Tras fijar su mirada Danica en el inquisidor, este comenzó a moverse con cierta soltura. Buscó entre los restos del restaurante un par de bolsas y ambas las cargó con la comida que habían encontrado en sendos restaurantes. Así llenó dos bolsas y quedó a la espera.
Cuando todos retomaron sus pasos al barco, se limitó a seguirles. Las calles eran silenciosas y con un inquisidor a sus espaldas aún más. Casi podían oír sus pasos retumbar cuando caminaban sobre el asfalto. En apenas unos minutos volvieron donde habían dejado a Merkel, que parecía afilar un cuchillo, sentado en la cubierta del barco.
Collins fue el primero en ascender la rampa que daba acceso al barco, sonriendo a Merkel.
Te hemos traído algo de comida, suficiente para todo el viaje – Dice, señalándole las bolsas que traía consigo el strigoi – No te preocupes por él, no lo habríamos traído si resultase peligroso.
Tras echarle una mirada el inquisidor dejo las bolsas a los pies de Merkel, y acompañó al profesor hasta la borda de proa, donde Collins se quedó apoyando, mirando la ciudad.
Tobías todavía podía pensar como un humano, aunque no sabía cuanto duraría eso. Merkel necesitaría alimentos para el viaje y ellos... bueno, ellos se acababan de alimentar. Iba a ser una prueba de fuego lo que aguantarían.
Se había encargado de escoger comida que podía durar varios días. Cosas enlatadas.
Collins se había llevado a la criatura hasta el barco. —¿Y vas a poder controlarlo cuando estés dormido? —¿Y si el maestro está mirando por sus ojos? —Acaba con él, anda, ya podrás pillar otro cuando haga falta. No hay escasez de ellos precisamente.
Sería un peligro para Merkel si no, y para todos si lo mataba. Tobías quería llegar cuanto antes de vuelta con Setrakian. Quería acabar con el monstruo que había creado a los Strigoi.
El profesor frunció el ceño ante las palabras de Tobias, entre extrañado y molesto.
Los strigoi duermen por el día al igual que nosotros, no creo que haya problema con eso. De cualquier manera la cercanía de mi presencia será suficiente para tenerlo a raya, este dormido o despierto. Además, por muchos strigoi que haya desde aquí hasta nuestro destino dudo que tengamos la oportunidad de detenernos diariamente y encontrar a un inquisidor cada vez. Prefiero quedarme con este.
Syria no dijo nada durante la recolección de alimentos de la presencia del Inquisidor manso, ni en el tramo en el que les acompañó hasta el barco. Pero hasta ahí. Cuando vió que Collins no hacía nada al respecto y se empecinaba en su intención, se mostró a favor de la moción de Tobias.
- Todo este jueguecito ha tenido gracia, pero se acaba aquí. Está claro que él no puede subir al barco. - dice seria mirando tanto a Collins como a Dánica, que también parecía divertirse con aquel amasijo de carne y parásitos - No nos acompañará más. Tobías tiene razón, no vamos a correr ese riesgo y no admito un no por respuesta - podía ser tomado como se quisiera, por las malas o por las buenas. Pero ese bicho no montaba. -
Entregó a Merkel la comida que el inquisidor tenía en las manos, un par de bolsas repletas de cosas. Debía tener hambre y le preocupaba. Eso es algo que no desaparecería, o eso esperaba.
Collins seguía en sus trece. Como un niño obstinado. Syria al menos seguía razonando, no había bajado a un razonamiento infantil... y dejaba las cosas claras. Tobias trató de explicarle las razones (que había muchas) por las cuales era mejor dejar a la criatura en tierra.
—Si los Strigoi durmieran por el día, los humanos los hubieran exterminado sin problemas hace mucho. La luz del sol les mata, pero pueden actuar por el día, creo que se diseñaron como protectores —Tobías no tenía muy claras las enseñanzas del sueño. —Y eso de que la cercanía de tu presencia será suficiente... ¿Cuántas veces nos ha engañado ya el Maestro? Los usó hasta con bombas atadas a ellos. Joder, que vamos en un barco, sólo tiene que recupera el control y abrir un agujero en el fondo por el día cuando estemos en alta mar.
—Venga, ya podrás pillar otros después de que estemos a salvo nosotros y las estatuas en el refugio... experimentar está bien, pero te pones guantes por algo.
Collins soltó un suspiro tan sonoro como innecesario ante las palabras de Syria, y se quitó las gafas con irritación.
