Los guardias armados sacaron a los presos de sus celdas, en el pasillo se encontraron con una mujer de gran tamaño vestida con un elegante vestido negro pero con un antinatural tono de piel azulado. Ninguno la conocía pero ella iba a presentarse.
-Soy Asami Watanabe, de ahora en adelante para vosotros seré Dios. -Dijo con un tono firme y autoritario- Trabajo para el HPSC y vosotros también lo haréis, solo responderéis ante mí. Cumpliréis mis órdenes al pie de la letra y sin rechistar.
La mujer examina sus papeles, indicando a los guardias uno a uno, quienes de aquellos numersoso presos iban a ser seleccionados para la siguiente fase, mientras que el resto tendria que volver a sus celdas. Los presos se miraban entre ellos, algunos con miedo, otros con curiosidad, pero todos en silencio absoluto. Nadie osaba desafiar la presencia imponente de Asami Watanabe, cuya mirada fría y penetrante parecía atravesar sus almas. Los guardias, con la eficiencia de máquinas bien entrenadas, comenzaban a separar a los seleccionados. Entre murmullos y pasos pesados, los prisioneros se alineaban, unos resignados, otros inquietos. Asami levantó la vista de los documentos, su voz resonando como una sentencia.
-Lo que habéis sido hasta ahora ya no importa. -Indicó, dejando claro cual iba a ser el futuro de ellos- Aquí, no hay pasado. No hay nombres, sólo números, y yo decido vuestro destino. Habrá quienes servirán a un propósito mayor, y habrá quienes simplemente desaparecerán. Todo depende de vuestra capacidad de obedecer.
Uno de los prisioneros, un hombre delgado con cicatrices en el rostro, levantó la mano temblorosa. Un guardia se movió como un rayo, golpeando su brazo antes de que pudiera decir algo. Asami alzó una ceja, divertida, y con un gesto sutil detuvo al guardia.
-¿Tienes algo que decir? -preguntó con un deje de desprecio, sin apartar los ojos del hombre.
El prisionero, con el brazo adolorido, balbuceó algo que apenas se entendía.
-¿Por qué nosotros? ¿Qué... qué es lo que queréis que hagamos?
Asami sonrió, una sonrisa gélida y cruel, mientras caminaba lentamente hacia él. Sus tacones resonaban en el suelo de piedra como el eco de una sentencia de muerte.
-Buena pregunta -dijo, inclinándose un poco hacia él, sus ojos brillando con malicia- Vuestro propósito es sencillo: servir, sacrificaros y, si es necesario, morir por la HPSC. Cada uno de vosotros es una herramienta, y yo decido cómo y cuándo usaros. ¿Entendido?
El prisionero asintió rápidamente, el miedo nublando su juicio. Asami se enderezó y volvió a centrar su atención en los papeles, señalando a otro grupo. Los que no fueron seleccionados parecían aliviados, pero los que sí lo fueron no sabían qué futuro les aguardaba.
-Llevadlos al nivel cuatro -ordenó Asami a los guardias- El resto, de vuelta a sus celdas. Vamos a ver de qué estáis hechos.. -murmuró Asami para sí misma.
Uno de los guardias vaciló por un instante, pero rápidamente siguió las órdenes. Los seleccionados fueron llevados por un pasillo oscuro, sus pasos resonando en el eco de su incierto destino. Asami los observó marcharse, su expresión siniestra oculta bajo una máscara de indiferencia. Sabía que no todos sobrevivirían, pero aquellos que lo hicieran serían útiles para los propósitos de la organización.
Giró sobre sus talones y caminó hacia una gran puerta metálica que al abrirse revelaba una sala llena de monitores, máquinas y científicos trabajando. Era aquí donde el verdadero poder del HPSC residía. La fase dos estaba a punto de comenzar, y los elegidos se convertirían en algo más que simples humanos... si servían...
. . .
Se deja llevar sin rechistar. Pensando en cuantas barbas nuevas podría afeitar finalmente.
Y a falta de barbas... algo habría que cortar.
Sin decir nada al respecto obedece las órdenes, cualquier cosa mejor que estar en esta cárcel. Hunde sus pies en el suelo unos centímetros y empieza a surfear lentamente por el suelo siguiendo a la señora mandona.
Se escuchaba mientras las prostéticas extremidades iban poco a poco desplazando a una masiva estructura... casi que parecía un disfraz en pareja... o esos dragones de carnaval chino, lo cual obligaba a los guardias a tener que retirarse hacia la parte frontal o trasera del ser si no querían quedar incomodados durante la marcha hasta la siguiente zona.
