Eijiko arrugó la nariz, molesta. Como Cangrejo, estaba orgullosa de la estrecha relación que tienen los samurai del clan con los heimin. Mas de un bushi ha combatido codo con codo con un campesino y mas de un cazador de brujas sigue vivo gracias la sacrificio de sus escoltas plebeyos.
Manteniendo todavia una actitud severa, la samurai-ko se acerco al anciano y le dedico una reverencia sinceramente respetuosa, como correspondia a su rango.
"No temais, anciano. No soy un vulgar recaudador de impuestos. Soy bushi." Eijiko sonrie ferozmente por un instante, antes de adoptar una actitud mas amistosa. "Estoy de paso en vuestra aldea. Querria alojamiento para pasar la noche y cuidados para mi montura. Mi generosidad hara honor a vuestra hospitalidad, Anciano"
La muchacha concluyó su frase con una inclinación rápida, esperando la respuesta del anciano jefe de la aldea.
No soy un vulgar recaudador de impuestos.
Soy consciente de que Eijiko es una dama. Simplemente he querido enfatizar el desprecio hacia los recaudadores y demas burocratas :)
La cara sel ancianó se iluminó al comprobar que no venías a quitarles sus escasas pertenencias. Disculpadme, samurai-ko- te dijo. Últimamente, nuestro señor feudal no hace más que exigirnos impuestos abusivos, y apenas tenemos nada debido al ataque de los bandidos. Pero dejadnos ofreceros nuestra hospitalidad.
El anciano gritó un nombre, y de una casa salió asustado un joven, casi un niño. Iba vestido con ropa vieja y raída, y tenía la cara sucia. A una orden del anciano, cogió las riendas de tu caballo, y lo condujo a través de la aldea, con la mirada fija en el suelo. El anciano fue tras vosotros.
Al poco tiempo, llegasteis al frente de lo que parecía una posada, o al menos lo fue en el pasado. No es gran cosa- se excusó el anciano, avergonzado- pero es lo mejor que tenemos.
Eijiko camino por la aldea con paso tranquilo, lanzando miradas de soslayo a un lado y a otro... Observando y siendo observada. "La aldea se encuentra en un estado lamentable y esta pobre gente tambien..." A pesar de su feroz educación guerrera, Eijiko no puede evitar sentir una punzada de pena y compasión por los habitantes de esta aldea.
Cuando llegan a destartalada hospederia, Eijiko se queda sin habla... "Menudo sitio... Las guardias en la Muralla Kaiu, a la intemperie o las caminatas nocturnas por las Tierras Sombrias no tienen nada que envidiar a este lugar..." Sin embargo, cuando se vuelve al anciano, se dirige a él con respeto y educación.
"Domo arigato, anciano. Servira perfectamente." La samurai-ko se acercó a su montura y rebusco en las alforjas, hasta sacar varios paquetes de viaje. Con ellos bajo el brazo, se dirigió a la entrada de la posada. Antes de entrar, se volvió hacia el anciano jefe de la aldea. "Consideraria un honor compartir un té con usted. Me gustaria escuchar historias de esta zona mientras cenamos"
Con una reverencia, la muchacha entró en la posada, con la cabeza puesta en buscar un rincón discreto donde acicalarse un poco antes de cenar y de como iba a preparar sus raciones en un lugar tan destartalado como aquel.
Aunque su aspecto sigue siendo el de un edificio destartalado, el interior de la posada es algo más acogedor que el exterior, y ofrece mejor aspecto. El suelo ha sido limpiado a conciencia, y unos cuantos tapices raídos ocultan las grietas de las paredes. Velas y farolillos iluminan las estancias, proporcionando un agradable ambiente.
Mientras entrabas, el anciano entró detrás de ti y señaló una puerta cerrada por una puerta corredera de papel. En esa habitación podréis instalaros, samurái-ko. Yo mientras prepararé la cena con estos paquetes me ha cedido, aunque no sé para qué querreis compartir la cena con un pobre anciano como yo.
Eijiko lanzó una mirada calculadora a la "posada". Sonrió para si misma y encogió los hombros. "No os preocupeis, anciano. He dormido en sitios bastante peores" Con un gesto, le hizo ver que todo estaba en orden. Con cierta parsimonia, deshizo parte de su equipaje, para extender una manta en el suelo y un cuenco para la sopa. Un par de palillos y una botella de socho completaron la mesa.
No pudo evitar soltar una carcajada ante las tribulaciones del anciano heimin. "Respeto vuestra edad y vuestro estatus, Jefe de la Aldea. Asi me educaron." Satisfecha, se acercó a la diminuta estancia reservada para que descansara, dispuesta a cambiarse. Antes de cerrar la puerta, se volvió hacia el anciano. "Además, me gustaría saber cosas de este lugar y como llegar rápidamente a mi destino"
La samurai-ko se cambio de ropa rapidamente. Mientras el anciano cocinaba, ella preparó té para acompañar la cena.
