Partida Rol por web

 Las bestias de Veddartha no eran necesarias, solo eran herramientas de miedo que una diosa como ella, que podía tener a toda la ciudad gritando su nombre en éxtasis con solo sonreírles, no solo no necesitaba, si no que se veía perjudicada por ellas. Troile estaba equivocada al decir que no relacionarían a las bestias con ellos. ¿Cómo no iban a hacerlo, cuando estaban creadas para amedrentar al ganado en su nombre? A ojos de sus hermanos servían como perros de presa, pero para los humanos eran algo más, eran heraldos del poder que tenían sobre ellos, en su versión más negativa, la que los convertía en bestias inhumanas. Y querían pensar nuevas formas de empeorarlo.

Pero de nada servía ponerse a discutir sobre la necesidad de eliminarlos completamente. Veddartha había tomado su decisión, y esas bestias seguirían en la ciudad se hablase lo que se hablase, y la única forma de impedirlo sería matándolos y entrando en conflicto con su creador. Mejor tener voz en su desarrollo, mejor poder controlarlos y usarlos para protegerse de sus hermanos.

Si la idea de aquellas cosas seguía sobre la mesa y la mayoría parecía estar de acuerdo, Ravana aportó su opinión en la nueva ronda de comentarios. Empezaba a estar cansado de todo ese asunto.

- Y que no sean capaces de reproducirse por su cuenta, que las nuevas criaturas solo puedan ser creadas por nosotros y no entre ellos mismos - dijo, en pos de evitar posibles problemas futuros. - Un control absoluto sobre ellas, en definitiva. 

Tras hablar miró a Ennoia, esperando su aportación al respecto aunque bien se podía imagina que estaba pasando ahora mismo por aquella cabeza. 

Las palabras de Saulot llegaron y no fueron decepcionantes, al contrario. En los labios de Malkav empezó a gestarse una pequeña sonrisa, pero no había alegría en ella, sólo comprensión. La de quien ha visto demasiado y ya sólo puede resignarse a ser su propio monstruo al otro lado del reflejo. La de quien ha estado del derecho y del revés y se mece en el fino hilo entre la iluminación y la locura. A ratos más sabio y a ratos más demente, pero siempre visionario. Asintió con la cabeza y sus ojos inquietos siguieron la conversación entre sus hermanos. 

Miró a Lucian y ladeó un poco la cabeza con curiosidad. Si su hermana era dorada como el sol y él poseía la plata de la luna, él era el rey de las tinieblas. Contrario, irreconciliable, pero también necesario y complementario. Sin embargo, lo que decía en ese momento hizo brillar los ojos de Malkav y a raíz de eso se quedó prendido de sus propios pensamientos durante largo rato.

Su mirada todavía seguía las voces a medida que Veddartha trataba de guiarlos hacia asuntos más prácticos, pero su mente no estaba ya con ellos. No le interesaban los detalles que pudieran acordar pues el tiempo seguiría siendo tan inexorable como la rueda de su hermano. El tiempo siempre lo rompía todo, desgastaba la piedra, secaba los ríos, diluía los acuerdos, fragmentaba las mentes. Y sólo a veces reconstruía después lo que había deteriorado, pero cualquiera que hubiese tratado de reparar una vasija hecha pedazos sabría que las grietas nunca desaparecían del todo. 

Movió un poco la cabeza dejando que su melena de plata se derramase entre los dedos de Saulot. Era una caricia agradable; un leve consuelo que no era capaz de llenar el vacío abismal al que se asomaba cada vez que se hacía consciente de que todo su mundo iba a ponerse del revés, cuando las amapolas empezasen a derramarse por la ciudad. Casi ninguno comprendía sus advertencias. 

Malkav, Ravana, Arikel, Haquim, Saulot... todos tenían sus propias razones para librarnos de las aberraciones, o simplemente no les gustaban. Algunos de ellos las expresaban de forma demente o poética, dependiendo del daño que habían recibido sus espíritus. Baal no confundía la locura son sabiduría, a veces el loco sabía algo y no lo expresaba. Otras veces... otras veces simplemente estaba loco. 

Ravana tomó la palabra, dando forma a nuestros pensamientos. 

—Yo también voto a favor de su destrucción. Eso nos hace más daño que bien —miró a Lucian—  Que nos teman... y que nos amen —las dos cosas juntas se unían en adoración. 

—La mejor modificación es prenderles fuego. Tener unas cuantas para una emergencia podría ser útil. Usarlas a menudo sólo nos debilitaría.Si queremos poder, los humanos están deseando obedecer,pero obedecerán a líderes a los que teman y puedan a la vez amar, no a algo que estén seguros que son monstruos horripilantes. 

