- ¡Asteirm, no! - Gritó Aswand alargando su brazo derecho, pero sin moverse del lugar donde se encontraba, como si de alguna manera pudiera extender sus extremidades hasta agarrar a su amigo. Evidentemente no podía...
El hombre de azabache dudó un instante. Miró a Bärd, quien se encogió de hombros. Miró a Ben-Jezheri, el cual negó con la cabeza. Finalmente se decidió a dar únicamente dos pasos hacia el líder de la compañía mercenaria a la que pertenecía. Lurzca le detuvo y le abrazó un instante. Le miró a los ojos y señaló la salida.
Fuera por el abrazo de Lurzca o por el hecho de que finalmente entendió que sin Asterim, él heredaría el mando de la compañía mercenaria, aceptó abandonar a su amigo en aquel lugar. Al fin y al cabo, no había demasiadas posibilidades de sacar su cuerpo con éxito y sobre todo, no tenían el tiempo necesario papra ello.
Una vez realizado el saqueo de rigor y asumido que Asteirm se quedaría en aquellas ruinas, todos encararon la puerta de salida dispuestos a poner los pies en polvorosa. Fue el momento en el cual fueron interrumpidos una vez más por la vampiresa que les había "ayudado", dando inertes manotazos sobre el inerte también cuerpo del no-muerto.
- ¡Huid insensatos! - Les exigió. - ¡No os detengáis por mi! ¡Yo ya estoy condenada! - Les aclaró, por si cabía alguna duda. - ¡El cetro se alzará una y otra vez! - Pregonó de nuevo. - ¡Sólo os pido una cosa! - Volvió a interrumpir la huída. - ¡Quiero que no olvidéis mi nombre! - Les pidió con cierta solemnidad. - ¡Yo fui...! - Notó un fuerte crujido a su derecha. - ¡Mier... - Mientras decía aquello giraba el rostro para comprobar como una inmensa estatua se venía abajo. - ...da! - Hasta que finalmente la aplastó y la silenció para siempre.
El templo se vino abajo de forma definitiva. Para ese entonces, los valientes héroes de la historia, ya huían a la desesperda por los intrincados y absurdos pasillos de aquella construcción realizada por un arquitecto analfabeto, mientras evitaban cascotes, saltaban columnas derribadas o pasaban por debajo de zonas ya derruidas, que convenientemente habían dejado un espacio suficiente para que el más orondo del grupo pudiera superar con una sencilla prueba de escapismo.
Por fortuna, el templo se derribó a su paso y no antes y aunque el abismo que se arbía tras de ellos, parecía hostigarles de una manera casi consciente, parecía ser fruto de la voluntad de un dios bueno pero exigente, haciendo valer más que nunca la clásica frase "dios aprieta pero no ahoga" o en éste caso concreto "dios derrumba pero no precipita".
Ya fuera del templo, fueron testigos como la vivienda entera del bueno de Naguat El-Hartum, el avaricioso comerciante que por tal de eludir las abusivas tasas impositivas para la realización de una remodelación de su vivienda había causado todo aquel desorden público, se había reducido por completo a escombros.
De rodillas y con las manos en su enrogecido rostro, Naguat contemplaba el desastre incrédulo ante la destrucción sin precedente de la que había sido testigo. Además de aquello, hubo un juicio. Naguat El-Hartum fue condenado a cincuenta latigazos y a pagar una cuantiosa multa por la obra realizada con un recardo del veinte por ciento. En cuanto a los latigazos, solicitó al tribunal de apelación, que le fueran condonados a cambio de trabajos en beneficio de la comunidad, algo a lo que el tribunal no estuvo dispuesto y finalmente y en base a una antigua ley escrita en el papiro oficial de Mulhorand, pudo recibir los latigazos uno de sus esclavos en su nombre, a lo cual éste accedió gustoso a cambio de una semana de ración doble de pan mohoso y queso rancio.
¿Fue ese el final de Asterim? Evidentemente no...
Ya al atardecer del segundo día tras los acontecimientos narrados, las ruinas seguían allí donde las habían dejado. Los servicios públicos de recogida de voluminosos, no trabajaban en fin de semana, pues ellos también tenían su derecho a descansar y a disfrutar de la familia... si es que eso es posible...
