Mientras Amessis hablaba con aquella extraña cría, llegó la guardia de la ciudad y junto a algunos sacerdotes, comenzaron a atender a los heridos que se encontraban en las calles. Pronto empezaron también a retirar los cadáveres de los ciudadanos que habían fallecido por la acción del contemplador y de los valientes que se habían enfrentado a éste perdiendo la vida en combate. Nadie se fijó en Amessis, quien se apresuró a esconder bajo un pañuelo a aquella criatura de la que quería hacer su familiar.
Fue entonces cuando un jovencillo se acercó corriendo hasta Amessis. Se trataba de un niño de cabellos dorados y sonrisa inconfundible. Isidore era un chiquillo de Gheldaneth, que había conocido semanas atrás. Lurzca había empezado a recuperar su amistad con Aswand, aquel mercenario de la compañía de los Imberbes; un hombre de enorme tamaño y color azabache que encontraron en el oasis meses atrás y que al parecer la mestiza conocía de su pasado como gladiadora. Isidore nunca se separaba de él y durante un almuerzo que compartieron hacía unas semanas, Lurzca se los presentó a Amessis.
- ¿Amessis, eres tú? - Le preguntó. El joven Isidore lucía un rostro de preocupación extrema. - Tengo que ecnontrar a Lurzca. - Desveló. - Es Aswand, necesita ayuda. Es... es urgente.
Jotnar regresó al cabo de un par de minutos.
—He puesto la tetera, ¿por qué no vamos al jardín en lugar de estar aquí parados en la entrada como espantapájaros?—en cuanto vio lo que había traído Nepthis arrampló con el huevo verde observándolo con los ojos llenos de estrellitas—. ¡Por las barbas de Dugmaren! Qué idea más absurdamente deliciosa. Es decir, en los dos sentidos. Creo que a partir de ahora me dedicaré a hacer algo más que chocolate líquido con las semillas que conseguí en Muldoon. ¡Piensa en las posibilidades!
Alzó un dedo con gesto admonitorio para acompañar la última afirmación, aunque cuando Lurzca habló suspiró con hastío. Estaba empalagado ya de encarnaciones y todo lo que tuviera que ver con ellas.
—Hablemos de otra cosa que no sean más monsergas eclesiásticas por favor—dijo—. Llevo meses espantando sacerdotes extremadamente pesados. Y ahora que aparece uno que parece que va a pedirme algo "importante" en lugar de besar la silla donde Nepthis posa el trasero cada vez que viene a tomar el té, va y de pronto no quiere.
Hizo una pausa.
«O bueno, igual sí quería besar la silla y no pudo aguantar los nervios de la emoción al ver directamente el trasero en vivo»
Manoteó el aire.
—¿Cuándo vais a volver venir a alguno de los encargos pequeños, por cierto?—suspiró dando puntapié enfurruñado el suelo mientras caminaban al jardín—. Repentinamente parece que Mulhorand no tenga problemas y me aburro como una ostra...
-¿Por? ¿Qué pasa? Vamos, la encontraremos en el salón de la Compañía, junto a los demás.
Abrazó a ojitos bajo la manta y corrió de vuelta a casa. Tendría que pensar en qué le diría a Nepthis sobre lo de tener un contemplador como mascota.
- Hace unas semanas un hombre estuvo excavando en su casa para añadir un sótano a su casa. - Explicó el chiquillo. - Lo estaba llevando en secreto, por eso de ahorrarse toda esa burocracia de licencias y planos y... Vete tú a saber que más trabas.. - Se encogió de hombros. - Pero no fue mucho después de empezar con la excavación, cuando encontraron algo allí abajo. - Explicó. - El hombre era un rico comerciante y pensó en reclutar a un grupo de mercenarios para investigar el asunto. Pensó en la vosotros, pero ahora que Nepthis tiene un cargo tan importante, pensó que podía traer consecuencias legales y finalmente nos reclutó a nosotros. Bueno, a Aswand y a su grupo y... - Tomó aire. - Han desaparecido allí abajo...
-¡Genial! -exclamó Amessis-. Bueno, no tan genial. Será mejor que avisemos a los demás...