Kurokyoukan, entre los prisioneros alineados, estaba en completo silencio. Como los demás, lo habían sacado de su celda, pero a diferencia de muchos, no había miedo en sus ojos. De pie entre los otros presos, su cuerpo alto y delgado era una sombra más en el pasillo. Sus cabellos oscuros caían sobre su rostro, ocultando una sonrisa casi imperceptible mientras Asami Watanabe hablaba. Aquella escena no le intimidaba; más bien, era un espectáculo. Las emociones que recorrían la multitud eran como una sinfonía caótica que él podía escuchar en su mente.
Cuando Asami se presentó como “Dios”, no mostró ninguna reacción visible. Para él, los títulos como “Dios” o “líder” eran irrelevantes. Las verdaderas cadenas no eran las de las celdas, sino las emociones que ataban a las personas. Y eso, pensaba, Asami Watanabe quizás no lo entendía aún.
Mientras los guardias seleccionaban a los prisioneros para la siguiente fase, observaba cada movimiento, analizaba cada respiración. Los prisioneros temblaban, y los guardias, aunque eficientes, no eran inmunes al ambiente de tensión. Kurokyoukan estaba inmóvil, pero por dentro su mente trabajaba rápidamente. Si lo seleccionaban, no mostraría resistencia, al menos no abiertamente. Era paciente, un maestro en esperar el momento adecuado.
Cuando uno de los prisioneros intentó hablar y fue rápidamente silenciado, no pudo evitar disfrutar de la teatralidad del momento. No había levantado la mano ni había intentado llamar la atención. Sabía que su tiempo llegaría. La verdadera batalla no era aquí, en el pasillo, sino en las emociones, y en eso él era el verdadero titiritero. Cuando Asami reprendió al prisionero, inclinándose hacia él, simplemente la observó de reojo, midiendo sus palabras y su crueldad con precisión.
Finalmente, llegó el momento. Uno de los guardias se acercó y lo señaló. Había sido seleccionado. Como si fuera un espectador más en su propia vida, dio un paso adelante sin ninguna resistencia. No había ni miedo ni sumisión en sus movimientos. Aunque sus cadenas físicas lo retenían, su mente estaba libre, jugando con las emociones de todos los que lo rodeaban.
Con un leve movimiento de la cabeza, observó a los demás prisioneros que lo acompañaban. Sabía que muchos de ellos no sobrevivirían, no porque no fueran fuertes, sino porque no comprendían cómo manejar sus propias emociones. La desesperación y el miedo los consumirían antes de que cualquier prueba comenzara. Pero él no. El se alimentaba del caos interno de los demás.
Mientras Asami daba órdenes y observaba a los prisioneros ser llevados, Kurokyoukan no podía evitar sentir una extraña conexión con ella. Aunque ella buscaba control absoluto sobre los prisioneros, él sabía que el verdadero control era más sutil, más silencioso. A medida que lo llevaban al nivel cuatro, giró ligeramente la cabeza hacia ella, sin mirarla directamente, pero lo suficiente como para que ella sintiera su presencia.
Si Asami Watanabe era “Dios”, Kurokyoukan no iba a rebelarse abiertamente. Al menos, no aún. Pero en su mente, ya había comenzado a componer su próxima sinfonía, una en la que ella, al igual que los prisioneros y los guardias, tocarían sus notas bajo su dirección.
"Las notas más oscuras son las que suenan en los corazones de los hombres... y yo soy el maestro de esa melodía."
Edgard Storm, mejor conocido como Lightning Conqueror, permanecía en silencio mientras los guardias lo sacaban de su celda. Después de años encerrado, la prisión había desgastado su físico, pero no su mente ni su ambición. Aunque habían pasado décadas desde su intento fallido de dominar Hokkaido, aún se sentía invencible, su orgullo intacto. Para Edgard, ser encarcelado había sido solo una pausa en su inevitable regreso al poder.
Mientras caminaba por el pasillo, sus ojos, fríos como el acero, se clavaron en la figura de Asami Watanabe. Su apariencia, imponente y majestuosa, no lo intimidaba. Había enfrentado tormentas y héroes por igual, y una mujer con piel azulada no era nada comparado con el poder que él alguna vez controló. Sin embargo, había algo en su presencia, una autoridad tangible que lo mantenía alerta.
