Mizuki llegó a casa en mitad de la noche. No sabía si eran las dos, las tres o las seis, porque a menudo, cuando estaba en servicio de urgencias, el tiempo perdía todo su sentido. ¿Para qué seguir mirando el reloj si debían continuar atendiendo a un enfermo tras otro? Después de todo, hasta que no los hubieran atendido, no podían regresar a sus casas.
Además, aquella noche había sido diferente. La policía había traído a una joven en estado de shock, que había rescatado del río. Otra posible víctima del asesino de mujeres que llevaba actuando desde hacía varias noches. Y claro, el hospital se había convertido en un circo mediático. Mizuki había conseguido evadir a los periodistas, y agradecía que las relaciones públicas fuesen tarea normalmente de otros, de aquellos que desean que sus rostros se vean en las pantallas de cada hogar y que sean reconocidas en todas partes. A ella todos esos asuntos, tan superficiales, no le importaban en lo más mínimo.
Mizuki soltó las llaves a la entrada, como hacía habitualmente, y se dirigió a su dormitorio. Nada más entrar, dirigió su vista hacia la cama, en la que su marido parecía dormir plácidamente. Muchos años atrás, él se habría quedado despierto hasta que ella volviese, y a su lado estaría... Mizuki se quitó aquella imagen de la cabeza. Solo servía para hacerle más daño.
Se desvistió, agotada, y pensó en darse una ducha. La necesitaba, pero también y con urgencia, varias horas de sueño. En ese momento se acordó de su móvil. Rápidamente fue hasta su bolso, lo sacó y lo miró. Desde luego, no había nada. Nunca había nada durante la noche. Pero tenía que acordarse de mirarlo por la mañana, así que confirmó que tenía la alarma puesta, aunque fuese demasiado temprano. ¿Las ocho? ¿Las nueve? Las ocho, mejor. Al menos podría dormir... cuatro horas, calculó, tras mirar la hora por primera vez. Después lo apagó y lo dejó encima de la mesita.
Finalmente, decidió que podía perder diez minutos en una ducha revitalizante. Sus músculos necesitaban relajarse y su piel, el contacto con agua caliente. Todo su cuerpo agradeció la decisión, pero la necesitaba. Sus manos se movieron alrededor de su rostro y el resto de su cuerpo, y describieron cada curva que ya conocía, pero no como cuando era más joven y tenía ilusión, sino con desgana y melancolía.
Cuando salió de la ducha, volvió a mirar a su alrededor. El silencio y los recuerdos tristes llenaban cada rincón de su casa. No, de su vida, más bien. Era casi insoportable. Pero aquel teléfono, con esos misteriosos mensajes, y aquel extraño juego... quizás no fuese importante, pero al menos, era "algo". No quería asesinar, pero estaba segura de que no tardarían en aparecer asesinos para acabar con ella. Quizás lo importante era jugar, darle un sentido a su insignificante vida, aunque fuese solo durante cierto tiempo.
Ya estaba muerta, pensó mientras se acostaba en su parte de la cama y se cubría con la sábana. La cuestión era, conseguir vivir un poco más.
Mizuki se despertó cuando sonó su alarma, pero estaba demasiado cansada para levantarse o mirar su teléfono, así que la apagó y volvió a echarse. Cuando sus ojos volvieron a abrirse, tenía la impresión de que no había dormido no más de cinco minutos, pero un vistazo rápido al otro lado de la cama le hizo darse cuenta de que no era así. Su marido ya no estaba, se había marchado a trabajar. Perezosamente, alagó el brazo y miró la hora. Era casi medio día, y su turno comenzaría en poco más de una hora, así que tenía que ponerse en marcha.
Mizuki retiró las sábanas y se puso en pie. Su cuerpo estaba descansado, pero su mente todavía presentaba signos del agotamiento que suponía dormir poco y rápido y trabajar duro y continuamente durante el turno de noche, pero eso formaba parte de la profesión. Así que se fue directamente a la cocina, preparó la cafetera y la encendió. Después, fue a darse una ducha rápida y a vestirse.
