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Sabía que atacarían. Siempre atacan primero esos malditos enanos verdes. Eran muchos. Demasiados para hacer otra cosa efectivamente. Si queríamos salir de aquí, primero teníamos que reducir su número. Fingofin era el de la táctica, yo el que rebanaba cuellos y eso mismo hice.

Adelantándome para interponerme entre ellos y Fingofin lancé tajos a diestro y siniestro. Una cabeza de goblin voló por encima de mi hombro. Otro acabó volando varios metros contra una pared con un tajo en el pecho. Uno más ensartado en mi espada de la que tuve que sacarlo de una patada mientras sus amigos se cebaban conmigo.

Los goblins se abalanzan en manada sobre el bárbaro que ha tomado la delantera. Varios caen llenando de sangre el pedregoso suelo de la caverna, pero la superioridad numérica es abrumadora. Varias lanzas perforan la piel del bárbaro, mientras otro directamente su suben sobre mak e hincan sus dientes en la carne. El peso y el dolor hacen caer al bárbaro al suelo mientras las alimañas se ceban sobre su carne. Una flecha de uno de los arqueros que se ha colocado en la retaguardia alcanza a Fingofin en la pierna.