La noche había caído sobre el Domus Magna. Hacía ya días que habían vuelto victoriosos de Doissetep pero, lejos de sentirse bien por todo lo conseguido tenía una sensación... de urgencia... de que algo no iba bien. Lo podía notar en el aire al respirar o en el agua cuando bebía.
Aquella fortaleza en el interior de la Selva Negra se había vuelto acogedora. Había aprendido a estimar a los viejos maestros y a los jóvenes alumnos y ellos la habían aceptado. Incluso una parte de ella había disfrutado superar las continuas y duras pruebas a las que les había sometido el Maestro LaSalle.
Pero había algo más. Un sentimiento, algo que le hacía saber que aquel nunca sería su hogar. Jamás.
Aquella noche miró desde la torre donde se situaba su dormitorio. Sus compañeras dormían plácidamente pero ella se sentía costreñida... y entonces lo escuchó. En mitad de la noche, el aullido del lobo. Una llamada que difícilmente podía omitir.
Sin más decidió encaminarse hacia ella. Salió del castillo sin ser detenida y se internó en el frondoso bosque cercano con los pies descalzos, para poder sentir bien la tierra y la hierba. No era la primera vez que lo hacía. Aquella sensación de libertad era poderosa y de vez en cuando... quizá una vez cada luna, se vía en la obligación de hacerlo. Pero aquella noche era distinto. Quería correr muy muy rápido para quizá dejar fuera aquella "inquietud"... y lo hizo. Corrió siguiendo el aullido del lobo y entonces, en un momento dado se dió cuenta que estaba en "aquel Bosque".
Aquel Bosque antiguo, familiar, en el que se sentía como en casa. El aullido fue más cercano y entonces se vió de nuevo caminando hacia el riachuelo de aguas claras. Sin saber porqué sus pasos la llevaron hacia aquella pequeña poza donde la loba le hubiera arrastrado. No se lo pensó y se metió en el agua fría. Su piel fue recorrida por aquella sensación húmeda y fría...
Sintió el deseo de volver a perseguir al salmón plateado y deslizarse por las aguas y... al momento estaba de nuevo zambullida en las aguas, sintiendose como si fuera su elemento. Fluyó con el agua y fue mejor que la primera vez. Controlaba mucho mejor su cuerpo en aquel elemento, haciendolo suyo. Sus manos, su cuerpo entero había cambiado para adaptarse a su alrededor, asi que atravesó el túnel terroso sin dificultad y cuando llegó a la caída de agua, esta vez no la pilló por sorpresa.
Allí estaba la loba y el cuervo... como si no se hubieran ido. Como si de una madre y un padre se trataran, velando por su hija salvaje...
La loba dejó de aullar y se acercó a Liel lamiendole las manos y rozando con su enorme cabeza sus piernas. El cuervo graznó y se quedó mirandola. Tenía un áura de misterio poderosa e inalcanzable. De alguna manera Liel le veía "sabio". Y entonces el viento trajo un rumor que ya conocía, unas palabras que la hicieron estremecer.
-Hija mía, me haces sentir orgullosa. Compruebo que te has elevado sobre las pruebas que hombres y bestias han puesto ante ti.
-Nada ha podido vencerte sin embargo... -había una nota de reproche o decepción- Estas olvidando quién eres. Tu propósito, tu deber. No podemos ser una si no hay una esencia común. Demasiadas veces observo con preocupación como una y otra vez te desvías del camino trazado, asi que hoy debes encontrarlo o te perderás. -aquella voz era maternal, pero al mismo tiempo era dura e impredecible.
La loba aulló y el cuervo volvió a graznar. Entonces, sin motivo aparente, el cuervo echó a volar hacia un lado y la loba corrió en el lado contrario. Llegó un momento en que ambos animales estaban alejados, pero se detuvieron mirando a Liel...
Cuando Liel miró al Cuervo vió que delante de él había un camino misterioso envuelto en brumas pero que parecía prometer conocimientos secretos, que podrían hacerla más sabia y fuerte. El cuervo graznó llamándola a seguirle. Volaría y caería sobre cada pieza de conocimiento que pudiera hacerle mejor, aprovechando cada oportunidad.
