Partida Rol por web

Karras esbozó una sonrisa sin humor ante el comentario del soldado.- Mi armadura es la fe, mi arma el desprecio. Sin embargo, siempre viene bien un pequeño apoyo.- Alargó la carabina láser modelo estándar del regimiento que llevaba con él al tecnosacerdote.- Compruebe si esta ha sido trasteada, hermano. Si no es así, entréguesela al joven Volgin. Yo ya tengo mi propia arma.- dijo, palmeando el lanzallamas que colgaba del arnés.- Estoy de acuerdo con la evaluación del hermano Firro. Hasta que no tengamos potencia suficiente, es mejor no llamar la atención de estos herejes. No quisiera que se nos escapase alguno por falta de armas apuntándoles.

Apunté mi arma contra uno de esos perros. Estaba dando saltos en torno a mis compañeros, y no quería darles a ellos. Me llevó mas de la cuenta realizar el doble disparo, pero cuando por fin apreté el gatillo los dos proyectiles salieron volando lejos de alcanzar nada, descendiendo casi verticalmente para acabar horadando la tierra cerca de mis pies. Mala señal. Me dije a mi mismo recalibrando la puntería.

Grish no logró siquiera perforar al perro cuya piel parecía áspera y dura como si fuese roca, ninguno de los médicos logró hacer mella en los mutantes, Flavion falló sus disparos y su compañero encasquilló el arma láser. Inaudito.

Oleander trató de seguir la lucha a cuchillo, pero esta vez erró horriblemente su ataque... - maldito chucho...

Pese a las grandes heridas que surcaban el cuerpo del sargento, este volvió a lanzarse sobre el perro decidido a ensartarlo con la bayoneta, apuntando bien a su objetivo, pero un traspiés debido al dolor lo hizo fallar y acabar dando en una roca. 

- ¡DEJAD DE HACER EL INÚTIL! ¡QUE ME PASÁIS VUESTRA MALA PATA HASTA A MÍ! - Gritó el sargento al ver a sus soldados luchar de un modo tan pésimo. No le importaba morir en el nombre del emperador, ¿pero de verdad podía fiarse de dejar a estos mequetrefes solos?

El sargento y Silon ensartaron a uno de los perros mientras Sanaia despedazaba literalmente al otro con su bayoneta. Tres, cuatro, cinco veces clavó el acero en el cuerpo mutante del perro, con los ojos rabiosos profiriendo maldiciones. Ya estaba muerto cuando arrancó su cabeza, en un movimiento salvaje. La guerra había llegado a sus corazones. Bautismo de sangre.

¡Debemos largarnos de aquí!

Como dándole la razón un nuevo proyectil surcó el cielo y explotó cerca del médico, cuyo blindaje antifrag le evitó todo el daño.

¡Ahora!

     El cielo se estaba desplomando sobre ellos por lo que parecía, así que el capitán tenía razón, había que moverse cuanto antes para salir de la línea de tiro. Sin una palabra, recuperó su lugar en la vanguardia de la formación y comenzó a avanzar. Era mejor dar un blanco móvil a esa artillería.

Se me escapo un ligero chirrido de código binario.

-Perdón... quería decir que si nos topamos con más rebeldes deberíamos hacernos con sus armas... o al menos con sus células de energía, pues con estas no vamos a llegar muy lejos.

No pude evitar mirar mi carabina y volví a mirar hacia los lados... si nos manteníamos a una distancia prudencial de la carretera puede que emboscáramos a los emboscadores

Habían pasado tres horas desde el fatídico salto sobre la ciénaga. En esas tres horas el 101º de Eolo había dejado de existir. Casi por completo. Los supervivientes se reducían a media docena de soldados en terreno desconocido, sin mapas, ni cadena de mando. Técnicamente Karras tenía el mando de aquel grupo, pero aquellos no eran sus hombres. No todos. Los dos que haían encontrado pertenecían a la compañía A, con otro objetivo: defender Casilla.

¿A quién pretendían engañar? Ellos dos no podían defender la carretera ni contra un enemigo desarmado, al igual que los cuatro de la compañía B no podían relevar a Tipo duro en Ishmael. Debían encontrar ayuda, la que fuera.

