Partida Rol por web

Sigo retirando cascotes y escombros para liberar a Flavion. Creo que ya veo al médico. Un esfuerzo más y estará libre...

-Voy en su ayuda, Sargento -le dije mientras me situaba a su lado. Vi como quitaba cascotes y pensé en que estaba haciendo cosas para las que no estaba preparado. Sí, había disparado, pero mis funciones habían sido otras. Preparar los explosivos, activar la central, reparar el chimera.

Chimera.

Un chimera se había unido al combate, pero solo podía rezar que fueran aquellos que les habían pedido que le esperaran. Esperaba que no fueran traidores. Con todos estos pensamientos en mi cabeza, dejé la carabina colgando de la correa mientras me disponía a comenzar a retirar cascotes con el Sargento.

Oh, por favor Trono Dorado... No dejes que muera en este agujero aplastado por los escombros. Ten piedad de tu sirvo... Cerré los ojos cuando comencé a oír ruido de cascotes siendo arrastrados y una pequeña nube de materiales pulverizados cayeron sobre mis ojos. ¡Aquí Sargento! ¡Estoy aquí! Intentaba orientarles con mi voz para que pudieran abrir una brecha más eficaz y me sacaran sin mayores incidentes. Maldito tanque... maldito edificio... maldita guerra...

La amenaza mutante más inminente estaba huyendo. Los otros bastardos ocultos entre los árboles, fuera del alcance de las llamas purificadoras del Padre Karras. Además, por radio parecía que el médico estaba irremediablemente encerrado en las ruinas del edificio. El Padre Karras decidió poner al día su balance de sangre. No podía correr de cobertura en cobertura en su estado, no sin arriesgarse a dejar el brazo y su vida atrás; y aunque era una vida bien gastada, no tenía sentido sacrificarla cuando podía servir mucho más. Se dejó deslizar hasta quedar cubierto por el muro, esperando un movimiento del enemigo, su salvación, o su muerte. Sus labios murmuraban plegarias silenciosas. Apenas podía ver con los ojos enturbiados por la falta de sangre.- Markus, ¿llevan armas a distancia los traidores que se esconden en los árboles?

- "Hombres de Rapaz, repliegue hacia mi posición. Ayuden a liberar de los cascotes a Flavion. Parece que el enemigo nos ha dado un breve respiro por ahora." -

     Apretando los dientes a la vez que el gatillo de su rifle, Grish continuó castigando con fuego láser a los mutantes que se replegaban. La hora de saldar cuentas había llegado ahora que las tornas comenzaban a cambiar. Solo esperaba que todo se mantuviese así mientras comenzaba a fantasear con la idea de que quizás saliesen de aquel lugar con vida... 

Mientras el sargento seguía retirando cascotes con la esperanza de salvar al médico, y con él al sacerdote, el tecnosacerdote siguió con la retirada, listo para volar el puente si se lo ordenaban. Pero no fue necesario. El cañón del arma de Grish apuntó hacia la escuadra mutante y cuando apretó el gatillo el especialista apenas notó el retroceso, acostumbrado al arma de fusión, aquello no fue nada. Tres rayos láser impactaron contra los mutantes, y los tres derribaron a aquellos cuerpos corruptos, el efecto fue tal que, primero uno, y luego los demás, echaron a correr, convencidos de la derrota.

¡Victoria!

- "¡Vamos, vamos! ¡Ayudadme con estos cascotes! ¡Que alguien se haga cargo del Padre Karras y lo traiga con cuidado hasta esta posición!" -

Intento mover un gran pedazo de escombro, pero me siento débil por las quemaduras sufridas y no logro moverlo.

-Ya estoy en ello, Sargento -dije con la voz mecánica mientras me acercaba al montón bajo el cual estaba nuestro médico. Solo esperaba que siguiera vivo y pudiera continuar, pues cualquiera que sobreviviera a la carnicería que había sido esta misión debería ser considerado todo un héroe.

Y sin pensar en nada más, comencé a retirar cascotes con cuidado, intentando analizar las presiones de cada roca, como se moverían las demás al quitar una, cuales producirían derrumbamientos, cuales ejercían de pilares... Solo esperaba poder ayudar un poco más.

