Partida Rol por web

a ciudad vertical de Lermont había terminado por sucumbir bajo el peso de diversas calamidades, pero la roca que terminó por sepultarla no fueron los intentos de invasiones bárbaras llegadas allende los mares ni el levantamiento de las clases de los niveles inferiores frente a la tiranía de aquellos que ocupaban las cimas de las élites de la titánica torre. No, lo que terminó con la otrora opulenta y abierta Ciudad Entre las Nubes fue la peste soberana, llamada así por el primer rumor conocido sobre su origen, que daba a entender que había sido portada a las salas del palacio iridiscente por un rey de una casta conocida por yacer con criaturas ultraterrenas.

El mal tomó las vidas de más de un millón de personas: ricas, pobres, humanas, orcas, medianas, enanas, vagas, trabajadoras, de los niveles prohibidos, del personal de sus alcantarillas... Nadie estaba a salvo de la epidemia, y cuando los gremios de magos y curanderos llegados de los cuatro puntos cardinales lograron alcanzar la ciudad y preparar medidas, medicinas y hechizos con los que paliarla, las rencillas sociales y los estragos ocasionados por cuarentenas y abandono de responsabilidades lograron coronar la lenta corrosión ocasionada por la peste: las seis Casas de las Nubes fueron depuestas, las cabezas de sus líderes cortadas y sus torres demolidas, en un acto descontrolado que terminó por dañar las infraestructuras de todos los niveles de la ciudad.

Otros males ocasionados por el colapso, la podredumbre, la falta de control y los continuos saqueos condenaron a los pilares maestros de Lermont. Sus gentes fueron curadas, peor ya no había un hogar entre sus muros. La que fuera crisol de culturas y faro de la sabiduría tan solo tres generaciones antes, se había convertido en una tumba derruida de la que huían las pocas ratas capaces de rebasar sus límites, ahora controlados por bandidos y asesinos.

Sesenta años después, centenas de pequeñas villas habían proliferado en torno a aquellas ruinas humeantes. Pequeños remansos de esperanza donde los distintos pueblos que una vez habían conformado las mil familias de Lermont trataban de recuperarse de las heridas y rencillas pasadas mientras, unos simplemente sobreviviendo, y otros estableciendo los cimentos de las que en un par de generaciones, podrían ser nuevas ciudades insignia a este lado del mar.

Los hijos y nietos de aquellos que habían logrado huir de la ciudad con una mano por delante y otra por detrás se habían convertido en jornaleros, comerciantes, cazarrecompensas y saqueadores de mazmorras que viajaban de asentamiento en asentamiento, vendiendo sus servicios al mejor postor o, en unos pocos casos, ayudando a los más necesitados.

Quisieron los azares del destino y los caprichos del camino unir las sendas de cuatro criaturas de lo más variopinto, frutos de las uniones entre supervivientes de Lermont arrojados a las rutas de aquellos a la busca de aventuras que les permitan sufragarse su próxima comida. No despreciaban a los jornaleros, con quienes compartían las inclemencias de la vida nómada, pero sus vidas estaban marcadas por la búsqueda, consciente o no, de la adrenalina que solo la exploración de lo desconocido, las pequeñas (o grandes) batallas y el sudor y la emoción de enfrentar nuevos desafíos y escenarios podían proporcionar.

Puede que el alma de alguno de ellos buscase la soledad e independencia, o que las disensiones más absurdas les hiciesen tomar sendas separadas por unas cuantas jornadas, pero Fette, el merodeador mediano, Lagakh la carnicera semiorca, Skarlkja la asesina viperina y Zoex, el elfo cultista, siempre terminaban compartiendo batallas y bebida antes de lo que nunca habrían imaginado.

Puede que no empleasen el término 'amigo' para referirse los unos a los otros, pero el arriesgar sus vidas juntos y el imperativo código de camaradería que debían asumir si querían ver un nuevo amanecer, les hacía ser conscientes de que había hermanos de sangre más desapegados y  menos dispuestos a arriesgar sus vidas los unos por sus compañeros que ellos.

Bueno, puede que esto último sea un poco (demasiado) hiperbólico, pero las grandes leyendas por las que a uno le gustaría ser recordado se basan en el coraje, la temeridad, el socorro de los necesitados y los códigos inquebrantables, no por la sed de riquezas, la picardía el egoísmo o el pisotear al prójimo por mera supervivencia.