No es un jueguecito, es un sujeto de estudio, una herramienta. ¿Planeáis que marchemos directos hacia el maestro para matarlo pero os negáis a comprender como funcionan sus criaturas, su vínculo con ellas? ¿Sabéis acaso los efectos que podría tener la muerte del Maestro en los strigoi , como afectaría el corte de ese vínculo? ¿Por qué este afán por mantenerse en la ignorancia? ¿Por miedo? Somos dioses comparados con estas criaturas, ¡Dioses! Podría tener todos y cada uno de los strigoi de esta ciudad metidos en este barco y ni uno solo de ellos tendría la oportunidad de considerar siquiera hacerme daño, ¡Y sin necesidad de abrir la boca para conseguirlo! ¡Podría hacer estallar su cabeza con mis propias manos y una pizca de sangre! – Dice, señalando al impasible inquisidor - Y vosotros pretendéis que me deshaga de uno de los mejores especímenes que puedo conseguir para mis estudios porque le tenéis miedo. Tendrás que usar argumentos más convincentes que tu cobardía para ello, Syria.
Dijo esto último mientras se plantaba frente a Syria con las manos juntas en la espalda, aunque no pudo evitar lanzar una mirada de reojo a Danica. Tobias intervino, y el presento algún argumento. Collins se mostró pensativo durante unos segundos.
¿Cuantas veces nos ha engañado? Ninguna. No a lo que somos ahora. Estas bestias tienen más años que las civilizaciones conocidas más antiguas... Lo que vive en nosotros habría ardido al sol hace milenios si estas bestias se libraban de su control cada vez que salía el sol. Son solo peligrosos para los humanos, no para nosotros.
Danica había hecho el camino hasta el barco distraída, en parte con la mente del inquisidor y en parte por vigilar los alrededores a cada paso, aunque eso era más un deje de deformación profesional, más automático que meditado.
Al llegar al barco empezó a caminar hacia la cubierta, con toda la intención de acodarse en la barandilla y desentenderse de todo un rato, pero escuchó cómo los otros empezaban a discutir sobre la nueva mascota de Collins y detuvo su caminar para alternar su mirada de uno a otro a medida que iban hablando. Una fuerte sensación de déjà vu la invadió y su mente se evadió. Escuchaba todavía sus voces, pero había cerrado los ojos. No eran sus compañeros de expedición los que discutían. Eran la soberbia, la envidia. El miedo, un terror cerval que no se podía comprender desde un cerebro humano, pues era en parte instintivo y en parte demasiado grande. El miedo que sólo puede sentir quien no tiene nada que temer, quien es eterno, inamovible, inmortal.
Cuando los abrió de nuevo lo hizo de golpe, con las pupilas tan dilatadas que apenas quedaba un fino aro verde a su alrededor.
—Hay cosas que no cambian aunque el mundo ruede —dijo, con la voz áspera—. Errores que vuelven y se repiten en una rueda infinita. Parad —pidió—. No os volváis unos contra otros. Sed mejores esta vez.
Llevó la vista hacia el suelo por un instante y luego miró al inquisidor mientras seguía hablando, mucho más y más elaborado de lo que Danica solía hacerlo.
—He estado en su mente, he buceado en sus recovecos. No es peligroso —aseguró—. Tiene la voluntad justa para controlar su hambre, ni un ápice más. Cualquiera de nosotros puede controlarlo con el dedo meñique, dormido o despierto. Probadlo si no me creéis —ofreció, haciendo un gesto con la mano hacia el engendro—. Todas las monedas tienen dos caras. Si el maestro puede usarlo para encontrarnos, nosotros podemos usarlo para encontrarlo a él. Si le tenéis miedo, encadenadlo durante el día. Vendad sus ojos. Pero sabed que no hay cadenas más fuertes que nuestra voluntad para mantenerlo inmóvil.
No se quedó a comprobar si le hacían caso o no. Tenía la curiosa sensación de estar acostumbrada a que nadie escuchase sus palabras, aunque en realidad la exploradora no solía pronunciar demasiadas y cuando hablaba sí era escuchada, pero esa sensación era pegajosa, teñida de inevitabilidad, y venía de dentro. Venía de él. Continuó su camino hacia la barandilla y se acodó en ella, dejando que su mirada se perdiese en los reflejos que la luna dejaba en la superficie del mar.
Merkel escuchó el debate dialéctico. No tenía ni idea de lo que había pasado, pero no se sentía cómodo con un inquisidor a bordo. No sabía exactamente sobre el alcance del nuevo poder de sus compañeros, pero no se iba a jugar la vida mientras los transportaba de vuelta a Prypiat, o lo intentaba.
