La noche había caído sobre el Domus Magna. Hacía ya días que habían vuelto victoriosos de Doissetep pero, lejos de sentirse bien por todo lo conseguido, Isabella tenía cierta sensación que no sabía describir. Era como aquellos días en los que sentía que iba a ocurrir algo especial.
Aquella fortaleza en el interior de la Selva Negra se había vuelto acogedora. Había aprendido a estimar a los viejos maestros y a los jóvenes alumnos y ellos la habían aceptado. Incluso una parte de ella había disfrutado superar las continuas y duras pruebas a las que les había sometido el Maestro LaSalle. Por primera vez desde hacía tiempo se sentía a gusto. Tenían un montón de normas y en el mejor de los casos, algunos de ellos se creían ser los mejores artesanos de la realidad pero... se sentía bien. Parte de un algo más grande. A pesar de la mentalidad de alguno de los maestros, no se sentía tan juzgada, simplemente podía ser ella misma.
Escuchó un extraño y familiar repiqueteo que provenía de la parte superior de la torre donde se alojaban. Sus compañeras de cuarto dormían plácidamente, pero aquella sensación se lo impedía a ella. Volvió a oir el repiqueto arriba y luego un breve chillido característico... un sonido de ¿grifo?
Saltó de la cama como si aquello fuera una llamada de auxilio de su propio avatar y salió del cuarto para llegar a las escaleras... estuvo a punto de caerse de culo.
La sensación de vértigo pasó y volvió a asomarse a las escaleras. Aquello era una locura. Tanto para arriba como para abajo, la escalera se había convertido en una especie de caída sin fin hacia la oscuridad o en un ascenso a un lugar ignoto.
No le hizo falta pensar demasiado hacia donde encaminar sus pasos puesto que volvió a escuchar otro repiqueteo y otro chillido. Hacia arriba.
Empezó a subir y a subir e incluso la escalera comenzó a cambiar, empezó a ser algo más decorada, con paredes labradas en las paredes:
Eran palabras, diagramas incluso bajo relieves que contaban su propia vida ¿Qué significado tenía todo aquello? No se dió por vencida, veía una luz, estaba ya muy cerca de la parte de arriba, lo sentía, a pesar de que sus pies descalzos empezaban a estar cansados.
Apretando los dientes, por fin llegó a aquella luz.
Se trataba de una Sala teñida por el azul oscuro de la noche. Todo el techo era una jaula de acero y cristal, por lo que podía entrever cierta figura familiar que le miraba como si fuese ella misma.
-¡Rápido! Si quieres volar conmigo, tendrás que encontrar la forma de salir de aqui. Esta jaula es demasiado dura para abrirla desde fuera pero desde dentro... -la criatura movió una garra y entonces Isabella la vió: una extraña puerta grabada con símbolos intrincados.
Isabella fue hacia la puerta pero, obviamente, estaba cerrada. El mecanismo de cierre era tremendamente complejo. Se necesitaría una llave muy elaborada. Resopló.
-Todo tiene unas normas y un patrón... eso es lo que dice la puerta... -chilló el grifo desde arriba.
Entonces Isabella se fijó mejor en la habitación. Estaba llena de materiales y utensilios de cerrajera para hacer llaves. Diseminados por el suelo había un montón de diagramas y esquemas. Todos ellos describían con detalle y paso por paso como hacer diversas llaves. Desde las más simples de latón o hierro, hasta algunas más complejas hechas de oro con engarces de piedras preciosas y nervudas formas que podrían encajar con aquella endemoniada cerradura. Y entonces se fijó en que el pequeño hornillo que servía para fundir el metal y ponerlo sobre el molde deseado tenía poco combustible.
-Debes elegir con cuidado amiga, sólo una de las llaves abre la cerradura y deberás seguir sus normas y patrones...
Isabella empezó a mirar a su alrededor buscando la forma y materiales adecuados, pero ninguno de los diseños o moldes le convencían del todo. El que no era de un material muy liviano y podía romperse, carecía de la complejidad requerida.
-No puedes estar aqui para siempre... -acució con otro chillido el grifo.
