Partida Rol por web

Como un conejo paralizado del miedo, Gwra se quedó observando los árboles que se doblaban al paso, hasta que la espeluznante aberración hizo su acto de infame presencia.

Durante un breve instante que pareció una eternidad la hembra salvaje cruzó su mirada con la del poderoso guerrero Zalakk y tragó saliva. A continuación le espetó con una voz clara y cristalina, como nunca antes habíais observado en ella. -¡Corre insensato!-. La buena noticia es que ahora al menos sabían a qué se enfrentaban. La mala noticia era que, bueno, eso a lo que se enfrentaban tenía una pinta horrible.

En la naturaleza también es importante saber cuando uno ha de escabullirse con el rabo entre las piernas. Ya si eso, dejaría al gran guerrero demostrar quien era el gran macho alpha de aquel claro helado, si es que había alguna duda al respecto. Gwra tenía claro que aquella cosa no era natural y la forma de combatirla tampoco podía serlo. En su intuición debía llegar al fondo de esa extraña montaña para llegar al núcleo de las poderosas fuerzas antinaturales que habían entrado en juego.

Entonces Gwra dio un salto hacia las piedras tirándose de cabeza hacia ellas, movida por esa intuición y su instinto de supervivencia, que le invitaba a buscar resguardo entre sus recovecos. Todavía en el aire, la piel de Gwra cambió como otras veces había hecho. Empezó a crecerle un pelo corto y grueso, sus formas se estiraron y sus extremidades se encogieron dando lugar a unas cortas y robustas piernas con garras, y la forma de su cara se alargó acabando en una poderosa mandíbula.

Había adquirido la forma de un hurón de gran tamaño, que le resultaría útil para esconderse y moverse entre las masas de piedra blanca. Y quizá, si el bicho se acercaba, quizá pudiera efectuar un ataque rápido a las piernas de la criatura y volver a su escondrijo. 

Talik no se podía creer lo que veían sus ojos, un ser terrible antinatural, enorme y horrible. Y que generaba una aura de terrible frío. Tenían que acabar con ese monstruo, pero no tenía muy claro que eso fuese posible. Nunca había visto nada parecido, ni tan siquiera había oído hablar de algo así, y el era un cazador experimentado que había visto, o eso pensaba el, a casi cualquier animal que pudiese vivir en la zona. Trata de estudiar a la extraña criatura, buscando algún punto débil donde tal vez el daño sería más efectivo. Y tras pensarlo, se decide por disparar a la horrible criatura, esta claro que será necesario que todos ataquen, o no podrán con ella, tiene un aspecto imponente. Tras un disparo que acierta por los pelos, me muevo con sigilo y me oculto tras otro árbol, sin hacer apenas ruido, permanezco oculto "cautela de la pantera".

Kal mira desde su escondijo a la bestia que acaba de aparecer, y no puede creerse lo que ve. Esa bestia era como ninguna que hubiese visto antes. Y no recordaba que el viejo la hablase de un engendro semejante.

Una flecha golpe al monstruo, lo que devuelve al muchacho a la realidad: había que actuar. ¿Pero como? ¿Qué podía hacer él? Es entonces cuando Kal recuerda la cerbatana que le dio Gwra. Y las hierbas que había recogido en el bosque. Tal vez...

Kal sacó la cerbatana y empezó a rebuscar en su fardo sus hierbajos. Con los nervios, no se dio cuenta de que uno de los venenos se le caía mientras sacaba otro y lo impregnaba en uno de los dardos que le dio la muchacha. Sin perder ni un instante, y intentando mantener la calma, Kal se asomó ligeramente de su escondite y disparó un dardo que fue a clavarse en la espalda de la bestia. Esperaba que hiciese efecto...

La niña-lobo se cubre nuevamente de pelo, pero esta vez no se queda a media transformación. Al contrario, esta vez se transforma de lo lindo. Vuelve a ser un ser cuadrúpedo con una cola ancha y unos bigotes largos. Su pelaje se eriza y emite un gruñido desde la parte trasera de su paladar. 

Tal es la distracción que provoca en el Gnoph-Keh, que ni siquiera da crédito de la flecha que se le clava en toda la parte derecha de la cara, proveniente de los arbustos. Tampoco del dardo que le impacta en el costado izquierdo, si es que pudiese haberse dado cuenta de ello bajo alguna circunstancia: un dardo tan fino como ese en una capa tan dura de piel es dificilmente perceptible.