-Preferiría si no sube a bordo- dijo como opinión, porque no quería contrariarles. Había visto lo que le había pasado a sus compañeros soldado. Se encontraba frente a dioses de la muerte y de la vida, más de lo primero. Eran ellos, pero en el fondo eran un poco como los strigoi, bestias sedientas de sangre.
Merkel no sabía si aquella lucidez de sus compañeros sería temporal, o quizás quedarían con aquella capacidad de razonamiento siempre. Había estado en aquella cueva cuando las estatuas tomaron control de sus compañeros. Había visto cómo perdían el control atacando a los militares y tratando de alimentarse de ellos. Aún no comprendía como él había podido seguir vivo, pero así era. No quería tentar más su suerte, que Setrakian se encargara de los pormenores.
-Dutch mandó una señal de radio, anunciando nuestra llegada a Prypiat. Así vendrán con un par de camiones para poder llevar las estatuas- añadió Merkel, pues la susodicha estaba ocupada en ello. –Solo falta que vuelvan Damon y Heikki y podemos partir, espero que no tarden…
Edité posts porque Dutch está en el barco en realidad, aunque Fenris estará off hasta la semana que viene.
La llamaban cobarde y algo dentro de ella se removió de forma muy humana. Algo caliente y voraz, la rabia, que se encontraba con la calma de un ser frío y muerto. El contraste evita que lleve las cosas a mayores y que únicamente haga rodas los ojos, poniéndolos en blanco.
- Me suda la polla que penséis que es cobardía, para que me entendáis - porque tenía motivos par negarse, mucho mas allá de que le diera miedo aquel gusano. Si sentía miedo no era por algo propio, sino por algo externo. Una debilidad llamada Merkel. Se cagaba en su puta vida - Tenemos un humano a bordo, está solo y aunque de sobra se lo capaz que es, mejor prevenir a arriesgarnos y joderlo todo por un jueguecito de mierda.
Dánica tambien hablo de miedo y Syria volvió a no tratar de convencerles sobre aquel motivo tan superficial. Les decía que no discutieran, pero era algo inevitable. Algo que siempre acabaría pasando, como un choque de titanes. Lo que si le quedó claro que no era momento ni lugar para una pelea entre ellos, por eso cedió lo justo.
- Él tampoco quiere. - refiriéndose a Merkel - Si cuando vuelva el resto la mayoría dice NO, será NO. Pique lo que te pique, tendrás que buscarte otro perrito. - mira finalmente a Collins.
Collins escucho en silencio a Danica, y pareció que se relajaba un tanto. Echo una mirada a Merkel cuando este dio su opinión sobre el strigoi, pero no altero su actitud. Cuando hablo Syria la cosa fue diferente. Frunció el ceño inmediatamente ante las expresiones que usaba y el tono que empleaba, y para cuando terminó de hablar el profesor mostraba una sonrisa tan tensa que casi se podía escuchar crujir sus dientes de lo apretados que estaban.
Está bien, está bien… - dijo en un tono conciliador que poco reflejaba en sus ojos – Siempre he sido más dado al consenso que a la democracia pura, señorita Keogh. Si tanto inconveniente va a ser mi “perrito”… me buscare otro.
Mientras Collins hablaba, el strigoi comenzó a moverse. Para cuando el profesor termino de decir la palabra “otro”, se escuchó el sonido de un zambullido poco elegante. Había ordenado al inquisidor saltar al mar, y así lo hizo. Tras zanjar el asunto, Collins se colocó al lado de Danica, junto a la barandilla.
Poco había tardado Danica en pedirles que se relajaran y a Collins no le quedó otra que, al menos, intentarlo. Sabía que él tenía razón y que las reacciones de Syria y Tobias eran completamente ridículas fruto de la ignorancia y muy a buen seguro de la envidia. Pero le había dicho que esta vez las cosas serían diferentes, y así intentaría que lo fuesen.
De Merkel esperaba el miedo al inquisidor… A fin de cuentas seguía siendo un humano, por lo que no le tuvo en cuenta el no querer al strigoi en el barco… pero entonces habló Syria. Tan zafia como siempre, y con qué prepotencia le hablaba. En el pasado Collins habría respondido ante el desprecio y la provocación pidiendo disculpas o dándole la razón, emasculándose a sí mismo socialmente hablando. Ahora su sangre bullía, y se sentía tentado a agarrar a esa mujerzuela por los pelos y arrastrarla por toda cubierta mientras la obligaba a suplicar su perdón. Pero pese a que parecía estar muy en el fondo del alma de esa zorra, sabía que Ravana saltaría a su cuello si le ponía la mano encima.
Pero, oh, podía hacer mucho más daño sin necesidad de ponerle las manos encima. Muchísimo más. Quería que buscase a otro perrito… Y ya lo había encontrado.
