Ante las nuevas preguntas del asesino y la posibilidad de conservar la vida el semielfo trató de controlar su nerviosismo y hablar más claro. Se notaba que aquel bandido de tres al cuarto hacía todo lo posible por complacer al gran guerrero que tenía delante.
- Alfred era nuestro jefe, no era de por aquí, venía del sur. No trabajaba para nadie que yo sepa, simplemente nos dedicábamos a asaltar a comerciantes enmedio del desierto. No sabíamos que pasaríais por aquí, de hecho acabábamos de asaltar una caravana mercante y les robamos su mercancía, está en el carromato, puedes quedártela, es muy cara. - Habló el semielfo.
Tras unos pocos minutos Isidore ya había registrado a las cadáveres con gran éxtio. Una gran cantidad de objetos se amontonaban sobre la arena del desierto. Aswand se dedicó a vigilar al rehén mientras Asterim revisaba el botín. El botín se componía en gran parte de armas y armaduras. Un arco corto con su respctivo carcaj, una ballesta pesada de buena fabricación junto a un estuche de virotes, cinco jabalinas, un alfaljón, una espada bastarda, tres cimitarras de diferente calidad cada una, unos diez cuchillos y una daga plateada componía el arsenal recaudado. Una armadura completa y tres camisontes de mallas, dos de gran calidad sumados a un escudo pesado de acero y un broquel comoponían el equipo defensivo del grupo. Además de todo aquello había un amuleto y tres pociones, además de cinco bolsas de oro con un total de unas mil piezas.
Isidore se acercó a Asteirm satisfecho por un trabajo bien hecho, prácticamente había desnudado a los cadáveres de los asaltantes y había registrado incluso al semielfo.
- En el carromato hay decenas de alfombras y tapices, deben ser muy caros. Además hay dos barriles de agua y comida desecada, carne y pescado. - Habló el niño. - ¿Qué harás con ese? - Preguntó.
El asesino, al parecer satisfecho con la explicación, se levantó de nuevo y se acercó hasta su cinturón. Primero envainó la espada con la misma parsimonia que lucía siempre, como si estuviera desganado. Luego se ajustó el cinto y volvió a colocar sus armas en la posición adecuada y cómoda. El semielfo se quedó dónde estaba. Su captor no le había ordenado que se levantase, y aunque era libre de hacerlo, prefería esperar a que Asteirm se lo mandase a tener que despertar su ira si lo hacía sin su permiso.
Isidore instó a Asteirm a que se acercara a dónde él había colocado todo el botín obtenido de los asaltantes. El asesino se acuclilló y contempló con gesto grave cada una de las armas y armaduras que el joven había reunido. Alargó la mano hacia una daga de plata, pero no llegó a tocarla. Luego, deslizó la mano por encima de todas y cada una de las espadas y dagas que allí habían y las estudió detenidamente. El muchacho desviaba la mirada de las armas a Asteirm y viceversa, tratando de comprender lo que el asesino estaba haciendo. Finalmente, el hombre cogió uno de los cuchillos y lo acercó para verlo bien. Era de buena manufactura, aunque su diseño era particularmente horrendo. Para alguien como Asteirm, que encontraba hermosas las hojas cortas y afiladas, le disgustaba que el artesano no pusiera el mismo empeño para diseñar la guarnición ni la cruz del arma. Podía ser verdaderamente eficaz, pero si la empuñadura no era cómoda o como aquel caso, resultaba incluso ofensiva a la vista, no valía la pena utilizarla. Con una sonrisa torcida, eligió un par de cuchillos medianamente decentes y se los cedió a Isidore.
Al joven le brillaron los ojos y los aceptó encantados. Farah, aún convaleciente, se acercó hasta ellos dos. Al ver lo que Asteirm estaba haciendo, miró incrédula al asesino.
- ¿Vamos a repartir todo esto? - preguntó ofendida.
- Lo que no vamos a hacer será dejarlo aquí a merced de los asaltantes... - explicó él. Acto seguido le tendió el arco corto junto al carcaj. - Quedate con eso, quizás te sea de más ayuda y evitarás que te maten. Y con una de esas también - añadió señalado una de las cotas de mallas. - Así evitaremos estar pendientes de ti por si te ensartan.