Cuando Liel miró a la loba se horrorizó. La loba aulló para ser ella la elegida... por delante de ella el fuego devoraba el bosque y un montón de lamentos se escuchaban punzando su corazón. La loba correría a salvar a los necesitados. A sus hijos. Lo veía en sus ojos. Mordería, golpearía y se abriría paso con todo lo que hiciera falta para salvar a los suyos.
El viento sopló de nuevo trayendo la voz.
No puedes quedarte al margen hija mía. ¿Eres cuervo o loba?
Puedes narrar cómo reaccionas a todo lo que te va pasando y luego tomar tu decisión.
Sentía como aquellos muros la oprimían de nuevo. Tras el estasis de ganar, solo quedaba la preocupación por su pueblo. Tenían que ganar, eso le habían dicho y, había ganado, pero a pesar de todo, la decisión inmediata que esperara de LaSalle, no se producía. Seguían pasando los días y ella seguía en aquella escuela tan cercana, tan familiar y lejana a un tiempo. De algún modo sabía que aquellos muros no podían ser su hogar y solo las escapadas a la foresta la aliviaban.
Pero un día la escuchó, escuchó el aullido, no lo dudó, bajó corriendo esperando ver la resistencia de algún mago a que abandonara el lugar, pero sabía como esquivarlos, no era la primera vez. Se sorprendió, no había nadie, pero tampoco había tiempo de hacerse preguntas. La había llamado, tenía que ser ella, deseaba volver a hundir sus dedos en el pelaje, abrazarla, mirarla a esos ojos tan familiares y correr, zambullirse, aullar.
Corría anhelando sentir de nuevo el agua fresca, el viento, la tierra, la loba a su lado en la carrera, cuando su sensación cambió
-Otra vez este bosque...-musitó algo confusa unos segundos, para después cerrar los ojos, respirar y sentirlo-estoy en casa...
Corrió al lugar donde recordaba el arroyo, allí estaba con su un sonido que significaba vida, pero no la loba, tampoco aquel cuervo, sentía que sabía donde estaban y también la necesidad de sumergirse en la gélida agua, dejar que recorriera su piel, como un travieso amante, despertando sus sentidos. Entró y sintió que podía volver a ser una. Se sumergió mientras su cuerpo recordaba como hacer suyo aquel líquido elemento, sintió un extraño placer al ser solo agua, pero era ella también, sentía hasta donde era ella y donde era el líquido elemento.
Se dejó llevar por la corriente entre risas, sintió la caricia de la arena y la sensación de convertirla en barro. No podía describirla, era notar la fuerza de la naturaleza, la propia fuerza que formaba parte de ella. Sintió como se oxigenaba al saltar en el aire, dividiéndose en gotas que se unieron en la caída. miró aun agua hacia arriba y desdibujados vio lo que buscaba.
Según iba saliendo del agua notaba como su cuerpo se tornaba carne y el frescor volvía a ser una sensación en lugar de ser parte de ella. Estaba feliz mientras se acercaba pero, se paró en seco ¿Qué es lo que pasaba?
Los compañeros que parecían ir siempre unidos de pronto se separaban, miró a uno y otro, la llamaban, miró de nuevo al cuervo, el poder y la sabiduría estaban en sus ojos, los secretos por descubrir serían suyos si le seguía pero, entonces lo vio o, lo creyó ver, el cuervo era quien siempre le enseñaría pero ahora su camino era el Domus Magna. Le dio la espalda y se centró en los ojos angustiados de su propio ser que se reflejaban en esa loba. No importaba el peligro, no importaba si moría, sólo importaba salvar a sus hijos, que eran su pueblo. No lo pensó y corrió hacia ella emitiendo un aullido de rabia, rabia por tardar tanto en tomar esta decisión, rabia por casi dejarse perder en un camino que no era el suyo. Corría a salvar los hijos de la loba, corría hacia el fuego aunque el primordial fuego fuera su muerte.
Liel no lo pensó más. Había tomado su decisión, aunque se culpara por el tiempo gastado.
Corrió hacia la loba dejando al cuervo atrás, el cual ni siquiera graznó, sabiendo que sería inútil tratar de convencer a la jóven hechicera una vez había tomado su decisión.
