-Parece que Deron busca algo... y o mucho me equivoco, o lo ha encontrado. ¡Ese sitio es exactamente el lugar donde se hallaba el Monje que me derribó de la muralla! ¿Qué puede haber encontrado...? ¡Y que él supiera, además, que estaba allí!
Illianna se resistía a seguir a Melegat y a Ayron hacia el confort y el amparo de las cabañas. Estaba rendida, a pesar del profundo sueño en el que había caído después del esfuerzo, y que se había prolongado durante un buen rato. Pero ahora, aunque deseaba con todo su ánimo seguir descansando en la suavidad de un lecho, lo que ocurría en la fronda del bosque le impedía hacer lo que el sentido común le dictaba.
Fue Brúnil, como siempre, quien tomó la decisión cuando ella se dejaba llevar por su corazón impulsivo. -Ya lo averiguaremos, niña. Ahora vas a venirte con nosotros a una de esas casas, comerás, y descansarás. Y cuando nuestros compañeros vuelvan y nos cuenten lo que han ido a buscar, y lo que han encontrado, tendrás la cabecita ésta mucho más clara y el ánimo más recuperado. Le pasó una mano por el pelo, alborotándolo. Illianna le dió un empujón cariñoso.
-Está bien. Sonrió. ¡Mandón!
Los pensamientos enfrentados de Deron mostraban los mismos caóticos manchurrones que su embarrada cota de mallas. A pesar de haber salido a flote de aquel desesperante mar de confusión y dolor, su mente consciente caminaba por la precaria senda del deber, centrada en la labor que se traía entre manos, caminando entre dos profundos farallones de locura, como una senda entre las quebradas de las estribaciones de su tierra natal.
Sus expertos ojos buscaban con insistencia las inequívocas señales que un ejército, o al menos un jinete aislado, deberían de haber dejado en el territorio. En su experiencia bien sabía que los elementos eran el mejor aliado con el que podía contar un prófugo, y si dejaban hacer su trabajo nocturno a la lluvia, jamás encontrarían prueba relevante alguna. En una recóndita celda de su pensamiento, un cuerdo y analítico escriba barajaba que, presuponiendo que la magia pudiera existir, que fuera tan real como había parecido y tan evidente como se indicaba, tal vez su desaparición fuera tan inesperada como su desaparición y toda aquella pesadilla se hubiera esfumado en la nada... pero otro hilo de pensamientos, aquel al que más se aferraba su mente consciente, reafirmaba que aquello era imposible. Incluso si los demonios del infierno todos a una hubieran encarnado los cuerpos muertos de aquel desmadejado ejército ante el que casi perece todo Conira, la carne mundana y nacida de un padre y una madre humanos, debería de haber permanecido, como mudo testimonio de los cuerpos que aquellos seres preternaturales habían albergado.
Sin embargo, una cortina de sufrimiento contenido cubría tales razonamientos, enfocando la mente del explorador hacia aquello que podía manejar; hacia lo inmediato y cuantificable: hacia la labor del rastreo. La llovizna, transformada en un mero marco para el entorno desmenuzado por los sentidos del montero, resbalaba por su escudo y sus hombreras, empapando la camisola y los pantalones, que pesaban como muertos; pero apenas eran impedimenta para un soldado acostumbrado a portar una más pesada armadura de combate. Con movimientos mil veces repetidos y el instinto del depredador atento, la figura del batidor evolucionaba de sombra a sombra y de bulto a bulto, hendiendo el panorama con vista ávida, como la mano al borde del abismo que tantea la grieta que permitirá su salvación de una muerte segura, apenas al final de la escalada.
Una primera inspección del suelo no aportó a Deron mayor información que la que ya conocía: allí se había producido una batalla. Un ejército había salido del bosque y atacado a un grupo de jinetes que, procedentes del Este, trataron de alcanzar las puertas de Conira. Hasta ahí lo evidente, lo habían vivido en primera persona.
