Lluvia mortal, intercambio de flechas y saetas de los más diversos tamaños y tipos...las había con puntas desgarradoras, otras de manufactura más rústica, incluso las había envueltas en llamas...y en medio de aquella lucha entre los resistentes de Conira y los acechantes del bosque...ellos...asustado rebaño de cobayas que corría histéricamente hacia la salvación...
Salvación que para Mélegat comenzó a verse aún más lejana cuando Illianna y Brúnil le sobrepasaron como ligeras plumas en el aire...primero ellos, y luego Tarkean y el erudito...algo le pasaba a su caballo, debía estar defectuoso porque no lograba entender sino cómo poco a poco iba quedándose último, acercándose más y más a la retaguardia de guerreros.
Aunque los hubo que corrieron peor suerte que el minero...sin ir más lejos, Tarkean abandonó la carrera rodando por los suelos embarrados, con una flecha atravesándole el cuello. Su presencia ya era un recuerdo, lejano y distante en el tiempo, no así como la muerte, que comenzaba a rodearles con sus huesudos y fríos brazos.
¡No, no, no, vamos ,vamos, no puedes pararte ahora maldito!
El hombretón pelirrojo espoleaba a su bestia con nerviosismo, mientras miraba con envidia a quienes le rebasaban.
¡No desfallezcais! - grité intentando animar la carrera alocada hacia la salvación, hacia aquella puerta que ofrecía una promesa de salvación, y que por el contrario se antojaba lejana, como separada de nosotros por una distancia insalvable que nuestros enemigos se esforzaban por ampliar colocando sus propios cuerpos como una barrera más.
Y entonces sucedió, uno de los jinetes, que cabalgaban delante mío, cayó del su montura con un virote atravesándole el cuello, y por la forma en la que el cuerpo rodó al tocar el suelo, supe que ya no podía hacerse nada por él....no había cruzado una sola palabra con él, pero una cierta sensación de congoja me embargó, quizá porque el pensamiento que cruzó mi mente en ese instante era que el siguiente podía ser cualquiera de nosotros.
Levanté la mirada de nuevo para fijarla en el verdadero objetivo, e intenté buscar pensamientos más pragmáticos...al menos el caído era de los más rezagados, así que la mayoría de los que se encontraban en plena fuga, no verían su cuerpo ni sabrían de su suerte hasta que se encontrasen a salvo...o puede que nunca llegasen a saberlo, pues podrían reunirse con el caído en cualquier momento.
Mis ojos buscaban a aquellos que podían interponerse en nuestro camino, pues en aquel momento buscar a los arqueros era un trabajo inútil, sólo podíamos encomendarnos a la suerte y esperar no recibir una herida mortal....pero aquellos que iban a pie con la intención de detenernos eran los que realmente me preocupaban, más cuando todos los versados en el arte de la guerra nos habíamos quedado a cubrir la retaguardia...tenía que avanzar más rápido para poder abrir camino en caso necesario, pero quizá era ya demasiado tarde.
Apreté los dientes, en el mismo instante que dejaba más libertad a las riendas y espoleaba al caballo...debía ir más rápido, convertirme en viento...que nuestros enemigos sufrieran la fuerza de la tempestad.
Nhadia intentaba llegar a la empalizada, pero veía como le pasaban Brúnil e Illiana, era lógico, quien parte y reparte se queda con la mejor parte. y no era de extrañar que se hubiesen reservado los caballos más veloces.
Un nuevo y rápido vistazo le permite ver la repentina muerte de Tarkean, que es atravesado por una certera flecha, cayendo del caballo y perdiéndose su cuerpo entre los cascos de las monturas que iban a la cola del grupo. Un escalofrio recorre su interior, y con más velocidad que una de las flechas del enemigo le viene a la mente lo ocurrido en el mesón, el salvo su vida, merecía un entierro digno.
Por eso hace amago de desviar su yegua de la ruta original, con la intención de dar media vuelta, era la primera vez que la muchacha mostraba interés por alguien del grupo, pero también había sido el primero que lo había hecho por ella.
Pero en ese momento una imágen supera todos los recuerdos, no puede evitar verse muerta junto a ese caballero... No lo hagas Demialt, ¡Ni siquiera tienes una espada con la que terminar con esos bastardos! Regresa, venga su muerte, y dale un entierro digno. A pesar de que no tenía nada que perder, quería darse la oportunidad de encontrar una nueva vida, por eso girándo la yegua con las riedas comienza de nuevo la llegada a la empalizada, grabando en su mente el lugar donde se encontraba el cadaver.