Cinco minutos más tarde, estaba sentada a la mesa, degustando su café y mirando mientras tanto los mensajes que tenía en el móvil. Lo cierto era que cuando más rápido se movía Mizuki, mejor se sentía, porque no tenía tiempo de pensar en nada más. Eran aquellos momentos en los que peor lo pasaba, porque entonces su mente comenzaba a moverse en el tiempo y el espacio. Pensaba en su hija y su marido, en la vida que llevaban, en la vida vacía que le rodeaba...
Mizuki sacudió la cabeza y se bebió lo que le quedaba de un trago. Después lavó la taza rápidamente, cogió su bolso, asegurándose que llevaba las llaves, y salió en dirección al hospital. Otro día comenzaba y quién sabía lo que iba a depararle.
Me voy al HOSPITAL.
Martes 25 enero 06:00
Si hubieras ido a trabajar a estas horas, el asesino de mujeres te habría matado.
Martes 25 enero 13:00
Estás a salvo.
Pero hoy qué día es? ¿Martes?
Sí, estamos en la mañana del martes... Espera... error mío.
Vale. Perfect. Mediodía del martes... pero entonces, todavía puedo morir, así que me espero a la una. Prefiero llegar tarde.
Seguimos en martes, lo que he hecho es modificar los días, ya que modificar tooodos los diarios me sería un caos tremendo. Fijarse por los días de los diarios y listo.
Mizuki llegó agotada. Después de un día lleno de heridos, alianzas, incendios y envenenamientos, lo único que deseaba era irse a la cama. No obstante, su cuerpo le pedía algo más. A pesar de lo tarde que era, tuvo que ir la cocina y prepararse algo. Su estómago necesitaba proteínas e hidratos de carbono. Un pequeño cuenco con pasta sería suficiente.
Su marido no había llegado aún. No es que importara, pero a pesar del escaso contacto que tenían, su presencia le otorgaba esa pequeña sensación de seguridad que necesitaba para saber que su vida seguía un ritmo.
Cuando tuvo la comida hecha, Mizuki se sento a comer, en medio de un silencio roto solo por el sonido del reloj de pared.
Diez minutos más tarde, estaba acostada. El tacto con sus sábanas también era agradable, aunque el resto estuviese vacío... al igual que ella. Espera que aquella alianza sirviese para algo, aunque tampoco es que le hubiese dado, hasta el momento, ninguna alegría. Si acaso, unas cuantas preocupaciones más.
Finalmente, Mizuki cerró los ojos y se quedó dormida casi al instante.
Mizuki no se dio cuenta cuando llegó su marido. Hatori entró, silencioso, y se acostó al lado de su esposa. Entre ellos seguía sin haber contacto, pero el día había sido difícil y sentía la necesidad de estar más cerca de ella. Sin que se diese cuenta, porque estaba dormida, Hatori, se acostó a su lado.
Mizuki se despertó como tantos otros días, con su marido dormido a su lado, pero sin saber cuándo llegó. Después de tomar una ducha, desayunó sin ver siquiera la televisión. No sabía si habría sucedido algo más, pero cada vez que lo veía se anunciaba una catástrofe nueva.
Después se vistió y esperó a que su marido se despertara para marcharse juntos al Hospital.
Diario de la protección.
Tu vida no corre peligro por el momento.
Hatori se despertó no mucho después de Mizuki, aunque algo más cansado. Mientras Mizuki ordenaba algunas cosas de la casa, el tomaba una ducha, desayunaba y se vestía.
Sin mediar palabra entre ambos, cuando estuvieron listos media hora más tarde, ambos salieron hacia el hospital.
Mizuki y Hatori van al hospital
Habiendo sido enviada a la sala del tiempo antes de llegar al hospital, me voy al parque