Junto al gran hurón, el barbudo guerrero coge aire, hichando sus grandes pulmones y su ancho pecho. Golpeando su Diente de Takkar en el suelo y rompiendo parte de la escarcha que se está formando con la aparición de la bestia, entona un gutural cántico que parece enfurecer más a la criatura.

Esta se abalanza sobre Gwra, moviendo sus zarpas y rasgando de lleno su pelaje.

Kal observó como la ahora niña-hurón se peleaba por escapar de los embistes del monstruo, mientras el joven se asomaba de su escondite con su honda girando, preparado un afilado proyectil que había recogido del suelo.

- ¡Hay que mover esas piedras blancas! ¡Interrumpir el ritual!

El joven tenía la vana esperanza de que eso ahuyentase a la bestia, o al menos la debilitase de algún modo. Si algo tenía claro era que era imperativo descubrir qué escondían esas piedras, y algo le decía que debían descubrirlo si querían salir de ahí con vida.

Sin perder ni un instante más, el muchacho saltó a un lado, buscando golpear a la bestia donde más daño pudiese hacerle. Y a diferencia de la anterior vez con el mamut, el golpe de Kal conectó. Con fuerza y precisión, la piedra golpeó a lo que parecía la cara de la bestia. Kal no pudo reprimir un pequeño grito de victoria.

El enemigo era realmente terrible, había que seguir atacando, solo con la ayuda de todos lograríamos hacerle el daño suficiente como para pararle. La piel parecía muy gruesa, les iba a costar, a ver si Zalakk pasaba pronto al ataque, ya que Gwra parece que había recibido un buen zarpazo. Indico a Lomo Nevado que se lance contra el enemigo, espero que sea cauto. Le vuelvo a dar, esta vez con un buen disparo, pero parece que su piel es muy gruesa y el daño no va a ser muy grande. Sin hacer ningún ruido, vuelvo a cambiar mi posición, y me escondo tras otro árbol. Mi intención es ir dañando al monstruo, permaneciendo oculto, pero estoy muy preocupado, ya que como no entre el guerrero cuerpo a cuerpo, el gigantesco ser puede dañar gravemente a cualquiera de mis compañeros.

El zarpazo de la criatura acertó a Gwra lanzándola por los aires cuando ella hacía por esconderse entre los recovecos de la roca. Afortunadamente para Gwra la criatura parecía algo descompuesta, un poco mareada, gracias a los efectos del veneno que el cachorro Kal había conseguido inocularle y pudo escaparse en última instancia del mortal abrazo entre las terroríficas zarpas del engendro aberrante. Aun así Gwra no estaba del todo segura de poder aguantar otro golpe como el que había acabado de sufrir. La sangre se derramaba por los surcos palpitantes abiertos en su piel. Contrastaba el calor que manaba de las heridas con el frío de partículas de hielo y de nieve que se habían adherido a la parte externa de su pelaje por cercanía con la criatura, a la que parecía rodearle una ventisca antinatural. Sin atender a otra razón que no fuera el puro instinto de supervivencia, la cambiaformas, trató una vez más de llegar hasta el corazón de la montaña de piedras blancas, donde esperaba encontrar refugio de los ataques de la bestia y acaso, buscando alguna forma de acabar con la criatura desde su origen destruyendo aquel altar impío.

Zalakk es un guerrero observador y de mente fría, puesto que de otra forma no se ganan batallas. Y, en este caso, observa cómo el pelaje de Gwra se eriza y se acerca al altar. Es raro que la chica retroceda tras haberse transformado para enzarzarse en combate, pero algún motivo tendrá. 

Gira de nuevo la cabeza hacia el Gnoph-Keh, que corre hacia ella. Pero Zalakk ha jurado protegerla ante la chamana y eso hará. Se interpone entre ella y el monstruo con la lanza en ristre, en pose defensiva.

—¡Haz algo, chica! —grita el guerrero al gran hurón—. ¡Deprisa!

Al ver que el gran hurón se acerca el níveo altar, el Gnoph-Keh lanza un gruñido y corre a toda prisa con sus seis patas hacia él. Pero, para su desgracia, Zalakk está delante. Con un maestro movimiento de lanza, aprovecha la energía cinética de su enemigo para volverla en su contra. Acompañándole con el arma más que oponiendo resistencia, le hace volcar en la nieve que se está formando por momentos en el claro.

Por un instante, la criatura queda hacia arriba y se revuelve. Los carámbanos caen al suelo y el viento que le rodea desaparece. A duras penas, consigue ponerse en pie. Quiere defender el altar a toda costa.

