Partida Rol por web

Anselmo con daga en mano y sin perder el efecto de la burbuja, esperaba que el dragón estuviera suficiente cerca para asestarle una puñalada en algún lugar que viera desprotegido.

Margrave soltó un quejido de dolor cuando aterrizó en la plataforma. Su cuerpo no era el mismo del que gozaba en su juventud, y era en momentos como este en los que más notaba su fragilidad. Pero eso no lo detuvo. Se puso de nuevo en pie, y buscó el límite de la burbuja que les protegía de las llamas del dragón. Desde esos límites podría evitar ser calcinado, y volver a atacar en cuanto el dragón se acercara lo suficiente.

Es imposible a un humano comprender la expresión facial de un dragón. Pero era fácil imaginar que se viera sorprendido de que su fuego no surtiera efecto.

—¿Cómo es que siguen vivos? No importa, no durará mucho.

Con su cabeza penetró la burbuja mágica como si no existiera y cogió a Drak entre sus dientes largos como dagas.

Ese era el momento que estaba esperando. En cuanto aquel dragón asomó el morro dentro de la burbuja que les protegía del calor, Margrave salió corriendo hacía él, y clavó su espada en el labio superior del monstruo, tirando de la espada luego hacía abajo. 

Anselmo siguió al guerrero para también hincar su daga en aquella parte que el guerrero atacaba con su espada, esperando que entre las dos armas pudieran perforar la armadura y herirle de verdad.

El dragón chilló, o quizá fue un gemido. Sus ojos amarillos se tiñeron de rojo y parecían brillar con luz propia. Desde el fondo de su garganta vieron la llama aparecer, la llama que los mataría al instante, y del labio, al retirar sus armas, un río de sangre que inundó su boca extinguiendo el infierno.

Robert cayó de la boca de dragón. Su sangre mezclada con la de la bestia. Estaba inconsciente, o quizá muerto.

El dragón intentó retroceder. Estaba confundido. Nunca había sido herido por arma humana. Nunca había visto ni probado el sabor de su propia sangre. Tropezó, resbaló, y cayó al lago de lava. Su armadura de escamas lo protegía de calor, salvo en aquellos lugares donde los filos mágicos habían perforado. Con desesperación intentaba mantener la cola y la cabeza en alto al mismo tiempo, mientras golpeaba con las alas salpicando roca fundida y sin lograr salir de ese líquido viscoso que poco a poco se lo iba engullendo.

Anselmo corrió hacia Robert intentando ver si podía sanarlo, y lanzando una plegaría de sanación en el caso que no pudiera sanarlo por los medios normales. 

Robert abrió los ojos tras el abrazo milagroso de Anselmo. Estaba gravemente herido, pero vivo.

El clérigo rápidamente le puso las vendas que llevaba en su mochila viendo que Robert abría los ojos... - ¡Está vivo!, le dijo a Margrave, viendo como el dragón se hundía en la propia lava que se iba metiendo en las varias heridas que le habían hecho. - Margrave rápido ayúdame, salgamos de aquí... espera el vial de sangre... y el clérigo intentó coger la sangre del dragón que estaba en el suelo hasta llenar el vial... por el trato que habían hecho con el gnomo rojo. 

Margrave contempló impasible como la lava devoraba al dragón. Una criatura tan grande y majestuosa, reducida a la nada gracias a la magia y el trabajo de sus compañeros. 

La petición de Anselmo le sacó de sus pensamientos. El hombre estaba intentando recoger sangre del suelo, pero el exsargento tenía otra idea. Se acercó a él y le pidió que mantuviera en alto el vial para que él pudiera dejar que la sangre de la espada goteara dentro del frasco, en vez de dejar que se desperdiciara más en el suelo.

Anselmo aceptó la gran idea de Margrave y así lo hizo, levantando el vial a la cintura de Margrave para que este pudiera llenarla con la sangre de su espada.

Varios lagartos se habían reunido en la entrada de la cueva para atestiguar la muerte de los humanos. Lamentablemente se vieron defraudados, y la muerte del dragón que idolatraban los sumió en desesperación, algunos intentaron ocultarse mal, otros huyeron como si un ejército los atacara. La confusión los dominaría durante unos cuantos minutos.

En su despacho el duendo los esperaba con una amplia sonrisa.

—¿Es verdad lo que dicen? ¿Realmente lo han matado? Venga para acá ese frasco.

Jugtar echo algo para verificar que era efectivamente sangre de dragón.

—Gracias. Les estaré eternamente agradecido. Con esto tengo suficiente para curar la enfermedad de mi hijo. Ahora me toca pagar, ¿verdad?

Cogió dos hongos luminiscentes del fondo de su cueva e hizo un puré con ellos al que le agregó  unos polvos tomados de unos vasos que tenía sobre su mesita.

—Tomen, coman, coman.

Con una cuchara puso un poco del menjunje en la boca de cada uno. Sabía a limón y canela. Pocos segundos desués de tragarlo las marcas de la enfermedad comenzaron a desaparecer.

—Perfecto, ahora vayámosnos antes de que los lagartos se enteren de que son muchos más que nosotros. Este túnel lleva bajo la laguna y sale del cráter por una chimenea lateral

La propuesta parecía perfectamente natural, aunque durante un instante dudaron de si sería correcto abandonar a los otros humanos que habían quedado en la otra cueva.

