RELICARIO
Abriste el relicario de vidrio tallado que le colgaba de tu cuello y apareció el rostro de una mujer bella de pelo bermejo, obra de algún miniaturista flamenco. Nunca habías conocido a alguien así, hermosa, de mirada clara y rasgos dulces. Esa joya arrancada del cuello de un capitán hereje era el único botín remanente de sus tiempos de soldado. No pensabas desprenderte de él, porque ese rostro era el símbolo de una vida mejor que nunca tuviste y que no renunciabas a tener. Te gustaba creer que ese objeto te traía suerte.
Cerraste el relicario y te levantaste fastidiado por el calor, la melancolía y las horas sin sueño. Echaste un vistazo por el ventano, a través del cual ya se colaban los primeros rayos de sol. La calle de las Damas estaba vacía. Bonito nombre, pensaste, para una calle repleta de burdeles. Vivías allí desde que las autoridades consideraron oportuno que un alguacil velara por el decoro de esa vecindad de rameras y canallas.