El aire de la sala de artilleros principal de la Divina Providencia estaba impregnado del olor de los aceites sagrados con los que los acólitos de Marte impregnaban la munición sólida del crucero, y respirarlo era una experiencia oleaginosa, como si hubiera adquirido parte de las propiedades de dichos aceites. Allí no había lugar para el humor, y se trabajaba duramente y en silencio: los operarios comprobaban minuciosa y sistemáticamente el correcto estado y funcionamiento de los sistemas de carga, bombeo y propulsión de la munición de un conjunto de baterías de alta potencia que haría que hasta el Emperador se sintiera satisfecho, mientras que los artilleros supervisaban su trabajo e imponían sus preferencias o recomendaciones en frases secas y directas.
Habíais ido allí para inspirar moral y para ultimar los detalles del plan del que érais actores fundamentales. El cañón 73, fabricado en Marte y apodado cariñosamente por los artilleros como "Little Gregorius" iba a ser el encargado de mandaros en un viaje solo de ida directo a las entrañas de un leviatán tiránido. Su artillero, un tipo muy gordo y hosco llamado (oh sorpresa), poco hablador y más bien asocial del que se decía que había sido sacerdote, estaba considerado el mejor de la tripulación, con una precisión superior a los sistemas informatizados que (oh sorpresa) tendían a fallar a menudo.
Pero Gregorius no estaba allí. Estábais discutiendo la mejor estrategia de coordinación y asalto con el Capitán Ariakus, jefe del escuadrón alfa de la nave y jefe de compañía, quien iba a dirigir en persona la maniobra de distracción que os permitiría gozar de cierta ventaja y tiempo en el momento del impacto... si todo salía como pensábais. El plan era sencillo y estaba sujeto a muchos "y si...". El resto de las naves soltarían a sus cazas para desviar la atención de las criaturas menores que solían merodear alrededor de las grandes bionaves tiránidas, mientras que las de mayor potencia armamentística (en especial la Silencio Estelar) bombardeaban objetivos factibles desde posiciones relativamente seguras. Tan pronto como la maniobra tuviese éxito, vuestro torpedo y otros iguales se dispararían a diferentes puntos de la Nave Colmena, algunos vacíos y otros ocupados por tropas regulares de la nave... ahí residía el protegonismo de Ariakus. Él y los suyos iban a ser vuestra distracción, y si vuestras posibilidades de supervivencia eran escasas, las suyas parecían irrisorias. Pero el capitán a veces parecía irradiar un aura de fanatismo que dejaría a un capellán a la altura de una niña con coleta.
— La cosa va así —iba diciendo—. Cuanto mayor espacio de tiempo haya entre nuestra toma de contacto y la vuestra, mayor cantidad de cucarachas lograremos atraer a nuestra posición y mayores nuestras probabilidades de éxito —os miraba con fijeza febril. Aquel hombre parecía parpadear solo muy de vez en cuando—. Por eso he de insistir en que sean los torpedos secundarios, los nuestros, los que primero hagan impacto. No queremos perder el artefacto T en el despliegue, y tampoco a nuestras tropas de élite.
Por algún motivo se habían empeñado en llamar a lo que quiera que Mlvaar estuviese fabricando "artefacto T", y nadie parecía conocer ese motivo. El magus había trabajado sin descanso durante las últimas 24 horas, mientras revoloteaba por la nave como una mariposa mutante, dando lugar a todo tipo de rumores y habladurías. Os había comentado pedazos de su plan, de la base subyacente neurobiológica del artefacto, de la anatomía general de un leviatán tiránido, de su burlón desacuerdo con algunos de los —en sus palabras— "absurdos rituales" de su secta y de otro montón de cosas sin relación directa con la difícil situación en que se encontraba la flotilla exploradora. Conceptos poco asentados flotaban en vuestra mente, "centros sinápticos", "tubos biliares", "caparazón primario, secundarios y auxiliar", "cámaras de eclosión, de maduración, de evolución, de digestión, cámaras criadero, cámaras cuartel", y otra serie de ellos más complejos y especializados más propios de la biología de un dios demente que de un Marine Espacial. El magus, no obstante, os había asegurado que sabríais orientaros más o menos en aquel enorme organismo y os había dado a entender que sus sistemas de defensa (o "sistema inmunológico", como se empeñaba en llamarlo, aunque estuviera compuesto mayoritariamente por tropas tiránidas) no deberían suponeros "nada que no conocierais".
