Sin duda que ese es nuestro cometido, su Ilustrísima -respondí ante la búsqueda de maleantes, cual miembro de la justicia local que era, como asintiendo por algo tan aparentemente baladí-; Su eminencia fray Domingo y un servidor no hacemos sino lo propio, sobre los que perjuran de las leyes y los que blasfeman en la fe, que a buen cargo le damos cárcel y castigo al que vaya contra el Rey o contra Dios...
El rostro de aquel tipo era embriagador, como su vino. El sabor del Rioja se me quedó adherido en el paladar y los dientes, aún cuando ya segundos atrás lo había degustado y tragado. Un trago de aquel brebaje era como una rúbrica ante un escrito, en el que probar una mercancía o un servicio no te hacía sino valedera e reponsable desde ese preciso instante. Trabajar para ese confesor, como parecía acaecer sin decirlo explícitamente, era prácticamente igual que lo del vino. ¿Acaso podríamos decir que no? ¿Mas qué pasaría si nos negáramos? Mi guardamano parecía habérseme quitado del cinto y ponérseme en la garganta, apretándome contra los grandes frescos de los muros de esa sala real...
No veo el tiempo en que me diga qué clase de criminales aterrorizan Madrid, su Ilustrísima -continué,mirando también a fray Domingo-, pues yo que sé d'estos asuntos y conozco que desde hace ya un tiempo los más peligrosos no andan sino robando e desollando: pero están ya siendo perseguidos. ¿Hay algo que vos o Su Majestad -intenté saber para quién era exactamente el encargo- quieran precisarnos?
Asintió fray Domingo con un gesto leve a las palabras de Iturbe, adivinando en sus ojos la impaciencia de quienes no acostumbran a ser rechazados. Calmadamente, el dominico esperó a que Iturbe respondiera a las palabras de Jancinto, para luego aclarar en su mismo lugar que la suya labor no era para con el Rey sino para con Dios.
- Sabéis de sobra que encargarémonos de los causantes de la tropelía acometida anoche en Lavapiés. - díjele al padre Iturbe - Y el interés de Su Alteza acrecenta el ímpetu con el que acometeremos tal asunto, el cual atenderíamos de todos modos por ser nuestro deber, el mío para con Dios, y el de Jacinto para con la Villa de Madrid.
Dicho lo cual (y dicho de un modo que no dejaba lugar a dudas sobre la pretensión de fray Domingo de tratar el asunto, mas no de doblegarse ante el tal Iturbe), añadió.
- El prior de mi orden está ya al tanto de la cuestión, y ya sabéis que los Dominicos nunca hemos dejado estos asuntos de lado. - y añadió - Por supuesto, los mismos informes que lleguen a Atocha llegarán a Su Majestad, sin falta alguna.
Tan escasa sutileza en el lenguaje, empleada por fray Domingo a conciencia, hubo de dejar clara la postura del dominico ante aquel asunto.
Pues eso, no pido más detalles porque ya los refirió Jacinto.
Realmente fray Domingo no es hombre que se vaya a dejar "mamonear" por un cortesano del tres al cuarto, aunque tampoco va a desafiar abiertamente la autoridad real. Por otro lado, no considero que sea muy adecuado sortear con sutilezas la cuestión, dado que la Elocuencia no es el punto fuerte del Inquisidor.
Así que asumo las consecuencias :).
Sois vos quien debéis decirme que clase de criminales, o más bien criminal, asola Madrid. No creo que sea necesario precisar que los intereses de su majestad se centran en quien ha cometido los asesinatos de Lavapiés.
La sonrisa se había transformado en una expresión tensa y seria. Ahora ya no había buenas maneras.
Me he informado sobre vos, Jacinto. Sé de vuestros años de servicio en el ejército de su majestad —dijo con voz grave, mirandote fijamente—, de lo bien que os habéis batido en los campos de batalla y de cómo el rey contrajo con vos una deuda que no os pagó debidamente en su momento. Tenéis ahora una oportunidad de resolver este misterio y de que os recompense con generosidad por éste y los anteriores servicios.
Y vos recuerdo —añadió Iturbe para ambos— que el señor vuestro rey tuvo a bien otorgaros el empleo que desempeñáis, y suya es la potestad de arrebatároslo. Quedáis relevados de vuestras otras labores, a partir de ahora os encargaréis en exclusiva de este crimen. Cuando resolváis este asunto se os premiará como merecéis.
Todo estaba dicho, al menos para Jacinto. El de Altagracia supo que si se negaba a tomar parte en el asunto se quedaría sin trabajo, en la indigencia, y con un enemigo del calibre del confesor sólo le quedaría abandonar la corte. Jacinto no era un hombre muy instruido, sólo entendía de mujeres, armas, toros e hijos de puta. Adivinó nada más entrar en la alcoba que ese Iturbe era uno de los más grandes que había conocido. Un auténtico reptil, hábil para arrastrarse y trepar en el envenenado mundo de la corte.
El jesuita se volvió entonces hacia el dominico.
Creo que la justicia debe ser acompañada por un experto en temas espirituales, ya que los asesinatos rebasan el simple ámbito de la ley. No es misión fácil la búsqueda y castigo de los que profesan cultos demoníacos, y quién mejor que vos, un hombre versado en Demonología, para desempeñar una brillante labor.
Iturbe esbozó una sonrisa engañosa y señaló con el índice al dominico.
Fray Domingo, sé que sois un hombre sabio entendido en Demonología y otras artes, además de un hábil boticario. Vuestro nombre es bendecido por los hermanos del convento de Nuestra Señora de Atocha. Es un crimen que un hombre de vuestra valía viva apartado del mundo, podíais servir en la corte dignamente y recibir justa recompensa a vuestros méritos. Pensadlo bien a la hora de obrar.
Podría decirles, casi con toda seguridad, que matar allé mismo al Padre Iturbe con la espada arreglaría nuestros problemas. No resolveríamos el infame crímen de los muertos de Lavapiés, pero al menos salvaríamos las nuestras vidas. ¡Jesús! ¡Bien agarrado que nos tenía el maldito jesuíta! Estaba claro que negarse a sus preceptos no era sino sinónimo de indigencia, persecución y quién sabe si muerte... ¡Qué diablo! ¡Por supuesto! Negarse al confesor real era como negarse el mismísimo rey, al menos en efecto, y aquesto non podíamelo permitir yo, que no sabía hacer otra cosa que arreglar yerros (cosa a la cual ya no me dedicaba) y luego a blandirlos cuando era menester, como hacía ahora.
En exclusividad... -repetí-. Así lo haré, su Ilustrísima, y los resultados los sabrá un servidor con esta presteza y este silencio que nos ocupa... -Si: en ese momento me sentía como una pequeña hormiga en comparación con el mismo Sol, pero aquella punzada verbal le fue directo a a las entrañas-. Luego miré al Fray Domingo, ¿Verdad que sí, excelencia?