Enrielle escuchó con atención la explicación de Coryn Brinefolk desde el fondo de su capucha, y cómo había repercutido el rescate del huldre... que los dioses sabían qué era. Algún tipo de criatura extraplanar había escuchado decir a Ailaserenth. Pero eso no importaba. Lo que le interesaba era que habían viajado por muchos lugares de Ansalon, pero eso era otra cosa muy distinta. Nada de lo que hubiera podido ver antes y que jamás hubiera imaginado que existía: otro plano de existencia. Le costaba comprenderlo. ¿Cuánta gente había visitado otros planos a lo largo de la historia? Notó un cosquilleo en el estómago, recordando las ansias de ver mundo que había tenido desde pequeña. Empezó a sentir esa vitalidad que rara vez sentía desde que volvió de la muerte.
—Iré a ese Abismo. He de ver ese lugar con mis propios ojos. Y por supuesto traeremos esa piedra de sangre. — respondió Enrielle y sonrió.— Y los siervos de Takhisis gastarán sus recursos inútilmente buscando algo que tendremos en nuestro poder. Bien, por mi parte, las dudas que me quedan se resolverán cuando vea lo que hay al otro lado. Pero como sea, quedan semanas o meses hasta que podamos viajar, ¿no es así? Así que supongo que el cómo ir y, más importante, el cómo volver, lo trataremos cuando el Cónclave lo averigüe. Esperaremos hasta entonces, Lady Coryn.
Entretanto no sabía bien qué harían. ¿Seguirían alojados en su casa hasta entonces? Un descanso breve casi lo agradecería, pero si se pasaba mucho tiempo sin acción empezaría a aburrirse y a pensar demasiado.
—Defender el Imperio es la prioridad —asegura James Markham, asintiendo de manera aprobadora a la afirmación de Freya—. La única prioridad. Así que construid el fuerte para defender este paso de montaña y esa mina y ya habrá tiempo para volver a hablar del asunto de los artefactos mágicos y los viajes a otros mundos cuando lo hayáis hecho.
Mira a lady Coryn como invitándola a desafiarle si se atreve. Y, después, al resto de vosotros.
—Bien, veo que lo tenemos todos claro —añade, al ver que ninguno le responde—. Mañana mismo habrá aquí una cuadrilla de peones para empezar a trabajar y confío en que os ocuparéis de dirigir sus trabajos. Creo que todos me entenderéis si os digo que Solamnia no tolerará un fracaso en este asunto. Haced buen uso de la generosidad del imperio y todos tendremos motivos para sentirnos satisfechos.
—Habéis sido muy elocuente y estoy convencida de que vuestras expectativas se verán cumplidas por estos héroes—interviene la Señora de Wayreth con premura, antes de que alguno conteste a la velada amenaza de Markham—. Y ahora deberíamos marcharnos. La magia que sustenta a estos corceles espectrales no se mantendrá para siempre y nos conviene estar de regreso en Palanthas antes de que se desvanezca.
Os dirige un respetuoso cabeceo de despedida y una mirada particularmente intensa al Túnica Blanca.
—Seguiremos en contacto. Ya sabéis que las puertas de Villa Rosad están abiertas para vosotros cuando gustéis. Puede que la composición original de vuestro grupo haya cambiado algo, pero sigo confiando plenamente en vosotros. Gracias por todo y mucho éxito con este encargo imperial. Hasta pronto.
Y, sin añadir nada más, espolea a su montura fantasmal elevándose hacia el cielo encapotado. James Markham la sigue un instante después, sin dedicaros siquiera un "adiós".