Conforme se acercaron al linde del bosque su examen se hizo más exhaustivo. No halló evidencia alguna de la existencia de máquinas de guerra, catapultas o lanzadores de proyectiles, como su mente incrédula esperaba encontrar. El nerviosismo se habría paso en sus facciones, conforme su investigación avanzaba. No había sobre el barro marcas de ruedas o de carromatos; únicamente pies humanos. Huellas de hombres… aunque no todas. Al profundizar un poco, más allá de los primeros abetos, alcanzaron finalmente la zona donde había sido divisado el personaje embozado de aspecto monacal, así como la posterior nube de humo putrefacto.
Deron se agachó y señaló el barro, reprimiendo un suave temblor en su mano cerrando el guantelete en un puño justo después de la indicación: en el barro habían quedado marcadas unas huellas más que extrañas, de algún tipo de animal provisto de garras y cuyas pezuñas acababan en tres largos dedos. Aquellas marcas rodeaban la zona y se aproximaban con velocidad hasta la posición del grupo de atacantes que había permanecido allí durante la batalla. Luego simplemente desaparecían:
-Debemos encontrar rastros que se alejen de aquí, o al menos los cadáveres de las huestes enloquecidas; no puede ser que una horda entera se haya esfumado en el aire sin marca alguna. No es... no es... No puede ser.- expresó su boca la pugna interna que se desarrollaba en la parte inconsciente de su mente, mientras la consciente se refugiaba tras la vidriosa y ausente mirada que se asomó a su rostro al borde del paroxismo, antes de que la determinación del rastreador volviera a tomar el control.
Las botas volvieron a moverse, esta vez sondeando los alrededores en ondas crecientes. Encontraría algo aunque aquello le llevara la noche entera.
He vuelto de unas merecidas vacaciones y ya estoy listo para dar y recibir candela fina...
Master, me pongo a buscar muy en serio una explicación a la ausencia de enemigos; aunque sean mini-explosiones de humo... No me refiero solo a los que matamos nosotros: me refiero a todos aquellos que no matamos. Supongo que será una combinación de rastreo y estrategia... tú dirás (lo dejo de tu mano, de hecho).
Dejándolo en mi mano la respuesta es muy sencilla. :-P
No precisa ni tan siquiera de tirada alguna, las huellas son numerosas, claras, diáfanas y evidentes: el ejército se ha retirado hacia el interior del bosque. Para alguien con la experiencia de Deron es incuestionable, por algún motivo detuvieron el ataque, dieron media vuelta y se internaron en la espesura.
Ahora bien, ¿hasta donde?
Por cierto, un post GENIAL!!
-Sí, aquí; las marcas son claras.- indicó al suelo nuevamente el guerrero -Las huellas son numerosas, claras, diáfanas y evidentes: el ejército se ha retirado hacia el interior del bosque. Por algún motivo, detuvieron el ataque, dieron media vuelta y se internaron en la espesura. Ahora podemos seguirlos o bien regresar; pero la amenaza dista mucho de haber terminado... podrían volver, y ahora ya sabemos que no recibiremos ayuda alguna. En mi opinión: Conira necesitará una mano experta que los guíe a territorio seguro, y unos ojos que segan este rastro y puedan reconocer su dirección o destino.- planteó con las experimentadas palabras de un soldado.
Pozezo, ¿qué hacemos?
Cuando saco tiempo, se hace lo que se puede; no siempre hay oportunidad, pero a veces prefiero dejar renquear algunas otras cosillas para embellecer más, aunque todo se retrase... ;-P
- Si te refieres a que deberíamos internarnos más en este bosque, no me parece prudente. Yo recomiendo regresar ahora e informar. Otros serán quienes decidan qué haremos a continuación. Las defensas están comprometidas, y quizá dispongamos de tiempo para rehacerlas. Sin embargo, seguramente después debiéramos volver aquí, o al menos un clérigo, alguien más preparado contra esta locura que yo ni entiendo ni acierto a saber cómo combatir con tino. Es evidente que deberemos aprovechar cuantas oportunidades tengamos para evitar que el enemigo haga su guerra. Montad, vosotros, y regresemos para no perder más tiempo aquí.