El galope desenfrenado de Áraen me llevaba en volandas, y su decisión y la proximidad de la de Vánor, el caballo de Brúnil, justo delante nuestro, hizo que nos colocáramos en cabeza de la desbandada.
La empalizada aparecía y desaparecía en mi mente confusa, entre todo cuanto pugnaba por ser presente en ella, las flechas, los enemigos, los gritos, y la integridad de mis amigos. Así, entre brumas, oí el grito de Ayron, a lo lejos... ¡No desfallezcais!... tan a lo lejos que me giré para ver si llegábamos todos, que nadie iba a quedar atrás.
Y al hacerlo, en ese mismo instante, Tarkean cayó...
Alexandra lo vió también. Hizo un extraño con su yegua, por un segundo vaciló. Iba a gritarle, iba a detenerla, no sé exactamente cómo... pero se rehizo, y siguió. Volví a mirar hacia delante, pero tenía los ojos llenos de lágrimas. Los cerré, me aferré a Áraen, y me dejé llevar...
Todo se precipitó. El tiempo dejó de tener medida.
Los enemigos llegaban ya casi hasta su altura, a tan sólo unos metros del camino por el que debían pasar. Las flechas surcaban el aire en todas direcciones. Desde la empalizada se disparaba sin descanso sobre los más cercanos, no obstante los proyectiles parecían no causar efecto en ellos y apenas los retrasaba. Tan sólo aquellas flechas que iban envueltas en llamas les obligaban a detenerse para extraérselas antes de prender ellos mismos.
La cabalgada continuó desenfrenada. Brúnil, Illianna y Nhadia atravesaron al fin las puertas de Conira, a ambos lados de las cuales soldados y aldeanos se encontraban prestos con armas en las manos para hacer frente a cualquier enemigo que se aproximara a las mismas.
Pero aún quedaban muchos por entrar... una flecha se clavó profundamente en los cuartos traseros de la montura de Ayron, lo que provocó un relincho de dolor del animal y un breve pero preocupante tropezón del que se recuperó al poco y reemprendió la marcha algo más rezagado. Otra flecha alcanzó a DeValin en el brazo derecho. Mordiéndose el labio inferior hasta hacerlo sangrar, el Capitán la agarró con su mano izquierda y la partió por la mitad.
Los más raudos ya habían cruzado las puertas de Conira, pero para él aún resultaban lejanas, inalcanzables, sobre todo por la terrorífica presencia de hombres salvajes a tan poca distancia de ellos...
Parecían estar fuera de si, las flechas apenas les hacían recular, ni sentir dolor alguno, era como si estuviesen tan centrados en darles alcance que ni el mayor de los golpes les afectase.
Temía ser asaltado, arrojado al suelo por aquellos bárbaros, pero sabía que en cualquier momento lo harían, estaban demasiado cerca... escuchó un relincho tras su nuca,pero no miró hacia atrás...debía cruzar la empalizada y ganarle la carrera a la muerte.
No fuí capaz de verla llegar entre aquella lluvia de flechas que había sustituído al agua descargada por las oscuras nubes, transformando el paisaje en una tormenta mortal, y a ellos, los que aún no se encontraban a salvo, en potenciales víctimas de alguna de aquellas gotas asesinas....y por la forma en la que se encabritó el caballo bajo mis piernas, supe dónde había caído una de ellas.
Hubo un instante en el que me ví rodando por el suelo, y me preparé para la caída....debía evitar caer bajo el caballo porque si me rompía algún hueso sería una víctima fácil para mis enemigos....si caía moriría con total seguridad, pero al menos me intentaría llevar por delante a todos los que pudiera.
Sin embargo la montura se rehizo y continuó su galope, aunque con más lentitud de la que me gustaría, incomodado por la herida que le impedía mostrar su verdadera velocidad....sin duda era un caballo extraordinario, y dí gracias por tenerlo junto a mí....ahora faltaba saber si sería capaz de llegar hasta la empalizada o debería emprender combate antes.
El calor de las empalizadas le abrazó cuando consiguió atravesar el portón justo detrás de los criadores de caballos.
