El Hoogan's era el típico local de copas irlandés donde a todas horas sonaba la gramola con música jazz, a excepción de cuando jugaban a ese extraño deporte llamado fútbol en el que el campo era ovalado y se fusionaba el soccer con el rugby, entonces se escuchaba aquella retrasmisión. Por lo demás era un establecimiento como cualquiera otro. Poca luz, música suave y clientes tranquilos.
En el interior del local se hallaban unos siete clientes. Una mujer de unos cuarenta años con el pelo rizado de color pelirrojo y unas gafas al último grito de la época, junto a un hombre calvo de mediana edad que parecía querer acercarse a ella. Ambos estaban vigilados bajo la atenta mirada de un segundo hombre algo más joven y de cabello también pelirrojo. ¿Quizás su hijo?
En el fondo del local dos hombretones etílicos como cubas apuraban sus jarras de cerveza. Por último otros dos tipos, un humano gordo y calvo y un molesto negro lleno granos y con una única ceja se encontraban jugando una partida de dardos. Y John McFadden, un humano de unos 60 años con bigotes blancos a lo Hulk Hogan se hallaba tras la barra del bar mirándoles con una sonrisa pícara en el rostro.
Y allí estaba Charles ahogando sus penas en alcohol, hasta que... entró en el local una bella y solitaria señorita de cabellos rubios y cuerpo de escándalo que se acercó a él.
- ¿Tiene fuego, cariño? - Le dijo sujetando un cigarrillo entre los labios y sentándose junto a Charles mientras le miraba sensualmente de arriba abajo.
—¿Elizabeth? ¿Eliiizabeeeth? —preguntó Charles, mirando perplejo a la mujer que era idéntica a su esposa.
Pero era imposible. A su mujer la habían matado hacía solo unas horas. No... no solo matado. Se la habían comido viva aquellas criaturas. La mano le empezó a temblar con la misma intensidad como cuando intentó disparar a aquellos seres. ¿Se estaría volviendo loco, como el Señor Howard y el Señor Campbell antes que él? ¿Vería a su esposa muerta una y otra vez hasta que ingresara en el psiquiátrico y se suicidara?
—Disculpe, amigo. ¡Amigo! —llamó al bar man y le preguntó preocupado:—. ¿Usted ve a una bella señorita aquí delante?
El barman entornó los ojos mirando en la dirección en la que se suponía que se encontraba aquella supuesta mujer. Frunció el ceño y meneó la cabeza. Parecí confuso.
- Creo señor, que ya ha bebido suficiente... - Comentó. - No le serviré más alcohol hoy, amigo. Si quiere mañana más, pero hoy márchese a casa. La cama le hará mucho bien. - Y se dio media vuelta para empezar a colocar una botellero.
—Entiendo —mintió Charles.
El detective privado ignoró a Elizabeth II, como debía hacerse con las alucinaciones y le pagó al barman. Se encendió un cigarro ahí mismo y se dirigió a la salida de El Hoogans.
-¡Oye! -dijo Elisabeth II en cuanto Charles se puso en pie para marcharse-. ¡Te he pedido fuego! ¿Así es como me respondes? Creía que eras un caballero. Por eso me casé contigo.
Los interminables años de matrimonio con Elizabeth I habían dotado a Charles Maxllow de la capacidad de ignorar a su mujer cuando esta le recriminaba algo. El detective privado se dirigió a la armería de guardia... necesitaría balas para abatir a su segunda mujer.
- Buenas noches, señor... - Le dijo. - A... apunto estaba yo de cerrar, pero... - Le miró de arriba abajo. - Parece usted desesperado, ¿qué... qué necesita de mi, buen señor?
Con una copa de más y perseguido por el que creía que era el fantasma de su mujer, Charles bien podría tener un aspecto desesperado. Se le ocurrió una brillante idea y cerró la puerta de la armería tras de sí. Observó si Elizabeth II podía abrir la puerta por sí misma, si se quedaba fuera o simplemente la atravesaba. Aquello le podía dar una pista de su auténtica naturaleza. Y es que en algo que se tenía que notar que el señor Maxllow era un investigador privado.
Charles se acercó al vendedor de armas apestando a alcohol. En otras circunstancias, aquello podría ser contraproducente. Por suerte, estaban en Estados Unidos, y en una época en lo que aquello se podía considerar perfectamente legítimo y profundamente viril.
—Necesito una caja de cartuchos de munición del cero cuarenta y cinco —le pidió, poniendo su pipa encima de la mesa.
Charles se detuvo.
—Si usted quisiera matar a... —dijo, y se volvió a detener. ¿Dos zombis? —... un oso que merodeara por su casa del campo con un arma automática. ¿Qué munición utilizaría?
Elizabeth abrio la puerta justo detrás de Charles y se plantó detrás de él con los brazos en jarras.
-Claramente sigues bajo los efectos del alcohol y además quieres comprar más balas de las que te puedes permitir -recriminó-. Deme un arma a mí también -le dijo al tendero-. Cargada.
- La caja del .45 son 4,30 dólares. - Le respondió a aquel extraño hombre. - ¿Seguro que quiere matar a un oso? - Le preguntó. - Tiene un buen arma, eso es seguro, pero... - Ladeó la cabeza y se dio media vuelta agarró entonces una escopeta y se la mostró, la abrió, colocó dos balas en su recámara, la cargó y apuntó hacia una esquina de la tienda, rozó el disparador y... - ¡Bang, bang! - Gritó, para acto seguido empezar a reír como un maníaco. - Yo le recomiendo esta preciosidad. - Quitó la munición y se la dejó sopesar a Charles. - Serán los ciento cincuenta dólares mejor invertidos de su vida, y le regalo una caja de munición. - Miró entonces a la señorita. - ¿Quiere otra como la de su marido? - Le preguntó. - Ochenta dólares. - Asintió sacando una pistola muy similar. - Pero necesitaré sus identificaciones y permiso de armas, claro... - Asintió con la cabeza.
ARMA FUEGO | % | DAÑO | F. DEFECT. | ALC. | N.º AT. | MUNIC. | P. RES. | ||||
---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
(M) Automática .45 | 20% | 1d10+2 | 00% | 15 m. | 1 | 7 | 8 | ||||
Escopeta de repetición | 30% | 2d6/1d6/1d4 | 00% | 10/20/50 m. | 1 | 5 | 10 | ||||
—Me puedo permitir cuatro pavos. Tú en cambio no tienes licencia de armas para comprar una pipa. Puedo estar borracho, pero la que dices gilipolleces eres tú —replicó Charles, cabreado por el tono de reproche condescendiente de Elizabeth. ¡Joder, le acababa de salvar la puta vida de unos monstruos necrófagos y todavía se quejaba porque no podía ni hablar de ello!
Charles ensayó con el arma, pero la acabó dejando en el mostrador.
—Buena pieza, pero no sabría dispararla bien. Me quedo con las balas. Gracias, buen hombre.
- Entiendo... - Dijo el vendedor recogiendo el dinero de Charles y entregando su caja de cartuchos.
- ¿No tiene licencia señorita? - Le preguntó. - ¿Entonces, como pretende hacerse con un arma? - Sonrió. - Las que no llevan licencia valen un poco más. ¿Me entiende? - Se frotó las manos. - Ciento veinte pavos por la automática y le regalo dos cajas de cartuchos.