El soldado mantenía la mirada fija en el bosque que anunciaba Deron, inseguro de qué pensar acerca de él. Luego pasó la vista con impaciencia por sus dos compañeros y los instó sin palabras a subir a los caballos y regresar a Conira.
Deron pareció dudar por unos instantes, pero la caladura de la constante llovizna le devolvió un poco de fría cordura y asintió con desgana a la apreciación de Dammeryn:
-Lo cierto es que no quedan muchos que puedan decidir o estén en disposición de ello, pero puede que Meliant esté algo más tranquilo ahora que todo ha pasado y prefiera indicar algo al respecto. Aun así, tengo la certeza de que en no mucho tardar estaré regresando a esta zona para tratar de discernir hacia dónde se dirige el enorme contingente.- declaró, girándose hacia Nocturna.
Con movimiento experto se aferró a la silla y pasó una pierna sobre el lomo de la yegua, dispuesto a emprender el viaje de regreso. Estaba en cierto modo tan confuso como antes, pero al menos el ejercicio y la actividad habían conseguido despertarlo de su embotamiento y estupor. Fue en el camino cuando sintió que la herida recibida horas antes en el costado le tiraba un poco, y se llevó la mano al costado, con preocupación. Sin embargo, había sido tan solo una mala pasada de su mente. La punzada estaba tan cerrada como justo después de que aquella extraña mujer que respondía al nombre de Illiana se la tocara con aquel intranquilizador calor que emitían sus manos. Todo tenía tan poco sentido...
Su psique descartó aquel hilo de pensamiento justo antes de que se precipitara en un nuevo pozo insondable. No, no podía permitirse una recaída. Todo tendría su momento, y el pasado... bueno, el pasado era pasado, después de todo.
Pues, si estamos todos de acuerdo, regresamos.
Tras una breve conversación Deron, Dammeryn y Nhadia montaron en sus respectivos animales y retomaron el camino de regreso a Conira. La lluvia continuaba cayendo sin tregua sobre la tierra ya castigada.
Cuando ya habían atravesado sus puertas, éstas se cerraron finalmente, provocando un suspiro de alivio en la mayoría de sus habitantes. Fue como si alguien hubiese arrojado desde el cielo una manta de calma sobre la aldea, muchos se dejaron caer al suelo allí mismo donde se encontraban, otros salieron corriendo hacia sus casas, algunos se mantenían en la empalizada...
Era el momento de lamerse las heridas, descansar y recuperarse, pero también de tomar el mando, poner un poco de orden en aquella oscuridad y, como muchos de ellos estaban esperando, la hora de hablar. Muchas cosas debían ser dichas, misterios desvelados, historias contadas...
Lo bueno de tener compañía era que permitía callar cuando pronunciar una palabra más era lo que menos podía apetecerte en el mundo. Deron entró en la aldea calado, con los hombros vencidos hacia abajo, apneas siguiendo los movimientos de la también cansada Nocturna sobre su silla. Su cara, enterrada en un mar de sombras veladas por su pelo, lacio por la lluvia, resguardaba su intimidad. En el refugio de su mente, un torbellino amenazador bullía sin cesar, mas la máscara de hierro del explorador apenas sí dejaba sentir aquella ominosa opresión de su alma.
El jinete desmontó con un movimiento fluido a pesar de todo, con pasos cien veces practicados, tendiendo su mano instintivamente hasta el punto en que se hizo uno con la brida y pudo guiar a su yegua hacia el establo. No tenía necesidad de dar explicaciones; no quería darlas. Cuanto había visto lo conocían sus acompañantes. Que fueran ellos quienes repitieran las evidencias. Él no estaba para nadie, y su ánimo aún menos que para nadie.
Ni un saludo, ni una apreciación, nada. Tan solo una sombra pasando entre sombras, sin verlas. Si Deron no hubiese entrado con Dammeryn y Nadhia, más allá de la tranquilidad de ver que seguía vivo, hubiera dado exactamente lo mismo.