Farah infló las mejillas y aguantó la respiración airada. Asteirm eligió después una de las tres cimitarras, la que le pareció más adecuada y se la tendió a Isidore, que volvió a recibir aquellos regalos con lágrimas en los ojos. El asesino se quedó con la daga de plata. La hermosa hoja junto con el buen diseño de la cruz lo llevaron a desajustar la daga de su cinturón para sustituirla por la nueva arma. La otra, la escondió en la caña de su bota derecha. Nunca se sabía cuando podía necesitarla. Asimismo, escogió hasta cuatro cuchillos. Dos los escondió en las muñecas, bajo los guantes, y los otros dos, cruzados a su espalda en el cinturón. Guardó las monedas en el saquillo, y los tres viales junto a las otras pociones de las que disponía. Satisfecho, dejó que Aswand escogiese lo que más le gustara y a Isidore, por si deseaba quedarse con algo más. Después, se acercó a la carreta.
Al apartar la lona, su faz no reveló asombro alguno. Sin embargo, una ojeada le sirvió para calcular la enorme suma que había en esa carreta. Tal y como el semielfo había dicho, era un buen botín. Desde luego, eran idiotas por asaltar una segunda caravana si con lo que tenían les sobraba para vivir tranquilamente el resto de sus días. Maldita avaricia.
- Esto es lo que haremos - dijo en voz alta, tapando de nuevo la carreta. - Llevaremos este carromato hasta la ciudad más próxima y venderemos su contenido. El semielfo se viene con nosotros - Farah abrió la boca para protestar, pero Asteirm siguió hablando. - Lo que obtengamos se repartirá entre nosotros y una parte irá destinada al viaje que nuestra querida Farah va a realizar para regresar junto a los suyos. ¿Alguna duda? Lo imaginaba. En marcha.
Tras la decisión de Asteirm nadie dijo nada más. Se notaba en el gesto de Farah que estaba enfadada, no parecía estar muy deacuerdo con volver a casa sin más pero no se quejó, probablemente sabía que no serviría de nada. Cuando Asteirm tomaba una decisión no había nada capaz de hacerle cambiar de idea.
Isidore en cambio parecía realmente feliz con sus regalos, parecía por fin un guerrero, alguien importante, alguien peligroso. El niño había dejado de ser un niño. Se notaba en su rostro alegre, pero también se veía un cambio en su forma de andar y en su porte. De hecho hasta parecía más alto y más fuerte, y sus ojos habían perdido la inocencia para empezar a ser una mirada temible.
Aswand agarró con fuerza al semielfo. Se trataba del nueov esclavo de Asteirm, pero nadie acababa de fiarse de él. No le conocían de nada y segundos antes había tratado de acabar con ellos para robar sus posesiones junto a un grupo de despreciables bandidos del desierto. Pero como en Isidore algo había cambiado también en él. Pasó de ser un arrogante guerrero para convertirse en el niño contra el que había peleado. Sus ojos expresaban miedo e incertidumbre, sus pasos eran torpes y sus manos temblorosas.
El grupo avanzó durante el resto de la jornada y otra más. La noche no fue muy diferente a otras como las que ya habían pasado en la última semana, fría y solitaria, con unas únicas compañeras alumbrando en lo alto del cielo nocturno. Al mitad del segundo día divisaron la última ciudad desértica. Se trataba según palabras de Aswad de El-Kortun. Una ciudad de comerciantes, en la que abundaba el agua y la fruta.
Llegaron sedientos y extremadamente fatigados. El calor durante aquellos últimos días había sido mucho más agobiante que en el resto del viaje. Era un calor tan abrumador que dificultaba enormemente la respiración. Los ojos de los viajeros estaban quemados por el intensisimo sol y necesitarían recuperarse con un sueño reparador. Por si fuera poco hacía varias horas que habían agotado la última cantimplora y al ver en la lejanía el oasis se convirtió en un paraiso para todos ellos.
Al llegar a la ciudad gastaron su oro en llenar sus cantimploras y beber de ellas con muchas ganas. Tras eso buscaron una taberna en la que descansar y comer algo. Una vez en el interior de esta se reunieron alrededor de la mesa los cinco compañeros unidos por extrañas circuntancias ante un plato de semillas hervidas mezcladas con verduras.