Sí, había disensión entre los vástagos jóvenes, entre los humanos. Pero la vida no era inmutable. Siempre habría problemas, los monstruos sólo los acrecentarían. 

Ennoia habló y aportó lo que a ella le concernía.

-Que esos bichos no puedan infectar o alimentarse de animales. Que dejen a toda criatura de Gaia en paz y si llegaran a probar una gota de su sangre, que mueran con terrible dolores. No habría nada peor que uno de esos seres libres diezmando los bosques y las llanuras, convirtiendo lo que vieran a su paso en muerte y putrefacción- las palabras de Ennoia sonaban a enfado, como si ya se imaginara a los strigoi campando por la naturaleza y arrasando todo.

Era probable que ya hubiera visto alguno acabando con la vida del ganado para saciarse ante la prohibición de tocar humanos sin una orden previa. De poder elegir los destruiría como Baal decía, pero no habían dado esa opción.

Que Baal se cegara y no aportara nada constructivo sabiendo que no había opciones, le molestaba. Era como si solo se viera a sí mismo y diera toda la importancia a sus artes oscuras. Debía saber que las cosas terrenales eran más importantes, que lo único que podían permutar era lo que les rodeaba y no los delirios insanos basados en demonios que se doblegarían a su voluntad.

¿Quién ha visto nunca un demonio? ¿Por qué se arrodillarían ante nosotros?

-Que podamos crear al menos dos rangos diferentes de esas cosas, la carne de cañón y algo por encima con algo más de razonamiento o control. Eso nos permitiría liderar ejércitos si fuera necesario y una facilidad de control- aportó Haqim sin mirar mucho a Baal y tomándolo por un necio.

-Ya hemos discutido eso, Baal- le replicó Verddatha y negó. –Si quieres quedar fuera de esto y marcharte a una cueva a elevar tus cánticos a los ángeles, los demonios, o a dragones escupe fuego, hazlo ya. Queremos mejorar lo que tenemos y no hay más discusiones aquí al respecto.

Algunos seguían empecinados en destruir, parecían no escuchar lo que allí se estaba hablando, pues aún no se habían enterado que tal opción no estaba sobre la mesa. Hasta Ennoia lo había entendido. En ningún momento Ravana era entusiasta de lo que tenía delante, pero la mayoría parecía fascinada con la idea y veía imposible luchar en contra de la marea, al menos sin entrar en una guerra interna, y eso era lo último que necesitaban ahora. 

- Ahora ¿alguien más tiene algo que decir? - miró sobre todo a quien no había aportado sus opiniones o condiciones para con las bestias. Aportando algo todo, darían algo de equilibrio a un engendro que ahora mismo no lo tenía.

Verddatha se reía, pero yo sabía la verdad, o al menos la investigaba. —Igual que quieres crear monstruos obedientes, alguien nos creó a nosotros antes. No puedes negar eso. Hay fuerzas ahí fuera que harían palidecer a todos los que estamos aquí. Y al menos ellos crearon algo bello y con capacidad de elección. 

No como estos los monstruos deformes. 

Pero daba igual, ya me habían provocado. Y a ninguno de ellos les gustaba tratar el tema. Lo esquivaban todo lo que podían, no podían mirar la verdad a la cara. —Bah, haced lo que os de la gana. 

Y no parecíamos poder pararle.Por alguna razón, a pesar de que había más de los nuestros a favor de destruirlos que de crearlos, el miedo a no enfrentarnos y su determinación ciega inclinaba la balanza a su favor. Si al menos los que sólo hablan en jeroglíficos se hubieran posicionado en vez de retorcer sus palabras para darse importancia. 

Arikel cruzo los brazos bajo su pecho, haciéndolo sobresalir aún más, distraída. Asintió a las propuestas de sus compañeros, salvo cuando Baal hablo de destruirlos, lo que le hizo poner los ojos en blanco.

Porque lo de que no sean horripilantemente feos lo descartamos, ¿no?

Así quedó todo hablado y Tzismice fue evidente y trabajó para complacer a sus hermanos. Haría todo lo que le habían pedido y el resto quedaría a su discreción pues él era el que modificaba todo. Tampoco tendría que rendir cuentas a nadie sobre esos cambios si nadie notaba ninguna diferencia en realdiad. Pequeños toques personales de los que podría disfrutar.

Todos se retiraron a sus respectivos quehaceres, más importante como la justicia y guardias de la ciudad como Haqim alardeaba llevar a cabo, a pensar dulces o delicadeces que pudiera disfrutar para regodearse en su hedonismo como era el caso de Arikel.