La noche había caído sobre el Domus Magna. Hacía ya días que habían vuelto victoriosos de Doissetep pero, lejos de sentirse bien por todo lo conseguido, Sandro tenía cierta sensación que no sabía describir. Era como aquellos días en los que sentía que iba a ocurrir algo especial.
Aquella fortaleza en el interior de la Selva Negra se había vuelto acogedora. Había aprendido a estimar a los viejos maestros y a los jóvenes alumnos y ellos la habían aceptado. Incluso una parte de él había disfrutado superar las continuas y duras pruebas a las que les había sometido el Maestro LaSalle. Por primera vez desde hacía tiempo se sentía a gusto. Aunque echaba de menos a Teresa, sentía que ella hubiese querido que pasara sus últimos tiempos de aprendizaje de aquella manera, perteneciendo a uno de los mejoes Domus del Mundo.
Raro no era el día que no terminara en la Biblioteca del Castillo consultando algún libro o historia, pero no podía despistarse, puesto que, puntual como un reloj, la Maestra Letus le esperaba incansable con su lección diaria de Esgrima. De aquella forma Sandro estaba feliz, había conseguido aunar un cuerpo sano en una mente cultivada. Mens Sana in corpore sano, como rezaban el antiguo imperio cuyo conocimiento había ayudado a forjar su poderosa Orden.
Pero aquella noche estaba especialmente cansado por un día agotador. Las lecciones de Letus eran cada vez más duras puesto que Letus le estaba enseñando las técnicas más complicadas, inistiéndole en adquirir las destreza más altas. Por la tarde, le costaba seguir algunas explicaciones y prácticas, asi que al llegar la noche estaba especialmente cansado... pero fiel a su propio ritual se quedó un poco más en la Biblioteca estudiando algunos tomos de historia de Doissetep. Aquel lugar... le había impresionado de veras.
Justo cuando notaba que sus ojos se estaba cayendo de forma vergonzante decidió poner rumbo a la torre donde estaba su alcoba compartida. Sus pasos empezaron a llevarle por inercia pero entonces... algo llamó su atención.
Tras pasar algunos pasillos había llegado sin saber a "aquella Biblioteca"... casi enseguida su mente se despejó y no pudo evitar maravillarse. Ni siquiera la más grande de las bibliotecas de Doissetep podía compararse a aquella... o al menos eso creía.
Entonces su mirada empezó a viajar por entre aquellos innumerables estantes. Buscaba un libro en particular... "el libro" que ya le hubiera traído antes a aquel maravilloso lugar... aunque para su angustia no estaba.
Empezó a mirar otros libros, abriéndolos casi al azar, pero no siempre encontraba respuestas, hasta que en uno de ellos la página rezaba:
¿Buscas el libro? ¿Quién no lo haría? Es tuyo y te pertenece. Es todo lo que ansias. Conocimiento y poder, normas y patrones, el universo en la luz de la verdad y la sabiduría.
Sandro se quedó extrañado. Dió la vuelta a la hoja y había un tratado de zoología. Al darle la vuelta aquellas frases habían desaparecido. Habría que buscar El Libro. Lo presentía.
Empezó a caminar desesperado por la hermosa Biblioteca pero, donde antes le parecía todo maravilloso, ahora el peso de todo aquel conocimiento se le antojaba algo "farragoso", casi asfixiante. Y entonces se le ocurrió ir a mirar si había una sección de libros prohibidos o libros de poder. En toda biblioteca de la Orden siempre había uno de ese tipo. Tenía que estar ahí...
Y entonces lo vió: el estante más prominente tenía una cadena y aquella cadena no estaba atada a ningún libro. ¡Alguien se había llevado su libro! ¿Pero quién? Tenía que acabar con ello. Tenía que encontrarlo. Se fijó en que la cadena estaba incompleta. Alguien la había roto y la cadena había ido perdiendo eslabones que si eras lo suficientemente perspicaz se encontraban.