El semielfo seguía temblando de pies a cabeza, sentado lo más alejado posible de los cuatro compañeros, en especial, lo suficientemente lejos de Asteirm, al que estudiaba con furtivas miradas. Isidore daba buena cuenta de la comida, igual que Aswand. Farah miraba el plato con la nariz arrugada, y paseaba las semillas con una cuchara de madera por todo el plato, intentando encontrar la fuerza necesaria para llevárselas a la boca. Asteirm tomó dos cucharadas y luego dejo el plato dónde estaba, mirando de reojo al semielfo que sufrió un ataque de pánico repentino.
- Pasaremos la tarde aquí, en el oasis, y mañana por la mañana emprenderemos de nuevo la marcha - rompió por fin el silencio el asesino. - Nosotros viajaremos hacia el sur. Tú - miró a la mujer fijamente - irás hacia el norte...
- Pero...
Asteirm la hizo callar golpeando la mesa con el puño cerrado. Farah no tuvo otro remedio que callar.
- Harías bien en meterte entre ceja y ceja que tu posición es demasiado importante como para que vayas recorriendo los desiertos con alegría y desparpajo. Casi te matan. La próxima vez ni yo, ni él - señaló al negro con la cabeza - estaremos ahí para salvarte. Debes regresar junto a tu padre, junto a los tuyos, y quedarte con ellos, al menos hasta que él consiga su propósito. Por que hasta que yo no cumpla con mi cometido en el sur, no podré ir a ayudarlo.
Farah agachó la cabeza, con miles de réplicas en la punta de la lengua pero sin la suficiente valentía para expresarlas. No quería volver, quería seguir con ellos hacia el sur, ver más mundo que el desierto, contemplar nuevos parajes, visitar nuevas ciudades. Tal vez si su padre se convertía en Rey, podría hacer todo eso con mayor seguridad. El silencio se apoderó de la mesa. Isidore miraba a Farah y a Asteirm con los ojos muy abiertos. A su lado, Aswand tenía la misma expresión de fijeza en ambos. Sin duda los dos sabían que Farah solo los retrasaría más en su viaje.
- Esta bien... - dijo por fin la mujer. - Iré al norte y le contaré a mi padre que nos ayudarás... Te estaremos esperando - sentenció por fin.
Imperceptiblemente, Asteirm suspiró aliviado. Deshacerse de la mujer suponía una mejoría para su cometido y el viaje que aún tenía por delante.
- Aswand se encargará de buscar unos escoltas que te acompañen a tu vuelta a casa. Tipos de fiar, ya sabes - taladró al negro con la mirada y este tragó con fuerza para asentir.
- Por supuesto, por supuesto - añadió con presteza.
- Magnífico. En cuanto a ti - el asesino desvió la mirada al semielfo, que dio un respingo en la silla y pareció encogerse físicamente. - Te dejaremos libre cuando dejes de sernos de utilidad. ¿Conoces la ciudad?
- Un poco...
- Entonces sabrás a quién podemos vender todo eso, ¿no? Por que vosotros ibais a venderlo...
- Pero no aquí... la mercancía es de aquí...
- Lo suponía. Pero al igual que podéis asaltar caravanas que vienen hacia aquí, tendréis a alguien de confianza a quien venderla, ¿no es así? - el semielfo no contestó inmediatamente. Su largo silencio obligó a Asteirm que clavar una de sus dagas invocadas en la mesa. Hundió la punta en la madera, y dejó la mano apoyada en el mango, mostrando la bella y mortífera manufactura negra con nervios rojos. El semielfo se convenció finalmente. - ¿No es así? - insistió Asteirm.
- Sí - se rindió por fin.
***
Una hora después, Farah se había metido en una habitación pagada con los beneficios de los asaltantes, y descansaba placidamente en ella para recuperarse de sus heridas. Isidore había subido a preparar adecuadamente la habitación de su maestro y el semielfo, de nombre Elerión, partió a los suburbios del oasis para dar con algún comprador clandestino de calidad. Aswand y Asteirm continuaban en la mesa y ahora, agradeciendo aquella soledad, el negro pudo hablar con tranquilidad con el asesino. Desplegó un mapa de la región sobre la mesa y señaló el oasis de El-Kortum en el mapa, y el objetivo de Asteirm, la ciudad de Mariendul. El asesino estudió el mapa, la distancia, y calculó todas las posibles rutas.
- No recomiendo que continuemos por aquí, ni siquiera que nos acerquemos a la torre de Atargrúm. Es una zona donde hay mucha milicia Imperial...
- Entonces no nos acercaremos por ahí - Asteirm señaló un punto del mapa, el final de la cadena de las Montañas del Norte. - Podríamos pasar por la cordillera y vadear el Río de la Luna...