No sabemos todavía de qué índole serán las odas cantadas sobre nuestros protagonistas, pero sí que sabemos cómo se iniciará su periplo en una de sus más temerarias incursiones, el descenso a la Tumba de los Reyes Serpiente...

La villa de Clacwin, cuatro semanas al norte de Lermont, era un pequeño pueblo de leñadores, agricultores y ganaderos en el que rara vez pasaba nada desde su fundación, hacía tres décadas. Peor en las últimas semanas había sido asediado por goblins, criaturas que nunca se habían asomado por esta zona del mapa. Fueron detectados tras varios robos de comida, pero cuando la gente consiguió organizarse contra ellos, optaron por atacar al ganado, mermando el escaso número de reses del lugar y dejando a muchas piezas mutiladas y desfiguradas a mordiscos. 

No terminaron ahí sus fechorías, pues comenzaron a envalentonarse más y, tras algunas, sus habitantes acabaron asumiendo su necesidad de recurrir a cazadores y tramperos más acostumbrados a capear con estas lacras.

Nuestros peculiares héroes escucharon rumores sobre lo que allí acontecía, y al saber cuánto se pagaba por cada cabeza de canijo verde, decidieron probar suerte, ya que el hambre apretaba. Allí ayudaron preparando trampas y batiendo las zonas cercanas en busca de los refugios improvisados de las bestezuelas, llegando a cazar a una docena de piezas a las que fue imposible extraer información sobre cómo habían terminado en las cercanías del pueblo.

Parecía que gracias a sus buenas artes y las de otros compañeros, que iban y venían del lugar, habían logrado terminar con tan peculiar plaga, pero cuando los clacwinienses habían dado por terminadas sus penurias y se animaron a organizar una pequeña celebración, coincidiendo con la recoleta de las cosechas, para honrar a sus salvadores, la desgracia volvió a descender sobre aquellas pacíficas gentes. Cinco goblins, montados en caballos robados, habían secuestrado a tres niños del poblado que jugaban en un bosque cercano.

Sin perder tiempo, tan pronto como supieron de la noticia, nuestros protagonistas tomaron las monturas que aquella gente les había ofrecido durante sus batidas, y cabalgaron en busca de aquellos pequeños secuestradores, dando con ellos media hora más tarde, acorralados frente a las arcillosas paredes de una cantera.

Los cinco canijos verdosos, de brazos nudosos y sonrisas desencajadas, habían dejado a un lado los sacos en los que portaban a sus cautivos y habían echado mano de sus armas para hacer frente a aquellos que acudían a arrancarles aquellas tiernas carnes para guiso.
 

Si las Grandes Madres de la familia Salter, sanadoras y hacedoras de pociones que habían reptado lentamente, durante una docena de generaciones, para superar prejuicios, condiciones y hacerse un lugar en las mismísimas nubes de Larmont, entre los seis, se hubiesen levantado de sus tumbas y hubiesen conocido a Skarlja, se habrían llevado la mayor de las decepciones.  Seguramente hubiesen arrastrado sus inmensos cuerpos hasta sus sepulcros para no ver nunca más lo bajo que su antiguo linaje había caído.

Y es que Skarlja no era lo que se dice puna erudita, amante de la cultura y la alquimia, con férreos instintos maternales, una fémina fuerte, responsable, honorable y siempre en busca del bien mayor.  No dejaba de ser una agresiva y visceral cortacuellos, una matona de tres al cuarto que sólo había aprendido la antigua lengua para poder acceder al poder que encerraban los grimorios.  Poco le importaba la teoría, el porqué de las cosas, y el futuro a largo plazo.   De todas las virtudes por las que los Salter habían sido conocidos, sólo conservaba una: La lealtad. Hacia sus amigos, hacia su desaparecida hermana

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-Cabroness - algo se movía entre las sombras, algo que estaba acechando con malas intenciones.    Miro en dirección a la oscuridad tras el círculo de luz que nos rodeaba.  No espero a que lo que sea salga cargando desde las sombras y lanzo una piedra en dirección al todavía desconocido enemigo. O amigo  con muy poco sentido común - Cómete essto, ssubnormal!

