Partida Rol por web

El metro de Moscú era uno de los más bonitos del mundo, con algunas de las estaciones siendo auténticas obras de arte. Era el caso de Novoslobodskaya, con su embaldosado de ajedrez, sus lámparas y sus vidrieras de colores.

Chuma y Liza iban mezclados entre la multitud de moscovitas que iban ajetreados al trabajo, a la universidad, o a donde fuera, todo ellos ajenos a la realidad alternativa de la ciudad. Grigor los acompañaba en forma incorpórea. Finalmente, los tres llegaron a la vidriera indicada por Pietro, pensando qué plan usarían para cruzar.

Sabiendo que esperar al próximo ingresante podía requerirles un rato largo, y quizá ni siquiera estaba segura de que pudieran identificarlo, Liza se acercó a uno de los vitrales y comenzó a mirarlo de cerca, y compararlo con el resto. Puso su mano sobre el mismo e hizo presión leve, a ver si sentía algo diferente y trató de encontrar algún tipo de patrón, o algún símbolo que destacara. Piso las baldosas del suelo frente al mismo, echando el peso sobre cada pie a ver si había alguna floja... y hasta tarareó una canción infantil sobre hadas... todo lo que se le ocurría para intentar abrir una puerta secreta.
Seguramente la motoquera lucía un tanto extraña para quienes estaba camino a sus trabajos, pero también es cierto que pocos prestan demasiada atención a los personajes que se cruzan en el metro.

—Chuma ¿Tu sabes algo de la heráldica de esta gente? O... Grigor ¿Puedes comprobar qué hay del otro lado de la pared? No quiero pasarme aquí toda la mañana adivinando o esperando para colarnos detrás de alguien.

Liza se dedicó a inspeccionar la vidriera que les había indicado Pietro, en busca de alguna señal de que allí hubiera una puerta secreta. Incluso le pidió a Grigor que intentara atravesarla, pero fue sin éxito. El espectro confirmó que al otro lado no había más que un sólido muro. Así que, suponiendo que la información de Pietro fuera correcta, estaba claro que era necesaria algún tipo de activación mágica.

-Esto es una mala idea-protestó Grigor por enésima vez surgiendo de una pared-No hay nada al otro lado. No me extrañaría que esto fuera un cuento de... bah.

- Pfffft con estos pequeños trolls no hay ideas preconcebidas o leyendas que sirvan. Siempre tratan de esquivar el 'pensamiento lógico y analítico de los humanos'- Dijo el cazador con sorna mientras él mismo admiraba la vidriera que Prieto les indicará.- Ja, es por eso que casa vez que crean un portal o abusan de un encantamiento de sus tierras natales, inmediatamente hacen funcionar sus sortilegios e infraestructuras de manera contraria a lo que debería ser solo para recordarnos lo raros y especiales que son. Creo que va a tocar tratar de razonar con el próximo visitante con potencial para susurrar el puto Ábrete Sésamo que nos lleve al dichoso mercado este.- Chuma acarició la culata de su escopeta recortada, que escondía en un bolsillo interior de su gabardina, sabía que solía tener suerte cuando encañonaba a la gente y les ofrecía abrirles dos fosas nasales más amplias, pero en este caso esperaba no tener que hacerlo. - Malditas datas...- Escupió al suelo, prestando la atencion justa a su posible ticket de ida a Nuncajamás.

Liza chasqueó la lengua con frustración. Ya no tenía ideas sobre cómo ingresar, no quedaba más que intentar identificar las hadas en la multitud, pero al menos tenía una vaga idea de cómo hacer eso.

—Chuma ¿Me prestas los lentes?— dijo tendiendo la mano para que le pasase esas gafas negras que el cazador no parecía quitarse ni de noche— es solo para ocultar mis ojos mientras intento algo.

Chemosh le había hablado de aquella habilidad a Liza, quienes estaban a servicio del averno, si se concentraban de la forma correcta, podían ver las formas vagas de un alma, e identificar si algún pacto ya la ligaba con algún infiernal. Ella nunca lo había intentado, pero no hacía daño probar. No estaba segura, pero quizá el alma de una fata se distinguiera a la vista de una humana. O quiza no tuvieran almas, tampoco podía realmente afirmar nada. Solo había una forma de enterarase.

Liza cerró los ojos y trató de concentrarse, el sabor metálico de la sangre y el aroma de la gasolina inundaron por un instante sus sentidos, como cada vez que intentaba tironear de su poder.

Liza no practicaba aquel truco muy a menudo, así que tuvo que concentrarse con ahínco para intentar ver las auras de los pasajeros del metro. Era curioso como hasta el más simple de los mortales no se libraba de hebras de oscuridad que asaltaban sus pensamientos y su alma. No era de extrañar que demonios como Chemosh tuvieran tan fácil el acceso a la vida de los mortales: solo tenían que dar un ligero empujoncito a las tendencias naturales de estos. Había muy poca gente pura.