Asi, Sandro siguió aquellos leves rastros como si de un camino de migas de pan se tratara y entonces escuchó un sollozo de niña seguida de la voz fuerte de una mujer que denotaba orgullo. Al aproximarse llegó a una antesala de la biblioteca donde estaba teniendo lugar una escena conflictiva.
De un lado se encontraba una bella dama de rasgos casi perfectos. Era la dama más hermosa que Sandro hubiera conocido, más incluso que la salvaje Liel o que Isabella. Su rostro estaba esculpido por el mismo Dios.
Tenía sujeta una parte de "el Libro" y tiraba de él para si. Del otro lado, la imagen no podía ser más opuesta. Una chica delgada, feucha y vestida con harapos prácticamente
Tiraba con fiereza del otro extremo del libro. Ambas gritaban.
-¡Dámelo maldita piojosa! ¡Necesito mantener esta belleza de forma eterna! ¿Cómo osas interferir en la voluntad de nuestro Dios? Él me creó como la más hermosa, epítome de la belleza, y así debo seguir según su plan. No ha llegado el mortal que deba oponerse a su voluntad!
-¡Me da igual estirada! Mi familia se muere de hambre. Yo lo necesito para poder alimentarles. A mi bebé, a mi madre enferma, a mi padre que no hace más que trabajar. Me dará la sabiduría para darles lo que necesitan.
Con cada tirón, Sandro notaba cómo se desgarraba él mismo. De seguir así, ambas terminarían por romper aquel libro maravilloso y sagrado. Debía actuar pero ¿qué hacer? ¿a quién favorecer? Claramente ambas perseguían nobles causas pero... ¿cuál sería la correcta?
El español se quedó perplejo ante la situación, mas aún con la belleza de aquella mujer pero si no hacía algo rápido aquel tesoro iba a sufrir severos daños y no podía permitirlo.
-Esperad! - dijo finalmente a ambas muchachas mientras levantaba una mano para que parasen de hacer aquello - vais a acabar por destrozar esa maravilla.
Aguirre entonces se quedó un momento pensando a quien debería favorecer, no obstante pareció llegar a una conclusión basándose en sus experiencias en la Orden de Hermes.
¿Porqué pelear por el libro cuando podéis compartirlo? - comenzó a decirlas - podéis turnaros a la hora de leerlo o incluso hacerlo de forma conjunta, tal vez incluso consiguieseis un mayor entendimiento sobre el mismo si lo estudiaseis juntas. A fin de cuentas ¿que hay mas maravilloso en este mundo que compartir el conocimiento con los demás?. Para el hermético la respuesta era evidente, si todos se dedicasen a amasar conocimiento y no lo compartiesen llegaría un punto en que solo lo ostentarían unos pocos y sin duda si ese momento llegase sería algo muy triste para la humanidad.
Al oir las palabras de Sandro ambas mujeres se detuvieron y se quedaron mirándole...
¿Compartirlo? Eso es imposible. Todo su poder y conocimiento es necesario para mantenerme asi, para mantener la obra de Dios. Tal es el coste que exijen las más altas creaciones.
¿Has oído? -dijo la otra mujer- Quiere acapararlo todo para ella ¿Y yo? ¿Y mi familia? ¿Acaso están son inferiores a tu perfección?
-Por eso soy perfecta querida. Ahora apartate!!! -contestó la otra tironeando saljamente mientras Sandro notaba como él mismo estaba a punto de romperse, pero ¿qué hacer? ¿La perfección de la creación o la necesidad de los más débiles y desfavorecidos?
Buen intento, pero me temo que debes elegir ;-)
Sandro arrugó su boca con la respuesta que había recibido mientras cerraba su puño con fuerza , estaba viendo que no le quedaba otra que tomar parte de uno de los bandos que estaban tomando en ese conflicto , pues no habían quedado satisfechas con el planteamiento que a sus ojos era el mas correcto.
