La muralla había rendido sus secretos, y con los druidas como aliados la amenazadora mazmorra se convirtió en un santuario. Ni trampas ni monstruos importunaron a los mercenarios. Una estatua tallada en madera representando tres ciervos (similar la estatua de los lobos que protegía la cabaña-árbol) curó sus heridas y restauró su energía al sentirles llegar. Los traviesos duendes les fabricaron ropa nueva y los animales les dieron comida para el viaje. Tras un día en la muralla, llegaron al fin a la cima, saliendo a la luz por una trampilla.
Les recibieron unos enormes dientes afilados en una mandíbula tan grande como para tragarse un barco.
Eran los huesos del tiburón colosal que había atacado el navío días atrás. Alrededor todo estaba alfombrado con huesos de buen tamaño, ramas, que a veces eran árboles jóvenes desarraigados y trozos de gigantesca cáscara de huevo. Una sombra les hizo mirar hacia arriba. El águila inmensa, el roc. Estaban en su nido. Y sin embargo la bestia ya no parecía una amenaza. Resultaba imponente y grácil, solo superada en belleza y poder por el dragón rojo que habían matado.
Esa no fue la única sorpresa. A su espalda tenían un acantilado escarpado que daba al bosque. Delante, una interminable llanura de hierba. La muralla no era tal, sino una enorme meseta que separaba una pequeña porción de costa de la península. Los ancianos druidas debían de haber movido la tierra misma para mantener atrapada a la sierpe. El laberinto recorría el interior de la meseta hasta desembocar en lo alto. Una prisión perfecta para un dragón sin alas.
Los druidas les prestaron caballos y a decir verdad algunos viajaron con ellos un tiempo, pues ahora que la misión sagrada estaba cumplida se sentían libres. En años venideros, los regresos de esos druidas viajeros romperían la resistencia de los que aún quedaban herméticos e intolerantes. La secta druídica había estado a un paso de convertirse en nada mejor que los siervos del dragón, pero eso quedaba atrás
Les quedaba un largo viaje por delante, pero tenían la satisfacción de una buena hazaña y sacos llenos de oro.