-Tranquilo, soldado Flavion -dije mientras quitaba cascotes- le sacaremos de ahí, por el Omnissiah que te sacaremos.

Con ayuda de Firro, quien retiraba cascotes con gran facilidad, gracias sin duda a su brazo biónico, el sargento logró asir la mano del doctor y sacarlo bajo los escombros. Tenía un aspecto horrible, con sangre seca en la cara y cubierto de polvo, pero estaba vivo.

¡Ayuda! ¡Médico! ¡Médico, maldita sea!

El grito de Markus, camarada de armas, sonó a través de la ahora silenciosa presa. Sólo se escuchaba el rugir del motor del chimera y los destellos lejanos de los disparos.

Tras sacarme a rastras de aquel agujero, me tendí un segundo en el suelo recuperando el oxigeno. Las toses me acudieron inmediatamente al recibir oxigeno limpio y encontrarse en mis pulmones con el polvo de los cascotes. Nada más salir comenzaron los sonidos del mundo exterior. Los disparos mientas se extinguian lentamente, las llamadas de auxilio de los heridos. ¡Los heridos! Me puse en pie e inmediatamente mi pierna fracturada me hizo caer de lado pesadamente. La espalda protestó con una gran punzada de dolor ahí donde los cascotes de la explosión habían abollado la armadura protectora. ¡¡Ahhhhhh!! No logré contenerlo. Miré en dirección de los heridos, el pater estaba herido, había que auxiliarle. ¡Ayudadme a llegar hasta el!! ... mi pierna... Estaba rota, ni más ni menos.

Venria corrió cerca del padre karras, pero dejando espacio... tenía narices que uno de los pocos hombres que le caía bien a la artillera estuviera con medio pie en la tumba - Aguante... - dijo entre dientes y con un hilo de voz preocupado... todos sus compañeros estaban heridos, pero Venria Oleander estaba ilesa

Me había quedado sin los elementos perecederos de mi instrumental, pero aun seguía teniendo a mano aquellas cosas que no se gastaban, como las gomas, las tijeras, la aguja de sutura y decenas de metros de hilo. Las gasas, el suero, los componentes inyectables y todo lo demás se había gastado. Caminaba lo más rápido que podía hacia el padre Karras mientras miraba lo vacío que estaba mi narceterum. Algún día tendré que reponer todo esto. Pensaba mientras daba pada paso con dolor. ¡Hasta los analgésicos se había agotado! No podía hacer mucho con mi equipo, pero detener una hemorragia, eso sí estaba dentro de las posibilidades de mi instrumental.

Cuando llegué junto al bueno de Karras intenté tranquilizarle mientras me ponía a trabajar sin perder un solo segundo. Ya está aquí el doctor padre, aguante un poco más, enseguida se encontrará mejor. MENTIRA. Seguramente le dolería aun más, ¿Pero que iba a decirle? Con las gomas del botiquín le realicé un torniquete mientras buscaba la arteria que seguramente se encontraría desgarrada, que no rota pues hubiera muerto en segundos. Por fin la encontré y con sumo cuidado suturé aquel estropicio y apreté el torniquete.

Echando una mano a la radio intenté contactar con todo el grupo. Si fuera posible, a quienes no estén muy ocupados ahora mismo... ¿Podrían buscar gasas o vendas en los cuerpos de los caídos? Necesito algo LIMPIO con que vendar a nuestro buen sacerdote. También me vendría bien algo de alcohol, aunque sea de bebidas que alguien porte consigo. Busquen los que puedan, Karras lo necesitara, y hay más heridos, cambio. Transmití y continué con mi remiendo al buen sacerdote.