Decía que... al atardecer del segundo día, las ruinas parecían seguir inmóviles, pero entonces en un punto concreto de las mismas, un rumor, un leve movimiento de los cascotes podría haber sido apreciado por alguien si estuviera mirando, aunque no fue el caso. De pronto, una mano metálica surgió de entre las ruinas. Los agarrotados y metálidos dedos ensangrentados, se extendieron en señal de victoria.
Asteirm estaba a punto de ser liberado. ¿Gracias únicamente a su tesón y espíriu de supervivencia o.... había algo más?
- FIN -
Nepthis había suspirado sonoramente tras el absurdo monólogo de Anhk El-Durss, y después se había frotado los ojos en gesto de cansancio. Justo lo que necesitaba Mulhorand: un cateto idiota adorador de serpientes con una fuente inconmensurable de poder.
—Marchémonos antes de que…
No le dio tiempo a terminar: la tumba se venía abajo. Se aseguró de que sus amigos se ponían a salvo y echó a volar en dirección a la salida, batiendo las alas resplandecientes. Cuando llegaron a la hacienda de Naguat El-Hartum, estaba terriblemente cansada. Ya no le dolía tanto la espalda desde la Ascensión, pero seguía sin estar acostumbrada a los rigores de la aventura. Y, a decir verdad, canalizar el favor de Hathor en forma de hechizos siempre la dejaba agotada y triste, melancólica por haber perdido parte de la luz de la Bailarina de la Fortuna en su interior.
Por eso no tenía ganas de tirarle de las orejas a El-Hartum por la tremenda estupidez que había cometido con tal de ahorrarse unos permisos. No único que quería Nepthis era pasar el día con sus amigos: hablar, reír, ponerse al día. Poder ser simplemente Nepthis, amiga de sus amigos, y no una Encarnación con el peso de Mulhorand a sus espaldas.
Sí.
Eso estaría bien, por un día.
Jotnar se había quedado quieto con una ceja más alta que otra mientras se acariciaba la barba pensativamente sin cambiar la postura tras el intento de monólogo fallido. De hecho, había salido de la tumba corriendo de aquella guisa, únicamente moviendo la mitad inferior de su cuerpo que era lo que necesitaba para correr, la superior se había quedado así.
—Y esto era la amenaza terrible que se cernía sobre Mulhorand—comentó finalmente cuando ya llevaban unos minutos fueran, como quien articula un pensamiento tan profundo como el cosmos. Tres segundos después se reactivó de golpe, encogiéndose de hombros—. Bueno, ¿quien quiere un te?
No le había quedado muy claro si la vampira se llamaba "mierda" o es que simplemente la custodia de la tumba era pareja a lo que custodiaba y al arquitecto amante de los techos que la había construido, pero le dio igual. Mientras les pagasen lo prometido, como si de pronto surgía un géiser de sirope arco-iris del derrumbe.
Para un día en meses que podía pasar sin aburrirse como una maldita ostra quería aprovecharlo.
Finalmente habían podido solventar aquel asunto. Pese a que el nigromante le puso empeño, no había logrado ser un rival realmente difícil de vencer para ellos. No es que lo hubiera hecho mal, pero después de tanto tiempo juntos, se complementaban a la perfección y se habían convertido en un grupo de mercenarios realmente duro.
Fuera como fuera, les había tocado correr pasa escapar de una ruinosa tumba subterránea. Después de todo lo que habían vivido, acabado sus días sepultados sobre toneladas de escombros, no era como tenía pensado acabar sus días.
De hecho, no tenía pensado ni como continuarlos. Cierto era que la revelación que había significado para ella la ascensión de Nepthis y el descubrimiento de Hartor como una diosa digna de ser seguida, habían encauzado si vida espiritual. No obstante, no eran esos todos los aspectos de la vida que quería completar.
- Me encantaría tomar ese te. - Le dijo al enano líder de la compañía. - Nos vemos en la sede. Pero antes tengo algo que hacer... - Comentó mirando de reojo a Aswand. - Id yendo... Enseguida... Enseguida estoy con vosotros.
Dicho aquello, se acercó con determinación hacia donde se encontraba el enrome hombretón de azabache. Le tocó en la espalda llamado su atención y éste se giró hacia la mestiza. Algo me dijo ella. Algo que le sorprendió bastante. Finalmente sonrió y los dos se fueron juntos desaparecinedo de la vista de todos una vez se mimetizaron con el resto de mulhorianos que abarrotaban las calles de Gheldaneth.