Partida Rol por web

Liza miró el papel sin sorprenderse.

—Bien... pero necesito saber exactamente qué quieres. Si voy a decirle que se calle la boca, tengo que poder decirle de qué cosas no puede hablar. Si no, mi única opción sería asegurarme de que no vuelva a hablar de nada y punto.

- Últimamente se dedica a arengar a su parroquia sobre supuestos peligros, demonios que campan por la tierra y tonterías así. Todo gilipolleces, claro.- dijo, con una sonrisa cómplice. Era la primera vez que lo veían sonreír en toda la conversación.- Mejor que se limite a hablar sobre las Escrituras como hacen los demás curas. Lo de callarlo para siempre también es una opción aceptable, lo que os sea más fácil.

- Y ahora, por favor, vuestro amigo necesita descansar.- dijo, haciendo un gesto con el brazo hacia la puerta de la habitación. Parecía impaciente por que se fueran ya.- No os preocupéis, cuidaremos de él mientras visitáis al sacerdote.

Grigor suspiró con resignación: la muerte no le había liberado del sufrimiento ni la servidumbre. Pero no podía dejar morir a Chuma: ¿quién le protegería si no de la Bruja de Hierro? 

-Intentaremos resolver esto por las buenas, ¿verdad, Liza?

—Vendré aquí en cuanto tenga novedades— se despidió de Vladimir.

Bajando por las escaleras Liza no pudo evitar hacer una mueca al escuchar el comentario de Grigor. Sentía simpatía por el padre y quería creer que tenía razón ¿Pero cómo iban justamente ellos a convencer a un hombre de que su fé estaba mal encaminada y ni el infierno ni los demonios existían?

—Nada me gustaría más, padre— no era una promesa, tampoco una mentira.

Con la noche que les había tocado pasar, Liza había olvidado casi por completo lo que había arrancado todo aquel embrollo, pero estos momentos de calma se lo recordaron. Tomó su movil y buscó el número que les había dado Nitz, Mandó un solo mensaje del que realmente no esperaba respuesta "Peligro, grandes posibilidades de contraataque pronto". Los magos estaban advertidos.

Al llegar fuera caminó hasta una tienda a un par de cuadras y se compró un atado grande de cigarrillos.
—Nunca se lo he preguntado, Grigor ¿Fuma? ¿Puede fumar?— dijo, ofreciéndole el paquete.

Grigor rechazó la invitación con un gesto. 

-Los placeres terrenales están vetados para mí. La comida y la bebida pasan a través de mí como si fuera una ventana abierta. 

Lo había comprobado en el pasado. Al principio había probado a comer y beber estando en forma corpórea pero sus órganos internos eran meras réplicas sin funcionamiento y sus sentidosdel gustoy el olfato apenas le proporcionaban placer. Lo había descubierto por las malas al volver al mundo de los Espíritus y dejar atrás un montón de comida descompuesta.

-¿Y usted, señorita Novak? ¿Nunca ha considerado dejar su, digamos, modo de vida atrás empezar de nuevo? 

Vladimir tomó una butaca y se sentó junto al lecho de Chuma mientras escuchaba cómo el extraño duo abandonaba aquel lugar, o los percibía, más que escucharlos, como si aquella mano que le aferraba de la pernera derecha desde tiempos inmemoriales por fin se decidiese a soltarle, devolviéndole a la tela negra el aspecto que debía tener: sin arrugas, sin remordimientos.

No esperó mucho más para ponerse en pie y caminar hasta la pared que había frente a la cama donde Chuma descansaba, más muerto que vivo. Contra ella reposaba un rectángulo de metro y medio por dos metros, cubierto por una tela mohosa. Ni Liza ni Grigor habían reparado en ella, tal vez porque podría estar hechizada, como otro tantos elementos en aquel edificio que solo podían existir en el ojo de la mente de sus visitantes más caprichoso.

El tipo levantó un poco aquel objeto cubierto para poder liberar su cobertura, descubriendo un espejo, tan negro por el desgaste, que ya difícilmente podía ser reconocido como tal, peor aun así, allí estaba el remoto reflejo de la cama con el cuerpo del cazador sedente, en un escorzo melodramático.

Y a un lado de la cama se reflejaba un armario sencillo, de una sola puerta, que tampoco parecía estar en la habitación real. Vadimir encaró el espejo y dio con sus nudillos sobre la fría superficie del cristal, como si tratase de simular que llamaba directamente sobre aquella puerta.   

Completamente ignorantes del destino al que habían abandonado a Chuma, Liza y Grigor se encaminaron hacia la Iglesia de la Cruz Ardiente...

-Si, lo intento. Todas las noches, pero bueno, ya sabes cómo es esto... ¿O tal vez no? ¿Había crimen organizado en tus tiempos? El punto es que no te dejan ir facil - dijo Liza con una mueca, para ella las cadenas de deudas eran bastante literales- y ya sabes lo que dicen del pavimento del camino al infierno.

