Partida Rol por web

El elfo se arrolla la con el cuello de la capota para taparse la cara al ver las vaharadas cada vez que respira. Sus compañeros han aguantado bien el ascenso: punto a su favor, pues aún no termina de fiarse de ellos. Es la primera vez en años que ha tenido compañía, y aunque no confía en que ésto vaya a perdurar, por lo menos que sea con gente segura y válida. De todas formas, sus andares no pueden igualarse a la gracilidad de los primeros nacidos, y mientras los demás se hunden en el suelo, la superficie parece sustentar los pasos de Fingofin.

Me acerco a la puerta el primero, y sin mediar palabra, pero dirigiendo una mirada a Mak, que parece ser una suerte de líder, hago la pregunta silenciosa de "¿entramos?".

Cuarto se alzo el cuello de la chaqueta que llevaba para protegerse del tiempo, solo faltaria que nevara en esa montaña para terminar de rematar el trayecto.

Le resulto curioso que el templo estubiera decorado con craneos, no propiamente dicho asi, sino que mezclaran de animales junto con humanos...era de extrañar sin duda.

El camino de cabras terminaba al fin. Había sido bastante sencillo de seguir a pesar de su escaso tamaño. Esas alimañas, las cabras, acababan con la vegetación por donde pasaban, fuera comestible o no. Se ajustó un poco más la capa para protegerse del frío y se pegó un tirón de la cuerda que llevaba al pecho como para recordarse que estaba allí.

Asintió a la silenciosa pregunta de Figofin. Miró al humano.

- A partir de aquí creo que te toca guiar a ti, Cuarto. – sabía que en terreno abierto él mismo era el mejor para guiar al grupo, pero una vez bajo tierra o en ruinas, el asesino era su mejor opción aunque estuviera lejos de ser un enano. Aquí ese bastardo que les había robado tendría ventaja, pero no iba a desaprovechar la oportunidad y no pensaba volverse con las manos vacías.

Cuarto avanza cauteloso traspasando la puerta del templo y llegando a una habitación cuadrada de unos 5 metros de lado. En el otro lado una enorme puerta de latón con dos hojas parece ser la única otra salida. El ambiente es frío pero, guarecidos de la nieve y el viento que lleva golpeándoles toda la mañana, se sienten un poco más seguros. La tranquilidad dura poco, porque al entrar el último miembro de la expedición el pesado rastrillo de latón cae con un desgarrador chirrido y golpea pesadamente el duro suelo de piedra.

A pesar de que mi vista es superior a la de los demás, mis ojos están acostumbrados a la luz tenue de las estrellas, no de los túneles de gusanos excavados por las razas inferiores.

Al percibir la inquietud de los demás, saco una antorcha de mi mochila y procedo a prender la brea con cuidado de no quemarme.

Me coloco junto a Cuarto sacando mi espada; ese rastrillo cayendo auguraba problemas. El elfo se encargaba de la luz. Mejor ahorrar antorchas de momento. No sabemos cuanto tiempo estaremos aquí abajo.

- Te cubro las espaldas – le indico a Cuarto como forma de decirle que puede avanzar cuando quiera.

Cuarto decide avanzar, paso a paso, examinando primero donde pone los pies, para evitar cualquier trampa mecanica que pudiera haber. 

Intentar pisar donde yo piso, por si acaso. 

Con los fósforos de Mak, el elfo no tiene problema en encender el combustible de la antorcha¹. La difusa luz ilumina los rostros de ambos mientras Cuarto avanza cauteloso hacia la puerta², dos pesadas hojas de latón que bloquean la salida sur de la sala. Con la ayuda de la antorcha los aventureros se percatan de que el suelo de la sala está lleno de diferentes objetos. Principalmente ollas de barro, muchas de ellas rotas y su contenido volcado, pero entre ellas se ven algunos esqueletos corroidos por el tiempo, quizás de otros incautos que quedaron atrapados también en la sala. Cuarto, que es el que ha avanzado más hacia la puerta de latón, observa como su superficie está grabada con un bajorrelieve, en el que figuras humandas comparten espacio con antiguas runas.

Viendo que Cuarto todavía no ve bien y es el que va delante y el que debe guiarlos, Mak se gira a Fingofin.

- ¿Prefieres pasar delante con Cuarto o que yo lleve la antorcha? Mejor que sea él quien vea bien, creo.

Mak prefería ir delante para poder cubrirle las espaldas a Cuarto, pero era mejor dejarle la elección al elfo.

Mak parece que sabe lo que hace, pero no estoy acostumbrado a que nadie me de órdenes. En realidad no estoy acostumbrado a que nadie me de nada.

Con reticencia, le entrego la antorcha al humano y tanteo la empuñadura de la daga mientras doy un paso atrás en la penumbra.

La antorcha cambió de manos en la cámara de entrada mientras la nieve del exterior se seguía colando por las rejas del rastrillo. El paso atrás del elfo provocó el chasquido de un fémur desgastado al ser machacado por los botas de Fingofin.

Continuo avanzando con cuidado de cualquier trampa, buscando indicios de trampillas de presion, agujeros sospechosos o cualquier mecanismo extraño y fuera de lugar, para llegar a las laminas y examinarlas con detalle. 

Cuarto avanzó con cautela por la sala, pero no parecía haber ninguna trampa oculta, solamente los restos de aventureros o saqueadores hace mucho tiempo fallecidos. Los restos estaban cubiertos de barro congelado. Al llegar a la puerta se detiene a examinar los grabados bajo la luz de la antorcha.

Se trata de una secuencia de diferentes imágenes, en las que predominan las figuras humanas con la parte superior de la cabeza rapadas sin dejar un solo cabello. La mayor parte de estas escenas vienen acompañadas de unas letras antiguas que parecen describir la imagen¹.

Recordaba este tipo de construcciones en las narraciones del pasado, y el escuchar cientos de relatos de sus mayores en un tiempo en el que no había estado solo. Para un humano hubiese estado ya en el olvido, pero no para mí.

-Cuidado, Cuarto. Recuerda no tocar nada y simplemente observar patrones inusuales en la construcción.