Los labios de Ethan se curvaron hacia abajo, temblorosos. Su garganta se sentía demasiado dura para que la saliva que se acumulaba en la boca pasara, y cuando lo hizo fue de manera ardiente. Apenas dio un vistazo al envoltorio, solo lo suficiente. Lo que contuviera, seguiría en sus sueños más oscuros por largo tiempo.
Enseguida volvió la mirada a la puerta final que lo separaba de Vanessa. Inspiro profundamente. El suelo se sentía de arena y estaba seguro que en cualquier momento tropezaría en ella para caer de rodillas.
-Todos. Quédense aquí. +ordeno, y sus palabras eran tan suaves como la seda, a la vez que graves como una herida al corazón. No había ningún margen de discusión al respecto.
No se trataba de la imagen del heredero, de su esposa, o del futuro señor. No era orgullo, ni desprecio o rabia por los esfuerzos que los sirvientes hubieran hecho durante el parto, y que habían resultado insuficientes. Era otra cosa…
Volvió levemente la mirada a Rebecca. Tampoco la quería allí. No donde viera esto. Apoyo la mano en la puerta, listo a entrar, pero antes de eso pronunció unas últimas palabras.
-Cuida de mis niñas. Que no se acerquen a esta zona del castillo, bajo ningún motivo.
Aquella carga, aquel dolor, le pertenecía en exclusiva a ellos y a nadie más. Y si sus temores eran ciertos, solo a él.
El corazón de Rebecca se aceleró al escuchar los gritos que provenían de los aposentos de Lady Vanessa. Miró de soslayo a su hermano y en ese momento deseó ser más fuerte para que él pudiera apoyarse en su hombro. Pero se sentía débil y muy asustada.
Vio las sábanas empapadas en sangre y ahogó un gemido. Inconscientemente llevó la mano a su vientre. Lady Vanessa estaba agonizando a pocos metros de ella y lo único que podía pensar era en que esperaba que no le ocurriera aquello. Miró a su hermano y tragó saliva.
Debo ser fuerte, se lo debo.
Asintió con la cabeza y, le iba a dar un beso, intentando transmitirle la certeza de que no estaba solo y podía contar con ella para lo que necesitara. Pero le miró a los ojos y supo que no serviría de nada. Él necesitaba estar solo y despedirse de Lady Vanessa.
- No te preocupes, tus hijas estarán bien... - Asintió con un suave gesto de cabeza y, dando media vuelta, caminó hacia los dormitorios de las pequeñas. Podía escuchar todavía los gritos de la dama y sentía como su corazón palpitaba con fuerza y las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos. Se detuvo un momento para secarlas, no quería que las pequeñas la vieran llorar. Respiró profundamente y continuó su camino en busca de las hijas de su querido hermano.
La ansiedad puede ser callada. Uno, como persona, tiene el derecho de decidir guardarse sus miedos, y no verbalizarlos. Sea por dejar los problemas en el terreno de las palabras no dichas, a la espera de que se solucionen solos, o al menos no encararlos. O sea porque la realidad es más de lo que podemos soportar.
Pero el cuerpo no es un almacén.
De una u otra forma, la ansiedad sale.
Puede ser con malhumor o depresión.
Puede ser con enfermedades físicas que intenten emular las del alma.
La ansiedad de Rebecca podían ser las nauseas que comenzaba a sentir.
Sería más lógico culpar de ellas al bebé, pero nunca le habían dado tan tarde.
Tuvo que detenerse, porque el mundo amenazaba con caer. Hubo que cerrar los ojos y respirar fuertemente, apoyada en la pared.
Pero no pudo más.
Su cuerpo la traicionó con una arcada violenta.
Intentó salir tras la hija del lord y hermana del regente, atendiendo a los deseos de Ethan Dracstone de estar solo con su esposa.
Casi la alcanzaba, cuando notó la turbación de ella. Por un momento, permaneció en su sitio.
Si algo faltaba para temer que hubiera podido escuchar más de lo que debía, era que la palidez había retornado con fuerza a su rostro. Se acercó rápidamente a ella, sin decir nada. Ofreciéndole respetuosamente su brazo.
¿Sabía, o no sabía? ¿Sospechaba, o creía que era por la impresión de lo que acababa de ver la joven?
Rebecca consiguió recuperar el control de su cuerpo. Pestañeó, arrancando las lágrimas que cegaban sus hermosos ojos azules y volvió la mirada, para ver a Norman esperando a pocos pasos de ella. Sus mejillas se sonrojaron violentamente al ser descubierta de aquella manera. Se incorporó, secando con presteza sus mejillas.