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Los días de Zoex siempre fueron plagados de adrenalina pese a su actitud introspectiva. Era alguien de acción, su cuerpo se lo pedía y por ello es que jamás ha podido tener una relación estable, menos aún entender su filosofía dónde la violencia, el vivir al límite era parte de su día a día. Por esa razón aquel elfo tan alto y de mirada profunda se encontraba allí junto a sus compañeros, aquel grupo variopinto que no hablaba jamás de pasado y el hecho era saciar la sed de dejarse llevar por las mazmorras, obtener algo y seguir con ese modo de supervivencia. 

Por ello es que el pasado de este hombre siempre estuvo guardado en su mente y escogió compartir solo el ahora para esta gente con su arco, su astucia y esa paciencia infinita que parecía tener de forma innata. Esto lo lleva al lugar en el que se encuentra, un nuevo sitio para saquear, para derramar sangre y mantener su mente clara. 

Rápidamente se escucharon unos pasos cuando iniciaron la exploración y por acto reflejo se pegó a la pared cuando apoyó su espalda mientras tensó el arco para disparar. Lo tenía claro sea lo que sea que esté allí dentro, su sonrisa era única, el juego comenzaba y Zoex se sentía motivado. 

Y disparó, con ganas, por necesidad. Ya tenía un objetivo visible. 

Aparecieron los goblins y Fette tuvo una breve visión de cómo narices había pasado de estar regodeándose entre manjares y los vinos más caros que se podían conseguir aquí (caros, pero malos dado el lamentable estado del lugar). Vio la alegría de encontrar un pastizal enterrado, la celebración con sus compañeros de armas, invitaciones a diestro y siniestro por todos los sitios que pasaba, alcohol, borrachera y, finalmente, todo ese dinero que había encontrado se esfumó en apenas dos días de desmadre. Se vio pidiendo perdón, con algunas deudas por destrozo del mobiliario (no por él, sino por la gente a la que invitó, de la que 'muy injustamente' le hacen responsable), y finalmente con necesidad de volver a embarcarse en alguna aventura para sobrevivir. Por último, recordó el camino hasta este tugurio.

Acabada la visión, los compañeros empezaron a atacar. Fette, reaccionó a tiempo e hizo lo propio, apuntando con su arco al bicho que veía más peligroso y disparando una flecha a priori certera.

Skarlkja había sido la primer en hacer frente a aquella amenaza, tomando su honda, cargándola con calma y haciendo girar su mano para darle fuerza al proyectil, pero por desgracia, este se pasó de largo, sin alcanzar a su blanco. Curiosamente su blanco, de rostro demacrado, greñas grasientas y ojos sin pupilas, también portaba la misma herramienta que ella y procedió a imitar sus movimientos, esperando tener mejor suerte que ella, riendo entre dientes mientras salivaba sobre su atuendo de cuero. Toda la suerte que no había tenido la reptiliana guerrera, había sido absorbida por su rival, cuyo proyectil salió limpiamente del abrazo de la correa de cuero para besar con contundencia el hombro izquierdo de Salter, quien pudo notar la quemazón a medida que la sangre comenzaba a brotar de la herida. A pesar de que la herida debería de haber sido superficial, la joven notó que algo no estaba bien, le dolía como si hubiese alcanzado el hueso o le hubiese hecho algún daño crítico en el tendón.

Zoex, a su vez, tomó arco y flecha y asaetó un limpio proyectil a otro goblin que huía por un costado de la cantera con un saco a cuestas, dejando los otros dos sacos en que llevaban a los críos secuestrados a su espalda, con tan buena suerte que dejó a aquel despojo tieso en aquel mismo lugar. Debía de haber alcanzado algún órgano vital, sin duda.

Fette, a su vez, se convirtió en un reflejo de Zoex, con menor estatura, eso sí, pero superando la pericia del elfo, puede que por el cabreo que le había supuesto el haberse quedado sin fondos y haber tenido que pedir disculpas, algo que se materializó en la pluma de su fecha adornando la frente de su blanco, mientras la sangre comenzaba a manar sobre sus ojos. Otro disparo letal.

-¡¡Ssqueroso bicho!! - dejo caer la honda del brazo inútil, mientras el goblin carga la siguiente piedra y desenvaino mi hoja curvada.  Un duelo a pedradas con esas débiles criaturas es un error que casi me cuesta la vida, cuando podría partirlos a todos con un solo tajo. Había sido simultáneamente poco precavida y demasiado precavida. O me centraba o mi intención de rescatar a mi hermana de nido moriría conmigo

-​​​​​​¡¡Te voy a dsspanzurrrar, cortar en pedazss!! - acorto la escasa distancia había mi enemigo e intento partirlo por la mitad.