     Grish suspiró aliviado cuando los últimos mutantes en fuga se perdieron de vista. Aunque habría preferido que no escapase ninguno, no podía hacer nada para evitarlo sin ponerse en un peligro estúpido. Se llevó la mano al comunicador para contactar con el sargento. - Perímetro asegurado, señor. Dijo sin mas. Estaba cansado, muy cansado a decir verdad, pero todo a su alrededor continuaba siendo un hervidero de actividad. Habían logrado rescatar de los escombros a Doc, que en aquellos momentos se afanaba en intentar salvar la vida del Pater. El especialista hizo el signo del Aquila. El Emperador no quisiera llevarse a su siervo que le había servido tan bien. Aunque le hubiese gustado ayudar, solo conseguiría estorbar al sanitario. Ya había demasiadas personas arremolinadas allí como para sumar uno mas.

     Con el terrible pitido aun presente en sus tímpanos se encaminó hacia el chimera que se acercaba aun con la carabina colgando del hombro. Necesitaba hacer algo útil mientras los demás se afanaban en lo suyo.

Asiento ante las palabras de nuestro médico de campo y comienzo a buscar botellas de alcohol o trozos de tela lo bastante limpios como para poderse emplear como vendas improvisadas.

Asiento ante las palabras de Grish.

- "Bien, Soldado Grish.

Soldados, hoy han hecho todos un buen trabajo. El Archienemigo ha sufrido y sangrado en este puente, y finalmente ha huido del 101º de Eolo. Nuestros caídos han sido vengados." -

Cuando todo acabó reinaba un oscuro silencio. La larga noche de Kulth estaba iluminada por las estrellas pero un denso humo negro cubría gran parte del cielo. Allí arriba sólo los posquemadores del Valkiria eran un punto de luz visible. La vista desde su cabina era la de una larga mole de rocohormigón salpicada de cadáveres, con tal vez cien cuerpos ardiendo en la orilla este. El esqueleto metálico del blindado enemigo se estaba carbonizando, rodeado por las llamas de la batalla. Unas llamas que parecían no tener fin e iluminaban la orilla enemiga.

El olor, aquel espantoso hedor, cuerpos de mutantes carbonizados y la putrefacción de todos los cadáveres del primer día de combate, cuando Tipo Duro asaltó la posición. Ahora todos esos bultos en el suelo emitían un espantoso hedor que se juntaba con el olor del prometium en llamas. Aquello no olía victoria. La presa seguía intacta y en manos del Imperio pero el precio había sido alto; se sentían como una especie en extinción: eran los únicos miembros vivos del 101º de Eolo. Aún habrían sido menos de no ser por el doctor Flavion, ver a aquel civil forzosamente convertido en médico militar caminar con una pierna rota para atender a un paciente...ver aquello fue heroico. Recorrió la presa con una pierna rota, guiado por la fuerza de la voluntad, tal vez por el mismísimo Emperador, para salvar al sacerdote guerrero Karras. Y lo hizo. El hombre de fe sobrevivió a aquella aciaga misión.

El valle de las cenizas. Caían cenizas del cielo. A medida que los cuerpos se quemaban se convertían en ceniza, flotaba en el aire y caía sobre Ishmael, una pérfida lluvia de cuerpos que se adhería a los húmedos y sudorosos uniformes de los imperiales, se pegaba a la cara y ennegrecía los rostros.

Cenizas. El ave fénix resurge de sus cenizas y el mítico pájaro era el emblema del 101º de Eolo; pero resurgir de las cenizas había tenido un alto precio. Sólo 10 de los componentes del regimiento había sobrevivido, convertidos en supervivientes de un regimiento condenado desde el momento en que fue traicionado.

Del chimera misterioso surgió un grupo de soldados de reconocimiento, Furtivo, que escoltaban a un individuo de alto valor, era un acólito de la Inquisición, o eso dijo, tenía un tamaño menudo, anodino y de no ser por la pistola de plasma que llevaba al cinto hubiera parecido inofensivo. Cómico. Tenía información vital sobre un traidor en la inteligencia imperial. Aquello consumió de rabia a los del 101º.

Tarde. Llegaba tarde. Sus compañeros ya habían muerto por culpa de aquel traidor. Los cadáveres de todos sus camaradas seguirían en aquella ciénaga, la ciénaga de los muertos, donde muchos habían encontrado la muerte antes incluso de llegar al suelo, avanzando hacia ella sin poder hacer nada por evitarlo, impotentes ante la fuerza de la gravedad. La fuerza de su destino.