LAS CIUDADES-ESTADO
El Imperio de Akkad, aunque unido por la férrea voluntad de Sargón, no es más que una miríada de ciudades-estado rivales. Sus odios se remontan en algunos casos hasta antes del Diluvio y, si pudieran, estarían en guerra continuamente unas con otras.
Son comunidades autosuficientes, insulares y con un fuerte sentimiento de identidad nacional. Excepto Assur, no comercian prácticamente unas con otras, y la mayoría de los habitantes no han pisado jamás ninguna otra ciudad. Los más incultos de entre sus ciudadanos, especialmente los Mushkenu, ni siquiera creen que existan otras ciudades y, de hacerlo, piensan que por fuerza han de ser inferiores a la propia.
Las ciudades-estado se extienden de forma natural entre los cauces del Idigna y el Buranum, a lo largo de su recorrido. Desde la más septentrional, Niniveh, hasta la más meridional, Eridu. Su población varía mucho, pero siempre es bastante grande: desde los aproximadamente diez mil habitantes de la devastada Sippar hasta los más de un millón que habitan en la inmensa Nippur.
La ciudad es la civilización. El Imperio de Akkad se fundamenta en sus ciudades, que protegen y aíslan a los que en ellas habitan de los peligros y la barbarie que acechan en el exterior. No sería una exageración decir que prácticamente todos los súbditos de Sargón viven en estas urbes, ya que menos de la décima parte de la población no pasa las noches protegidos tras sus fuertes murallas.
Aunque el tamaño y la planificación urbana de cada ciudad presenta diferencias radicales con respecto a los de las demás, hay ciertas características comunes a muchas de ellas; la gran mayoría de ciudades-estado del Imperio están divididas en una serie de distritos, o zonas, claramente diferenciados: el palacio, el Ziggurat, los barrios nobles, los arrabales, el mercado y el karum.
El palacio
El palacio es el centro de gobierno de una ciudad. En él se encuentra la residencia de su gobernante, el Ensi o Rey Brujo, y en ella viven tanto él mismo como su familia y otros parientes más o menos cercanos. Aunque estrictamente hablando el palacio es únicamente el edificio en el que habita el Ensi, la mayoría de los ciudadanos entienden que cuando uno habla de él en realidad se está refiriendo también al resto de estructuras que lo rodean.
Qué edificaciones rodean cada palacio, así como el estilo arquitectónico y las dimensiones del palacio propiamente dicho, depende de las preferencias personales de cada Rey Brujo y de la tradición de su familia. Sin embargo, hay ciertas instalaciones que se encuentran siempre presentes: los edificios administrativos y los cuarteles.
El Ziggurat
Si el palacio del Rey Brujo es el centro del poder político de una ciudad, el Ziggurat lo es del poder religioso. Cada ciudad cuenta con uno, y es un monumento inconfundible; una pirámide escalonada de enormes dimensiones, que se yergue como un gigante sobre la marea de hormigas que son los edificios que lo rodean. Imposible de perder de vista, su sombra marca el paso de las horas y su mera presencia hace que sea difícil perderse en una de las ciudades-estado de Akkad. Los más grandes pueden superar los cien metros de altura, y se dice que el Ziggurat de Nippur supera los doscientos.
El Ziggurat es siempre el templo del dios local. Más aún, es la casa de dicho dios, que habita realmente en su interior. Por esta razón, aunque una divinidad puede tener templos en muchas ciudades, sólo tiene su auténtico hogar en una de ellas.
Al igual que el palacio, la forma exacta del Ziggurat es distinta en cada ciudad, variando el modo de acceso al mismo, el número de niveles de los que consta, sus tonalidades e incluso la forma de su planta.
Barrios nobles
Avenidas anchas y limpias, bordeadas por tamariscos que ofrecen su dulce sombra a los que las recorren. Magníficas viviendas, amplias y rodeadas de jardines. Fuentes de agua perfumada, de libre uso para todo Awilu que se acerque a ellas. Guardias recorriendo con paso firme pero tranquilo las calles, asegurándose de mantenerlas seguras y tranquilas. Ésta es la imagen que dan los barrios nobles de las ciudades de Akkad, la de un paraíso en la tierra.
Situados siempre en la mejor zona de la ciudad, lejos del ruido y los desagradables olores de los arrabales, los nobles Awilu hacen su vida cómodamente y sin preocupaciones. Cerca tanto del Ziggurat como del palacio, habitan en enormes mansiones y dedican su tiempo a ocios decadentes, la política o cotillear sobre sus vecinos.
Estos barrios tienen siempre una estructura muy bien planificada, con calles distribuidas cuidadosamente y especialmente pensadas para facilitar un acceso cómodo y rápido. Cualquier construcción nueva de cualquier estructura ha de ser convenientemente aprobada y bendecida por las autoridades.