La muchedumbre armada que flanqueaba la entrada le hacía dudar de donde se encontraría más segura, si en el interior o en el exterior... la gente de los pueblos era desconfiada y normalmente solía mostrarse hostil ante los desconocidos... y más si se trataba de una mujer que viajaba sola... aunque gracias a los dioses, ésta no era la ocasión.
Fue frenando lentamente su caballo una vez se encontró en el interior, le debía mucho a ese pobre animal, pues le había salvado la vida, o al menos retrasado la muerte...
Daga en mano orientó la yegua hacia la entrada, con el fin de no perder detalle de quienes entraban y quienes se quedaban fuera... deseando que alguno que otro no llegase a entrar.
Sentí que Áraen aflojaba su carrera, y, abrazada aún a su cuello, abrí los ojos por fin. Entre le vaho turbio de mis propias lágrimas vi que estaba dentro de Conira, que había cruzado las puertas, y el caballo se había ido a un lado, apartándose para que los demás animales entraran también.
A mi lado Brúnil detenía a Vánor, y miraba a Alexandra que entraba en ese momento, indemne. Sobre la empalizada, las flechas iban y volvían, y los arqueros de Conira apostados en la cornisa superior disparaban sin descanso a los enemigos más cercanos, mientras que algunos campesinos sostenían las puertas abiertas para cerrarlas en cuanto el último de nuestros hombres hubiera cruzado.
Un sistema de poleas mantenía la pesada tranca de madera alzada para dejarla caer en el último momento y atrancar las puertas, evitando que pudieran abrirse desde el exterior. A menos de que se dispusiera de un ariete contundente, y de que tuvieran oportunidad de utilizarlo.
Era extraño que a pesar de la batalla, de la lucha, me pareció que había mucho más silencio allí dentro del que habría esperado. El peso del destino caía sobre cada uno de los habitantes de la pequeña ciudad, y cada uno mantenía su puesto, y su función, en silencio, los dientes apretados, obligándose a no pensar...
Ocurrió demasiado deprisa. Demasiado.
Comenzó como un ligero temblor bajo sus pies que apenas se diferenciaba del que provocaba la desenfrenada carrera de los caballos. Poco a poco fue aumentando de intensidad y pronto todos fuerons conscientes de que aquello no presagiaba nada bueno. No era normal.
Al temblor le siguió el sonido, sólo un instante después. Un desquiciante crujido que brotó de la propia tierra, un quejido sordo, una protesta inútil ante aquel trato tan cruel. No sirvió de nada.
Frente a las puertas abiertas de Conira se concentró un remolino de humo negro. Por encima del sonido de los caballos y el temblor, una voz grave comenzó a entonar una especie de cántico. Una voz cuya fuerza parecía aumentada por las propias nubes que la devolvían a la tierra provocando un eco afilado que taldraba la mente.
La tierra gimió. Una explosión de piedra y fuego transformó el camino en un pequeño trozo del Abismo, justo por donde Mélegat y su montura acababan de pasar. El gigantesco minero se vio lanzado hacia delante por la fuerza del impacto y salió despedido por encima de su caballo, aterrizando de mala forma dentro de los límites del pueblo y casi llevándose por delante a Nhadia en el proceso. Tuvo suerte. Ambos la tuvieron.
Sin embargo, aquellos que venían detrás no fueron tan afortunados. Dammeryn, Ayron, DeValin y varios de sus soldados se encontraban en mitad de una carrera desesperada por salvar la vida, lanzados a toda velocidad, y eso impidió que pudieran frenar a tiempo a sus moturas. Justo delante suya, donde hacía un momento podían ver la espalda de Mélegat, ahora se levantaba una columna de fuego que surgía del suelo, lanzando trozos de piedra y tierra en todas direcciones.
Nadie podriá decir si ellos golpearon a la explosión o si fue al revés. El resultado no dependía de ello.
Dammeryn recibió el primer impacto y cayó hacia atrás a plomo. Fue como si le golpeara una montaña. Su caballo desapareció en el interior de la columna de fuego dejando al cuerpo de su jinete tendido inmóvil en el suelo. Uno de los soldados que le acompañaban estalló en llamas y se consumía entre desgarradores gritos de dolor. El Capitán, por su parte, cayó rodando lateralmente y fue aplastado por su propio caballo, que tuvo más suerte que él, pues se levantó y se alejó de allí al trote. Ayron, que se encontraba un poco más retrasado, recibió el impacto de forma menos severa pero aún así también dio con sus huesos en el suelo, justo delante de su montura. Un fuerte dolor de cabeza, una mano casi sin sensibilidad y varios golpes por todo el cuerpo fueron el balance de su caida. Estaba atontado pero al menos seguía consciente. Era el único que podía decir eso.