Edgard alzó una ceja, esbozando una sonrisa apenas perceptible. "Dios", pensó con desdén. Él había jugado a ser dios sobre Hokkaido, controlando el mismo cielo y lanzando rayos a su antojo. ¿Quién era esta mujer para reclamar tal título? Sin embargo, se mantuvo en silencio, esperando el momento adecuado para actuar. Sabía que los impulsivos eran los primeros en caer, y él no iba a permitir que lo trataran como a un prisionero común.
Asami continuó, explicando que los prisioneros elegidos solo responderían ante ella, que se convertirían en herramientas del HPSC. Edgard ya había oído esos discursos antes. Él también había sido líder de subordinados, había dado órdenes, y sabía cómo funcionaban los juegos de poder. No obstante, escuchar que él podía ser elegido lo intrigó. Si lo elegían, sería su oportunidad para salir de las sombras y recuperar lo que había perdido: su libertad y su poder.
Los guardias se movieron para llevarlo con los otros seleccionados. A pesar de la humillación de ser tratado como un peón, Edgard mantuvo la compostura. Sabía que este era el primer paso. Desde dentro de la organización, podría planear su regreso. Aún recordaba la sensación de controlar una tormenta, de ser el Lightning Conqueror. Si se le daba la oportunidad adecuada, recuperaría ese poder, y cuando lo hiciera, nadie, ni siquiera Asami Watanabe, podría detenerlo.
Mientras los guardias lo escoltaban al nivel cuatro, Edgard Storm no veía esto como una sumisión, sino como el principio de un nuevo capítulo. Para él, ser elegido por Asami no significaba obedecer ciegamente, sino adaptarse. Si jugaría bajo sus reglas, lo haría solo hasta que encontrara la forma de romperlas y alzarse de nuevo como el maestro de la tormenta que siempre fue.
Al final, la tormenta que Edgard había conjurado hace años aún rugía en su interior, esperando el momento perfecto para desatarse una vez más.
Junto a Edgard Storm, otro prisionero destacado en aquella fila era 88 Luftballons, una figura imposible de ignorar. Con su imponente apariencia de payaso gigante y terrorífico, piel pintada de blanco y negro, y músculos que sobresalían de su colorido traje rasgado, su mera presencia causaba un escalofrío en la espina dorsal de todos a su alrededor. El rasgo más inconfundible, además de su siniestra sonrisa, era su pata de palo, que golpeaba el suelo con un sonido amenazante a cada paso.
El nombre "88 Luftballons" era una cruel ironía para quienes lo conocían. Su Quirk, relacionado con el aire, le permitía inflar enormes globos que contenían gases tóxicos o explosivos, capaces de provocar el caos en cualquier entorno. Nadie podía olvidar cómo había utilizado estos globos para sembrar terror en ciudades enteras, riéndose como un lunático mientras los globos ascendían y estallaban en el cielo, causando devastación a su paso.
Cuando Asami Watanabe lo señaló como uno de los elegidos, él solo sonrió de manera macabra, mostrando una hilera de dientes amarillentos y afilados. No había resistencia en sus gestos, solo una oscura emoción. Luftballons vivía por el caos y la destrucción, y la perspectiva de ser liberado de la rutina de la prisión para cumplir órdenes era, para él, un paso hacia algo más emocionante. Ser controlado no le molestaba; al contrario, estaba emocionado por las posibilidades que su nueva posición podía ofrecerle.
-¿Dios? -murmuró en su voz áspera y cavernosa, mientras su pata de palo resonaba contra el piso- ¿Tú crees que puedes manejar a un demonio?...
Asami lo miró con frialdad, sin inmutarse ante su apariencia monstruosa ni sus palabras amenazantes. Sabía a quién estaba seleccionando y lo veía simplemente como una herramienta, una fuerza de caos que, si se manejaba correctamente, podría ser devastadora. 88 Luftballons podría disfrutar de su pequeña cuota de libertad, pero al final, ella seguía siendo quien tiraba de los hilos.
Edgard Storm observó a Luftballons de reojo. El payaso gigante era impredecible, pero había algo en él que le recordaba la destrucción desenfrenada que Edgard mismo había causado años atrás. Los dos compartían una sed de poder y caos, aunque por razones diferentes.
Ambos prisioneros caminaban en silencio hacia su destino, sabiendo que su tiempo en las sombras pronto llegaría a su fin. La fase dos comenzaría, y con ella, una nueva oportunidad de desatar su furia y, tal vez, redefinir quiénes realmente eran en este nuevo orden impuesto por Asami Watanabe y el HSPC.
