Tras una noche de pesadilla cada cual se retira a descansar de la mejor forma que puede, a aquel rincón del valle que piensa puede ofrecerle mayor protección contra sus propios fantasmas.
Poco a poco os váis quedando a solas, hasta que finalmente DeValin te indica que le sigas. Entráis en el edificio situado al norte del complejo, donde el Capitán tiene sus habitaciones. Una vez allí, pasáis dentro y el oficial cierra la puerta con llave tras vosotros. Se sienta tras un escritorio y te mira fijamente a los ojos.
-Muchacho, no voy a andarme con rodeos. Leí la carta que me entregaste en la fiesta. Su contenido, sumado a los hechos acaecídos esta noche han provocado que mis nervios me odien durante una buena temporada. Antes de nada, quiero que me cuentes lo que sabes, y no olvides nada. Quiero saberlo todo, lo que te dijo el Comandante Dávinor cuando te envió aquí, lo que decía la otra carta... todo. Luego, te entregaré yo una misiva que llegó hace un par de días desde Dhalion, de puño y letra de tu propio hermano.
El soldado sonrió al capitán como un signo de simpatía hacia él. Era demasiado buen hombre para lo que el cargo le exigía. Le conocía y sabía lo que le dolía tener que comportarse con hosquedad y distancia. En otras circunstancias no habría sido un hombre hecho para la guerra, pero a pesar de lo que muchos opinaban, un hombre no elegía su destino, como un jugador no elige sus naipes, sólo la forma de jugar con ellos.
Hablando de naipes...
- Oficialmente, como ya sabes, estoy de permiso tras mi servicio en el frente. Sin embargo, como también sabes, la vida del soldado no termina nunca, si no termina la guerra, o incluso su amenaza. Según me informaron, el Templo ha estado enviando gente a los Montes Perdidos. Mercenarios, exploradores, gentes contratadas por su cuenta, sin informar en ningún caso a nadie de ello. Yo había oído rumores de las tensas relaciones entre el Rey y el Templo, pero ignoraba que estuviera todo tan revuelto como para una jugada de este tipo.
Como consecuencia, se me envía para entrar en uno de esos grupos de "enviados", averiguar qué aflige a los religiosos e informar. Eso era lo que pretendía, pero las circunstancias han cambiado las cosas. Aún puedo pasarme por lo que soy, un soldado de permiso, pero será más difícil que se me tenga por alguien ajeno a la corona. Sin embargo...este grupo podría servir para el mismo propósito. Quizá no conozcamos los motivos del Templo para no informar, pero sí sabremos qué es lo que les ha hecho moverse...aunque casi temo que eso está empezando a mostrarse por sí mismo.
Dammeryn resopló y relajó su postura, bastante marcial por la costumbre de informar a un superior de una misión, y más de semejante índole, por más que lo tuviera por amigo, y de los buenos.
- Lo que he visto, en todo caso, supera mis espectativas más...razonables. Esto es terreno de la magia, terreno que desconozco y ante el que poco puedo hacer. Sin embargo, ésta es mi misión y quizá sí pueda un simple soldado servir de algo.
El capitán se movía de un lado a otro. Aunque escuchaba, Dammeryn lo conocía bien, y sabía que se moría por decir algo. Guardó un momento de silencio para dejarle decir lo que tan cerca estaba de escapársele sin más.
Vale, modificado todo. Y perdona la sarta de memeces que le he soltado a DeValin producto de mi mala memoria y mi peor organización :)
El capitán se reclina hacia atrás en su silla. Se toma su tiempo. Hay cosas que es mejor digerilas con calma, hay información ante la que no se puede reaccionar de inmediato... al menos un soldado. Y a fé que DeValin lo es, en cuerpo, alma, espíritu y mente.
