De mala gana Severo sacó las monedas de su bolsa. Con deliberada lentitud, fue dejando moneda a moneda sobre la mesa hasta completar la demanda del tabernero mientras lo miraba con mala cara.- Tres maravedíes y seis dineros. Un robo.- Dijo el soldado.- Esta ronda la pongo yo, no os precupéis, amigos. Pero no pienso perdonarle ni una a ese viejo zalamero.- Mirando a Roldán y Tristán, les preguntó.- ¿Preferís buscar otra posada, o esta os va bien? En todo caso mañana es menester que vayamos directo al cuartel, y esta posada cae cerca así que...-
Me descuento las monedas.
-Gratitud, buen Severo.
El viejo zorro se había salido con la suya a medias. Ahora que éramos guardias, quizá se la pudiésemos devolver más adelante... Pero en fin, ahora mismo, no es lo que me preocupaba, mientras nos dejase en paz y pudiésemos dormir como Dios manda.
-Paréceme bien aquesta posada, mientras el maldito tuerto no vuelva a facer de las suyas... O intentarlo. Ir mañana al cuartel también es buena idea. Al fin y al cabo, habremos de ganarnos bien esos maravedíes -dije, confiando en que Fernando me escuchara y me viese con ganas de trabajar. Quizá si lo hacíamos bien consiguiese prorrogar mi trabajo, y vive Dios que lo desaba.
Poco más quedaba por hablar con Fernando salvo agradecer su intercesión con el rapaz tuerto, pues aparentemente todos los detalles sobre el trabajo ya estaban hablados. - ¡Tabernero! - Inquirí en un tono tan despectivo como chulesco. - ¿Cuanto por pernocta en aquesta posada?, et aclaroos que non fablo de lujos et derroche. - Con la mirada le hice entender que esta sería la tercera vez, y por tanto vencida, que nos timaría, y ahora si que no lo iba a tolerar.
- En cuanto a vos buen Severo, agradezco tal generosidad. - Agradecí al soldado antes de incorporarme, no sin tambalearme un poco a causa del vino. - Al canto del gallo reunirémonos bajo el emblema de aquesta casa - Dije a mis nuevos compañeros de faena haciendo referencia al emblema de madera que había colgado en la fachada de la posada. Recogí mis pertrechos con la intención de dirigirme al camastro, pues daba por sentado que el precio que nos ofrecería esta vez "el tuerto" sería aceptable.
En breves, mis señores... ejem... ehm... "guardias" -dijo haciendoos entender que el joven alguacil Fernando le había "cantado las cuarenta" y le había hecho saber vuestro nuevo oficio-. Tres monedas una habitación de cuatro, mis señores, no tendrán problema si pernoctan juntos. ¡Ah! Desayuno especial de semana santa incluido cuando "vuecéredes" despierten, mis señores...
El precio era razonable. Tan sólo había que preguntar a cualquier cliente o vecino del lugar para saber que las habitaciones del Escudo Verde no eran sino a seis la noche, ¡el doble!, pero quizá "El Tuerto" se había mojado los calzones (y no precisamente de lluvia) ante vuestra nueva condición y había hecho como que su ojo bueno tenía un buen día al haberos rebajado el precio.
En seguida subísteis a la habitación.
El precio no es por barba, es en total.
Escena cerrada.