Partida Rol por web

Persignose fray Domingo al comprender cuanto había ocurrido en aquella sala, y también procuró serenar su espíritu, el cual, exaltado por la profundidad de su descubrimiento, amenazó con adentrarse en los caminos de la pecaminosa soberbia. No era el inquisidor hombre que permitiérase a sí mismo indisciplinas, pues había de castigar las ajenas, y sólo en su propia rectitud aposentaba su autoridad ante Dios.
Cerró, con sumo cuidado, la copia del Malleus Malleficorum que guardábase en su monasterio para uso de inquisidores, levantándolo con sus manos ajadas para devolverlo al estante del que había sido extraído. Iluminábase tan solo con un candil fray Domingo, y de este se valió para conducirse de vuelta a su celda, al tiempo que repasaba en su espíritu cuando sus ojos habían visto esa noche, para que ningún detalle se le olvidase o quedare atrás.
Claro era que el ritual había sido perpetrado por tres personas, y dos de ellas yacían muertas en el suelo. La tercera, que salió con vida de allí, tal vez hubo ocasión de recibir el beneplácito del demonio invocado, o tal vez no. Si resultaba ser que sí, un siervo del Maligno andaba suelto en la Imperial Villa, y había de ser hallado este cuanto antes. El sobrenombre de Peregrino difícilmente ayudaría a encontrarlo, mas tal vez los enseres que habíanse usado en el ritual pudieran conducir a sus fabricantes, y esto a la identificación de quienes los adquirieron.

Estas y otras divagaciones acompañaron el lento y dolorido caminar de fray Domingo a su celda. Sentíase abrumado y exaltado al mismo tiempo, y en su mirada veíase de nuevo el fuego de otros tiempos, cuando, en sagrada labor, hubo fray Domingo de purgar de herejías las tierras de Granada. Ahora, en Madrid, enfrentábase fray Domingo a una herejía mucho peor: la adoración al Maligno. Sería esta extirpada, como lo fueron otras. Con tal pensamiento cerró los ojos en su camastro el dominico, y con tal idea despertaría al día siguiente.

No preguntes... -advertí al corchete que cusotidiaba al que tenía embebidos los pensamientos, en pos de no preguntar por mi aspecto u olor-. Notaba sobre mis cabello y empapado en la camisilla bajo el coleto negro el hedor de los orines ajenos, et Dios mediante no quiso que yo accediera a aquella casa, pues habríame subido en un salve y hubiérale desajerreado las vergüenzas al infame puerco; et que así no hubiera de impacientar a ninguno por de más el vil astroso... ¿Ha dicho algo? -interrogué al que le cuidaba-, ¿alguna palabra?

Luego agacheme hasta ponerme en cuclillas, justo delante del tipo. La espada inquirió en el suelo del cuartelillo y el cinturón de cuero resonó ante el doblar del material. Por sus ojos, ahora delante de los míos, podría afirmar que le habían sorbido el cerebelo, como extraído a cuchara o expulsado a base de topetazos en la testa... Mas la vista no engaña a nadie, et sabe uno, si es que se fija bien, cuantas cosas los hombres tienen qué decir et cuanteas cállanse... Ni los continuos sorbos que daba al platillo interrumpían ese primer vistazo al que le sometí. Ahora le hablé.

Oye, muchacho. Soy Jacinto, tu superior -le dije-. Ya le dije a Carlos -allí presente- que vendría a verte en cuanto pudiera. Et aquí estoy. ¿Qué... -no sabía cómo referirme, pues en los frentes que vanguardia la grandeza de Nuestro Señor Rey de las Españas hartos hombres tuve que alentar del mismo modo, bien cuando perdían un miembro, mataban a su mejor amigo o cuando ellos mismos, dada su juventud, quitaban la vida a los herejes rebeldes-, qué has visto en esa casa?

El corchete, aún quebrantado por lo visto y vivido, no parecía muy orgulloso de sí mismo. Por un momento, al mover los ojos en busca de quien le hablaba, su mirada encontró la tuya; y sus ojos claros se apartaron de inmediato, rehuyéndote, casi temerosos de que le reprocharas su cobardía. Pero sólo fue un instante, y luego volvió a mirarte de nuevo, franco, con una torcida mueca, aunque podía verse cierto agradecimiento en su rostro:

─Parecía presa de las tinieblas aquella casa. ─dijo con voz quebrada ─Nada más poner un pie en la entrada lo presentimos, y que cuando nos adentramos y vimos lo que allí había acontecido tuvimos claro que el maligno había metido la mano en ello...

Y tras un buen rato escuchando sus palabras, ningún detalle en claro sacaste, almenos ninguno que se hubiera pasado por alto al escrutinio al que sometiste la escena junto al dominico. La versión del corchete era simple y supersticiosa. Lo normal viniendo de aquel mozo que no destacaba presisamente por su inteligencia y lucidez.

Por más que miraba al corchete, no sabía si hablaba sandeces o decía aquello cuanto podia... Carraspeé un poco, me incoporé y mire a Carlos. Pensé unos momentos qué hacer ahora, era tarde y en unas horas comenzaría la nueva jornada, que sin duda me ocuparía toda ella todo este asunto...

Carlos. Llévale a casa -ordené-, o si quiere, que se quede en el cuartelillo* a pasar la noche. Mañana nos veremos tu y yo aquí para este asunto: parece que hay tela que cortar, ya te daré mas detalles por la mañana... -mi cara mostraba un evidente y exasperante cansancio- ¡Ah! Y cuida bien de lo que he traído: son pruebas. Pon las vasijas junto a la botella y el líquido, y que nadie beba el contenido. Luego puedes irte.

No quise despedirme del corchete embebido aquel mar de dudas y miedos. Cogí mis aparejos, espada y daga, y me pertreché para andurrear por las calles de la Coronada rumbo a casa.

─Descuida ─responde Carlos mientras se rascra frenéticamente la barba como siempre. No sabrías decir si es manía o es que sufre de algún problema cutáneo que se empeña en ocultar tras esa espesa barba. ─Así se hará.