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La iglesia era un edificio antiguo, piedra y vitrales desgastados por lo que serían probablemente un par de siglos de climas crueles, rodeado por un jardín sencillo pero bien cuidado. Obviamente no se comparaba con las grandes catedrales de la ciudad, y el estilo arquitectonico era más modesto, sin cúpulas coloridas, pero no dejaba de destacar en el barrio residencial en el que se encontraba, en los márgenes entre una zona clasemediera y otra de peor pasar.

La silueta del edificio se le hizo siniestra, pero ¿Qué parte de Moscú no le transmitía eso desde hacía un par de años? Aún con un par de anuncios de actividades de asistencia a la comunidad pegados en el portón de madera, Liza no dejaba de sentir una leve inquietud. Algo estaba mal allí, o quizás fuera ella misma lo que estaba fuera de lugar.

-¿Vas a hacer presencia, o solo vas a mirar desde el otro lado? - le preguntó al espectro mientras aparcaba la moto en frente.

La silueta del monje se hizo visible junto a la mujer endemoniada. 

-El crimen organizado es tan antiguo como el hombre-dijo-Me duele ver que, a menudo, la obra del Señor se pervierte para conseguir beneficios materiales. 

Señaló a un hombre con chaqueta negra, alzacuellos y gafas que arreglaba un seto con unas tijeras de podar. 

-Y ahí tenemos a nuestra oveja descarriada, supongo. 

En el reflejo, la puerta del armario se despertó con un audible que también era audible en este lado. De dentro del mismo salió rodando una figura pequeña que se paró a los pies del reflejo de Vladimir. Se pudo en pie, pero no llegaba a medir ni medio metro. Parecía un bebé de poco más de un año, pero de un color equivocado. Otra figura similar, peor de color dorado, salió volando del armario, escupiendo algo al suelo, que resultaron ser monedas, resonando a los pies del hombre, que ni se molestó en mirarlas, mucho menos amagar el cogerlas.

- Dejaos de juegos. Despertadlo.- Los niños bufaron a Vladimir, mientras las monedas derretían el suelo, pero al instante se giraron y volvieron a asomarse al armario del que habían salido, comenzando a cantar en un idioma horrendo, con aflautadas voces cuyo timbre daría dentera a más de uno.

Liza se acercó hasta el párroco y esperó a que levantara la vista de su trabajo.

—Buenos días, padre ¿Le molestaría prestarnos unos minutos de su tiempo? Queremos hablar con usted— pidió con amabilidad.

El párroco tardó en percatarse de la presencia de sus visitantes, tan enfrascado estaba en su trabajo de jardinería. Finalmente alzó la mirada y se incorporó, mirando a los recién llegados con una mirada torva.

- Buenos días, padre ¿Le molestaría prestarnos unos minutos de su tiempo? Queremos hablar con usted- pidió Liza con amabilidad.

El sacerdote los escudriñó de arriba a abajo. Una motera con la cara desfigurada, junto a un monje que vestía hábitos de principios del siglo pasado. Quizá el simple aspecto de los dos los delataba, o quizá el sacerdote realmente tenía Fe Verdadera y podía leer sus auras, pero en cualquier caso, su gesto fue el de aferrar el crucifijo que llevaba al cuello para protegerse.

- ¿Qué queréis de mí?- espetó.

-Nos preocupa su alma, padre-intervino Grigor-Su oficio es el de dar consuelo al rebaño pero últimamente se dedica a sembrar el miedo. No debería hacerlo. 

Quiso que su tono sonará menos amenazador. La presencia de la intimidante Liza no le ayudaba.

- ¿Miedo? Yo no siembro el miedo, simplemente advierto a mi rebaño de los lobos con piel de oveja que hay entre nosotros.- contestó el sacerdote, quien pareció entender rápidamente a qué discurso se refería Grigor.- ¿Quién os envía?

Parecía que el canto de los bebes de extraño color había surtido efecto. Algo bramó desde dentro del espejo, algo inhumano y antiguo, muy antiguo, que hizo con su quejido el espejo que lo contenía, pero aun así este no cayó.

Chuma permanecía inconsciente, sin poder imaginar ni de lejos el tipo de energías que se debatían junto a su cuerpo o lo que allí se estaba cociendo.

Una mano de larguísimos dedos huesudos asomó, agarrando el borde de la puerta del armario, seguida por un brazo que más parecía un tentáculo grisáceo que una extremidad articulada. La palma apuntó hacia el lugar ocupado por el cazador caído, como si en su centro tuviese algún tipo de órgano sensorial que le permitiese detectar la presencia moribunda.

- Kalónymus, hazlo y terminaré de romper nuestro lazo.- Dijo Vladimir a aquella aparición.