-Dammeryn, amigo, resulta evidente que todo este asunto se escapa de la compresión de un soldado. Aquí no hablamos de disputas territoriales, de guerras raciales, de conquistas o asedios. Hablamos del bien y del mal, de dioses y demonios... de la destrucción completa de todo cuanto representa nuestra tierra, hogar y familia - pasa una mano sobre su raída melena y suspira al pensar que todo esto le sobrepasa -. Ya no representamos nuestros papeles habituales. Ahora no eres tú el soldado y yo el oficial. En estos momentos me siento como el joven inexperto que era hace tantos años ya....
Sin decir palabra alguna, DeValin te pasa sobre la mesa la carta que te comentó.
- Si tú eres inexperto, capitán, entonces yo no soy más que un simple recluta. Mal negocio hacen los que deciden enviándome a mí, diría yo. Pero eso tanto da. Si es mi misión, habrá que cumplirla.
Después de encogerse de hombros, Dammeryn recogió la carta. Miró al capitán, como hacía siempre, esperando un permiso protocolario que llegó con un gesto mecánico, como apartando la idea tonta de seguir con los protocolos entre amigos.
Entonces abrió el sobre y comenzó a leer. No en voz alta...y no porque no confiara en DeValin, sino porque no siempre las paredes son sordas del todo.
Una vez terminó, se la entregó al capitán para que la leyera a su vez.
Vamos, entiendo que le entrega la carta al capi a menos que ponga expresamente que no haga algo así en la misiva, o que sólo lo debe leer él, y tal...
El soldado abrió la carta no sin sentir cierta incertidumbre. Casi podía predecir el origen de la misma.
Una vez rota la lacra que cerraba el sobre se desplegó ante él una hoja pulcramente doblada que contenía tan sólo unas pocas palabras. La escritura de la misma no dejaba posible lugar a error, esa caligrafía preciosista y casi perfecta, con un ligero aroma cursivo, la había visto incontables veces con anterioridad y resultaba imposible de falsificar. La carta era de su hermano Yarost y venía firmada con todo el protocolo y pompa de la Cancillería Real.
"Querido hermano,
Quiero que sea esta mi obligación la de informarte en primera persona del motivo por el cual has sido enviado a las tierras que fueron y seguirán siendo siempre nuestro hogar. La situación es enormemente compleja y las órdenes que hasta ahora te han llegado han sido consecuencia directa de mis influencias en la Cancillería. Necesito a alguien de confianza, capaz de investigar lo que podría ser tan sólo las habladurías de unos cuantos fanáticos religiosos, sotanas con piernas que anteponen su propio ego y ambición a la seguridad del reino. Y no hay persona de mayor confianza en este mundo ni en el otro para mí que tú, hermano.
Muy pronto habrá guerra. Los ardientes vientos del odio traen hasta Dhalion rumores de una gran y definitiva guerra con Abernia. En el reino del Lago Dorado, los ducados y las casas nobles están dando muestras, cada vez más evidentes, de una rebelión como no hemos visto antes. Y en medio de toda esta crispación política, el Templo ha solicitado al rey la movilización de los ejércitos para rastrear los Montes Perdidos en busca de un antiguo templo que según una profecía traerá la oscuridad a estas tierras. Hablan de Monjes ciegos que caminan con la muerte, de demonios del Averno, y de un ejército de la oscuridad en el que hermanos matarán a hermanos, padres a hijos y amigos a amigos.
El rey y sus consejeros han hecho oídos sordos a toda esta historia, tachándola de superstición infundada, lo que ha creado una situación bastante tensa entre la corona y el Templo. Desde la Cancillería se quiere descartar cualquier posible peligro, y aunque no pensamos que haya razón alguna que respalde el movimiento militar hacia los Montes Perdidos, si que es nuestra intención estar informados al menos de cuanto allí pueda ocurrir, así como de la información que maneja el clero y cualquier descubrimiento que pueda producirse.