En este distrito sólo viven los Awilu y aquellos esclavos que desean mantener cerca, ya sea porque se encargan del mantenimiento de los hogares de sus amos o realizan cualquier otro tipo de tarea doméstica. Sin embargo, no se acostumbra a hacer un control sobre qué esclavos entran o salen de los barrios nobles, al menos de día. Sólo en los casos en los que algún viandante resulte especialmente sospechoso los guardias le detienen para averiguar sus intenciones.
En este distrito sólo viven los Awilu y aquellos esclavos que desean mantener cerca, ya sea porque se encargan del mantenimiento de los hogares de sus amos o realizan cualquier otro tipo de tarea doméstica. Sin embargo, no se acostumbra a hacer un control sobre qué esclavos entran o salen de los barrios nobles, al menos de día. Sólo en los casos en los que algún viandante resulte especialmente sospechoso los guardias le detienen para averiguar sus intenciones.
Sin embargo, de noche la cosa cambia. Las puertas de las casi omnipresentes murallas que separan los barrios nobles del resto de la ciudad se cierran a cal y canto. Muy buenas razones habría de tener alguien que no fuera un Awilu para que se le permitiera el paso. Aunque, por muy seguros que se sientan los nobles, siempre hay quien encuentra formas de entrar y salir sin ser visto.
Arrabales
Si los barrios nobles son la imagen del lujo y la opulencia, los arrabales lo son de la pobreza y la miseria. En estas barriadas hacen su vida la mayoría de los esclavos. Caminan por calles sucias y estrechas, por algunas de las cuales ni siquiera cabría un animal. Sus cuerpos se apelotonan unos contra otros, y pasan las noches en humildes viviendas, si es que se les puede llamar así. Las casas se amontonan, compartiendo muros para ahorrar en lo posible y con pequeñas puertas como único acceso al interior de las mismas.
En el mismo espacio que disfrutaría un Awilu de los barrios nobles habitan decenas o incluso cientos de Mushkenu. En los arrabales tienen la desgracia de vivir la mayoría de los esclavos; aquellos que son lo bastante poco afortunados como para no tener su hogar cerca de sus amos. Casi todos ellos se dedican a duras tareas físicas, como el cultivo, la minería o la producción de bienes.
Mercado
Tan bullicioso como los arrabales, pero por otros motivos muy diferentes, es el mercado de una ciudad. En esencia no es más que una enorme plaza vacía, que siempre se ubica cerca tanto de al menos una de las puertas de la ciudad como del karum de los Assures, pero en ella se llevan a cabo actividades de una enorme importancia.
Sobre su superficie cientos de comerciantes montan sus puestos a diario, e infinidad de emprendedores ofrecen sus servicios. Lo mismo puede encontrarse en el mercado a un nómada Uridimmu que intenta conseguir un buen cambio por su camello, como un Fenicio que inspecciona impertérrito una partida de esclavos con ojos inquisitivos.
Aquí se llevan a cabo todo tipo de trueques, desde los más humildes, como pieles de oveja a cambio de cebada, a los más extravagantes, como un elefante albino por una espada de hierro ricamente enjoyada. Pero los negocios más tradicionales no son los únicos que se dan en el mercado, a pesar de lo que el nombre pueda sugerir. También es habitual ver mercenarios reunirse en torno al poste de reclutamiento, adivinos que ofrecen sus servicios a todo el que pasa o atrevidos tahúres organizando timbas de juegos de azar. Y de otras actividades comerciales es mejor no hablar.
El karum
El karum, a pesar de tratarse de uno de los distritos de menor tamaño de cada ciudad, en algunos casos incluso más pequeño que el mercado, resulta fundamental para el buen funcionamiento de la misma. El karum es el barrio destinado a los comerciantes de Assur que están en ese momento en la urbe, y sus dimensiones, aunque proporcionales a la ciudad en la que se encuentra, pueden variar mucho en función de si es o no un importante enclave comercial.
Siempre está separado del resto de la ciudad por una muralla propia, y a menudo está situado cerca de una de las puertas de entrada a la metrópoli. Aunque físicamente puede considerarse que está dentro de los dominios del Rey Brujo, en realidad éste no tiene ninguna potestad sobre lo que ocurre dentro de un karum. Los Assures tienen su propio gobierno, sus propias leyes e incluso su propia guardia y fuerzas armadas.
Los conflictos que se originan dentro de un karum nunca salen de él, y lo que fuera del mismo es perseguido, en su interior puede ser ignorado. Más de un fugitivo se ha aprovechado de esto para intentar huir de la justicia de Akkad refugiándose tras sus muros. Sin embargo, dado que estas acciones tienden a despertar las iras de personas a las que los Assures no desean importunar, se cuidan mucho de reducir estos incidentes al mínimo imprescindible. Aunque ya se sabe que los discípulos de Ashur son ante todo comerciantes, por lo que por un precio adecuado cabe la posibilidad de que los guardias o gobernantes decidan correr el riesgo.