Entre los seleccionados junto a Edgard Storm y 88 Luftballons se encontraba una bestia temida por su brutalidad, conocida como Scaly Killer. Con su apariencia de hombre lagarto gigante, su cuerpo cubierto de escamas duras y afiladas como cuchillas, Scaly Killer no era alguien que pudiera pasar desapercibido. Su Quirk había transformado completamente su cuerpo, dándole una fuerza descomunal y un aspecto reptiliano que le permitía causar estragos en batalla, con una piel casi impenetrable y garras letales.
Su tamaño lo hacía aún más intimidante. Con cada paso, el suelo parecía temblar bajo su peso, y su lengua bífida se deslizaba entre sus colmillos, detectando el miedo en el aire. A pesar de su apariencia salvaje, los ojos de Scaly Killer reflejaban una inteligencia fría y calculadora. No era un simple animal; sabía muy bien cómo usar su fuerza y su naturaleza aterradora para dominar a sus enemigos.
Cuando Asami Watanabe lo señaló como uno de los elegidos, Scaly Killer simplemente emitió un gruñido bajo, casi como si estuviera complacido. En las prisiones, había sido conocido por su comportamiento violento y su nula disposición a cooperar. Pero aquí, bajo las órdenes de Asami, parecía ver una oportunidad. Para él, el poder siempre había sido lo único que importaba, y si seguir las instrucciones de esta mujer podía llevarlo a desatar más caos y destrucción, lo haría sin pensarlo dos veces.
Otro de los seleccionados por Asami Watanabe fue un gigantesco asesino en serie cuya apariencia hacía que la sangre de cualquiera se helara. Su firma distintiva: vestirse como un espantapájaros, utilizando ropa vieja y desgastada, con un sombrero de paja deformado y una máscara de saco cosido que apenas dejaba ver sus ojos oscuros y vacíos. Este monstruo había sembrado el terror en zonas rurales, donde asaltaba a los desafortunados transeúntes que pasaban por los campos al anochecer.
Su modus operandi era brutal. Silencioso como la noche, se escondía entre los campos de cultivo, esperando el momento perfecto para abalanzarse sobre sus víctimas. Nadie sabía su nombre real; solo era conocido por las aterradoras leyendas locales que hablaban de un espantapájaros que cobraba vida para cazar a quienes se aventuraban demasiado lejos en la noche.
Cuando Asami lo eligió, los otros prisioneros apenas se atrevieron a mirarlo. Su mera presencia, combinada con su tamaño masivo y su aspecto grotesco, hacía que el aire en la sala pareciera más pesado. Pero para Asami, este ser no era más que otra pieza en su tablero, un asesino frío y despiadado que podría ser utilizado para ejecutar su voluntad.
El espantapájaros no habló ni hizo ningún gesto cuando fue seleccionado, pero su simple movimiento al ponerse en marcha hacía que la atmósfera en la prisión se volviera aún más opresiva. Los guardias, acostumbrados a tratar con criminales peligrosos, parecían tensos al pasar junto a él. Mientras avanzaba por el pasillo, sus pasos lentos y pesados resonaban, como si el mismísimo juicio estuviera a punto de caer sobre los demás.
De aquella celda oscura aparecería una imponente figura, aunque se había visto obligado a abandonar su guarida, en lugar de pisadas se escuchaba el deslizamiento viscoso de las extremidades de la criatura sus múltiples ojos se moviendo en todas las direcciones hasta dar con Asami Watanabe, aquella criatura llena de tentáculos agarraba la pared con sus garras para caminar mientras sus ojos seguían mirando a todas partes, buscando su objetivo para destrozar miembro a miembro, los ojos se movían en todas las direcciones dejando que los tentáculos colgaran de su cuerpo sigilosamente una fuente de alimento entre acechando a los guardias esperando el momento para devorarlos
Finalmente el último de los presos no se hizo esperar, Muurder Moose, aquel imponente hombre que habia sido condenado por el asesinato de varias personas se notaba un tanto... cambiado, por algún motivo ahora ya no parecía tan imponente como ninguno de los otros presos lo recordaba...
-¡Ohayooo!. -Exclamó con un tono infantil levantando un brazo de manera animada mientras se unia junto al resto.
Sea lo que fuera que aquello significara, aunque a decir verdad parecía ser un grito de guerra, más valía no hacer enfadar a este villano que, claramente, era Muurder Moose, y si alguien dudaba de ello, bien podían ver los cuernos que tenía en la cabeza.
Teniendo que obligar a los últimos cuatro presos a unirseles, pues estos parecían ser un tanto reticentes a participar en aquel tipo de juegos, los guardias sacaron de las celdas a aquellos para que pudieran unirse al grupo que iba a realizar aquel pequeño trabajo obligatorio.