Después de un rato escaneando a la multitud, y cuando ya empezaba a tener dolor de cabeza, vio algo raro en un tipo fornido con un abrigo negro y sombrero. No podía ver claramente su aura, era como si algo a su alrededor hiciera que quisieras apartar la vista, no fijarte en él. El típio truco de las hadas para pasar desapercibidas. Quién necesitaba hacerse invisible, era suficiente con conseguir que la gente no mirara directamente a algo que realmente no querían ver.

Una vez pasó aquella defensa, Liza vio que no era un tipo fornido, sino una especie de troll albino. Lo que Chemosh no le había dicho sobre aquel truco era que la dejaba a ella también al descubierto. El troll la había visto, y peor todavía, sabía qué era ella. Se quedó a unos diez metros de distancia, mirando a Liza fijamente y evaluando la situación.

Chuma dejó que Liz tomase sus gafas, aún a regañadientes peor a sabiendas de que seguro que algo horrible iba a pasar tras aquellas lentes, esperaba que para hacer su truquito no tuviese que dejar que se le derritiesen los ojos fuera de las cuencas y le dejase sus queridas gafas cubiertas de humores vítreos y legañas de sangre, pero sabía que debía dejarle hacer, tal vez ella, que tenía media neurona más que él, pudiese dar con una pista significativa que les pudiese ayudar, donde aparentemente él no tenía suerte, claro que estaba convencido de que si hubiesen esperado tres Misisipís más habría aparecido aquel mismo...  ¿Troll albino? El cazador juró para su fuero interno mientras agarraba su escopeta con un poco más de seguridad, puede que después de todo tocase hacer una escenita, peor primero esperó a que aquella criatura estuviese más cerca, a fin de cuentas eran ellos los que estaban en mitad del camino que debía tomar, y iban a ir de su mano o desgarrándole la goma del calzoncillo, solo faltaba por ver qué sería.

- Muy buenas, hombretón, ¿Camino de tu sex shop favorita para pillar unos cuantos artículos que el estado ha decretado que deben ir tras un plástico negro para no asustar a los niños? 

Otro pedacito de Liza se manchaba de tizne infernal, a medida que la motoquera se arrogaba la autoridad de escudriñar en las almas de su prójimo. Estaba viendo como si se tratara de objetos, aquello cuya sola existencia había sido asunto de debate durante milenios, y eso le recordaba que ella ya no era como el resto. 

Sus ojos escocían como si estuviera acercando el rostro a una humeante pila de llantas ardientes, pero logró tolerarlo el tiempo suficiente como para encontrar a un transeúnte diferente.

La corrompida devolvió los lentes al cazador al tiempo que le señalaba al troll con un gesto disimulado. Los anteojos estaban tibios como si hubieran estado cerca del fuego, pero intactos.

En el par de instantes en que Liza terminaba de refregarse los ojos para sacarse el ardor y el mareo, Chuma ya se había aproximado al troll y... ¿Lo estaba insultando? El presentimiento de que eso acabaría mal se le instaló de inmediato, sobre todo porque el "hada" hasta entonces no había dejado de mirarla, pero el cazador ya había tomado el mando de aquel tren sin frenos que era esa conversación y Liza temía que si le cuestionaba en ese momento, la cosa iría a descarrilar.

Inspiró hondo y esperó, con la esperanza de que el troll no respondiera con la violencia que Chuma parecía estar buscando.

El troll fue avanzando los pasos que lo separaban de Liza y Chuma (Grigor seguía en forma incorpórea), de manera deliberadamente lenta. Al hacerlo, la marea de pasajeros se apartaba de él y lo envolvía, como un río al chocar contra una gran piedra. Ninguno de ellos pareció darse cuenta de la presencia del troll, más allá de lo que hubieran notado una columna.

Aunque al principio iba mirando a Liza, al plantarse ante ellos, fue Chuma quien lo recibió con un peculiar saludo. El troll, que le sacaba una cabeza y media, miró hacia abajo con gesto despectivo.

- Estáis en mi camino. Largo de aquí.- se limitó a decir, con una voz que parecía el ruido de dos piedras entrechocando.

- Vega, hombre, no seas así.- Chuma pareció amilanarse al darse cuenta de la envergadura real del troll, una vez que este le pudo escudriñar la calva coronilla  a placer. Decidió que no, que la escopeta no era menester para aquello, peor seguía teniendo un as en la manga en caso de que la cosa saliese mal. O eso le gustaba pensar... - Era broma, era solo por dejar claro que te veíamos y que sabemos a dónde vas, pero la verdad es que... Verás, también es nuestro camino y nos preguntábamos si podrías dejar la puerta abierta unos segundos tras cruzarla ¿Hay algo que puedas querer a cambio?

