Las inscripciones del suelo parecían estar bien preparadas para el agua y por mucho que frotó Rodrigo, no se borró nada. La pirámide parecía tallada directamente del suelo, formando parte de la roca, como si hubiera sido construida al hacer la gruta. No tuvo dificultad el hombre al ir metiendo los dedos en el agujero, aunque uno de ellos se atascó un poco y tuvo que tirar para sacarlo.
Ahí, agachado junto a la pirámide, comprendió que debían estar justo debajo de la mesa en la que habían jugado a la Crois, de modo que si uniese con una cuerda aquel agujero con el techo de la gruta, esta cuerda llegaría directamente al centro de la mesa y del tablero del juego. La colocación de todo aquello no le parecía trivial, y tuvo la impresión de que ese artefacto, por llamarlo de algún modo, estaba apagado en ese momento.
Mientras él estudiaba la pirámide y Pascalet le daba conversación, los dos escucharon un clic que parecía provenir de debajo de los pies del muchacho, como si se hubiese activado un resorte. Acto seguido, la luz que iluminaba las runas del suelo aumentó tiñendo de rojo intenso el lugar y, a lo lejos, se escuchó una campana retumbar con estruendo. Supieron que habían activado algún tipo de alarma y que seguramente aquel lugar no tardaría en estar lleno de guardias. Si querían escapar sin ser descubiertos, tendrían que correr.
Mientras Ana y Nuru empezaban a leer aquel diario, les llegó el sonido de aquella campana, retumbando por todo el palacio. Escucharon también pasos a la carrera y supieron que sus compañeros debían haber hecho… algo. Pero también sabían que no había nada que ellas pudieran hacer en ese momento, así que siguieron con la lectura.
Por lo que decía el diario, estaba escrito por la madre de los dos mellizos, la anterior gobernante de la isla, Hilda Hachen. La mujer había recopilado allí sus memorias, narrando una vida de lo más interesante. De joven se había dedicado a viajar y así había conocido a un navegante, hijo de un dignatario de Eisen, del que se había enamorado. No le había hecho mucha gracia tener que regresar a la isla para empezar a gobernar al morir su padre, pero había cumplido con su deber.
Leyeron un pasaje sobre el nacimiento de los hijos y lo felices que habían sido al principio, viéndolos crecer. No se los mencionaba demasiado, salvo otro pasaje intermedio en el que la madre afirmaba haberlos descubierto haciendo algo indecoroso. Mencionaba el castigo que les había impuesto y que a partir de ese momento los aposentos de los mellizos estarían a ambos lados del dormitorio principal, donde pudiera tenerlos controlados.
La vida de la mujer parecía muy tranquila, entre el gobierno de la isla y los negocios con los visitantes. Hasta que la princesa Hilda había encontrado el pasadizo. Describía un pasaje debajo del palacio, con unas escaleras largas y al fondo, excavada en la roca, una gruta en la que había dos círculos con extrañas inscripciones y una pirámide en medio. No había sabido lo que era y se había obsesionado durante parte de su vida con descubrirlo, sin éxito.
Siempre había pensado que aquel lugar era un resto de los syrne y estaba convencida de que los círculos y la pirámide formaban un artefacto al que le faltaba alguna pieza. Narraba en el diario algunos de sus intentos por encontrar esa pieza faltante y cómo había enviado cartas a eruditos de toda Théah indagando al respecto. Mencionaba una universidad de Montaigne, perteneciente a la Sociedad de Exploradores, en la que quizás podría haber algo interesante… pero el diario terminaba antes de saber si lo había encontrado o no.
Ese clic sonó bastante parecido al que había hecho la puerta, pero la puerta ya estaba abierta y, además, empezaron a sonar campanas. Pascalet miró al suelo, debajo de sí, de donde había provenido el clic.
—Uy.
Era claro que había sonado debajo de sus pies, pero…
—¡Creo que has activado una alarma! ¡Vámonos!
Sin decir más, se dio media vuelta y salió corriendo por la puerta. Antes de subir las escaleras, agarró la sábana fantasma que había dejado allí y subió como alma que lleva el diablo mientras murmuraba:
—Menos mal que Croquembouche se ha quedado en los apostantos, que se pone muy nervioso con las alarmas.
Corrió lo que había recorrido antes, pero en dirección inversa y sin sábana. Fue una suerte que hubiera ahuyentado a tantos guardias porque, a pesar del ruido de guardias que escuchaba, los pasillos que habían recorrido antes habían quedado libres de guardias.
—Ji, ji. Un buen fantasma siempre es infalible.
Al llegar a los aposentos, entró como si no pasara nada y caminó en silencio unos cuantos metros, dejó la sábana sobre la mesa con total parsimonia, se subió a la mesa y se sentó sobre ella con las piernas cruzadas. Sólo entonces miró a Nuru y Ana.
—Ah, hola, ya estáis aquí. Todo tranquilo, ¿no?
En ese momento, Croquembouche apareció de bajo la mesa, donde se había escondido tras empezar a sonar la alarma, y se escondió en un bolsillo de Pascalet mientras temblaba.
