importa. No tengo mucho tiempo, a las cinco he de ir a ver al Conde mi Señor... ¿está todo listo?
A: Así es, monseñor Rui se ha marchado, ¡pues más le valía no hacer quemar su sotana! y mis contactos han coseguido colocarme...
JL: ¿Cómo? ¿A quién? ¿A tí? ¿Precisamente a ti? ¡Daránse cuenta, perraco! ¡No puedes ser tú! ¡¡Un judío bebiendo del vino y tomando el Cuerpo!!
A: He vivido mucho tiempo entre los cristianos y sus hipócritas costumbres... no habrá quién de mala cuenta de mi actuación.
JL: Hummm... ¿Vendrá "el de Adebillos" a conseguir fama entonces? ¿Prestará su espada para recuperar Siracusa?
A: Así es, todo parece indicar que sí. Sus caballeros personales son de La Orden y así se lo han hecho aconsejar, diciéndole que ganaría algún que otro favor del mismísimo Rey, ¿y vuestro enser? ¿De veras que queréis que el hijo del Conde sea eliminado?
JL: ¡¡Todo él!! ¡Habrá de morir de cualquier forma!
El "Padre Tordemoreno" había concertado una cita con el Consejero principal del Conde Don Beltrán de Aguilera, a escondidas, mucho tiempo antes de los acontecimientos aquí relatados. Si. En realidad su nombre no era tal, y no era Padre, sino que su verdadero origen era judío. Su nombre, Aztel Benami...
Era ya sabidos los tremendos reproches del hijo del Conde de Aguilera, Don Marcial, hacia el propio Jean Luc en los palacios de su padre. Desde hacía algún tiempo, Marcial se había dado cuenta de las miradas poco limpias de Bonet, creyendo que podría tramar algo contra su padre, su hacienda o su Condado. Ciertamente, estas sospechas tenían un gran fundamento, aunque Marcial no supiera de ello: Bonet anhelaba las riquezas del Conde Beltrán, pero su hijo era el único muro a derribar para llegar hasta un posible legado de bienes, pues el Conde no poseía una gran familia. Negando dicha evidencia el propio Bonet, un día se cansó de tanta parafernalia y decidió hurdir la trama que llevaría a la riqueza: aniquilar al hijo del Conde sería el único paso antes de conseguir lo que buscaba, pues era el único obstáculo.
Jean-Luc Bonet había conocido en su vida demasiados palacios de bien y buenas influencias, pero también se había juntado con los más bajos fondos de la sociedad (un contraste algo peligroso). Sabía de la existencia de una pequeña secta judía adoradora del Maligno ("La Órden"), cuyos miembros se resguardaban en algunos pueblos a ambas orillas del Ebro... Tras tomar contacto con algunos intermediarios, se topó con Benami, concretamente adorador de Frimost. Lejos de delatarle y hacerle colgar y así ganarse algo más de reputación y elogios mayores para con su amo el Conde, Bonet le ofreció un trato bastante suculento: El Conde de Aguilera buscaba por ese entonces una reliquia que al parecer años antes un templario habría traído de Tierra Santa. Ni más ni menos que la sangre de Cristo "enfrascada" en una cruz de plata. Con ese objeto, la taifa zaragozana caería y el infiel sería expulsado de inmediato...
Ahora bien, Don Francisco de Aldana y Adebillos, señor de Monegros (pequeña aldea precisamente muy cercana a la ubicación de la reliquia), quería ampliar sus bienes y su reputación. Siempre andaba batallando de una forma leve con la intención de adquirir un estatus. La ocasión "la pintaban calva", y cuando sus miembros más cercanos, los judíos de la Orden enmascarados como caballeros con capas y cruces cristianas pintadas en sus escudos, le hicieron llegar las noticias de que el último campamento de Siracusa estaba siendo rodeado para ser tomado por el Rey, le pareció que debía ir con todos sus vasallos. Y así fue.
Una vez fuera de escena "el de Adebillos", Jean Luc convenció de que aquella reliquia debía ser capturada no por cualquiera, sino por algún miembro de confianza del Condado, pues no era cualquier artilugio que pudiera malvenderse... ¡sino la sangre de Cristo! Viendo don Beltrán que no podía retirarse él mismo ante la futura e inmediata toma de la taifa, Bonet aconsejó al conde de que hiciera partir a su hijo don Marcial para tal encargo ¿pues quién mejor que su primogénito para salvar la confianza y seguridad de una joya tan preciada, un arma tan poderosa en tiempos aciagos?
Marcial partió en busca de la ubicación de la reliquia con unos hombres no muy de armas ciertamente, y Adebillos ya estaba camino de la frontera con la taifa para ponerse a las órdenes de Don Beltrán. Las piezas comenzaban a moverse.