Otro quejido volvió a resonar, haciendo vibrar el espejo, esta vez convirtiendo su superficie en un material acuoso, desde el que saltó uno de los niños, dando una voltereta en el aire, que le dejó a los pies de la cama. El reflejo del brazo, dentro dle espejo, descendió sobre la cabeza del otro infante, al que aplastó contra el suelo, extrayendo algo de su interior, algo que brillaba con un enfermizo tono tornasolado, fluctuando entre el verde esmeralda y el carmesí.

- Vlo... D... Mir...- Dijo el ocupante del armario, antes de emitir algo similar a una carcajada.

—Nos envía alguien poderoso y que prefiere seguir anónimo— respondió Liza— Padre, por favor, recapacite. El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Sus seguidores confían en usted, dependen espiritualmente de usted— dijo con un tono implorante, inusual para la motera— Lo sé de primera mano porque conozco a una de ellos personalmente. Sé que lo admiran y lo aprecian. Pero les está haciendo agitar el avispero y puede terminar mal para todos los involucrados— explicó con una mueca de inconformidad. Apalizar sobrenaturales era cosa de todos los días, pero abusar de mortales no era de su agrado.

—No le voy a pedir que engañe a sus feligreses señalando a gente inocente, pero relaje el tono y la cantidad de sus acusaciones, o cambie el enfoque de sus sermones, seguro tiene otras formas de ayudar a la comunidad.

El párroco frunció el ceño ante la mención de "alguien poderoso" y las insinuaciones veladas de Liza.

- Precisamente por eso es necesario advertirles de los peligros de esta ciudad, que un día fue santa, la que llegó a llamarse "la ciudad de cuarenta veces cuarenta iglesias"*, y que ahora por desgracia es un nido de tinieblas y corrupción.- el sacerdote aferraba con fuerza las tijeras de podar, hasta el punto que el puño se le había puesto blanco. Liza se preguntaba si aquel mero mortal se atrevería incluso a atacarlos.

Liza estaba física y mentalmente agotada, en un par de noches había perdido una porción de su alma que no creía que fuera a recuperar y había encurrido en más deudas que por lo menos en los últimos 4 meses. La pequeña venganza le había costado mucho, y no se sentía más llena que antes. Incluso, creía que tenía más trabajo que hacer, más gente que enterrar.
Necesitaba saber qué pasaba con el hada (y con el secreto que le estaba guardando), si estaría bien y a salvo, y necesitaba ver a Chuma de nuevo en pie para fumar y beber algo juntos despotricando de lo mal que va la cosa.

Liza no estaba para contener sus emociones, y como muchos de aquellos nacidos en las tierras de los Zares, cuando las cosas se ponían negras, le daba por un existencialismo atroz.

—Adviértales de los peligros de las drogas, de los policías corruptos, del smog y de la desinformación en la tele o la trata de blancas en internet. Todos esos asuntos son más seguros de tratar, y quizás está en manos de la humanidad resolverlos ¿Toda esa mierda de mirar al abismo y que te devuelva la mirada? El abismo hace mucho más que mirar. Tiene brazos, tiene garras y tiene cadenas. No quiere quedar atado a todo esto, ni quiere arrastrar a sus feligreses ahí. No está liderando una cruzada, está preparando un involuntario suicidio colectivo. Es libre de vivir una vida infeliz y beligerante por causas perdidas, pero tenga la decencia de, por el bien de sus soldados, aprender a elegir sus batallas mejor. Este va a ser el único aviso que reciba.

Furia, cansancio, empatía y angustia se arremolinaron en sus ojos, y aunque hizo lo mejor, probablemente también se filtraron a sus palabras. Liza estaba tratando de encontrar algo en su Corazón que resonara con el de la persona que tenía en frente, pero no parecía encontrarlo, quizás ese algo estaba en aquella partecita de sí que había perdido durante la madrugada.

La huesuda mano deslizó la joya maldita que acababa de forjar, con el alma de aquel nonato corrupto, hasta el centro de su palma, deslizándola en círculos, entre sus dedos, hasta que esta se acopló entre sus músculos y tendones, momento en que el brillo tornasolado de la joya brotó de la superficie del espejo, arrastrando, con repulsión, aquella extremidad demoníaca.

El brazo de aquel demonio asomaba en el centro del reflejo, alcanzando por fin la realidad de aquella habitación. Se elevaba sobre la cama en la que reposaba Chuma como si de una cara se tratase, con una hilera de dientes, afilados como agujas, abriéndose sobre la superficie de la esmeralda. Y entonces... Cayó violentamente sobre la cama, golpeando el cuerpo del cazador, que no respondió más que con un quedo murmullo, mientras aquella herramienta infernal comenzaba a roer la sabana que lo cubría, su ridículo camisón hospitalario y la piel, la carne y los huesos que bajo este se escondían.

Jirones de Chuma se abrián desde el punto de aquel ataque, como si de pétalos carmesíes tratando de huir del centro de una flor se trataran...

Vladimir disfrutaba, a un lado de la cama, observando una operación imposible que ningún otro habitante de la Tierra había presenciado antes, y posiblemente tampoco se volvería a repetir en el futuro.