—¡Joder!

Entre su certero disparo y la pedrada que había sufrido su compañera, Fette empezó a notar el sudor en las manos a causa de la adrenalina. Tengo que comer menos, pensó mientras se desplazaba para tener mejor ángulo de tiro antes de preparar otra flecha y la disparla a otro asqueroso piel verde.

—¡Muere, bicho-mierda!—dijo esperanzado mientras volaba el proyectil.

La inactividad me mataba. Eso de quedarme quieta, esperando a que sucediera algo interesante acababa conmigo y cuando escuché lo de la misión, me apunté sin dudarlo. Estaba jodidamente aburrida y eso solía ser peligroso, pues acababa siempre en alguna pelea en una taberna, en la calle... Necesitaba algo de acción. 

Apenas estábamos avanzando hacia la zona a donde nos encaminábamos, cuando a nuestro paso salió un grupo de goblins. 

- ¡Por fin! ¡Algo de diversión! - Dije encantada con aquella aparición. 

No había acabado de decir aquellas palabras y ya tenía mi hacha en la mano y el escudo preparado para hacer picadillo de goblin. 

Apenas tuve a uno de aquellos enanos verdes delante dejé caer mi hacha contra él, sin importarme demasiado lo que pudiera salpicar. Había que desentumecer un poco las armas, que llevaban demasiado tiempo paradas. 

El celérico y contundente ataque de Lagakh se cobró una nueva víctima, al seccionar el torso del goblin que tenía justo en frente suya desde el punto en que su arma penetró en su hombro hasta la mitad de su pecho. La fiera faz de la criatura se tornó en una triste expresión de incredulidad, mientras se deslizaba hacia el suelo, volviendo a dejar libre el arma de la temible carnicera, cubierta con restos de su piel, carne y oscura sangre verdosa, pero su instinto clamaba por más, así que se movió celéricamente hacia el goblin que estaba tras su primera víctima.

Por su parte, Sharlkja, que se encontraba a la derecha de Lagakh, a cuatro metros de distancia, dejó caer su honda para tomar su más certera cimitarra, pero aquel ser hediondo que la había herido con una triste pedrada estaba preparado para hacerle frente aunque fuese con sus manos desnudas.

Ya no tenía mucho que hacer porque sus compañeros estaban más que ocupados con los goblins, así que Zoex corrió hacia los sacos dónde se encontraban los niños. Claramente quería socorrerlos y liberarlos. 

—Ustedes pegados a mi espalda, todo el tiempo. 

Les indicó en un tono firme, que habla de sobreprotección mientras revisaba con un ojo el combate, muy pendiente por si uno de los suyos caía de imprevisto. Aunque estos son perros viejos, rara vez los vería sangrar más de lo necesario. 

A Lagakh no le costó ningún esfuerzo alcanzar con el ímpetu de su aun vibrante hacha al goblin que se escondía tras su primera víctima, quien se quedó sin nada sobre lo que sostener un gorro por encima de su mandíbula inferior.

A su lado Skarlkja fue capaz de refrenar el ataque de su nuevo rival, quien se movía de manera tan frenética que, al descargar sobre él su cimitarra, le alcanzó en el hombro, dándole una buena tajada, pero se apartó al momento, como si fuese un juguete de resorte. Pero, claro, no se había fijado en que el mediano Fette le estaba apuntando con su nueva flecha, soltó el proyectil y vio como este alcanzaba a su blanco en el costado, rematando lo que el hierro de su serpentina compañera había empezado.

Zoex había logrado alcanzar a los niños cautivos, quienes a base de patalear habían logrado expulsar sus extremidades a través de los sacos de arpillera, luciéndolos como si fuesen camisolas de algún mendicante. Dos de ellos obedecieron al elfo, peor un tercer crío no se levantaba del suelo. Cuando Zapp se acercó pudo ver que había algo extraño en su rostro, como si la faz de una segunda entidad, reptiliana, se superpusiese sobre sus rasgos.

Todos se acercaron al comprobar que la amenaza de aquellos medianos verdes ya era agua pasada, con la esperanza de recibir a los niños con una sonrisa, tras aquel gran susto, pero el gesto serenado se les atragantó al ver aquel fenómeno.