La loba dió una cabriola de alegría y esperó hasta que ella se puso a su lado. Fue entonces cuando comenzaron a recorrer el bosque en llamas Liel notó como ella misma iba mutando imbuida por la ira que le provocaba ver los árboles sufrir ante el horrible destino de ser quemados. Su cuerpo era una fuerza de la naturaleza en si. Fuerte, salvaje, implacable. La loba le acompañaba siempre, pero pronto otros lobos se unieron a aquella cacería.
En el centro de aquella destrucción había una mole metálica. Era un hombre imbuido en el fuego de una forja. Todo lo que tocaba era destruido. Los animales, las plantas que llevaban más tiempo que cualquier hombre sobre la tierra. Daba igual. Aquel hombre de metal en su supuesta superioridad, destruía lo que tocaba sólo por diversión, mientras una risa metálica llenaba el ambiente.
No se lo pensó. Embistió a aquel ser con todo su poder. El roce con aquel cuerpo dolió. Quemaba, pero su ira y deseo de venganza también lo hacían. Los lobos atacaron al unísono desde varios flancos. A pesar de las quemaduras, no vacilaban, pero aquel hombre de metal era muy resistente y seguía riéndose sin cesar.
Liel se encontraba cada vez más agotada, pero no dejaba de luchar. Fue entonces cuando lo escuchó. El graznido del cuervo descendiendo sobre la cabeza del hombre de metal y con él, las nubes cargadas de lluvia y el poder del trueno. El cuervo desgarró la cara de la efigie metálica que dejó de reir y chilló de dolor como si fueran dos hierros entrechocando. La lluvia era tan fuerte que las llamas se aplacaron y entonces, los rayos desde los cielos comenzaron a impactar sobre el hombre de metal provocándole más y más dolor hasta que al final, uno de aquellos rayos le partió por la mitad.
La amenaza había terminado.
Los lobos aullaron. El cuervo graznó y el viento trajo de nuevo la voz.
-Por fin has entendido lo que significa ser mi hija Liel. -dijo el viento. Entonces un remolino se centró en el suelo de uno de los árboles quemados y de sus cenizas renació el verde... y de se verde empezaron a brotar plantas. Había vida tras la muerte, tal era el ciclo natural. Y entonces de ese verdor, surgió una figura femenina.
La figura fue irguiéndose más y más mientras los lobos se sentaban sobre sus cuartos traseros aullando de felicidad y la luna llena brillaba dando luz a semejante ser. Era tan hermoso que las lágrimas inundaron los ojos de la joven Liel y le temblaron las rodillas. Ya no era aquel ser de naturaleza pura, sino sólo Liel...
No había duda. Era Dana. La madre de los Tuatha de Dannan, madre de las bestias y plantas, madre de todo lo que habitaba. Ella extendió su mano para rozar su mejilla. Era suave y fresca. La miró con unos intensos ojos verdes brillantes, llenos de vida.
-No llores hija mía. -su aliento era igual al de la albahaca mezclado con a menta y la hierba mojada- Este es tu sino. Yo habito en ti. Siempre lo has sabido. Eres mi heraldo. Mi enviada. Por desgracia, el hombre en su orgullo cree que puede disponer de nosotras como quiera. Nos daña. Nos tortura. Mata a nuestros hijos y cree que puede hacer lo que se le antoje en nombre de una deidad que no alcanza siquiera a comprender o conocer. Debes ponerle fin. Caitlin lo sabía. Por eso te llevó consigo. Para descubrir quien eras y que no todos los hombres son malos. Has aprendido de ellos mucho. Te has hecho amigos, amantes incluso de algunos que albergan el más puro de los corazones. Pero ahora debes volver. Debes hacer aquello para lo que nacíste. No te preocupes. Estás preparada.
Y sin más, Dana, en toda su majestuosidad la abrazó. Aquel acto era tan hermoso que Liel perdió la noción del tiempo. Jamás volvería a estar sola. Formaba parte de algo mucho más grande que ella misma y al mismo tiempo era su heraldo.
Cuando Liel despertó, se encontraba de nuevo en los bosques de alrededor del Domus. Su ropa estaba ajada, pero no importaba. Un manto de hierba cubría su cuerpo y los rayos de sol calentaron su rostro dulcemente mientras su mirada azul se clavaba en la maravilla que tenía alrededor.
Ya no albergaba dentro más dudas ni resquemores. Sabía porqué tenía una sensación de urgencia dentro de si. Debía partir de vuelta a su hogar. La necesitaban.
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