Mientras continuaba hablando y volviendo a ponerse las gafas que Liz le entregaba, aprovechó para darle una mirada pidiendo perdón por ir tan a saco cuando vio la duda en los ojos de la motera. ÉL y su maldita bocaza... 

- Tenemos un pequeño encargo que hacer bajo el sol de Arcadia, peor nos han caducado los carnets de visitantes, solo queremos un poco de cacao del bueno. En esta maldita ciudad como mucho podemos aspirar a mascar una pastilla de jabón marrón y tratar de convencernos de que es chocolate. Ten piedad, compañero.

Liza puso una mano amiga sobre el hombro del cazador y dedicó su mejor mirada de "porfis, te estaré muy agradecida" al troll.

—Solo queremos comprar un par de cosas, nada más.

Grigor dedicó una mirada nerviosa a la multitud. Aunque el troll pasara desapercibido, en el momento en que estallase una pelea podía haber heridos. Ni Chuma ni Liza eran sutiles en sus estilos de combate.

Permaneció tras ellos en silencio. 

Chuma se hizo fuerte en el apoyo de Liz (El que hizo con la mano sobre su hombro y el metafórico) e invocó una subida de cejas que solía surtirle efecto en los after hours cuando estaba muy falto de... calor. - En serio, si quieres que te hagamos de porteadores o necesitas algún favor, lo haremos de mil amores con tal de que nos dejes ver una vez más vuestras maravillosas pertenencias.- Había algo en su tono que se balanceaba entre la repulsión y la verdad más sincera, no repetiremos una vez más que a Chuma le costaba mostrar aprecio por todo lo relacionado con las gentes de Arcadia (Pero ya lo hemos hecho, otra vez).

El troll se quedó unos segundos mirando a Chuma, y finalmente abrió los labios para mostrar unos dientes mellados que parecían de granito, en lo que suponían era una sonrisa.

- ¡JAJAJAJA! Putos paletos humanos... ¡Claro, hombre, pasad al otro lado a ver las maravillas de las hadas!- dijo, en tono de sorna.- Lo peor que os puede pasar es que perdáis el alma. Aunque creo que la advertencia llega un poco tarde para ti, ¿eh, rubia?

Sacudiendo la cabeza, como si no se creyera lo extraño de la situación, el troll fue hasta la vidriera y, simplemente, agarró un picaporte de metal (que por supuesto estaban convencidos de que antes no estaba). Lo giró y la cristalera se abrió hacia dentro como una puerta normal y corriente.

- Señoritas...- dijo, burlón una vez más, apartándose para dejarles pasar.

Cruzaron al otro lado, y se encontraron en la misma estación de metro... o más bien, como si estuvieran en el reflejo del espejo de la estación Novoslobodskaya. El mismo embaldosado de ajedrez, los mismos arcos. Solo que allí la luz era más tenue, y estaba muchísimo más abarrotado. Por todas partes había puestos vendiendo de todo: figuritas de arte, armas antiguas, ungüentos y bálsamos, espejos, comida de extraña procedencia... Tan variopinta como la mercancía era la presencia de todo tipo de hadas, duendes y seres feéricos, desde los pixies diminutos hasta los trolls gigantescos.

Chuma miró al grandullón, entre agradecido y socarrón.

- Eres de los buenos, de los raros pero buenos. Me has caído muy bien, si un día te quedas sin pareja de baile o necesitas  un cable en nuestro rastrero mundo, pregunta por Chuma. Lo que sea que susurres llegará a mis oídos.- El asador dudaba que el troll pudiese necesitar de su ayuda, pero era sincero, aún hablando de alargar la mano a uno de la especie de su presa predilecta.

Mientras comenzaban a recorrer el atestado mercado de las maravillas, Chuma más que aombrarse parecía encogerse molesto. No le gustaba estar allí y quería salir cuanto antes, pero era consciente de que realmente les hacía falta ayuda extra para lo que les esperaba.

- Veréis, cariños, voy a tratar de resumir mis circunstancias lo más finamente que pueda para pediros ayuda... Ahora mismo soy como un puto tipo alérgico al polen al que han arrojado y encerrado, en pelotas, en el puto jardín Tsitsin. Quiero arrancarme la puta piel de todo el cuerpo y quemarme vivo, así que... ¿Puede uno de vosotros encargarse de la compra?

Chuma acariciaba nerviosamente su cadena de plata, oculta en otro compartimento de su gabardina de faena, como si de un creyente desesperado aferrándose a una cruz se tratara.

-¿Y qué estamos buscando exactamente en este... lugar? ¿De qué nos servirá para ayudar a la chica? 

Si Grigor hubiera estado vivo, tendría los pelos de punta. Le resultaba extraño estar en un sitio al que no pudiera acceder normalmente. Más aún: aquel lugar era colorido y ruidoso de un modo tan alienígena que de casi podía notar su cabeza palpitar.