— Y estoy seguro de que el sacerdote estará de acuerdo con lo que digo. Aunque quizá deberíamos aprovechar uno de sus próximos paseos para preguntárselo diréctamente. Según mis cálculos, si esta vez no está explicándole a uno de mis soldados de asalto el ángulo de impacto idóneo para neutralizar a un líctor hembra, no debería tardar mucho.
Elyas había intentado quedarse con todos los detalles posibles de las esporádicas y atropelladas explicaciones del adepto de Marte, pero solo se había quedado con el detalle de que básicamente eran como bacterias dentro de un cuerpo... Un cuerpo cuyo sistema inmunitario eran tiránidos. Sonaba verdaderamente encantador. Había preparado a conciencia sus dos espadas de los Ángeles Oscuros, y estaba dispuesto a morir si hacía falta para acabar con aquellas repugnantes criaturas. No iba a dejar que las visiones que el líder genestealer había implantado en su cerebro se cumplieran.
- Capitán -dijo refiriéndose al hombre que dirigiría a las tropas- Tenemos orden de activar el artefacto T cueste lo que cueste. Si por lo que fuese yo y mis hermanos no pudiesemos llegar hasta el centro neurálgico del objetivo, lo detonaremos igualmente, así que esté preparado para retirar a sus hombres y regresar a la nave si se diese la circunstancia.
El tiempo pasa mientras todos los preparativos para la misión más extraña y peligrosa que he hecho desde Macragge comienzan a dar resultados. Desde las tropas que se preparan para la parte militar hasta el Magus que consiguió preparar el material químico que nos debería dar la victoria, todos nos hemos esforzado por estar a la altura de la dificultad que la operación tiene.
Paseamos por el lugar del lanzamiento, viendo a las tropas y las maquinarias con las que será lanzado el torpedo en el que viajaremos y asaltaremos la terrible flota tiránida. No puedo imaginar el interior de aquella gargantuesca bestia, pero me emociona la idea de que, aunque marginalmente, hasta mis tiros fallidos le dolerá a la mente colmena al estar dentro de su carne.
El Capitán Ariakus nos explica que prefiere que vayamos después de ellos para que su grupo atraiga l amayor cantidad de defensores enemigos. Tiene toda la razón, aunque, si nos demoramos mucho en ser lanzados, seremos interceptados antes de impactar. Es por eso que le comento mi salvedad:
- "Creo que su punto es correcto, Capitán, pero si somos el último torpedo en ser lanzado, luego de que los enemigos descubran que van cargados de soldados, intentarán interceptarnos antes de poder abordarles. Ustedes serán lanzados primero y nosotros después, antes de que ustedes impacten. Después de nosotros serán lanzados otros torpedos con tropas y los torpedos vacíos serán los últimos en ser enviados, haciendo que los tiránidos gasten esfuerzos en interceptarlos o prepararse para su impacto."
Luego habla el Hermano Elyas, poniendo en claro al Capitán que debe mantener las posibilidades de traer a sus hombres de vuelta. Todos en la nave saben que lo más probable es que eso jamás ocurra, pero si es importante que las cosas se hagan bien y nadie debe morir en vano. Consentiré que el Capitán se lleve la mayor cantidad de enemigos aunque sea prácticamente un suicidio pues es necesario para aumentar nuestras posibilidades de éxito, pero no deben dejarse morir si con ello no ayudan a la misión.
Asiento a las palabras de mi Hermano Elyas pues tiene mi apoyo en todo lo mencionado. Veo también el lugar y estoy conforme con como se han llevado a cabo los preparativos y la devoción con la que muchos se preparan para la lucha que se nos avecina.