¿Habrá escuchado algo? Se preguntó mientras aceptaba su brazo y empezaba a caminar junto a él. En lo más profundo de su corazón esperaba que no fuera así. Aquel era su mayor tesoro y no deseaba compartirlo con nadie. Además, ¿qué pensaría la gente si supieran que en sus entrañas crecía el fruto de un desconocido?
- Gracias por vuestra compañía. Creo que la noticia de lo de Lady Vanessa me ha debido cortar la digestión - . Dijo y una pequeña mueca se formó en sus suaves labios. Le miró de soslayo, esperando que aceptara aquella explicación y no hiciera preguntas comprometidas.
- Es terrible, en efecto.
Hizo fuerza tensando el brazo, para sostener el peso de la joven. De cualquier forma no era muy pesada. No era un miembro de la plebe en sí, y un apellido le seguía al nombre. Pero Norman era hombre de las viejas ideas de lealtad y servicio que un día conformarían los ideales de la caballería.
De cualquier forma, pasaba por un hombre muy recto, eficaz en su puesto de protegido y castellano.
- Le hace falta descanzar, mi lady. - observó, atento a los pasos de Rebecca - Ningún golpe es tan terrible como este - su mirada se desvió al pasillo de donde ambos habían venido.
Fue un alivio: se refería exclusivamente a Vanessa. El temor a que supiera pareció disiparse.
Y con ello, llegó una terrible certeza: en adelante, iba a temer si sabían o no sabían los demás. ¿La acecharía la paranoia en los siguientes meses, o semanas, o el tiempo que estuviera allí?
Por más seguros que estemos de nuestras desiciones, siempre hay un margen para la duda. Entre más grave esta, mayor es la zozobra que acecha nuestros corazones.
Rebecca siguió la mirada de Norman y una triste mueca se dibujó en sus labios.
- Lo sé, por eso tengo que estar junto a mis sobrinas. Mi hermano me necesita - . Al menos, el tiempo que pudiera estaría junto a ellos.
Rebecca se sintió aliviada al darse cuenta de que el hombre no se había percatado de su estado. Pero, ¿cuánto tiempo podría ocultarlo? Era consciente de que llevaría la vergüenza a su casa. No podía decir quién era el padre, habían muchas cosas en juego... Se mordió el labio, preocupada, mientras continuaba caminando en dirección a los dormitorios de sus sobrinas.
Una idea empezaba a formarse en su mente. Su alma rebelde le negaba el conformismo de un matrimonio concertado. No podría criar a su hijo engañándole, él era el primogénito de Lord Mern. Si las cosas continuaban como hasta la fecha y su esposa seguía sin poder darle hijos, él sería su único heredero. No podía darle otro apellido, pero tampoco podía mostrarse en público.
Necesito pensar. Todavía no había nacido, pero sentía que su hijo empezaba a ser lo más importante de su vida. Y lo que no aceptaría por nada del mundo era tomar el té de luna, como había propuesto Ethan.
En sus habitaciones, Onira aun se encontraba dormida.
Una de tantas damas de servicio, Sura, estaba allí también, arreglando sus ropajes, mientras otra se encargaba del orinal. La niña, en cambio, era un pequeño ángel rubio, envuelta en sus cobertores y con su suave cabello enmarcando su pequeño rostro.
Verla causa una sensación extraña. Las madres no conocen el rostro de sus bebés hasta que estos nacen.
El movimiento que hace el tuyo en tu vientre te toma desprevenida. Aun son esporádicos, y es aun una sensación extraña.
Pero hay una felicidad en ello. Es como si quisiera decirte algo. O como si quisiera dejarte saber que no estás sola.
Lo mejor, al final, es dejar a la niña descanzar. Hay demasiados oídos allí, también. Además, aun es demasiado pequeña...
Lo mejor será hablar con Eibhlín.
Su carrera como pintora no había empezado, pero ya se anunciaba en los trazos ocasiones que hacía por entretenimiento.
¿Qué dirían su abuela y su padre si supieran que ese algún día sería su escape?
La pequeña dragon era apenas una niña, pero ya era bastante despierta para su edad.
Rebecca, al contrario de a Onira, la encontró despierta. Estaba siendo atendida por Eloisa, al igual que Onira lo era por Sura.
Esta vez, el servicio se manifestaba en un té endulzado con miel.
Al tocar la tía puerta para pasar, habría que explicar su presencia.
Lo cual podría llevar a la sobrina al umbral de una de las peores experiencias de su vida.