Ahora bien, en estos momentos todo quedaba en manos de Tordemoreno, ese bondadoso y casi desvalido Páter... Cuando llegó a la aldea con su sotana, su don de gentes fue su única arma. Está claro que, al menos en esa aldea, nadie tomaba al pie de la letra las palabras de un clérigo, o simplemente reían sus pretensiones acerca de ir cada tarde a misa o ayudar al prójimo sin pensar en recibir... Cada tarde, la bonita ermita de Monegros, enclave estratégico en el ebro (o mas bien una ratonera) celebraba la misa de las cinco con aquel judío blasfemando en su interior mientras cortaba en pedazos la ostia... Además, antes de marchar Adebillos a la lucha contra el infiel, Aztel oficiaba algunas mañanas misa en la pequeña capilla del fortín para él de forma personal.
No obstante, los aldeanos del lugar no es que fueran muy creyentes, y evitaban ir a las misas en la medida de lo posible, alegando cualquier excusa para ello. Pero había una familia que siempre acudía, cada tarde: Fabio Arilla, su mujer y sus hijos mostraban una actitud muy pulcra cada vez que se santiguaban y rezaban los padrenuestros antes de cada homilía... Fue así como Tordemoreno se fijó desde el principio en un tipo tan metódico como él, siendo además amigo personal de don Francisco...
Durante el primer mes de la estancia de Tordemoreno en Monegros (cuando su señor aún no se habia marchado a la guerra), éste comenzó a urdir el encargo de Bonet, pues el hijo del Conde habría de ser hallado muerto... Lo primero que hizo fue hacer destruir la iglesia, no prendiéndola directamente, sino a través de una petición a Frimost a cambio de unas cuantas ofrendas humanas en su nombre (de ahí que desaparecieran algunos habitantes de la aldea, incluyendo niños). Pues bien, la ermita fue destruída, desde la campana hasta el ábside: hecha añicos... Y el comienzo de la maldición (o más bien las malas lenguas) surgió hasta tal punto de que el miedo colectivo en la aldea (incluso en lugares próximos) hiciera que hablar de la ermita se convirtiera en un tabú... ¡y mucho menos entrar en ella! Siendo por ello la petición de Adebillos a Fabio Arilla para contratar hombres que investigaran en su interior (malogrados, por cierto...). Debido al destrozo de la ermita, Adebillos, por consejo de los miembros de La Órden encubiertos como mano derecha personal, hicieron instalar a Tordemoreno en el lugar donde se oficiarían desde entonces las misas... su propia casa, la del huerto y el pozo... y no precisamente allí de forma casual...
Pero... aún no se ha hablado de los beneficios del "Páter". ¿Qué obtenía él a cambio? ¿qué ganaría con todo ésto? La secta con el nombre de "La Órden" necesitaba recuperar un punto de poder que desde antaño había sido usado lugar de peregrinación "malévola", un lugar donde la adoración habría adquirido una extensión importante: el fortín del Señor de Monegros. En realidad, dicho fortín había sido construido sobre unas antiguas ruinas moras (situado a su vez sobre otras ruinas más antiguas); la Órden sabía de la existencia de un gran pasadizo en su interior, que comunicaba ciertas partes del pueblo, y en cuyo seno podría venerarse hasta a Lucifer con los más altos honores. Tordemoreno debía capturar el emplazamiento para la secta... esa era la prioridad.
No se sabe si Don Francisco de Adebillos tendría conocimiento de dichos pasadizos (una de cuyas salidas daba al interior del fortín); el caso es que nunca anduvo por esos lares ni tuvo pretensiones de ello al reformar con tal belleza el resto (una buena muralla, un césped, un torreón, etc.). Aunque lo que si le preocupaban eran las muertes que se sucedían en su ahora destruida ermita... Tras, como dijimos, mandar contratar a hombres que desenmascararan el misterio de las horribles muertes en su interior, don Francisco dejó a cargo de su amigo Arilla, junto con su familia, el fortín propio.
Fue en estas que la amistad entre Tordemoreno (Páter-hijo, hijo-Páter) se fue consolidando. A veces Arilla invitaba a comer y descansar a Tordemoreno en las estancias de don Francisco, pues era costumbre actuar así con un siervo de Dios (y aún más cuando un rayo había destruido la vivienda de ese Padre reduciendo su hogar ahora a una casucha con gentes más puercas que los propios gorrinos como vecinos...). Y no las menos veces decía el falso padre que no, pues el judío experimentaba buenos momentos llenando el estómago con buenas viandas y durmiendo en buenos colchones de plumines... Además, varias de las veces en la estancia, aprovechó para registrar de forma sigilosa las estancias y pudo dar con la entrada al pasadizo...
Sin embargo, un día, aprovechando una hora de siesta, Tordemoreno se dispuso a bajar por dicha entrada. Pero entonces Arilla le sorprendió accediendo al interior. Rápidamente, Aztel actuó de tal forma que sus planes para con la Órden no se desmoronaran: tomó con fuerza a Fabio y le amenazó con acabar con él y su familia si se decidía por dar cuenta de tales sorpresas... Arilla, un tipo religioso, amaba por encima de todo el buen hacer y los lazos familiares, y por ello calló. Era él el dueño del fortín de forma momentánea y debía actuar de la mejor manera posible: sus hijos, su esposa, don Francisco... No podía arriesgarse.
