Rodrigo alzó las cejas al oír aquellas historias sobre la isla. Eso, lejos de amedrentarle, le animaba. Su expresión fue mostrando su interés, y cuando Nuru dijo lo del velero él asintió, dándole la razón. Aunque bien era cierto que sería más emocionante conseguir llegar a vela.
—Claro, claro, la jefa manda —asintió, convencido, antes de añadir la mejor idea posible. Una tan buena que sabía que quizá no fuese apreciada como merecía—. O podríamos llevar un velero con remos.
Luego asintió en dirección a Pascalet, a pesar de cómo Ana se había negado.
—Les diré exactamente eso —prometió—. Palabra por palabra y sílaba por sílaba.
Finalmente hizo un gesto hacia Ana y sonrió con malicia.
—¿Estás diciendo que nos echarías de menos?
El mayordomo miró con cierta extrañeza a Pascalet. Por mucho que llevase ya dos días teniendo al hiperactivo jovencito en la casa, no lograba acostumbrarse a sus preguntas y cambios de tema.
—Kumlas —le corrigió—. Son pelotas de patata y carne, buenísimos. Desconozco si en la isla hay bollitos, nunca he puesto un pie en ella. Y claro que hay pasteles en Vestenmennavenjar, en el mercado podréis conseguir algunos, si queréis.
Luego miró al ratón, por el cual sentía una secreta simpatía que se cuidaba mucho de exteriorizar, pero que se delataba cuando le ponía platos especiales para él.
—No es nada sencillo encontrar un vala, pero quién sabe qué son capaces de hacer. Solo ellos conocen el poder del Galdr.
Su mirada se fue entonces hacia Ana.
—Ah, estoy seguro de que en la biblioteca de mi señor Geirsgrimmr podréis leer todas las leyendas que gustéis. —Rechazaba así la propuesta de la mujer de contar historias junto al fuego, delegando esa tarea en los numerosos libros que poseía el padre de Nuru.
El jueves nos movemos y os separo, así que aprovechad este turno para hacer los planes que queráis.
Cuando Pascalet dijo aquello soltó una especie de sonido socarrón. Le hacía gracia que lo hubiese entendido todo del revés, pero tampoco tenía ninguna intención en gastar energía en explicarle lo que había dicho y lo dejó entender lo que quisiera. Tenía que ahorrar fuerzas mentales para el viaje. Así que también les dejó hablar haciendo oídos sordos a todo el asunto del circo y demás desvaríos mientras terminaba de desayunar y se acababa de un trago todo lo que le quedaba de cerveza, limpiándose con la mano la bigotera que le había quedado. Miró hacia Rodrigo con su usual gesto serio y se encogió de hombros.
— Podríamos y también podríamos dejarnos los piños en las rocas. Los veleros pesan poco y es más difícil remar en ellos, a cambio es fácil ser arrastrado—repitió— pero si quieres vamos a la aventura. No será la primera vez.
¿Tenían cierto tonillo irónico o de reproche sus palabras? Puede ser, o no, era difícil a veces diferenciar el tono de Nuru. Se ató bien el pañuelo a la cabeza mientras la castellana les daba directrices.
— Llegaremos y desembarcaremos —contestó decidida a Ana mientras asentía— mejor que cuando vayamos todos tengamos ya una ligera idea sobre la vida en la isla. Facilitará las cosas —entonces se dirigió al criado—. Gracias Joris, te buscamos cuando queramos la embarcación.
Esperó a que el hombre se retirase y miró al resto.
— Cuando lleguemos a la isla recogeremos información y volveremos. Ahora bien. ¿Cuánta información necesitamos?
Pascalet se puso serio cuando Ana dijo categóricamente que «Nada de circo» y se volvió a sentar normal en la silla. Cerró la boca y terminó de tragar los trozos de pan que aún le quedaban en la boca, con las manos educadamente sobre la mesa, como Ana le había enseñado en otras ocasiones cuando él le preguntaba cómo se comportaban los nobles a la mesa. Pero, cuando escuchó la respuesta de Rodrigo, todavía rio por lo bajito, aunque se tapó la boca mientras miraba de reojo al alquimista y asentía con la cabeza varias veces, disimuladamente —o eso pensaba él, pero muy disimulado no era el movimiento—, y los ojos muy abiertos.
Cuando Joris corrigió a Pascalet, el chico respondió.
—Pues eso he dicho, «kumas». —Se encogió de hombros. Pero, al oír que sí había pastelillos en ese país, se giró rápidamente hacia Rodrigo, fulminante. ¿Le había mentido el hombre? No, no podía ser. ¿Por qué le mentiría?—. Eso que te contaron de la reina era mentira, Rodrigo —le dijo satisfecho, con una sonrisa de alivio—. No deberías creer todo lo que te dicen.
Todas las palabras que Joris dijo después como respuesta a la pregunta sobre encantamientos para devolver su forma original a Croquembouche parecían un extraño trabalenguas que consiguió sacar una risa divertida a Pascalet.
—¡Ay, señor Joris! ¡No entiendo nada! —Se rio todavía un rato más y después miró a Ana con cara de cordero degollado, mientras sacaba a Croquembouche del bolsillo de la camisa, lo tomaba con las dos manos y se lo enseñaba a Ana de cerca—. ¿Podemos buscar un valaaaaaa? Quiero buscar un vala en el mercado con el poder del Galdr ese. ¡Y un dulce! ¿Me comprarás un dulce? Fisgoneo mejor cuando tengo un dulce en la tripa —dijo mientras afirmaba muy seriamente con la cabeza, completamente convencido de la verdad de dicha aseveración.
No le gustó que Joris les mandara a leer libros, pues Pascalet no entendía ni una letra y él prefería que le contaran las historias directamente, pero estaba demasiado distraído y feliz con la idea de ir al mercado a buscar valas, poderes de Galdr y pastelillos. ¡Y a fisgonear! Ni la biblioteca más grande del mundo podría torcer ese buen humor en aquel momento.
Ana escuchó la respuesta de Joris sobre las historias que no pensaba contarles y, después de la fugaz idea de insistir, decidió que un buen libro al lado del fuego y con una copa en la otra mano también era una estupenda forma de pasar las horas de la noche. Asintió no muy convencida a la aseveración de Nuru de que desembarcarían en la isla maldita y alternó la mirada entre los otros dos hombres de la habitación, aunque más parecían niños, uno tenía disculpa por su edad pero el otro...
—Tanto como a un grano en... —se contuvo a tiempo, el mayordomo todavía estaba y ella tenía una imagen que mantener —la punta de la nariz, te acostumbras a él pero sabes que si te lo pudieses quitar estarías mejor.
El otro sólo lo hacía por picarla, por pincharla y oír como le contestaba, y la verdad es que si no lo hiciera echaría de menos esos piques, como ese grano que si no estuviese sería más cómodo pero te verías rara. Entonces Pascalet le puso al ratón delante de la cara y comenzó con sus demandas, la mujer levantó la mano parando la retahíla y aprovechó para acariciar con el índice al pequeño roedor detrás de la cabeza.
—Compraremos dulce y kumla, así ya comemos allí y no hay prisa por volver, tú fisgoneas lo acordado y yo me informo sobre los vala y dónde encontrar uno de confianza.
Que pensase que eso no existía no era impedimento para decir que lo buscaría.