Algunas veces pasaba que se cumplía expresión esa de oír campanas y no saber de dónde sonaban. Esa noche fue casi una de ellas. Casi. Era cierto que Rodrigo no sabía exactamente el lugar del que provenían, pero sí sabía una cosa: venían de donde estaban los problemas, y estos se estarían acercando. Y con los problemas era como con los maridos de cualquiera: convenía haberse marchado cuando llegasen.
Ante los gritos de Pascalet, asintió desde el suelo.
—¡Creo que hemos activado la alarma! —exclamó—. ¡Vámonos!
Tras esas palabras echó a correr, desandando el camino andado. Al pasar por la sala donde habían jugado señaló la mesa.
—¡Y una buena pistola también! —dijo, refiriéndose a lo infalible que era—. ¡Pero mejor no pararnos a mercadearla!
En el tramo final a los dormitorios intentó mantener una expresión seria, por si les veían poder decir que era cosa del fantasma. Así entró en los aposentos. Jadeando, pero serio. Agotado, pero serio.
—Todo tranquilo —respondió a Pascalet, aunque la pregunta no había sido para él. Después le habló a ellas—. Nuru, tenías razón. Hemos encontrado... una cosa.
Nuru seguía a lo suyo repantingada en el sillón con los pies sobre la mesa, seguía aprendiéndose el mapa mientras iba escuchando lo que iba contándole Ana. Al escuchar la alarma levantó los ojos extrañada, sin soltar su carta de navegación, frunció el ceño porque imaginaba que algo había sucedido con aquellos dos pero miró a la castellana un instante y se encogió de hombros antes de seguir a lo suyo.
Al llegar Pascalet y Rodrigo, enrolló el mapa guardándolo para prestarles la atención a ellos. Asintió a la pregunta del primero.
— Por aquí sí —dijo levantando una ceja mientras ladeaba una leve sonrisa y se quedaba mirando a Rodrigo cuando las informó—. ¿No me digas?
Era bastante obvio que algo había ocurrido y aquello le hacía gracia. Se quedó sentada en el sitio con los brazos cruzados y señaló con la cabeza a Ana.
— Por aquí también hemos encontrado cosas interesantes... Tal vez deberíamos ponerlo en común si es que no vienen a ver qué estamos haciendo.
Era momento de hablar.
Ana se había sentado y estaba compartiendo la identidad de la autora del diario con Nuru cuando se escucharon las campanas, levantó la mirada del libro y ladeó la cabeza, nadie aporreó su puerta por lo que siguió leyendo y le fue narrando en voz alta aquello que parecía tener relevancia, tal y como la otra mujer le había pedido. Cuando llegó a la parte en que habló de cómo pilló a los gemelos, le dirigió una mirada cargada de significado, parecía que los rumores tenían base real, pero lo mejor llegó con el descubrimiento del pasadizo.
Le comentó a la navegante que aquello podía ser lo que había percibido en la sala en la que habían jugado y siguió adelante ávidamente, tratando de imaginar lo que describían las líneas que leía, al menos hasta que llegó a aquello sobre Montaigne, su universidad y la Sociedad de Investigadores. Pasó la hoja y sólo recibió el blanco, pasó otra más y otra, hasta el final y nada, ya no había nada más escrito, su mente comenzó a pensar en lo que ahora sabía y trató de componer el puzzle que se les presentaba. En ello estaba cuando la puerta se abrió y por ella entraron sus dos compañeros, como si nada hubiese pasado allí fuera, asintió a la morena y oyó las palabras que dijeron.
Al oír que había un cosa, tal y como había dicho Nuru, se reafirmó en su idea y cuando ella comentó que habían descubierto cosas no dudó en darse prisa por aclarar qué eran todas aquellas "cosas" antes de que algo se torciese...
—Encontré un diario, de la madre de los gemelos, y_
Y pasó a contar lo que le había dicho a Nuru.
En algún momento mientras el grupo de héroes se ponían al día de sus respectivos descubrimientos, se dejó de escuchar el sonido de las campanas retumbando por el castillo. Al rato, un guardia llamó a la puerta y asomó apenas la nariz para comprobar que todo estuviera en orden dentro. Les recomendó que no salieran y se volvió a marchar. Después de eso, les dejaron en paz para que pudieran descansar.
Pues tenéis roleo libre lo que queda de mes, porque lo siguiente lo empezaremos en septiembre. Cuando os vayáis a dormir, pausamos ahí.
Pascalet no parecía demasiado interesado en viejas historias de príncipes antiguos, pero se aguantó toda aquella historia dando algún que otro golpecito con los pies sobre la mesa en la que estaba sentado. Cuando al fin terminó Ana de contar lo que había encontrado, Pascalet dio un saltito para bajar de la mesa y empezó a hacer aspavientos mientras caminaba de un lado a otro, daba saltos, se subía a una silla, luego a otra, luego a la mesa, luego saltaba al suelo, y contaba y contaba y contaba cómo había asustado a todos los guardias, contaba y contaba y contaba lo terrible que era el fantasma del pirata Roberts, contaba y contaba y contaba cómo ellos habían encontrado un pasadizo ya-no-secreto y cómo él había abierto la cerradura y cómo Rodrigo había activado la alarma.
