Sentado sobre la piedra, Severo contempló como sus amigos y compañeros de batalla recogían con cariño su cuerpo. Sabía, y era consciente, que ese pequeño gesto innecesario los ennoblecía aún más si cabía, y dio gracias a Dios por haberlos encontrado, pues en las innumerables batallas en las que había estado, pocas veces se había sentido tan honrado de compartir armas tanto como se había sentido junto a aquel par de tunantes; Roldán y Tristán. Después sonrió al recordar al joven Felipe blandiendo el hacha y pensando en las aventuras que los unirían. Pobres diablos.
Observó con curiosidad también al joven Fernando y a su amada María, y sintió el amor que había entre ellos, y supo, por un instante, que toda la sangre que había derramado, que todas las muertes que había dado, lo habían llevado a este momento. Y supo también que había sido redimido por el amor. El amor puro y sincero de dos jóvenes que vivirían largos años y que, quizás, en alguna noche de invierno, mientras se sentaban al calor de una hoguera, Fernando relataría a sus hijos como cuatro guardias valientes habían dado su vida por él. Y Severo se sintió afortunado.
-¡Eh!-
Severo se giró indignado.-¡¿Qué?!.- Contestó malhumorado por haberle interrumpido esos bellos pensamientos.
-Te toca.-
Severo echó una última mirada de añoranza hacia el carromato que ya se perdía en la noche. Después, armándose de valor, se giró hacia sus adversarios. Puso su cara más fiera de batalla y se encaró a ellos.
-¿Josué, no?.- Preguntó, observando las almas de los otros tres judíos muertos en el combate y que esperaban junto a él a ser juzgados. Levantando una mano con claro gesto de amenaza, lanzó la carta en medio de los cuatro, y sentenció.- Pintan bastos. Y tú nada de fullerías, Daniel, que te tengo calado.-
¡Quién hubiéramelo dixo! Bandido, asesino, violador tiempo ha... apunto de hundirme en la oscura et decadente espiral de la propia oscuridad de la mia alma, más aparecióseme la Virgen iluminando el mio camino... ¡Ay virgencita, gracias a Dios! ¡quien me ha visto et quien me ve!... agora portador de justicia, castigador de los viles et injustos, salvador de los amores et las causas verdaderas...
¡Ay virgencita! que iluminaste el mio camino, espero hagas lo mesmo con los omnes et muxeres que pueblan nuestra patria, pues al final todos morimos igual, ya seamos cristianos, judíos, musulmanes, negros o blancos... todos morimos igual... et aquestas diferencias sólo traen odio et muerte... Et observé, mientras nos alejábamos, la tierra teñida de rojo de la cabeza del moro. ¡Mira al buen Severo virgencita! ¡pobre desdichado! más quédame el consuelo de que pronto reuniráse con su padre en fuerte abrazo, et a buen seguro orgulloso mostraráse aqueste ante tan valiente hijo... Et poséle la mano sobre la testa al soldado;
- Descansa en paz hermano de armas. -
...Más el amor lo triunfa todo, et aqueste si que non entiende de fronteras o razas, costumbres et religiones... Allí estaba la prueba viviente, junto a mi en aquella carreta... los dos tortolitos...