- ¿Nos podría dar la receta para quitar la enfermedad?, un dragón no se mata todos los días, sonrió nervioso. - ¿Nos llevará al camino que sale de esta isla como prometió? Dijo esta vez sabiendo que el trato era sacarlos de allí. Hay más humanos como nosotros, nos haría el favor de curarlos e indicarles también la salida si vienen a vos... Es usted el único medio para poder curarse y escapar, le estaríamos eternamente agradecidos, ya ha visto que no somos una amenaza, que somos aliados, y que el verdadero enemigo ha sido derrotado. Ya quedan esas lagartijas, que no sé cómo se formaron... ¿Usted lo sabe?

Estos fueron los comentarios del sacerdote mientras seguía al duende fuera de aquel volcán en erupción. 

—¿Receta para curar la enfermedad de los humanos? ¿Que no han visto? Esos hongos de allí son la cura. Saben como la peste. Yo les agrego jengibre y canela para que los humanos no los vomiten. Y ahora me voy, llevo meses sin ver a mi familia y no perderé un minuto más. Ese túnel lleva a la salida, son 2000 o 3000 metros. Sólo eviten la recámara de las palomas. Allí los lagartos guardan los barriles con el germen de la enfermedad. Adiós, y ojalá nunca volvamos a vernos.

El duende se fue contento con su dosis de sangre de dragón. Los héroes volvieron a buscar a los compañeros que habían dejado atrás y al retomar el camino de la cueva probaron en ellos la cura con los hongos.

Más de media hora les llevó atravesar el túnel, sin enfrentar inconveniente pues los lagartos seguían confundidos y huían apenas los veían. Finalmente los los nueve hombres salieron otra vez a la claridad y el aire fresco de la libertad, recuperados de los males que les habían aquejado durante las últimas semanas.

Aniceto llevaba una muestra de hongos, para intentar reproducirlos en algún sótano.

Margrave estaba de acuerdo con Anselmo: debían aprovisionarse de hongos y volver a por el resto de humanos. Cargando los carromatos de medicina y de los más enfermos, se dispusieron a salir ya de la isla. Noticias e historias sobre como habían conseguido la medicina, muchas de ellas incluyendo la victoria contra el dragón, empezaron a esparcirse. Y como no tenían nada que hacer más que seguir el camino, ya que los lagartos no les impedían la salida, Margrave aprovechó a confirmar y desmentir todas las preguntas que le hicieran, permitiéndose algún embellecimiento aquí o allá.

El ex-soldado se detuvo unos segundos al salir de la cueva, admirando al sol como lucía su cuerpo libre de marcas y enfermedad. Ya se había olvidado de lo que era sentirse rejuvenecido, sin los pulmones llenos de líquido y sin llagas molestas por el cuerpo.

-Es hora de irnos de esta isla.-se dirigió a Anselmo, con quien coordinó un rápido plan de salida. Margrave eligió a los más fuertes y los acompañó para tirar de los más carromatos, mientras dejaba al resto que crearan más medicinas y fueran repartiéndolos entre los que faltaban por tomarla. Para cuando alcanzaron el puente, la gran mayoría estaba festejando su nueva salud.

-¡Bajad el puente! ¡Esta isla es para los enfermos, y nosotros ya no lo estamos! ¡Vosotros me conocéis, mirad como entré y como salgo!-gritó, llamando a sus antiguos compañeros de trabajo. En lo que tardaban, se giró hacía Anselmo.-Escóndete todos los hongos y medicinas que puedas y el resto lánzalas al agua. Yo ya lo he hecho. Conozco a esta gente, puede ser traicionera y hacer de todo por dinero. Será mejor que finjamos que esto ha sido un milagro divino y que nos guardemos el secreto. Al menos hasta que lleguemos a un lugar más seguro. Podríamos dedicarnos a crear más medicinas, erradicar esta enfermedad que tantas vidas destruye. 

-¿Qué me dices?-le preguntó, extendiéndole lleno de júbilo la mano.-Soy ya viejo, y tras haber matado a un dragón, creo que me merezco una jubilación. No hay muchos más logros que conseguir en mi profesión. Y tú, imagino que querrás dedicarte a la oración y a los necesitados. ¿Qué mejor forma de hacerlo sabiendo que ni tú ni los fieles pasarán ni frío ni hambre ni enfermedad?

Los hongos sacados de la cueva pudieron ser cultivados con éxito en el sótano de un templo abandonado. Con lo ganado por la venta de la medicina fundaron allí un nuevo monasterio al que nombraron San Jorge Matadragones. Quizá a Margrave le costó un poco convencerlo a Anselmo de lucrar con la salud, pero la promesa de usar ese dinero para poder atender a más gente terminó de convencerlo.

Anselmo como prior del monasterio, y Margrave, aún siendo laico, fue designado hermano tesorero.

Al mismo tiempo que comenzaron las sanaciones, también se redujeron mucho los contagios, y no tardaron en erradicar la enfermedad. Pero eso no redujo la fama de los monjes de San Jorge y siguieron recibiendo pedidos de curaciones y promesas de donaciones. ¿Cómo hicieron para sostenerse tras el fin de la plaga? Eso es otra historia.