"Espero que el sochu le suelten la lengua... Tengo preguntas sin respuesta... y es muy molesto... ¿Que era la criatura que me atacó? ¿Por que estan asustados los aldeanos? ¿Quien regenta estas tierras?"
El anciano asintió y dijo: supongo que la vida en las Tierras Sombrías debe ser dura. Por eso los Cangrejo se cuentan entre los mejores guerreros de toda Rokugan. Tras darle un trago al Socho, el anciano comenzó a contar lo que le había ocurrido al lugar. Comenzó hace unos meses. Los bandidos comenzaron a atacar la ciudad, más osados y organizados que nunca. Pidimos ayuda al daimyo, pero éste nos ignoró completamente. Todos sus guardias volvieron a proteger al castillo, y cerraron las puertas a los que buscaban protección. Tuvimos que arreglárnoslas solos, pero los bandidos son una molestia cada vez mayor. Campan a sus anchas por los campos, y atacan a cualquiera que entre o salga. Hace mucho tiempo que no recibimos a nadie. Es un milagro que no os hayáis topado con ellos.
El anciano paró y se quedó con la mirada perdida y el rostro sembrado de tristeza.
Eijiko masticaba en silencio, alternando sorbos de sochu con bocados de arroz y pescado seco. Escuchaba con atención y respeto el relato del anciano jefe de la aldea, mientras degustaba su magra ración. El licor y la pequeña hoguera en la que se mantenia caliente la cena, habian caldeado la habitación... Siempre y cuando se permaneciera cerca,evitando las corrientes de aire que silbaban entre las rendijas de las paredes de la posada.
"Vuestra situación es preocupante, anciano" Comento la samurai-ko, despues de beber un sorbo de agua.
Con cuidado, deposito a un lado su cuenco de arroz, dejando los palillos sobre el. Junto las manos para elevar una rápida plegaria a las Fortunas, para agradecer las vituallas. Miró especulativamente al anciano, sopesando las palabras que escuchaba. Su gesto denotaba un evidente disgusto y una preocupación creciente.
"No he visto muchos hombres adultos en la aldea, Anciano." Eijiko se giro hacia el jefe de la aldea, adoptando una postura mas seria y respetuosa. "Si vuestro señor descuida sus obligaciones, podeis defender vuestras vidas como mejor sepais."
La samurai-ko miró fijamente al hombre, que parecia sumido en un ataque de melancolia. Una feroz determinación estaba naciendo en su interior, aunque el recordatorio de sus obligaciones y el motivo de su viaje golpeaba su conciencia con insistencia.
El anciano esbozó una de las miradas más tristes que habías visto nunca. Terminándo su copa y apurando el licor, el anciano dio un suspiro y dijo. Confiamos en que vengan tiempos mejores, pero nadie parece dispuesto a ayudarnos, y nosotros solos no podemos hacer nada. Estamos indefensos.
Comiendo un trozo de pescado y masticándolo lentamernte, continuó. Hay pocos hombres adultos en la aldea, sí. Aquellos que no murieron por el hambre o las enfermedades, murieron por los ataques de los bandidos. Los pocos supervivientes se marcharon de la aldea en busca de tierras menos hostiles. Solo un puñado de adultos nos quedamos, pero somos pocos, y la mayoría somos demasiado viejos para poder hacer algo útil.
Un nudo se formó en el estomago de Eijiko. Notó como la furia hacia arder sus mejillas y se le secaba la boca. "Malditos cobardes... Todos... Su señor por no responder a las suplicas de sus subditos... Los campesinos, por huir, dejando abandonados a sus convecinos... A los bandidos, por huir del orden celestial y de la Justicia del Emperador..."
La samurai-ko mascó con furia, incapaz de saborear la comida, presa de la furia. Por su cabeza desfilaron las imagenes de sus lecciones de estrategia. Como organizar tropas. Estrategias. Maniobra. Aprovechamiento del terreno. Tácticas no convencionales.
Al terminar su comida, Eijiko juntó las manos y cerró los ojos, elevando una plegaría silenciosa a los kami...
"No puedo defraudar a mi Daimyo. No puedo defraudar a Kyoga-kun. El Bushido nos enseña las virtudes de la Compasión y el Deber..."
Eijiko, suspiró lentamente, mientras salía de su trance meditativo y abría los ojos. Una sonrisa aleteó en los labios de la muchacha, dotandola de un matiz de bella peligrosidad...
"Jefe de aldea, ha sido un honor." Se inclinó ante el anciano, agradecida. "Me gustaría retirarme a descansar, si no tiene nada más que añadir." Eijiko esperó la respuesta, un tanto ausente.
"Esta noche velaré armas. Si Bishamon lo quiere, los bandidos tendrán una sorpresa..."