- No merece la pena... Además, por lo que he oído, en ese paraje, el Hísië Taurë, hay una cofradía de asesinos peligrosa. Tienen a una cría a su servicio, y por lo que he oído de ella, y he visto de ti, diría que es una versión tuya en miniatura. Solo tiene dieciséis años...
Asteirm pareció interesado minímamente en el tema.
- Entonces aún está a tiempo de rectificar... - murmuró entrecerrando los ojos. Luego miro a Aswand. - ¿Alguna otra sugerencia?
- Sí - el negro señaló las montañas, en un punto al norte de Mariendul. - El paso Nevado. Podríamos seguir desde aquí al sur, llegar a las montañas y pasar de largo por las tres torres. Nos dejaría justo al norte de la ciudad y es el camino más rápido. Nos llevan ventaja, lo mejor sería cortar rápido y hacer menos camino en poco tiempo.
Tras una breve reflexión, el asesino asintió.
- Entonces no perdamos más tiempo, mañana por la mañana nos pondremos en camino, tu, el niño y yo...
- Bien, yo iré a buscar a alguien que pueda escoltar a Farah de vuelta a su casa. Nos veremos mañana a la hora de salir...
Aswand enrolló el mapa y cogiendo el dinero que Asteirm le dio, salió de la taberna. El asesino se quedó solo. Pensativo, contempló los rescoldos de la chimenea y sintió un calor agobiante. Aligeró las presas de su coraza de cuero y desajustó un poco el capote, para respirar mejor. Sintió una punzada en el costado y se recostó en la silla, quitándose con tranquilidad los guantes. Metió los dedos bajo la armadura y palpó sangre viscosa manchando la camisa. La herida fue la recibida durante el asalto y ni siquiera se la había mirado. Con toda probabilidad, se habría abierto y volvía a sangrar. Necesitaría subir a la habitación, limpiarla y vendarla. Ya había decidido hacerlo cuando el semielfo entró y caminó directamente hacia él, sentándose enfrente. Asteirm adoptó una expresión indescifrable y apretó una de las correas de la coraza, provocándose un agudo dolor en el costado, pero que no dejó traslucir en ninguno de sus gestos.
- H-he con-conseguido un comprador...
- No tartamudees... ¿Acaso te he robado el orgullo? - espetó de mala el humano. Elerión torció el gesto pero mantuvo la compostura.
- Un comprador. Está interesado en las mercancías. Se llama Ibrahim...
***
Asteirm se sintió regresando al hogar. Sintió que aquel era su elemento. Aquello era algo a lo que ya estaba acostumbrado. El tal Ibrahim era un joven de tez morena y ojos profundos, que escondía tras unos rasgos atractivos, una mirada de codicia y ambición propia de comerciantes que trafican con toda clase de cosas menos las que muestran en público. Seguramente, el tal Ibrahim, había heredado el negocio de su padre, y el muchacho debía mantener la fama en la región. No, se dijo el asesino. Aquel joven no tenía la candidez del principiante, ni el porte orgulloso del que ha recibido del padre una gran herencia y un nombre que mantener. Aquel joven, con toda seguridad, había asesinado a su padre para conseguir su posición. Así lo demostraban los dos personajes que se mantenían firmes detrás de él.
La sala en la que se habían reunido con ellos era bastante agobiante. Era un almacén lleno de gruesas telas colgando de las paredes y de vigas del techo, que goteaban agua de diversos colores, secándose después de haber sido teñidas. El agua se asentaba en enormes tinajas de barro, y el calor de la región provocaba que los vapores del tinte fuesen asfixiantes. Más acostumbrados, Ibrahim y los suyos estaban tranquilos; Asteirm, en guardia, orgulloso, los pies separados y las manos descansando sobre los pomos de sus armas. No pretendía ceder terreno ante gente como aquella, ni parecer intimidado. Pero mostrarse demasiado confiado tampoco era bueno. Y el asesino era de los que nunca subestimaban a oponentes de tal calibre. Entre vapores y una extraña miríada de colores, el comerciante habló con calma.
- Espero que esa mercancía de la que hablas sea valiosa... Mi tasador es un hombre exigente y sabe apreciar la buena calidad...
- Y yo espero que mi mercancía siga ahí después de que tu tasador termine de comprobar la calidad...