Veremos qué es lo que “pica” cuando tenga a tu querido Merkel ladrando para mí.
Merkel no quería tampoco al bicho como era lógico, Syria insistió y Collins por fin lo tiró a la bahía. No era miedo, la criatura era débil. Pero ninguna precaución era demasiado poca.
—En cuanto lleguemos a nuestro destino y a tierra firme, Collins, podemos conseguir otro —le dijo Tobías— puedo ayudarte si quieres, o a investigar después, después de todo, soy... era... médico.
No sabía muy bien como tomarse lo que acababa de decir. Quizá el ser que vivía en la cabeza de Collins sabía también de medicina.
—Esperemos a Damon y a Heikki, cuanto antes vengan, mejor.
Quería partir, entregar las estatuas a Setrakian y planear un ataque contra el Maestro. Tenía ganas de acabar con él.
Los ojos de Danica se perdían en el rielar de plata sobre el oleaje. Una parte de la exploradora seguía de duelo por su Nissiku, otra se dolía por todos los Nissikus, pasados y futuros. Desde el borde de la cubierta escuchaba la conversación entre los demás, desde allí escuchó el chapoteo y para cuando Collins se acercó a ella, ya se había dibujado una sonrisa en sus labios.
—Bien hecho —susurró hacia el profesor, sin llegar a mirarlo. Hizo una pausa y añadió algo más—. ¿Habías visto alguna vez algo tan hermoso?
No llegó a especificar si se refería al paisaje, a los rayos argénteos que ahora era capaz de ver como nunca antes había podido, a la mente del inquisidor o a cualquier otra cosa. Sin embargo, su sonrisa se ladeó un tanto con aquella pregunta, como si un chiste interno la divirtiese.
Miró a Danica cuando le lanzó la pregunta, para después observar el horizonte y el paisaje que tenían frente a ellos. Tardó unos segundos en volver a mirar a la exploradora.
No con estos ojos – murmuró antes de mirar hacia el oscuro mar sobre el que flotaba la pequeña embarcación. Casi sin darse cuenta dejo que las gafas resbalasen de sus dedos cayendo al agua.
No tengo ni idea de a que te refieres. Eso fue lo que le hubiese gustado decirle, pero sabía que Danica no le respondería de la forma que le gustaría. Seguramente solo cambiaría su extraña sonrisa por una aún más sarcástica o peor, triste. Quizás si él también se mostraba innecesariamente ambiguo la muchacha se quedaba contenta.
Miro hacia al mar, pero lo que estaba observando eran sus propias manos, las gafas que sostenía. Que innecesarias, pensó. Se sentía cómodo con ellas cuando se engañaba a sí mismo, actuando como hubiese actuado el viejo Collins. El débil profesor había muerto, literalmente, y había despertado con el alma de una sociópata milenaria, probablemente la mayor zorra vengativa de la historia. Pensó que si veía el mundo a través de esos cristales lo vería como lo veía Richard Collins, el profesor, con su alma aún entera. Y por eso mismo las soltó. Lo único que conseguía con ellas era ver el mundo ligeramente borroso.
Collins dejó caer por la borda al inquisidor, seguido de sus gafas. Merkel suspiró aliviado de saber que no tendrían que llevarlo a bordo. Podían ser lo que quisieran sus nuevos compañeros, pero tener una alimaña como esa a bordo no lo dejaba tranquilo, no podría ni dormir tranquilo. Sentía que era mejor siendo pasto para los peces, si es que estos podían aprovechar algo de tal ser.
-En cuanto venga Damon nos marchamos, atravesaré el Mar Negro y esperaré que se haga de noche antes de desembarcar en Odesa- informó a los presentes.
Damon no tardó en volver, con pasos tranquilos y con aspecto taciturno. Parece que venía solo, ni rastro de Heikki. Quizás no habían ido juntos después de todo. Quizás se habían separado en algún momento. O quizás…
El psiquiatra no dio detalles, solo dijo que debían partir pues el finlandés no iba a volver. No hubo muchas preguntas, ni mucha conversación, pues Merkel hizo como se le pidió y arrancó el barco dejando atrás Turquía. La noche quedó perturbada en la ciudad y durante días se hablaría de lo ocurrido en aquella terraza aquella noche. También de los restos del inquisidor que se encontraron después, que nadie tocó y que el sol convirtió en cenizas cuando llegó la mañana.
Es porque llegaba la mañana que todos se retiraron de nuevo a la bodega. A resguardarse de los rayos del astro y a volver a dormir, si es que a eso se le podía llamar dormir.