Miro a mi alrededor, viendo si encuentro al Magus por algún lugar, pues quiero preguntarle bien acerca del punto donde debemos utilizar el artefacto y qué sucederá apenas los consigamos.
Skold estaba encendido, el absurdo plan que apenas se había esbozado planteaba más interrogantes que situaciones resolvía. Era un disparate. Las escasas posibilidades de éxito de una misión suicida, en la que además iban a morir muchos buenas tropas leales al Imperio, sólo serviría como una oda a la estupidez humana. La falta de planificación conllevaba una buena dosis de improvisación, mala consejera en los campos de batalla. Era la determinación por exterminar a los Dagón la que movía los hilos de la premura, la que irracionalmente aconsejaba lo inadecuado, y la que pergreñaba estupideces bélicas como la actual - Estamos podridos de odio.
Pero no finalizaba ahí la brillantez técnica del plan. Y es que de dar resultado, las bajas serían aún mayores, y toda una bionave tiránida quedaría arrasada. - Miles de seres aniquilados... magnífica la mente del hombre, un monumento a la estupidez.
Y en estas circunstancias Skold era pieza básica de la partida, el brazo ejecutor de la estrategia. Y aunque malhumorado y contrariado, iba, circunspecto, a seguir adelante con el plan. ¿Qué opción le quedaba? - De momento ninguna... de momento.
Tras apenas abandonar su camarote en las últimas horas Skold se dirigió hacia donde se encontraban sus hermanos, así como los infelices que iban a ser sacrificados en el altar de la absurdez. A sus hermanos les tenía apego, cariño... no podía expresar racionalmente lo que sentía, como sí hubiera podido hacerlo tiempo atrás. Demasiados cambios.
¿Algo más que debamos saber para esta disparatada misión con escasas posibilidades es éxito? - comentó en voz alta sin dirigirse a ningún sujeto en especial, aunque dejando clara su opinión sobre el asunto.
Shepheran no lo podía creer. Rezaba con devoción siempre que podía, pero jamás había esperado que el Dios-Emperador lo escuchase y, sobretodo, le diese aquello que tanto ansiaba... y menos tan rápido. En cuanto escucho el plan, el ángel sangriento dedico una breve y silenciosa plegaria de agradecimiento al Señor de la Humanidad. Acto seguido fue a su camarote y recogió todo el equipo para la batalla y fue a buscar a un sacerdote del Mechanicum que ungiese con los oleos sagrados sus armas y bendijese con sus letanías sus herramientas para complacer al Espíritu-Máquina.
Una vez realizado todo el proceso y con todas las armas en perfecto estado físico y espiritual, el Astartes comenzó su propio proceso de purificación y agradecimiento con los salmos sagrados al siempre vigilante Dios-Emperador. Para cuando estuvo tan preparado como sus armas, ya era hora de ir a la misión.
El ángel sangriento escuchó con atención todos los detalles; asintió a las palabras del hermano Elyas y no pudo si no admirar la brillante táctica del hermano Lucian, se notaba que la sangre de Ultramar corría fuerte por sus venas. Sin embargo la decepción se la llevó con el hermano Skold. Sepheran había escuchado muchas historias de la bravura de los Lobos Espaciales y no pudo sino fruncir el ceño a la vez que realizaba una mueca de desaprobación con los labios ante las palabras y la actitud de su hermano de batalla. En todos los códices se decía que el próposito de aquel que moraba en el Trono Dorado en la Sagrada Terra al crear a los Astartes era crear una herramienta de guerra inigualable que llevase Su Justo Castigo a los enemigos de la Humanidad allá donde estuvieran y fueran los que fueran. Palabras como aquellas le resultaban casi indignas del linaje de Leman Russ. Sin embargo no era el momento de entrar a debatir estos menesteres por lo que contuvo su lengua y guardó todo ápice de ira y odio para sus enemigos.
-Yo solo necesito saber que clase de criaturas son las que conforman ese sistema inmunológico, para poder llevar desplegada el arma adecuada- Gruño ronco el ángel sangriento.