El Aragonés encabezaba la marcha, pero no estaba menos precavido que le resto, que todo mirábais bien en las esquinas por si alguno de esos judíos, o cualesquiera otro tunante, osara asaltaros. Sin embargo, nada acaeció en el caminar de vuelta tras cruzar el puente San Martín ni en las callejuelas de Toledo. Fuísteis hasta la parroquia de San Andrés, pues al lado justo estaba la casa parroquil (la del Padre Alberto). Una vez que se metió en su casa y os agradeció la escolta con una pequeña bendición, pusísteis rumbo hacia el Escudo Verde. Era al menos, la una de la madrugada.
Jorge el Tuerto abrió la puerta en camisón (cuando aporreásteis la puerta de la taberna). Tenía una estaca con una especie de clavo en su punta, a modo de arma... Su cara era un poema, tan somnolienta que bien podría escupir y apalear a cualesquiera que viera a esas horas, pero en viendo vuestra llegada, carraspeó un poco e hizo muestras de alegría por veros... (y es que no eran horas). Se apartó con una media sonrisa y entrásteis. Luego subísteis a las habitaciones a domir.
Anden... -dijo viendoos subir las escaleras-, mañana será otro di... ¡BUAAAAHH! -y un bostezo enorme le inundó la boca mientras desaparecíais en las alturas-.
Restáos tres maravedíes cada uno por cobijo y desayuno al día siguiente.
Escena cerrada