Ibrahim torció el gesto pero manteniendo una actitud arrogante frente al asesino. Volvieron a quedarse en silencio y Asteirm aprovechó para estudiar a los dos figurantes de Ibrahim. El de la derecha era un hombre alto y de envergadura desproporcionada. Su andar desgarbado junto a una pesada armadura completa provocó que un par de tinajas temblaran a su paso, asustadas por su propia integridad. Si aquel hombre montaba en cólera, ni una sola se salvaría. El de la izquierda era un lanzador de conjuros, un tipo de aspecto nerviosos que miraba al asesino con cierta aprensión. Era joven, pero su túnica arrugada y su pelo lacio con tintes grises lo hacían parecer algo más mayor. Una de las mangas del hechicero estaba descosida y desteñida, y el asesino no pudo evitar reírse abiertamente ante la ironía.
- ¿Qué os parece tan gracioso? - preguntó el hechicero irritado. El asesino no contestó, se limitó a seguir riendo. El mago, crispado por esa actitud tan prepotente, movió las manos y susurró una letanía. Asteirm dejó de reír de inmediato y clavó en el mago una mirada gris como el acero de sus armas.
- Dile a tu lanzador que susurre más bajo y más despacio o el conjuro reventará el almacén... - la amenaza iba dirigida a Ibrahim, pero el hechicero dejó de murmurar, ofendido. Asteirm no se detuvo. - Además de que si decide lanzarlo contra mi, no le dejaré terminar...
- ¿Insinúas que puedes ser más rápido que yo? - chilló ofendido.
- No lo insinuó, lo afirmo. ¿Quieres ponerme a prueba? - dijo calmadamente.
Ibrahim detuvo al mago con un gesto, por que ya se disponía a lanzar un rayo sobre el asesino. En ese momento, detrás de Asteirm se abrió la puerta del almacén y el tasador, un viejo vestido con una túnica roja, el pelo corto y cano, una barba cuidada y unas lentes sobre la nariz, se acercó hasta Ibrahim.
- La mercancía es de Murad... - susurró al hombre a Ibrahim. Los ojos del comerciante adquirieron un matiz codicioso y contempló a Asteirm con curiosidad. Intercambió unas palabras con el tasador y le pidió que se alejara un poco para poder hablar con el asesino con más calma.
- ¿Cuanto pides?
- Treinta y cinco mil piezas
- ¿De plata?
- De oro... - añadió con tranquilidad como si fuera evidente.
- La mercancía está valorada en al menos veinticinco mil piezas... - dijo el tasador.
- Veinticinco mil entonces ? apuntó Ibrahim
- No voy a bajar de los treinta y cinco...
- Veintiocho mil.
- Esas telas valen más. Y sospecho que son de algún colega tuyo. Treinta.
Ibrahim cerró levemente los ojos, sonriendo con cierta malicia.
- Veintinueve.
- Hecho - sentenció Asteirm. Ibrahim asintió, complacido. Le gustaba el estilo de aquel hombre.
***
Había amanecido en El-Kortum y finalmente Farah se alejaba en dirección norte hacia su hogar. Con el dinero conseguido con las mercancías de la carreta, Aswand había contratado a cuatro mercenarios de fiar que escoltarían a la joven hasta su casa. Además, habían empaquetado al semielfo con ella, habiendole dado unos pocos aunque nada desdeñables beneficios. Isidore se había guardado una pequeña parte de su botín, el resto la había dejado para Asteirm. Aswand se había gastado lo suyo y guardado un poco también.
Cuando los tres estuvieron solos, Aswand sacó de las alforjas de su montura un paquete largo, enrollado en una tela, que le tendió a Asteirm. Este deshizo el nudo y sacó a la luz su propia espada.
- La han afilado... y un mago le ha añadido una pequeña sorpresita que puede que te guste. Me he gastado la tercera parte de lo que te dieron por las telas. Espero que te sea de ayuda.
Asteirm desenvainó su nueva espada. Era la misma de siempre, solo que con ayuda de Ibrahim y el dinero conseguido con la venta de las telas, Aswand se había encargado de buscar alguien capaz de mejorar su arma. La hoja seguía siendo la misma, pero tenía un filo más brillante. Examinó la hoja con determinación y luego la enfundó.
- La palabra de mando es Ixen - reveló el negro.
Asteirm se ciñó la espada al cinturón y montó.
- Lo tendré presente. En marcha.