A partir de este hecho, los constantes ritos que Tordemoreno realizaba en aquella catacumbas no hacian sino atraer a muchos seres que no todo el mundo contempla o es capaz de contemplar: hombres más pequeños que un niño o seres gigantes de un sólo ojo... el pueblo se veía abrumado, por lo que las leyendas cernidas sobre Monegros cogían cada vez más fuerza. Con la misma intensidad, de forma proporcional, llegaban los contratados por Arilla para investigar dichas despariciones y el interior de la ermita. Llegaron muchos y no lograron desentrañar demasiado; y aquellos que se adentraron en la ermita de noche... ¡Aparecían muertos colgado de un tobillo! ¿Es que acaso esos seres bajitos, como hombres pequeños podrían acabar con hombres con espadas y luego colgarlos? ¿Sería tal vez que aquel monstruo de un sólo ojo haría tal blasfemia cuando su instinto le obligaba a devorar y no a colgarlos así? No, no, no... nada de eso...
Arilla, pese a no estar de acuerdo con Tordemoreno, accedió a tomar una vía rápida para salvaguardar las vidas de su familia. Le ayudaría en sus fechorías con la condición de dejarle marchar de allí en paz y sin titubeo. Aztel accedió y se valió de Arilla ocuparse de aquellos desgraciados y colgarlos en las alturas una vez "hechos fiambre" (recordemos que Fabio Arilla era un tipo de altura descomunal...)
Claro que, el Diablo tiene ojos hasta en los sitios más reconditos. Uno de los guardias del fortín era miembro de la Órden. Coincidiendo días antes de la llegada de Don Marcial de Aguilera, hijo del Conde de Aguilera, junto con un pastor, un cazador y un juglar, siendo una de esas noches en que nadie se atreve ni por asomo a pasearse por el pueblo a no ser que vuelvas ebrio de una taberna a tu hogar o seas forastero, dicho guardia, apostado en su recorrido bajo una de las ventanas de la casa, oyó comentar a Fabio y su mujer la idea de huir lo más pronto posible con los niños. Había permanecido seis meses de chantaje y amenazas por parte de aquel enclenque de Tordemoreno (y Arilla temía más lo que debido a esos ritos pudiera sucederle que a enfrentarse al propio Aztel con sus propias manos...). El guardia, comentóselo a Tordemoreno y éste comprendió que hasta que el plan de capturar a Marcial y darle muerte podría venirse abajo, asi que debía actuar, eliminar toda prueba.
Días antes de vuestra llegada, en uno de sus viajes por la región para oficiar misa en los alrededores, se encapuchó y se dispuso para contratar a un par de mercenarios sin piedad. El sitio: Monegros. El lugar: el fortín. La víctima: todo aquel que se encontrar en su interior (Arilla el primero, por supuesto). La casualidad quiso que aquellos dos jinetes fustigadores llegasen el mismo día en que Marcial desmontó de su caballo para descansar, a priori, en la aldea y retomar su camino al día siguiente. Tordemoreno, tras encontrarse con el grupo forastero (vosotros) salió huyendo (con la excusa de nuevo de una misa al día siguiente) tras recibirles en su propia casa, dejando que aquellos mercenarios acabasen el trabajo. Y así fue. Fabio Arilla fue aniquilado cruelmente en la estancia personal de don Francisco, en el piso superior. No hubo rastro de los pasos de los autores.
Estando ya en las estancias de don Beltrán, el cual no se encontraba allí por estar batallando para la conquista de Julisbol, enclave estratégico antes de la toma de la ciudad de Siracusa, don Marcial de Aguilera recompensó a sus dos leales con sendas fortunas y una buena voluntad para ellos y sus más allegados.
Claro que, los sueños y el destino no mienten, y aún menos el Altísimo cuando decide revelar los designios que tiene preparado hasta a la persona más pobre u humilde de cuantos hombres haya. Es por eso, que, tras las ceremonia de honra y justo antes de llevar la Cruz y unas tropas de refuerzos al frente para vencer al infiel, dos hombres maniatados fueron ajusticiados en los jardines: Uno era el judío Aztel y otro el conspirador Bonet. Al judío lo habían capturado otro grupo de rastreadores de la Cruz cuando intentaba huir hacia el sur, más allá de Fuente de Ebro. De forma natural, el judio "cantó" y Bonet cayó con él. El ajusticiamiento más digno que podían darle era la horca. Como así fue. La herencia de Marcial de Aguilera no tenía ahora peligro alguno.
De esta forma quedaron descritas y en paz las increíbles visiones de un simple pastor, así como las peripecias por encontrar una reliquia sobrenatural en un mundo terrenal por parte de hombres que no eran ni siquiera soldados, aunque, no por ello, menos valientes que estos tales.
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Los nueve meses que duró el asedio a Siracusa significaron una gran prueba para la moral y salud de las tropas cristianas. Sin embargo, Siracusa (Zaragoza) finalmente cayó el 18 de diciembre de 1118.
Dios había obrado.
::FIN::