Isabella subió las escaleras descalza, sintiendo en cada paso la fría piedra, con su mano derecha apoyada en la barandilla que iba cambiando de forma primero de piedra, y luego más elaborada, incluso la pared, al principio fria y desnuda, para luego tener aquellas palabras, preguntandose porqué narraban su vida ¿pasada?, ¿estaría tambien escrito su futuro? negó con la cabeza, se negaba a creer eso, era demasiado orgullosa y rebelde para aceptarlo.
Al llegar arriba observó la sala, azul oscuro, pero parecía una jaula y ahí estaba su avatar.
Todo tiene unas normas y un patrón... eso es lo que dice la puerta...
La joven parpadeó, en cierta forma tenía razón, todo tiene un patrón, casi matemático, miró la mesa con las diversas llaves, materiales... avanzó rápidamente hacía la puerta, observando la cerradura, era demasiado compleja. Quizás si hacia una llave y luego con su magia la alteraba... pero el grifo volvió a repetir aquello
deberás seguir sus normas y patrones...
Dudo, ¿porqué? ¿porque todo esta con normas y patrones?
- No..., no todo tiene normas, no todo tiene patrones, nosotros los cambiamos, he convertido una espada de acero en diamante, por mi propia voluntad, y no voy a seguir normas y patrones justamente ahora... - puso sus manos sobre ambas puertas, una sobre la que tenía el símbolo del unicornio, y otra con el símbolo de león, un símbolo de pureza... y otro un símbolo de valor, iba a necesitar ambos para realizar lo que estaba pensado, utilizó su voluntad para alterar aquella puerta, mientras se decía que ella misma era la llave de aquella puerta.
Al poner las manos sobre la puerta, Isabella pudo sentir cada recoveco de la misma. Cada ornamento, cada veta en la madera, cada pieza de forjado y, por supuesto, el propio mecanismo que la mantenía cerrada. Puede que fuera complejo... lo era, pero cuando alguien veía, comprendía y cuando comprendía podría hallar la solución.
Cerrando los ojos y concentrándose en el mecanismo, Isabella alteró su forma como si fuera arcilla en sus manos. Convirtió lo complejo en algo simple. El misterio, en simple conocimiento y verdad.
Cuando acabó y abrió los ojos, tan sólo tuvo que coger el picaporte del portón y girarlo. La puerta se abrió con enorme facilidad. Casi se diría que incluso era más ligera de lo que imaginaba.
El grifo chilló de jubilo. Se elevó en los cielos e hizo un par de cabriolas antes de precipitarse sobre la puerta abierta. Justo en el último momento frenó y se quedó mirando a Isabella con orgullo y satisfacción.
-Eso es! Eso es! Lo has comprendido! Tú eres la llave! Tú puedes cambiar las normas. Has sido tocada con el don de la comprensión. El que comprende puede cambiar. -hizo una pausa y añadió- Hace tiempo que entendiste que para cambiar las cosas, primero tenías que cambiar tú. Ahora has aprendido que para hacer ese cambio, es necesario el conocimiento y la voluntad de poseerlo, y que sólo tú puedes llegar a ese entendimiento con tus normas. Las normas de los demás están bien para ellos, pueden llegar a inspirarte, pero sólo tú impones tus normas pues sólo tú ves a través de tus ojos.
-¡Y ahora vámonos! Esta torre se ha quedado pequeña para ti, pues cuando algo llega a comprenderse sólo puedes aspirar a algo más elevado. De otra manera lo que conoces se convertirá en tu jaula y quedarás atrapada para siempre. Se puso a su lado y dejó que Isabella volviera a montar en su lomo. Una vez se aseguró a su pelaje, el grifo chilló y partió volando de nuevo surcando los cielos. Hacia arriba, siempre hacia arriba.
Cuando Isabella abrió los ojos, estaba en lo alto de la torre del Domus donde dormía con sus compañeras. Los rayos del sol acariciaban su piel dando paso a un nuevo día, pero en este caso, también dando paso a una nueva etapa. Isabella comprendió que el tiempo que había pasado en aquel lugar había sido provechoso. Había aprendido muchas normas y reglas, y eso le había hecho entender que esas reglas no le valían... si acaso, ni siquiera las reglas que Soraya le había enseñado tiempo atrás.
Le habían dado una base. Ahora todo dependía de ella si quería continuar ascendiendo.
Enhorabuena! Has conseguido Areté 4