Es por esto, hermano mío, por lo que en tus órdenes se te solicita que te infiltres en uno de esos grupos de búsqueda. Tu misión es mantener los ojos y oídos abiertos e informar de todo cuanto ocurra. Para ello únicamente se me ocurre un hombre, el Capitán DeValin. Ambos lo conocemos desde que éramos casi niños, mi confianza en él es absoluta y su integridad y lealtad a la corona están más allá de toda duda. Hazle llegar a él todo cuanto descubras y a través de los correos reales esa información llegará hasta mí en dos días.
Personalmente no guardo creencia alguna en que estas historias de profecías y templos puedan tener ningún viso de veracidad, sin embargo, ve con cuidado. El fanatismo religioso es un arma poderosa y está blandida por un brazo fuerte y largo.
Si tienes la oportunidad, da un beso a nuestros padres de mi parte.
Yarost.”
Entregó la carta al capitán después de leerla. A la luz de una fogata sólo brillaban sus cicatrices, no sus ojos, que se habían apagado y estaban oscuros y sombríos.
- Desconozco de estas artes, creo que ya lo he dicho, capitán. No deja de sorprenderme ser elegido para algo así, por más que tenga cierto sentido viniendo de quien viene la misión.
Mucho me temo que estamos en franca inferioridad en el bando que nos ha tocado. Las campanas suenan desde lo lejos, pero no sabemos si su tañido es una llamada o una advertencia, o peor, una sentencia.
No es que este grupo sea propiamente lo que mi hermano había pensado, pero al fin y al cabo subimos igualmente para intentar averiguar qué sucede. ¿No es eso una opción igualmente válida? ¿O es que tienes quizá, capitán, una idea mejor para esta incómoda situación?
Dammeryn no tenía por costumbre sentarse, pero la carta había terminado de minar las flacas fuerzas que lo sostenían después de aquel día de miseria y malos augurios. No derrotado, pero sí algo abatido, se dejó caer sobre un taburete que soportó el peso del hombre con un ligero quejido. Dammeryn recorrió la cicatriz de su mandíbula con un dedo, pensativo, mientras sus ojos escudriñaban a DeValin.
DeValin devoraba las líneas de la carta mientras sus ojos zigzagueaban a izquierda y derecha. Su rostro no desveló el más mínimo indicio de intranquilidad, sin embargo, su mano realizaba de forma inconsciente una y otra vez el viaje hacia su cabeza para echar hacia atrás el pelo, un gesto suyo característico de preocupación que habías aprendido a identificar hacía ya muchos años.
-¿Qué vamos a hacer, amigo? Pues lo que siempre hemos hecho, lo que siempre hacemos y lo que siempre seguiremos haciendo: obedecer nuestras órdenes. Somos soldados, es la vida que escogimos, la vida que deseamos y la única que sabemos vivir.
Su mirada volvió a la carta, dejándote a solas con tus pensamientos, sin aclarar tan sólo un ápice las dudas que flotaban en el aire. Cuando parecía que todo había sido dicho y no quedaba nada por añadir, DeValin se lenvantó de su asiento y comenzó a caminar en círculos por la habitación, despacio.
-Sin embargo Dammeryn, hay muchas formas de obedecer órdenes y a nosotros nos toca decidir cual es el camino a seguir. Aquí han ocurrido cosas que tu hermano Yarost ni tan siquiera puede llegar a imaginar - continuaba deambulando por la habitación sin rumbo fijo, hasta que llegó a la ventana y se detuvo para mirar hacia la oscuridad reinante en el exterior -. ¡Malditos sean estos días en los que vivimos! Acechados por todas partes por peligros reales o imaginarios. Los últimos informes confirman que los ejércitos de Abernia ya avanzan hacia el norte... ¡Y esa si que es una amenaza real y de gran envergadura! Si Abernia quiere la guerra más nos vale presentar un frente común o nos pasarán por encima como si atravesaran un simple cañaveral. En el Reino del Lago Dorado, cada aliento de cada hombre rezuma rebelión e insubordinación, ¡y quien sabe a ciencia cierta lo que ocurre en Tresalia!. Y ahora, para colmo de males, aparecen estos monjes y su diosa oscura, que quien sabe si se trate de la mayor amenaza a la que jamás hayamos hecho frente o tan sólo de un simple bulo bier urdido por el Templo. Ya sabes como son los religiosos, la diferencias entre el Templo y la corona son públicas y notorias, a nadie escapa que desde los altares se vería con buenos ojos a un rey más religioso que Góelan. Ya se sabe que la sotana tiene poder para poner y quitar reyes. ¡¡Y a fe que hay muchos perros persiguiendo ese hueso!! ¡Sin ir más lejos el propio primo del rey, el Conde Árlen, cuyos labios pasan casi tanto tiempo besando sotanas como entre las piernas de una prostituta! - según iba desahogándose el Capitán DeValin perdía el control de su tono de voz y de las palabras que salían de su boca, si bien todas ciertas como tú ya sabías, bastante temerarias.