Gracias a la oportuna intervención del guerrero que, curtido en mil batallas y con todos sus años de experiencia en el arte de la guerra, había sabido encontrar el momento y espacio justo para ejercer su heroica defensa contra el espíritu corrupto del invierno que los amenazaba, la druida pudo al fin introducirse por entre los huecos de la montaña de piedras, moviéndose con su cuerpo alargado y patas robustas por los túneles interiores que quedaban por los huecos entre la piedra, buscando hallar el centro de aquella sacrílega montaña. Husmeó a su alrededor buscando un altar, un tipo de piedra diferente o algo que le llamará la intención, con la clara intención de reventarlo desde dentro.

La acción defensiva de Zalakk y el fallo de la criatura, habían dejado a esta en el suelo. Talik no lo dudo y continuo atacando, con la ayuda de Lomo Plateado. Pero tal vez la posición del monstruo en el suelo, hizo que se perdiese el tiro de Talik. Tras el disparo, se desliza sigilosamente tras otro árbol, para mantenerse fuera de la vista de la criatura.

Kal aprovecha que la bestia de encuentra panza arriba para lanzarse al ataque a la desesperada. Rara vez se enfrentaba a sus enemigos cuerpo a cuerpo, pero la situación lo requería.

A la carrera, el joven ladronzuelo echa mano a sus dos cuchillos y pasa corriendo frente al altar, donde coge impulso y, de un salto, cae clavando las dagas en el vientre de la bestia, como el lobo que clava sus dientes en su presa. Kal deja que su propio peso le haga caer, rajando las tripas del monstruo en su bajada.

Zalakk, sin pensárselo dos veces, remata a la criatura con su lanza, atravesándole de lleno la calavera. El Gnoph-Keh lanza un chirrido de dolor que recuerda al sueño que tuvisteis la noche anterior. Cuando saca la lanza, la bestia se cristaliza, convirtiéndose en una figura de hielo.

Los reflejos traicionan a Talik y el cazador suelta una flecha cuando la criatura vuelca. Todo ocurre en una sucesión muy rápida de acontecimientos: Zalakk volteando a la criatura, la flecha sobrevolando desde los árboles, el niño salvaje enseñándose con el Gnoph-Keh, Zalakk rematándolo...

...Y un fuerte grito de mamut junto con el altar desmoronándose. Las piedras blancas salen despedidas varios metros y ni rastro de Gwra, del hurón, del mamut ni de nada. En el centro del claro, una especie de portal a otro lugar. Es como una caverna hacia otra parte, sin embargo veis el mismo claro en el que os encontráis. Pero en ese otro lugar, que a la vez es el mismo, el cielo está encapotado y oscuro, el viento silba con fuerza y todo está cubierto de varios centímetros de nieve. Desde el portal se cuela una ventisca que golpea en vuestras caras. Sentís el frío. Es real.

Al otro lado del portal podéis ver un mamut, tumbado en el suelo, convaleciente. Unos metros más allá, unas claras pisadas se marcan en la nieve, perdiéndose de nuevo en el bosque.

Kal se aleja de la bestia cuando ve que esta se empieza a cristalizar, secándose el sudor de la frente y buscando a Gwra y a Talik con la mirada. Aunque localiza al cazador, la joven druida no está por ningún sitio. De repente, una oleada de frío llama la atención del muchacho hacia el extraño portal que se ha abierto ante ellos. Al otro lado aparecía un prado nevado y un cielo oscurecido. ¿Cómo era posible? Kal no lo sabía, pero sí sabía que debía atravesar el portal. Algo le impulsaba a ello. Tal vez allí encontrase respuestas a todo lo que habían visto.

Sin dejar tiempo al arrepentimiento, Kal agarró con fuerza sus cuchillos y atravesó el portal con decisión. Por primera vez, el joven ladrón no pensaba en sobrevivir. Únicamente quería sacia su curiosidad y desvelar los misterios de aquellas bestias aladas con escamas que ahora no conseguía sacarse de la cabeza.

Talik abandono su escondijo entre los árboles y avanzó con decisión hacia el claro. Se había abierto una especie de puerta hacia otro prado, donde parecía que hacía más frio. Vio que Kal había pasado al otro lado, como seguro que habría hecho ya Gwra, así que llamo a su lobo y cruzó, con emoción y temor hacia algo tan extraño y desconocido. Algo de lo que nunca había oído hablar, no tan siquiera en leyendas.

Zalakk cubre la retaguardia. Cuando sus compañeros han pasado por el portal, coge un poco de sangre de la bestia caída y se la unta por el rostro a modo de pintura de guerra. Aprieta los dientes y finalmente cruza él también.