Los tres pusieron rumbo a los Montes del Sur
El grupo se había reducido con la marcha de Farah escoltada por Elerión y un grupo de mercenarios contratados por él. Asteirm estaba convencido de que esas gentes eran de fiar, él mismo se había encargado de ello. Un asesino como él podía ser muy persuasivo con rufianes como aquellos. No había hecho falta una recompensa extra tras cumplirse la misión con éxito para que aquella gente supiera lo que le convenía. Las palabras del extrangero, y aquella mirada mortal de asesino habían sido suficiente incentivo como para no fallar en su encomienda.
Por ello Asteirm, Aswand y Isidore marcharon sin miedo a que su antigua compañera sufriera una traición. Se notó que aquella marcha había afectado un tanto a Isidore. El niño había visto en aquella moletsa mujer algo más que una carga para todos. Con el paso de los días Isidore había encontrado una madre, o una hermana mayor en aquella mujer. No se despidió de ella, no quiso que le viera llorar. Cuando Farah se marchó junto con su escolta el joven Isidore se escondió entre los callejones de El-Kortun.
Los camellos que les habían llevado hasta allí fueron cambiados por caballos. Eran más rápidos, aunque no tan resistentes, sin embargo iban a ser mucho más útiles al salir del desierto que los torpes camellos. Aswand había comentado la ruta con Asteirm antes de partir y según sus palabras quedaban pocas millas arenoras. En tan solo unas cuantas jornadas llegarían a un terreno menos árido en el que crecían algunos arbustos y habitaba algún que otro mamífero. Hasta allí los caballos sufrirían bastante, pero no quedaban más ciudades hasta llegar a las montañas.
Por primera vez desde su partida el grupo no avanzó en dirección sur, sino al suroeste. Tenían que desviar su trayectoria para esquivar Atargrún pero no demasiado ya que la torre de Bodania se encontraba también bajo el dominio del Imperio. Los soldados imperiales les detendrían de seguro si les veían llegar, les impedirían el paso, y les requisarían todo lo que portasen. Esa era la política del Emperados Zacarías para las gentes que abandonaban la región. Fuera como fuera debían a toda costa evitar los controles y las patrullas imperiales. Hasta ahora no habían tenido problema pero estos empezarían de seguro, en el sur.
El clima de aquella zona era muy duro, el calor era abrasador como ya habían podido notar en jornadas anteriores, no había ni un solo lugar con sombra donde descansar, parecía que el sol estaba justamente sobre sus cabezas y se movía por encima de ellos evitando cualquie sombra posible. A todo ello se sumaba un insufrible viento que levantaba la arena desértica haciendo que esta se metiera en todos los orificios del cuerpo de los tres viajeros. Sus bocas estaban pastosas, llenas de barro, sus orificios nasales llenos de arena que hacían muy difícil respirar, y sus ojos estaban rojos y llorosos.
Pero como había dicho Aswand, si aquella pequeña tempestad no remitía pocos bandidos y menos soldados imperiales patrullarían la zona en busca de un fácil botín que seaquear. Aquello podía jugar a su favor si no se convertía en algo letal para ellos. Pero pronto caería la noche y si el viento no cesaba almenos el calor les dejaría respirar durante unas horas.
A media tarde y cuando el sol empezaba a descender por el horizonte Isidore se desmayó agotado por el calor. Decidieron detenerse en aquel lugar y montar el campamento antes de que la oscuridad de las cuatro lunas les impidiera ver donde ponían los pies. Cuando la noche cayó definitivamente Isidore abrió los ojos. Tras una hoguera se econtraba un oscuro hombre envuelto en una nube de humo. Se trataba de Asteirm, relajado ante el fuego fumando tabaco en una pipa. Aswand estaba de pie, de espaldas a Isidore y Asteirm con los brazos en jarra observando el cielo con cierta curiosidad.
Isidore salió de su saco y se sentó junto a su maestro. Miró atentamente al fuego y se calentó las manos frotándolas frente a la hoguera. Miró a Asteirm y se levantó hacia su mochila. De ahí sacó un trozo de carne y un odre de agua. Con una sonrisa miró al asesino y se puso a calentar aquel trozo de carne.
- Ya se cuidar de mi mismo, tengo mi propio dinero y se como gastarlo. - Dijo el niño. Asteirm sin quitarse la pipa de la boca asintió con desgana.