El cielo y la tierra se confundían, haciéndome imposible discernir cual era cada uno, pero la sensación sólo duró un instante, pues el golpe, que arrancó de mí todo el aire de los pulmones, volvió a colocar cada cosa en su lugar...un lugar donde sólo el dolor impedía que la vista terminara de nublárseme y me dejara arrastrar bajo las cálidas mantas del desvanecimiento.
¿Qué había ocurrido? Sólo recordaba un fuerte sonido y mi cuerpo sacudido por una fuerza impresionante, que me había descabalgado con rudeza...tenía que intentar recuperar el sentido, pues aunque en ese momento era incapaz de verlos, sabía que el enemigo continuaba su persecución, y no tardarían en darme caza.
Girando sobre mí mismo, apoyé las rodillas en el suelo...necesitaba afianzarme, conseguir que la tierra dejara de temblar debajo de mí...empujé con mi mano derecha para poder erguirme, y es cuando me dí cuenta, que no empuñaba la espada que tenia en ella hasta hacía unos instantes.
Busqué a su compañera y pude comprobar que el escudo seguía allí, pero no tenía tacto en esa mano, sólo dolor.
De una manera frenética giré el rostro en todas direcciones, buscando mi arma sin recordar que su par estaba en mi cintura...y la ví, estaba a tan solo un par de metros, justo al lado pero al mismo tiempo parecía que nos separaba una eternidad.
Me impulsé hacia ella, apretando los dientes para soportar el dolor que clamaba desde cada centímetro de mi piel, y conseguí alcanzarla, utilizando el impulso para girar sobre mí mismo y ponerme en pie....tambaleante, pero en pie.
Mi primera mirada fué hacia el lugar donde nos dirigíamos cuando todo se había convertido en locura...la tierra partida parecía mofarse de mis vanos intentos por alcanzar Conira, y entonces reparé en los cuerpos que yacían a mi alrededor.
Dammeryn y DeValin se encontraban inmóviles, y en ese momento no podía discernir si sus pechos ascendían para tomar aire, o si simplemente se habían convertido en inertes trozos de carne.
Sin embargo no los abandonaría, no sin saber con seguridad si habían fenecido...además, para poder abandonar algo tiene que haber un sitio hacia el que ir, y ese lugar era inexistente.
Con la espada en una mano y el escudo en la otra, me volví para ver llegar a nuestros perseguidores....que los trovadores cantaran aquella última batalla de Ayron Derkbal.
La tierra bramió tras él, un temblor que culminó en un fuerte impacto que empujó hacia adelante a Mélegat, separándole de su montura.
No sabía que había sucedido,pero no había tiempo para ponerse a pensar, apenas lo tuvo siquiera para poner sus manos en cruz ante su cara y recibir como malamente pudo el tremendo impacto contra la tierra de Conira.
Si algo era cierto es que nadie a lo largo de la historia habría hecho una entrada tan peculiar en el pueblo. El minero entró a varios palmos de distancia del suelo, para chocar unos metros más allá, junto a la muchacha de rubia melena. El aterrizaje fué brutal, casi un pequeño temblor, rodó y rodó por los suelos despidiendo su equipaje por doquier, tras él quedó un pequeño surco, señalando el punto donde había tocado suelo.
Algo atontado, pero sin heridas fatales, el hombretón se levantó torpemente, sin la ayuda de su martillo de guerra, que permanecía hincado en el suelo junto a Alexandra.
La mochila se había abierto por la caída, y ahora, su oxidado casco yacía sobre la tierra a su lado. Lo agarró con su enorme manaza y se lo colocó sobre la cabeza, dejando que el alborotado pelo rojizo asomase por doquier, dándole un aspecto desaliñado mientras se acercaba a su martillo con el fin de hacer frente a algo que escapaba su lógica.
Casco de Mélegat:
De pronto, el silencio se quebró. Se quebró con el quejido de la tierra, y el nuesto. De puro terror. En un instante, en el tiempo de pensarlo, más rápido incluso que de verlo, todo sucedió.