—¡Y Rodrigo tiene el anillo! —concluyó, señalándolo, pues Rodrigo había metido la mano en la pirámide y había gritado «¡El anillo!», así que debía tenerlo, claro.
Rodrigo escuchó con interés la narración de sus compañeras antes de que Pascalet procediera a la suya. Mientras él hablaba, Rodrigo iba matizándola. Añadía épica al asunto del fantasma, intriga a lo del pasadizo y sobre todo comentaba cómo, tras abrir la cerradura, el muchacho había activado la alarma.
Con sus últimas palabras, sin embargo, se dio cuenta de que no había entendido nada.
—No tengo el anillo —explicó—. El anillo no es un anillo. Es...
Y procedió a explicar cómo era la sala, lo relativo al tablero y todo lo demás. Finalmente hizo un gesto con la mano, golpeando la otra.
—¡Así que el juego tiene la culpa!
Nuru se cruzó de brazos seria, como la situación requería, mientras escuchaba pensativa a unos y otros. Solo cambió el gesto por uno de sorpresa cuando Pascalet anunció que Rodrigo tenía el anillo. Claro que luego el anillo, no era tal, sino una especie de círculo mágico y cosas de esas complicadas para ella.
Asintió, asintió una segunda vez, pareció querer decir algo pero calló y volvió a asentir de nuevo.
— Claro, —se decidió al fin a hablar, dando la razón al castellano— es obvio, si el diario hablaba que había algo que faltaba por completar esa extraña magia y que había un artefacto en el sitio ese de los exploradores en Montaigne... Según nos dijeron ese juego lo trajo un emisario, o comerciante, o... La verdad que no me acuerdo, lo que fuese, Montaignés. Así que sea lo que sea lo de abajo se completa con el juego, más si decís que se encuentra situado justo encima. Lo que ahora me plantería yo... Es qué hacer ahora que sabemos todo esto.
Ana se quedó un poco chafada al ver que su relato, de cómo había encontrado el diario de la madre de los príncipes y lo que en él ponía, no levantaba a sus amigos de los asientos, pero se dijo que la llamada del guardia y sus narices metiéndose por la puerta habían enfriado el ambiente. Sí, eso debía ser, se repitió mientras asentía a la recomendación y cerraba la puerta detrás del tipo inoportuno, asegurándose que él se iba y volvían a estar a solas. Por suerte Pascalet volvió a calentar los ánimos con las peripecias de su camino hasta su destino, peripecias que no eran tan distintas de las que los llevaron a todos hasta la biblioteca y que mantuvieron a la castaña en vilo a pesar de estar sentada en su butaca, hasta que al fin pudo sonreír y respirar cuando llegaron a la sala de juegos.
El descubrimiento del pasadizo que presintió Nuru, ahora ya-no-tan-secreto, y que muy posiblemente era del que ella había leído, hizo que se echase hacia adelante en su asiento, absorbiendo todo lo que ambos decían. Las escaleras, la puerta cerrada, la sala de roca, el dibujo grabado en el suelo, las runas, la pirámide con un agujero en su cima... La castellana se miró su propia sombra y la de sus compañeros, habían jugado, si la tenían igual ¿era porque el aparato estaba apagado? ¿cómo se encendía? ¿sin el juego no había magia? Era fácil entonces, lo rompían y ya, pero qué pasaría con las gentes de la isla y sus sombras huidas...
Al acabar su verborrea mental, cruzó su mirada con la morena y asintió a lo que ella decía.
—Embajador, eso dijeron que era, pero no es que sean muy fiables. —comentó en referencia a la ocupación del Montaignés y a los príncipes—Magia syrne pensaba Hilda que era. Yo no pienso volver a jugar, lo fácil sería romperlo para que nadie más se vea... ¿atrapado? Alguno de nosotros tiene un tropezón y se cae encima rompiéndolo, pero no sé si eso será suficiente para devolver el juicio a los habitantes.
Nuru escuchó a Ana y asintió.
-- Un tropezón y lo rompemos... --Eso le dio otra nueva idea.-- O nos escapamos en otro momento y cambiamos todo de sitio. ¿No dijisteis que estaba justo encima? Bueno, también podríamos tropezarnos y desplazarlo... Aunque claro sin saber qué es esa magia está un poco complicado. Pero desde luego yo trataría de robar la pistola que esconden.
—O a lo mejor la pistola esa no es una pistola. A ver qué dice el dado: si sale uno, dos o tres, no era una pistola, pero si sale más, era una pistola.
Pascalet se metió la mano en el bolsillo y sacó el dado que había robado del juego, sacando un 1.
—Pues no, no era una pistola. Justo lo que yo decía.
Miró al resto, esperando sus reacciones, pero no les dejó tiempo antes de añadir:
—Puede que sea como una cerradura: agarras la pistola y se abre algo. O así.
Motivo: ¿Es una pistola?
Tirada: 1d6
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