Isidore calentó durante unos minutos aquel trozo de carne y luego se sentó con su banquete y su cantimplora junto al extrangero. Dio un amplio trago y a continuación arrancó un gran bocado de su pieza de carne. Miró a su maestro y esperó a que este le devolviera la mirada.
- ¿No te da pena que Farah se haya ido? - Le preguntó el niño.
- No, era una carga para todos, de seguir con nosotros la habrían matado, y por su culpa quizás también a nosotros. - Respondió el asesino.
- Pues a mi si que me da pena. - Comentó el niño sin mucha expresividad y sin dejar de mirar al fuego.
Aswand se dio media vuelta y se encaminó al corrillo alrededor de la hoguera. Se sentó enfrente de su contratante y con una mirada de preocupación habló.
- Mañana hará más viento que hoy. Será difícil seguir avanzando sin desviarnos del camino. Tengo miedo de viajar demasiado al oeste. No muy lejos de aquí se está construyendo un magnifico monumento funerario para el gobernante de estas tierras. Zacarias mandó construir una tumbas en Banyara. Eso está lleno de esclavos, pero son soldados del Imperio quienes supervisan la construcción. - Dijo el gigantón.
Asteirm le escuchó con atención. Aquellos soldados imperiales se estaban conviertiendo en algo demasiado molesto, parecían estar por todo y por lo que había oído tenían los mismos escrúpulos que los suscios asesinos que abundaban en su orden. Aswand esperó una respuesta durante unos segundos, pero fue pronto cuando se dio cuenta de que si Asteirm le había pagado cinco mil piezas de oro no era para que le diera cosnejos sino para que decidiera el camino a seguir, y que fuera el más rápido y seguro.
Al amanecer partieron muy temprano, tres de las cuatro lunas aún eran visibles en el cielo. Como había predicho Aswand la noche anterior el viento era mucho más intenso que en el día anterior pero no hacía tanto bochorno como en jornadas pretéritas. Con pañuleos húmedos cubriendo el rostro avanzaron durante toda la jornada sólo parando para almorzar un breve periodo de tiempo.
Ya al anochecer y cuando el sol abandonó la linea del horizonte el grupo se fijó en algo inquietante en la lejanía. Tras un acantilado a menos de un kilometro de donde se encontraban se alzaba una gigantesca construcción de piedra. Se trataba de la pirámide de la que había hablado la noche anterior Aswand. Pero lo más inquietante era que a los pies del monumento cientos, quizás miles de esclavos trabajaban sin cesar azuzados por los látigos de los soldados imperiales. Aquel lugar era un sitio peligroso para acampar pero la noche ya había caído y los tres se encontraban exhaustos.
Asteirm observó en la lejanía la imponente construcción que aquel millón de esclavos se afanaba por levantar. Isidore lo contempló con cierta congoja y Aswand no sabía de qué lado estar.
- Aquí, como en cualquier parte, el Emperador debe demostrar su grandeza ante la gente construyendo edificios que superen la grandeza de los dioses... - murumuró el asesino. - Desde luego, esta región no se diferencia en nada de la mía...
Bajó de su montura y se dedicó a explorar el terreno para encontrar un buen lugar en el que pasar la noche. Las vigilancias y las patrullas los verían en la lejanía si enciendían un fuego, pero no podían morir de frío por una nimiedad semejante. Además, cualquier patrulla tendría que alejarse demasiado del campamento principal para poder llegar hasta ellos, y por tanto, la distancia los ayudaría a estar prevenidos en caso de ataque.
- Supongo que solamente podremos descansar, pero no dormir, no podemos arriesgarnos a que nos encuentren desprotegidos.
- Son soldados Imperiales, nos tomarán por asaltantes y no nos darán tregua. Yo haré la primera guardia, no tardarán en venir a averigüar la razón de nuestro fuego - comentó Asteirm, sentándonse tranquilamente en una piedra.
Una hora más tarde, los tres estaba reunidos alrededor del fuego. Aswand e Isidore dormian, y Asteirm sacó de nuevo su pipa. Al rehacer la mochila de viaje la había encontrado, olvidada al fondo de un bolsillo. Casi no le quedaban hierbas, así que había ido a comprar una poca. No era de buena calidad, pero al menos sabía que no era esa clase de drogas que se vendían en los mercados del oásis. Prefería disfrutar de la calada que tener que depender de ella. Entre volutas de humos contempló la construcción y vigiló a los posibles soldados que vendrían a visitarlos aquella noche.