Con toda la precaución del mundo observas a través de la ventana y ves que no hay nadie rondando tu hogar. Supones que, aquello que te ha perseguido, se ha ido sin más.
Lo que si es cierto, es que el estruendo que montan las gaviotas se te antoja ensordecedor.
Los pájaros vuelan cada vez más rápido. Su gritos atraviesan las paredes y entran en tus oídos como si fuesen una enfermedad.
Te tambaleas. Miras por la ventana y vez que esas malditas de gaviotas son apenas borrones y tienes la sensación de estar en el ojo de un huracán.
Respirando aún con dificultad y con la espalda apoyada en la puerta, Jens tuvo que taparse los oídos para no escuchar el estruendo de los pájaros que, a cada segundo que pasaba, más fuerte se hacía. Tenía miedo, mucho miedo y su corazón parecía querer estallar dentro de su pecho por la velocidad a la que latía.
Aquellas malditas aves no dejaban de emitir sus estridentes sonidos y, a pesar de sentirse aterrado, Jens hizo un gran esfuerzo por acercarse a la ventana y descubrir qué estaba pasando. Se sintió mareado ante la rapidez del vuelo de los pájaros, como si se hubieran puesto de acuerdo para girar de tal forma que habían formado un huracán. Un huracán en el que él era el centro.
Incapaz de controlarse, temblando de pies a cabeza y aún con las manos pegadas a sus oídos, el hombre miraba hipnotizado al frenético vuelo de las aves que, llevadas por la velocidad, apenas conseguían ser visibles y Jens solo era capaz de percibir una mancha uniforme que no dejaba de girar.
No sabía qué hacer; no tenía lugar al que escapar y dudaba de que el faro le ofreciera un refugio seguro ante todas las cosas increíbles y espantosas que estaban sucediendo. Llevado seguramente por su locura, por la soledad en la que se veía inmerso ya que su compañero parecía un vegetal, Jens corrió en dirección a las escaleras que subían hasta lo más alto del faro. Quizás desde allí arriba pudiera ver algo que lo hiciera entender qué estaba sucediendo.
Las aves parecen poseídas por un mal que no logras ver ni comprender. Su vuelo se vuelve aún más frenético y comienzan a estrellarse contra la puerta. Algunas chocan contra las ventanas, desplomándose tras el impacto. Otras logran romper los cristales y sus cuerpos sin vida - ensangrentados - caen en el interior.
Varios de esos malditos pájaros entran y comienzan a volar sobre tu cabeza, a un ritmo diabólico, lo que hace que algunos se estrellen contra las paredes y caigan con el cuello roto.
El sonido es ensordecedor.
Aquel ensordecedor caos iba a volver loco a Jens. Igual de aterrado que las aves que, golpeándose con dureza contra puerta y ventanas, habían conseguido colarse en el interior, algunas muertas y otras vivas, al hombre no le quedó más remedio que salir de allí por pies, buscando con desesperación el pasillo de acceso al faro.
Quizás los cristales que protegían la potente luz fueran más resistentes, o tal vez pudiera divisar desde esa posición que había producido ese ataque de pánico de los pájaros.
Sus chillidos son más agudos, enloquecedores. Su vuelo es cada vez más rápido.
Mientras subes hasta el faro, oyes como más pájaros se cuelan en la casa. Destrozan todo a su paso.
Los cristales del faro resisten y no ves nada que haya incitado a las gaviotas a comportarse de esa manera. Al menos nada que puedas percibir.
Un idea surge del fondo de tu mente. Has dejado a tu compañero atrás. Tumbado e indefenso.
Algo había enloquecido a aquellas aves que estaban dispuestas a perseguirlo y, seguramente, acabar con su vida. Jens, a medida que subía corriendo las escaleras del faro, oía el estruendo que formaban una vez en el interior de la casa, ahora que ya habían abierto una entrada en la ventana.
Cuando llegó arriba pudo comprobar con cierto alivio que los pájaros no habían podido romper los cristales que protegían la gran linterna. Al menos por el momento allí parecía estar a salvo. Miró a su alrededor buscando cualquier indicio que le indicara qué podía haber alterado de ese modo a las gaviotas. Pero, a pesar de la altura, no pudo ver nada que le llamara la atención.
Estaba dispuesto a estar allí arriba hasta que aquella algarabía pasara pero, de pronto, se dio cuenta que había dejado a Cían acostado en la cama sin poder moverse. Desde que había caído en ese extraño letargo, Jens había estado preocupado por él, pero había sido tal el miedo que había pasado, tal la sensación de peligro y pánico que lo habían invadido que no se había acordado de él.
Durante unos segundos paseó nervioso pensando qué debía hacer. Bajar, mientras los pájaros estuvieran tan enloquecidos, era un suicidio, pero no podía dejar solo a su compañero aunque el trato con él hubiera sido tan breve. Respiró hondo tras tomar una decisión y, armándose de valor, comenzó a descender las escaleras. Seguro que algo se le ocurriría para que tanto él como Cían estuvieran a salvo aunque por el momento no tuviera ni idea de qué debía hacer.
En una vorágine de plumas y chillidos horripilantes, las aves forman un caos demencial. Una cacofonía imparable. Sangre en las paredes... cuerpos sin vida...
Notas un golpe, un picotazo tras la rodilla y te caes. Tu compañero está oculto bajo un grupo de pájaros enfurecidos. Por un instante parece que lo van a elevar por los aires, como si fuesen aves de presa que quisiesen devorarlo.
Tratas de espantarlas, lanzas al aire manotazos e improperios. Algo te golpea en al sien y pierdes el sentido, mientras parece que las malditas gaviotas se ríen de tu desgracia.