Partida Rol por web

Corres por ese callejon, pequeño, lleno de botes de basura pero casi perfecto para ocultarse,   vas por el mirando un poco paranoide el techo pero la impresión que da es que nadie  esta cerca, el callejon tiene una pequeña esquina, y justo cuando la cruzas algo que no creiste que sucediera sucede, del suelo del callejon miles de plantas enredaderas te atrapan los pies y caes, mientras ves como otras lentamente se acercan hacia ti para atraparte.

-¡Mierda!

Sin poder remediarlo, veo como el suelo se acerca rápidamente a mi cara. En un acto instintivo me cubro la cabeza con los brazos, tratando de amortiguar la caída. Con un gran estruendo unas cuantas latas metálicas salen despedidas debido al impacto de mi cuerpo.

Pero... ¿con qué he tropezado?

Cuando dirijo la mirada a mis pies descubro algo enredado alrededor de mis tobillos. Me dispongo a quitarlo de ahí cuando me percato de movimiento a mi alrededor. Asombrado, abro los ojos, sin creerme lo que estoy viendo. Sin perder tiempo comienzo a forcejear con las enredaderas que traban mis tobillos mientras mi nerviosismo va en aumento.

Necesito algo para cortarlas ¡pronto! Si no consigo librarme estoy perdido.

Edgar no confía mucho en el cubo de basura, así que trata de ver si consigue otra manera de acceder al enemigo.

Las cejas de Llúcia bajan. Forman una notoria línea de enfado, de profundo rechazo.

- Eres un jodido cabr-...

Lo siguiente que reconoce es algo que viene hacia ella. El segundo que su instinto ha ganado para esquivar debería ser suficiente para salir de la trayectoria del bólido, pero no lo es. Se diluye, echándose a perder, pues Llúcia no llega a moverse como espera. Quizás por el golpe anterior, quizás por la distracción de su enojo, el bote de basura logra alcanzarla en toda la cara y choca contra ella abollándose por completo. El impacto, que no parecía tan potente en un principio, logra desestabilizarla y hacerle caer a la calle, directamente al medio del pavimento. Sus labios reconocen el sabor del asfalto, tantas veces degustado a lo largo de las manifestaciones de todo un siglo. La última vez que se permitió hacerlo, fue por un ideal, y no por un imbécil.

Aparta el bote de basura de un manotazo. Levanta la mirada para fijarla en aquel que desde el tejado se ríe.

- Te he hecho una jodida pregunta - dice, no grita, pero su tono es tan claro que se escucha como si hubiera elevado la voz, y se pone de pie de nuevo - ¿Quién eres y qué quieres con nosotros?

Sus pensamientos confluyen en lo que sus ojos no quieren mirar, para no hacerlo más obvio. Intenta ganar tiempo, para que los demás accionen como lo están haciendo. Confluyen, poniéndose frente a ella, sobre ella, formando la idea de que tiene que permanecer de pie, allí, sin caer de nuevo, al menos hasta que los demás estén de nueivo en posición. O al menos, hasta que aquel cabrón le diga algo, o se le deslice, sobre qué es lo que está sucediendo allí.

En ese momento  todos observan que las lineas electricas comienzan a  sacar chispas, y las luces del callejon a parpadear.

Mientras  esto sucede pueden escuchar el grito del maltaban quien ha corrido por uno de los corredores. El pote de basura golpea a la mujer brujah y hace un ruido sonoro.

¿ No sabes querida?. Se ríe de manera  estruendosa. Deberías entonces preguntarle a tu maestro.

Eso que acaba de decir es extraño, ¿Cuál maestro?

Malditos indignos, ratas carroñeras de sabiduría!. Esto último lo dice con odio. Mueran!

En ese momento todos ven ( menos Saul que esta en otro cuento) cómo de los techos comienzan a salir  bolas de fuego directamente hacia ustedes.

En ese momento comienzas a sentir ese usual dolor de cabeza, mientras escuchas al sujeto te sientes algo mareado, y te das cuenta que sientes la electricidad pasar por los cables de alta tensión, la luz parpadea, cómo si fuera el latido de tu corazón inerte. Simplemente sabes que eres uno con la electricidad. Puedes sentir los electrodomesticos de las tiendas, puedes sentir como pareciera todo andar en armonia.

Poco a poco puedes ver que  las plantas se aferran fuertemente a tus pies, pateas, algunas se rompen pero otras  te agarran más duro. Estas asustado, necesitas salir de ahí, serás hombre muerto sí no.

En esos momentos  desearias tener el reloj para que te diera seguridad.

Paolo estaba en su elemento. No sabia cómo ni porqué pero estaba en su elemento. Podia sentir toda la energia electrica de los alrededores y cerraba y abria las manos como si pudiera tocarla.

Vió las bolas de fuego e hizo una finta con gran maestría, poniendose a salvo de lo que se le venia encima, pero pronto comenzó a sentir de nuevo la electricidad. Sabia que podia hacerlo, sabia que podia electrocutar a aquel hombre, a esa escoria, pero no sabia cómo. Esperaba que su propio instinto le fuera fiel y pudiera salir airoso de esta.

Edgar, viendo que la única manera que llegar hasta donde estaba su contrincante era saltando hasta el lugar donde se hallaba, pega un salto, y rezando para sus adentros para no caerse lo más estrepitosamente posible, se lanza al encuentro con el enemigo.

Ve con un poco de alivio que, no sin dificultad, se encuentra a salvo - por el momento -; y tan pronto como sus pies tocan el suelo se pone en posición de ataque, diciendo para sí mismo:

Ya verás papito con quien te has metido, ¡te voy a partir la jeta!