El soldado se encogió de hombros.
- Pero la montaña ha vomitado fuego. Ha gritado y ha expulsado una lengua ardiente que se ha perdido más allá de nuestra vista. La tierra ha temblado, yo lo he visto, y un chico de rojo nos previno antes que eso.
Más allá de nuestras opiniones, esto ha sido real, y no ha sucedido en la frontera, sino aquí mismo en nuestras narices. No sé qué puede ser, yo dejo que sean los que saben quienes estudien estos fenómenos, pero no me cabe duda alguna de que esto no es una ilusión ni el producto de una mentira.
Dammeryn bajó la voz, a pesar de saber sus palabras a salvo, era la costumbre cuando entre las filas de compañeros se inmiscuían espías de la Fe para asegurar la moral alta y recta de sus hombres.
- No he llegado hasta aquí para volver a una frontera, y me inclino a creer que no es tontería lo que dicen de esos monjes. Quizá ni se parezca a la realidad, puede que todo sea exagerado o completamente distinto, pero allá en lo alto sucede algo...y creo que deberíamos seguir las directrices de mi hermano...y desentrañarlo. Siempre es mejor saber cuántos frentes hay abiertos antes de una batalla. Si los movimientos de Abernia son serios, razón de más para no ignorar esto. Yo propongo entrar en un grupo de estos "elegidos" y desde él averiguar qué sucede allí en lo alto.
Miró a uno y otro lado, y luego a su capitán y amigo, con ojos seguros de su opinión y porte decidido.
-Me parece la mejor opción. Pienso igual que tú Dammeryn, además no perdemos nada con intentar saber más de lo que aquí ocurre. Y por descontado no tenemos otra opción, órdenes son órdenes, ya vengan del propio Canciller o de un hermano - con éstas palabra quedó sellado el destino de ambos, no obstante DeValin era un hombre que gustaba de planificar hasta el más mínimo detalle -. Te unirás a ellos, pero te seguiremos los pasos tan de cerca como sea posible. Siempre habrá un hombre nuestro tan próximo a tí que podrás olerlo, a la menor señal de problemas avisa y acudiremos. Ahora voy a redactar una carta para tu hermano informándole de todo lo que aquí ha ocurrido esta noche. Si lo deseas puedes escribirle tú una también, me encargaré de hacérsela llegar.
Dammeryn lo pensó antes de responder.
- No, prefiero no escribirle aún. Pero que sepa de nuestra decisión. Él ya sabe quiénes somos y todo lo que necesita de mí.
Lo que ahora me importa es saber quién será ese que nos seguirá. Porque correrá el mismo riesgo que nosotros y además estará solo al no poder recurrir a nosotros si tiene algún contratiempo.
Su rostro era el de un soldado entregado a su misión. No había demasiado tiempo ni lugar para otras cosas. El amor por su hermano era mayor que la montaña vomitada, pero no era el momento de escribir cartas.
-Nadie en concreto, amigo mío. Formaré un grupo de apoyo en el que se irán relevando para teneros bajo vigilancia. Pero aún falta mucho para eso, antes viajaremos juntos hacia el norte... y lo Dioses decidirán nuestro destino.