Kish
Al contemplar en un mapa la localización de la ciudad de Kish, alejada de los dos ríos, un viajero que no la conociera podría pensar que es pobre y se halla en decadencia, o quizá incluso en ruinas. Pero la realidad es bien distinta.
Kish es un vergel, un oasis en medio del desierto en el que la vegetación abunda, llenándolo todo de su lujuria y su perfume. Sin embargo, a pesar de que todos los que la han hollado coinciden en este aspecto de la ciudad, son comunes tanto las descripciones que tildan a este aroma de irresistible, como aquellas que lo califican de insoportable. Para algunos testigos Kish es un paraíso en la tierra, mientras que para otros es un lugar violento y hostil.
También son conocidos en todo el imperio los frutos de los árboles que adornan las calles de esta ciudad. Se dice que su sabor es exquisito, y algunos incluso afirman que, preparadas adecuadamente, pueden otorgar la inmortalidad a los hombres, como ya lo hizo el pan sagrado con los Dioses Antiguos. Tenga o no algo de verdad, esta teoría es algo imposible de comprobar por un extranjero, ya que las frutas, aunque se pueden conservar frescas durante meses dentro de Kish, se pudren al poco tiempo de abandonar los límites de la ciudad.
Tanta exuberancia procede de la generosidad de Shuk-Nippurash, la diosa de la fertilidad y el amor. Ejerce su patronazgo sobre Kish y vela por sus fieles, haciendo que no les falte de nada. En recompensa a tales dones, los habitantes de la ciudad reconocen que le deben a ella su existencia y la adoran con una fanatismo que raya en la locura.
Tanto es así que el culto a cualquier otro dios, nuevo o antiguo, está sumamente restringido dentro de los muros de Kish, llegando a ser prácticamente testimonial, sin lugares de culto. La única excepción a esta regla es el diminuto templo de Assur, que se ubica en uno de los karum más pequeños del Imperio. La Madre es una amante celosa, y exige toda la atención de sus fieles.
Sus sacerdotisas son las llamadas Gudapshu, y la más importante entre ellas, la suma sacerdotisa, ostenta también el cargo de Ensi de Kish. Además, tampoco existe una jerarquía de ministros y encargados seculares, sino que la administración de la ciudad es llevada a cabo totalmente por el templo. Es una situación única en todo el Imperio, ya que en ninguna otra ciudad se concentran en una sola persona las autoridades religiosa y civil. Es más, una acumulación de poder así está terminantemente prohibida, bajo pena de la ira del Emperador.
Lo cierto es que el dominio que ejerce Shuk- Nippurash en Kish supera al de cualquier otro dios en su ciudad. Además, esta diosa es una de las más populares del Imperio, y se empieza a rumorear que quiere extender sus regalos a otras ciudades cercanas, empezando por Nippur, la de las Mil Deidades. De lograrlo sería algo sin precedentes, que desequilibraría por completo el equilibrio de poder en Akkad.
Pero, ¿quién puede resistirse a los dones de la Madre?.
Assur
Assur es la más pequeña de las ciudades-estado del Imperio, pero al mismo tiempo es también una de las más importantes. Sólo se encuentra por detrás de Akkad, la capital, en este aspecto. Su reducido tamaño se debe a que, al ser una ciudad de mercaderes, la mayor parte de su población no suele encontrarse dentro de sus murallas durante la mayor parte del año. Muchos Assures ni siquiera han pisado en su vida el interior de la ciudad que les da nombre, dedicándose en su lugar a recorrer incansablemente las rutas comerciales que unen entre sí otras ciudades.
Y es que la ciudad de Assur domina un inmenso imperio comercial, compuesto por decenas, o puede que incluso cientos, de karum. Estos barrios de comerciantes son réplicas en miniatura de la ciudad de la que provienen, por lo que si uno quiere hacerse una idea de cómo es Assur, sólo tiene que entrar en el karum de su ciudad. Incluso algunas poblaciones que se encuentran más allá de la esfera de poder del Imperio, como Tadmor, que está situada en medio del desierto de Eria, cuentan con un karum.
Además, Assur no está dividida en los barrios nobles y los arrabales, como el resto de ciudades, sino que en su interior se mezclan ambos. Aunque los Awilu de Assur cuentan, al igual que sus contrapartidas de otras ciudades, con numerosos esclavos, los tratan de una forma que escandalizaría a más de un noble.
Algunas veces, y visto desde fuera, casi parece como si estuvieran manteniendo conversaciones con sus iguales. O con un empleado en vez de con un siervo.