Dammeryn observó la preocupante actitud de Deron. Sin duda algo muy grave lo aplastaba como una roca, y ya lo había visto ceder una vez ante semejante peso. Sin embargo, al atravesar las puertas de Conira, sintió que el problema de Deron aún no era de su incumbencia, pues él tenía también sus propias preocupaciones dentro de la ciudad. Había pasado cinco años sirviendo a su pueblo sólo para verlo destruido cuando todo parecía a salvo, y aún en ese momento había apartado su propio corazón para hacer lo que debía, tan cerca de los suyos, después de tanto tiempo, sin saber siquiera si estaban vivos, si habían luchado con ellos o contra ellos. La sóla posibilidad le estremeció. No había motivos para seguir aplazándolo. Debía encontrarlos. Y por otro lado, se dio cuenta, temía buscarlos por lo que podría encontrar...o no encontrar.
Se adelantó para informar de lo sucedido a su superior, el capitán, que parecía incansable ante el caos que se había producido en la ciudad, entre heridos y aterrados. Luego le explicó su situación.
- Hemos seguido el rastro hasta un bosque cercano - dijo señalando la dirección -, pero no sabemos con exactitud la posición ni el estado del ejército enemigo. Creemos que deberíamos disponer guardias en las cercanías y permitir que un contingente ligero y muy móvil se acerque para recabar más información. Un clérigo nos vendría bien para saber si no es una locura este plan, pues no nos enfrentamos a hombres, sino a demonios, y yo, sinceramente no sé cómo batallar con ellos.
Por otro lado, capitán, solicito permiso para buscar a los míos. Hace muchos años que no los veo, y necesito saber si están vivos y a salvo, señor.
Aguardó la respuesta de su capitán con el corazón encogido.
Fue realmente el Magistrado Méliant quien respondió a las palabras de Dammeryn, su gesto esquivo, la cabeza hundida entre los hombros y la mirada perdida dijeron tanto como sus palabras.
-El Capitán DeValin aún no ha despertado, continúa inconsciente, lo están atendiendo en estos momentos. Lo lamento. - se sumió en un respetuoso silencio, que rompió al poco para dar algunas instrucciones a aquellos más cercanos a él. Tras ello, se dirigió de nuevo a los compañeros -. Venid conmigo a mi casa, seguidme. Allí nos calentaremos ante el fuego y podremos decidir qué es lo que hay que hacer ahora.
Antes de comenzar a caminar lanzó una última y significativa mirada a Dammeryn.
-Tu familia está bien soldado, los he visto hace apenas unos minutos. Ve con ellos, reuníos y disfrutad de estos momentos. Luego reúnete con nosotros.
Tras lo cual se dirigió hacia su casa, que también hacía las veces de consistorio, asegurándose de que todos le siguieran.
Su familia estaba viva, estaban bien. Al saberlo, la mandíbula del soldado tembló de emoción contenida, y sus ojos se humedecieron. Habían sido 5 largos años de incertidumbres, con una esperanza moribunda, cada vez más lejana, de volver a verlos algún día. Él creía que luchaba por ellos, y ahora ellos luchaban por él. Para Dammeryn, el ataque sobre Conira había sido la peor de las pesadillas. Ahora algo en él despertaba, por fin, y el aire de la calma y la dicha entró en sus pulmones y casi los quemó con su cálido contacto.
Por otro lado, la certeza llevó al deber. Un soldado era un soldado. Nunca pediría ver a su familia a menos que fuera invitado a ello. Afortunadamente, el magistrado le había dado permiso, así que se levantó con un mudo gesto de agradecimiento y se dirigió hacia donde él le indicaba, preguntando también por la casa del magistrado para ir luego. Inició un caminar que se le hizo etéreo, como un sueño donde ponía los pies en nubes suaves, pero temía caer en el hueco entre ellas. A pesar de todo, sabía que verlos podía ser tanto bueno como nefasto, ya que las emociones le podrían confundir el juicio como guerrero, pero confiaba en sí mismo y sabía que, además, en lo que estaba por venir, lucharía con más empeño para ayudar a los suyos a superar este trance.