En realidad, yo no supe qué había sucedido, no comprendí qué era lo que había ocasionado aquel estallido, aquella explosión de la misma tierra, que se llevó por delante cuanto se encontraba a su alrededor, escupió los cuerpos de los hombres como muñecos.
Desde donde estaba, en el interior de la empalizada de Conira, ví al otro lado levantarse la columna de humo, y después convertirse en fuego, y en ira, mientras el suelo a mis pies cedía, y luchábamos por mantener el equilibrio en vano. Me vi de nuevo en los momentos pavorosos del Mesón, cuando la tierra se abrió. Ahora se abría de nuevo, pero si allí había tragado lo que se encontraba cerca, aquí lo despidió.
El gigante pelirrojo, mi gran amigo, mi vecino, Melegat, salió despedido. Cayó, con un estruendo, junto a Alexandra, muy cerca de mi. Su martillo de guerra quedó clavado junto a la muchacha, como si una mano demoníaca hubiera descargado sobre el suelo un golpe tremendo, y él aún retumbó rebotando unos cuantos metros, llevado por la inercia de lo que lo había empujado.
¡Dios mío! ¿Y los demás? Si a Melegat la explosión lo había levantado como si fuera una simple pluma al viento, ¿qué habría ocurrido con los que estaban con él...?
Me levanté del suelo tembloroso, trastabilleando. No tenía miedo, no pensé. Corrí hacia la empalizada, y me encaramé por una de las escaleras que llevaba a la cornisa desde la que los arqueros habían estado disparando. Reinaba la confusión, pero seguían haciéndolo... y yo... debía averiguar qué había sido de DeValin, de Ayron, de Dammeryn, del sacerdote...
A pesar del evidente calor de la explosión, la imagen recibió a Deron como un verdadero jarro de agua fría. Si mediar palabra, sin cabiar el gesto, el guerrero extrajo su siguiente flecha y se preparó, con sistemáticos movimientos, para su siguiente disparo, como si la existencia del universo dependiera de él:
-Por favor, si de verdad existís en alguna parte, escuchad por una vez una plegaria sincera, porque si no todo está perdido. - rezó Deron en silencio a unas deidades en las que creía tan poco como en que el aire pudiera estallar espontáneamente... como toda alma escéptica sometida al límite, pecó, rindió sus ideas y recurrió a la única solución, a lo desconocido, para salvar el alma de sus conocidos y puede que la suya propia.
Tensó su arco, aguantó la respiración, apuntó y expiró al liberar la tensión, mientras la flecha volaba en dirección a la mayor amenaza a la que su mente jamás se hubiera enfrentado: una evidencia sobrenatural y mortífera. Fuera lo que fuese lo ocurrido, explicable o no, el causante había sido aquel ominoso monje en la foresta. Si conseguía un buen disparo, quizá no volviera a repetirlo más. En ello radicaban sus esperanzas.
La flecha voló y entonces el tiempo volvió a su torrencial cauce, acelerando toda la escena, que había permanecido ralentizada y en silencio hasta entonces. LA punta se estrelló contra el suelo; un tiro soltado con estrés y precipitación... había sido un tonto por creer que nadie más que uno mismo pudiera escuchar las palabras humanas. Solo se tenían a sí mismos, para impedir volver a actuar a ese... alquimista; sí, eso era. Algún químico desquiciado, posiblemente perpetraor del elixir descerebrante que utilizaba aquel ejército de dementes. Entonces todo estuvo claro:
-¡TODOS! ¡Disparad al bosque! ¡Que no pueda repetirlo! - comenzó a organizar la terminal situación - ¡Los demás! ¡Rápido, sacadlos de allí! Estan inconscientes y no pueden levantarse. Sin su ayuda no aguantaremos a la marea; hay que recogerlos y despertadlos. - arengó a los atemorizados hombres en derredor, tratando de que superaran sus miedos y ayudaran a unos soldados a apenas unos metros de la salvación.
Mientras él mismo descendía, gritó a los dos soldados guarnecidos tras as puertas e indicó:
-¡En cuanto entren cerrad y bloquead! ¡No pueden entrar!- terminó de ordenar conforme llegaba a la entrada.
Os he copiado aquí el último mensaje de Deron Nisha desde la empalizada puesto que ya estáis algunos dentro y podéis verle y escucharle.
Desde este momento seguimos en la escena Rostros Vacíos.