El viaje de vuelta fue tan tranquilo como cabía esperar, es decir, nada. El trayecto en el tranvía fue algo menos agobiante que el de ida porque ese día regresaba antes de hora, pero aún así había demasiada gente como para poder viajar en paz.
Durante el camino no podía dejar de pensar en aquella chica y en lo que había dicho. Por supuesto ella lo había malinterpretado. Era cierto que podría haberse expresado mejor, pero ella se había precipitado al sacar esas conclusiones tan basurdas. Y, por si fuera poco, el espectáculo que había montado había hecho que todos los que se encontraban a diez metros alrededor pensasen qlo que no era... "El primer día y ya piensan que soy un monstruo desalmado...", pensó derrumbado.
Tras casi tres cuartos de hora que se le hicieron eternos, llegó finalmente a la estación. A partir de allí tendría que recorrer unos cinco kilómetros a pie.
-Que asco, ¿por qué tendré que vivir tan lejos del instituto...-dijo desanimado.
El muchacho siguió su camino, cabizbajo y con la cartera pendiendo de los dedos de una mano, sin ganas. Miró al cielo despejado y suspiró profundamente. Hacía demasiado calor para él como para ponerse a caminar tanto rato...
La vuelta a casa había transcurrido sin incidencias, como era habitual. El joven recorrió el largo trayecto hasta su casa a regañadientes, evitando pensar en negativo disfrutando del paisaje. Lo bueno de vivir en el extraradio era que las vistas eran algo mejores que en centro de la ciudad, con sus zonas verdes, sus parques y el río que cruzaba cerca de allí...
Una vez en casa se quitó los zapátos, arrojándolos perezosamente en el recibidor, subió a su habitación tras saludar a su madre, que descansaba en el salón viendo la tele. Su padre, como era normal a esas horas, estaba en la oficina, trabajando...
Subió a su habitación, tiró al maletín encima de la silla del escritorio y se deslomó bocabajo en la cama. Su cuerpo subió y bajó agitadamente un par de veces hasta que la cama se hubo asentado. La verdad es que había sido un día muy movido.
Con el cansancio que llevaba encima no tardó en quedar dormido tal y como había caído en la cama, con la cabeza ladeada a la derecha para evitar asfixiarse el solito. Una persona perdida por el instituto ya era más que suficiente...
Su madre lo despertó poco antes de comer. Aquél sueño reparador le había sentado más que bien, se notaba con fuerzas para continuar el resto del día. Tras una comida basada en verduras salteadas con salsa de soja y arroz, Tetsuya salió a dar un paseo.
Dado que los pocos amigos que tenía habían quedado en su anterior localidad, no tenía a nadie con quién salir; sin embargo, poco después de instalarse en la casa le había echado el ojo a una tienda de cómics que no quedaba demasiado lejos. Se encaminó hacia allí con paso calmado, disfrutando del paisaje. Aquella tienda le gustaba porque el dependiente, un chico no mucho mayor que él, era también un aficionado a todas aquellas series manga y a las películas de ficción antiguas, tales como las de la interminable saga de Godzilla y el resto de criaturas del mundo de Atari. Además, tenía buena conversación y no le importaba si te pasabas un poco más del tiempo recomendable ojeándo algún libro. Todavía no conocía su nombre, pero aquella era una de sus tareas pendientes...
Tras pasarse varios minutos frente al escaparate mirando todos los productos, entre los que se incluían también artículos coleccionables, figuras y demás, permaneció dentro de la tienda casi dos horas más, ojeándo y charlando con el dependiente. El local no era demasiado grande, apenas diez metros cuadrados, y no solían encontrarse grandes congregaiones de clientela, uno o dos a lo sumo y cuando alguien entraba normalmente había otro que salía. Aquella tarde el lugar estaba realmente tranquilo, no había nadie más salvo el chico, que tras los primeros instantes de conversación sacó a la luz su nombre, Sôuchi Kazuya.
Cuando salió de allí el sol todavía se alzaba sobre el horizonte y su reloj digital marcaba las siete cuarenta y cinco. En el camino de vuelta siguió la carretera que bordeaba el río. Lo cierto era que aquella zona se veía bastante hermosa, con las amplias orillas cubiertas de cesped de un color verde muy intenso. El agua se veía limpia y reluciente bajo la luz del sol y algunas personas paseaban junto a ella, generalmente parejas que paseaban abrazadas.
No sabía si sería por la sensación de tranquilidad que ofrecía aquél lugar frente al molesto agetreo de la ciudad, que quedaba a su espalda, o si algún sentimiento lo embriagaba, pero se vio atraído hacia aquél lugar. Bajó por una pequeña escalinata que bajaba la ladera hasta la planicie que bordeaba el río y saltó la barandilla para poder echarse sobre la hierba que crecía en la bajada. Permaneció allí, mirando las nubes surcar perezosamente el cielo, no sabía cuanto tiempo. AL final, se descubrió sontemplando el sol anaranjado que ya comenzaba a ponerse tras el horizonte. El cielo mostraba entonces una tonalidad malva maravillosa y las aguas parecían destellar con los haces dorados y rojizos de los rayos diurnos que se extinguían. Aquello le confería al paisaje un aspecto idílico.
Tetsuya comprobó alarmado que el reloj marcaba entonces las nueve menos diez. Debía de haberse quedado dormido o algo así... Rápidamente salió corriendo hacia su casa, sin olvidar pasar antes por un puesto ambulante de boniatos que solía estacionarse cerca de su barrio para comprar media docena, tal y como le había encargado su madre.
Poco después el muchacho aparecía en la puerta de la casa, con una expresión dichosa en el rostro.
-¡Hola a todos!, ¡ya he vuelto!
Aquella noche su madre pudo preparar la cena con los boniatos que había llevado como guarnición junto con algo de carne. Fue una comida sencilla pero apetitosa y no demasiado cargante, cosa recomendable antes de irse a acostar.
Como todavía no tenían trabajo que hacer, Tetsuya se dedicó a leer algunos viejos mangas que tenía por la habitación y a trastear un rato con el portátil. Disponía también de una consola, la "Play Station 2", que por entonces ya se consideraba algo desfasada pero que le seguía dando entretenimiento de sobra. Lo malo era que seguía junto con parte del equipaje sin desembalar, así que tardaría un par de días en poder volver a echarle mano.
Para cuando terminó de navegar por la red, comprobó sobresaltado que eran casi la una de la madrugada y teniendo en cuenta lo que tendría que madrugar para prepararse, recorrer el trecho que lo separaba de la estacón, coger el tranvía y luego llegar hasta el instituto, estaba seguro de que la mañana siguiente le supondría una verdadera carga. Si para encima añadíamos que el segundo día de clase comenzarían a trabajar en serio, aquella no era una muy buena perspectiva. Rápidamente se apresuró a ponerse el pijama, lavarse los dientes y preparar todo lo del día siguiente antes de meterse en el futón. Tenía un laaargo día por delante...