Le hizo mucha gracia que estuviera todo el mundo buscando a Rodrigo. Al muchacho todavía no le quedaba claro por qué estaban tan obsesionados con ellos. Vale, eran geniales y todo eso, pero tampoco era como para volverse tan locos. Y no eran tan famosos, ¿no? ¿No?
Aprovechó que todos estaban tan pendientes de encontrar a Rodrigo para echar mano a algo más de lo que había en la barca: ¡unos buenos garfios! Sin eso, iba a ser difícil usar las cuerdas.
—Esto lo ato yo así —murmuró mientras le hacía un buen nudo a una de las cuerdas alrededor de un garfio— y queda maravilloso. Ahora sólo falta una ganzuíta y unas ropas. Quizás…
Alzó la mirada hacia una caseta de herramientas; no estaba muy lejos de allí, pero tampoco estaba tan cerca. Miró luego hacia la verga que sobresalía de un barco, justo en el punto exacto en que tenía que estar: entre él y la caseta. Se puso en pie y empezó a dar vueltas en el aire a la cuerda y el garfio.
—Vamos, Croquembouche. Un saltito nada más. Están todos muy ocupados buscando a Rodrigo.
Lanzó al aire la cuerda con el garfio por delante mientras daba un buen salto. El garfio se enganchó en la verga sin problemas y Pascalet se levantó en el aire, columpiándose hasta caer en la puerta de la caseta.
—¡Ja! Espero que Rodrigo haya visto esto, Croquembouche. Alguien debería haberlo visto, al menos. Aparte de tú y yo, claro. ¡Manos a la obra! —dijo mientras recuperaba la cuerda con el garfio y entraba en la caseta.
Rebuscó entre las herramientas y aparejos de pesca hasta que encontró algo que…
—Sí, esto puede servir como ganzúa.
¿Y no era una suerte? ¡Justo alguien había dejado por allí unas viejas ropas colgadas! Perfectas para pasar desapercibidos como si de isleños se tratara. Bueno, salvo por el tema raro ese de la sombra que no terminaba de entender aún, pero hacía como que sí cuando hablaba con Rodrigo. Aprovechó el momento para cambiarse ahí mismo las ropas y ponerse esas nuevas, mientras guardaba el otro juego para Rodrigo.
Después de cambiarse, le dio un besito al caparazón de tortuga antes de dejarlo.
—Fuiste un buen compañero, caparazón de tortuga. Tu sacrificio no habrá sido en vano.
Y lo dejó allí antes de asomarse a la puerta para ver cómo iba la cosa con Rodrigo.
Gasto los 2 Aumentos restantes en la ganzúa y en las ropas. El garfio lo robo con el Aumento del turno anterior que no aproveché.
Al ver cómo tantos se repartían para buscarlo, Rodrigo sintió verdadero orgullo de haber sido capaz de evitarlos. Lo había hecho bien, muy bien. Sus ojos buscaron a Pascalet y sonrió: aquel plan estaba saliendo bastante bien. Mucho mejor de lo que habría salido el otro, desde luego.
Cuando se dio cuenta de que el bote se acercaba se sumergió lentamente. Ya hundido, empezó a moverse de nuevo hacia el puerto, un lado algo resguardado que le permitiera subir sin que le vieran desde donde estaba antes.
Una vez más estaba empapado. Una vez más chorreaba y chapoteaba al caminar. Una vez más echaba de menos tener ropa limpia, seca... y entera. Pero una vez más los había burlado.
—¡¿Y sabéis cuál es el pez que va último?! —preguntó, poniendo las manos para amplificar el sonido—. ¡El del fin!
Pero claro, algunas cosas no salían tan bien. Por ejemplo, cuando uno trataba de llamar la atención sin comprobar realmente quiénes estaban cerca. Aún así, esperaba que aquello fuera suficiente para Pascalet. La primera parte del rescate estaba en marcha.
Uso el aumento que me queda en volver al puerto sin que me vean. Lo que pase ahora, ya...
Cuando Rodrigo miró alrededor descubrió que su distracción había servido y Pascalet salía en ese momento de una caseta con cara de haber pescadeado un montón. Pero, para su desgracia, también descubrió que estaban rodeados por guardias. Se mostraban amistosos, pero no parecían dispuestos a dejarlos ir.
—Qué suerte la mía, justo os estaba buscando a los dos —dijo el que parecía estar dirigiendo aquella patrulla y al que ya habían visto con sus compañeras—. Los príncipes Hachen desean invitaros a comer, así que os escoltaremos a palacio ahora mismo para que podáis disfrutar del honor de esta audiencia.
Giró sobre sus talones y se puso en marcha hacia el camino que llevaba a lo más alto de la isla, donde se encontraba el palacio. Sin remedio, nuestros dos héroes se vieron obligados a acompañarlos, aunque al menos nadie parecía tener intención de quitarle a Pascalet el producto de su trabajo.