La carretera serpenteaba entre colinas y se adentraba hacia las montañas, al presa de Ishamel estaba cerca pero ignoraban si había más enemigos esperándoles, o si la posición aún resistía. No se escuchaban combates, por lo que parecía que todo había terminado.

Rapaz salió pitando de allí, mientras una oleada de enemigos superaba el arroyo, rebasaba el terraplén y se cebaba a disparar a los imperiales. Los destellos láser impactaban a su alrededor, en el suelo, en las roca, en las ramas, en los árboles, algunos de los impactos generaban bolas de fuego, aquello era una tormenta de fuego. Les superaban en número, al menos en tres a uno.

!Oh mierda! !Vámonos de aquí cuanto antes! Comenté viendo que acabábamos de caer en otra emboscada, y de la anterior ya habíamos salido bastante mal parados. Era de suponer, perros de presa, ergo soldados que los crían detrás. Nos habían vuelto a pillar. Estaba claro que las posibilidades de salir de ahí con vida eran bajas, muy bajas. Más bajas que de salir con vida de una intervención a corazón abierto practicada con un cortador de pizza. Una apuesta sobre la que alguna vez oí hablar a Drake algo, pero que prefería olvidar.

¡Salid de aquí! -exclamó Septus- ¡Corred!

El enemigo les había dado alcance en un ondulante terreno, una pequeña formación rocosa les cortaba el paso y al tener que rodearla los enemigos tuvieron línea de tiro sobre ellos, muchos fueron las descargas láser que se hicieron sobre ellos, algunas de ellas lograron impactar sobre los soldados imperiales. Por suerte aquellas armaduras valían cada trono que habían costado, y amortiguaron gran parte del daño.

¡Vamos! ¡Avanzad! - dijo a sus camaradas, no había más tiempo que seguir perdiendo con combates esporádicos, la unidad estaba rota, al menos Venria estaba convencida de que debían reunirse con el resto de la compañía y establecer un mínimo de orden, aquello era un cacao descomunal.

     Odiaba reconocerlo, pero el capitán Septus parecía dispuesto a llevarles a la perdición. Había resultado no ser nada competente en su cargo. El respeto que le tenía iba siendo substituido por unas crecientes ganas de sobrevivir. Si morían aquí, quedarían deshonrados. Caídos en el barro sin nombre de aquella ciénaga donde nadie les recordaría. Era momento de salir de allí como fuera. Escuchó las palabras de Venria y comenzó a correr en la misma dirección.

Caminaba intentando que mis engranajes e implantes no molestaran ni alertaran a nada, algo muy difícil; pero no iba pisando como si estuviera en uno de los pasillos del mundo forja...

...cada vez me preguntaba más que hacía aquí...

Intentaba observar lo que encontrara, al estar por la noche era cuando mi visor me daba ventaja, asique me dedicaba a intentar evitar una emboscada. 

Salieron huyendo de allí, no sin recibir nuevas heridas que se sumaban a las no tan viejas, mientras el enemigo se les echaba encima.

    La situación se estaba poniendo tensa y si no salían de allí pronto serían masacrados. El capitán Septus parecía perdido, así que Grish dio un paso al frente. - ¡Señor, si me permite creo que puedo sacarnos de aquí! Gritó para hacerse oír por encima de las explosiones. - ¡Recuerdo lo suficiente del mapa como para encontrar la salida de la ciénaga! Estaba seguro de recordar al menos lo básico y aunque no podía fiarse de que las unidades enemigas hubiesen cambiado su situación, las referencias del terreno seguramente serían válidas.

El Capitán Septus cedió la guía al resuelto especialista, quien con asombroso acierto despistó a sus perseguidores al doblar unas rocas. Las rocas daban a un abismo de unos veinte metros de profundidad, el agua líquida en el fondo y abundante vegetación. Parecía un lugar para esconderse tan obvio...hasta un niño que les persiguiera sabría que se habían escondido allí, pero los disparos y los pasos se fueron alejando, y conforme bajaron al abismo más seguros estaban. No era una ratonera, había numerosas entradas y salidas. Era un lugar que se podría defender.

Como un mal presagio, e inoportuno, la radio comenzó a funcionar de nuevo, resonando en toda la caverna, y todos se vieron obligados a apagarlas como medida de precaución. Esperaron, esperaron...

Veinte minutos después seguían en la cueva, y ni rastro del enemigo o sus perros.