Todos los esclavos viven cerca de sus amos y, aunque no dejan de pertenecerles, disfrutan de ciertos derechos. No han de temer por su vida, pues en Assur es ilegal matar a un esclavo sin una muy buena razón, y les está permitido tener sus propias posesiones, así como dirigir sus propios negocios aunque, eso sí, tienen que entregar un porcentaje considerable de los beneficios a sus amos.
A consecuencia de esto los Assures tienen mercaderes, comerciantes y agentes Mushkenu (e incluso Wardu) operando en lugares y situaciones que sus amos no podrían alcanzar. Tanto amos como esclavos salen beneficiados de una situación así, por lo que no ven por qué deberían cambiar su modo de actuar. Un esclavo contento trabaja mejor, y los fieles de Ashur aún recuerdan cómo se vivía antes de la conquista de Sargón.
Sin embargo, a pesar de todas las ventajas de las que disfruta un esclavo de los Assures frente a los pobres diablos de otras ciudades, no deja en ningún momento de ser propiedad de su amo. Su existencia no es sencilla y jamás podrán soñar con la libertad o con recibir el mismo trato que sus amos. Simplemente tienen una vida más cómoda.
Otra de las diferencias que caracteriza a Assur es su postura frente a los dioses. En su interior no se erige templo alguno en honor de los Igigu, los Dioses de las Estrellas, y en su lugar los Assures entregan su fe a Ashur, el señor de los comerciantes. Es más, el Ensi de esta ciudad es conocido como Isshiak Ashur, el “administrador de Ashur”, y suya es la tarea de asegurarse de que los designios de su dios para con su pueblo se cumplen. Su labor no es de índole religiosa, para eso ya están los sacerdotes, pero su título indica que debe gestionar correctamente las posesiones de Ashur.
Él es el único, aparte del círculo más interno del culto a Ashur, que tiene el privilegio de conversar directamente con el Anunnaki. Su voluntad es la del dios.
Lo cual hace que el comportamiento del actual Isshiak Ashur, Ashurbanipal, resulte como poco sospechoso. Su incansable búsqueda de documentos escritos en la antigua lengua ha llamado la atención de muchos. Especialmente por el hecho de que ni siquiera almacena aquellos volúmenes encontrados en su palacio, sino en una biblioteca fundada en la cercana Niniveh.
DEL DESIERTO DE ERIA Y SUS PELIGROS
Más extenso que el propio Imperio, más bello que la concubina de un rey y más despiadado que un campeón de gladiadores. El desierto de Eria infunde fascinación y temor a partes iguales en aquellos que lo Contemplan.
Es la frontera occidental de Akkad, y de su interior surgen tanto ricas caravanas cargadas de exóticos productos como fieros bandidos dispuestos a asesinar y saquear.
Cada pequeña parte de Eria es única y diferente a las demás. Desde las rocosas llanuras empedradas de las zonas más septentrionales hasta los mares de dunas del sur, la multitud de paisajes que el gran desierto
alberga en su interior puede dejar a poetas y sabios totalmente boquiabiertos.
Además, innumerables maravillas imposibles de encontrar en ninguna otra parte yacen ocultas en el inmenso Eria, protegidas de la vista y las depredaciones de los curiosos. Antiguos templos devorados por el batir de los eones, frondosos oasis brillantes como zafiros en un mar de fuego, dunas que cantan con una voz mágica al ser recorridas por el viento, cascadas ocultas que producen un arcoíris a la trémula luz de la luna y campos de rosas que sólo florecen una vez cada cien años.
Pero no debe pasarse por alto que Eria, a pesar de su belleza, es una amante violenta y temperamental.
Ardiente durante el día y helada durante la noche, esconde muchas sorpresas que pueden acabar con la vida de un viajero que no se adentre en ella debidamente preparado. Las súbitas tormentas de arena son los peligros más famosos, pero no los únicos.
Especialmente temible es la fauna del lugar, lo bastante dura e implacable para haber sobrevivido en un hogar tan hostil; desde el, en apariencia humilde, chacal, hasta el temido Eriamalaku, el Caminante de las Arenas que ha acabado con más de una expedición al llevarse a las bestias de carga.
Y todo ello sin considerar peligros de índole más sobrenatural, como los rabiosos *Galla.
* Galla: Demonios cambiaformas condenados a habitar el mundo de los mortales, se ven obligados a devorar la carne
y la sangre de los seres inteligentes. Ningún alimento puede aplacar su hambre y ninguna bebida puede calmar su sed. Están apresados en un mundo que desprecian y del que no pueden obtener sustento. Pero, como
inmortales que son, no perecen por falta de comida o agua, sino que continúan existiendo, llenos de rabia y frustración.