A cada segundo que pasaba el libro estaba comenzando a ajarse y el español alternaba su mirada con ambas pensando en que era lo mas correcto. Era cierto que Dios era muy importante y era evidente que había que proteger la creación pero ¿como se iba a proteger la misma si no se usaba el poder de forma correcta para solventar los problemas de las mismas?. Además Dios era misericordioso y para Sandro cada vez quedaba mas claro que el poder que había recibido era un regalo para la humanidad, uno que podía usarse para acabar con la villanía y hacer del mundo un lugar mas justo, para protegerlo de aquellos que querían atentar contra la creación del Señor.
Finalmente caminó para situarse al lado de la chica harapienta y enfrentándose a aquel rostro perfecto que ninguna mujer podría tener jamás.
-¿Y como sabes tu que es la voluntad de Dios lo que tú estas defendiendo?. Este poder nos ha sido entregado por el creador para proteger su creación y defenderla de la viles criaturas que intentan atentar contra ella, no para que alguien como tu lo acapare para mantener su perfección. Suelta el libro - dijo poniendo sus manos sobre las de la chica pobre y comenzó a tirar con fuerza para atraer el libro hacia ellos.
Cuando Sandro se encaró con la noble muchacha está abrió la boca anonadada por las duras palabras del castellano. Esas palabras unidas al esfuerzo que sumó para ayudar a la pobre chica harapienta hicieron que la mujer perdiera el libro, trastabillara y cayera de bruces sobre el suelo.
Al levantarse ya no era tan perfecta ni bonita. Su cuerpo empezó a envejecer hasta finalmente marchitarse y convertirse en polvo delante de sus ojos.
La muchacha harapienta se giró con la cara agradecida. Aquella expresión infló en corazón de Sandro. La visión de la mujer desvaneciendose podría haber sido todo lo horrible que uno pudiera imaginar, pero el agradecimiento de aquella mujer era el más reconfortante de los bálsamos.
-Tomad mi señor. Vos sois el que debéis conservar el libro. Vos sabéis de justicia y sabéis escuchar al que lo necesita. No me cabe la menor duda de que con vos, a mi familia no le faltará de nada. La muchacha abrazó a Sandro y luego le entregó el libro. Sandro echó un vistazo. Era "el Libro"
Cuando quiso volver a mirar la chica harapienta ya no estaba allí, aunque, de alguna forma sabía que formaba parte de aquel libro de páginas casi infinitas. Era mucho más pesado y grande que la última vez. Sin casi pensar, Sandro se dió la vuelta encaminándose de nuevo hacia su Biblioteca. Debía poner el libro en el lugar que ocupaba, pues así debían ser las cosas.
Pero mientras sus pasos le guiaban hacia el lugar más sagrado de su Biblioteca, Sandro no pudo evitar abrir el gran libro. Las palabras empezaron a conformarse en sus curiosas páginas de papel de oro:
Muy bien sodal.
Hace tiempo aprendíste la necesidad del "muto". Ahora estas preparado para aplicar ese cambio de forma justa, pues tu corazón conoce lo que es equilibrado de lo que no. Sabe que el orgullo y el capricho no pueden ser cualidades divinas o trascendentes. La necesidad de cambiar el mundo y la realidad, esa es la verdad que tú puedes llevar a cabo y además de forma equilibrada, armoniosa.
Recuerda, el poder y el conocimiento quizá tengan un coste que quizá no debas pagar, sopena de desequilibrar el Tapiz entero.
Al terminar de leer, Sandro se dió cuenta de que estaba frente al lugar donde debía estar el libro. Volvió a poner las cadenas, cerró el cerrojo y guardó el libro.
Cuando lo observó, una sensación de paz inundó su cuerpo. La paz que da el ver que todo está donde tiene que estar. En equilibrio, en armonia, en orden. Suspiró y se alejó del lugar con serenidad en su alma...
Sandro despertó... ¡se había vuelto a quedar dormido en la Biblioteca! Leyendo aquel libro de historia que... un momento... por unos segundos le pareció leer en aquel libro:
Congratulaciones Sodal, has conseguido llegar al siguiente círculo del conocimiento...
Se restregó los ojos y cuando volvió a abrirlos ya no había nada, sólo la historia de Doissetep. Igualmente, aquella sensación de serenidad y paz aún estaba con él.
Enhorabuena! Tienes Areté 4