-“Agarró con sus brazos la mano izquierda, y poniendo el pie en el costado del infeliz, le arrancó el hombro, no por su fuerza, sino por facultad que el dios concedió a sus manos. Ino por otra parte consiguió desgarrar sus carnes, y Autónoe y toda la turba de las bacantes se echó encima, y todo con griterío, él gimiendo mientras pudo tener aliento, ellas gritando victoria. Y una se llevaba un brazo, otra un pie con la misma bota, y fueron desnudados sus costados a tirones, y todas tenían ensangrentadas las manos, y jugaban a la pelota con la carne de Penteo.”
La invocación ya ha revelado un pozo en sus psiques inveteradas, no lo suficientemente sellado, fuera del cual las serpientes reptan incontenibles y escupen su veneno sobre los rieles de la cordura, provocándoles escalofríos de pavor, la clarividencia de que hubiera sido mejor no haber nacido, el deseo de las altas murallas de la ciudad que delimitan el caos de cuanto obtiene categoría y palabra.
Azotada por pensamientos extraños, Isabel sacude la cabeza como queriendo sacar de ella todas aquellas ideas. No escuchéis lo que dice! - grita sin entender muy bien por qué, solo tiene la sensación de que escuchándole su mente se va a extraños pensamientos que en este momento no ayudan nada. - Ignoradle! grita apretando con fuerza las hoces en sus manos.
Extraños y horribles pensamientos turban mi mente. Por un momento me quedo inmovilizada, observando con fascinación el despedazamiento de Alberto... Pero una voz empieza a entonar una especie de versos en medio del pueblo, levanto la vista y allí le veo, dirigiéndose hacia donde nos encontramos. Mientras esas palabras van tomando formas en mi cabeza y escucho la destrucción de un tal Penteo, empiezo a reaccionar, y darme cuenta del horror que me envuelve...
Escucho la voz de Isabel, que nos recomienda dejar de escuchar esa voz casi hipnótica. La miro con ojos desenfocados, y surcos de lágrimas corriendo por mis mejillas. Dios... Qué es eso?... Me vuelvo, intentando obedecer mi instinto de supervivencia, y dando tumbos me dirijo hacia mi pequeña, para poder pasar mis brazos ateridos alrededor de su pequeño cuerpo, y sentir su calidez contra mi pecho. Con el único propósito de escondernos la cojo en brazos.
Obnubilado por las terribles y perturbadoras palabras empujadas, por un tronante e inconcluso miliar de pensamientos que se encontraban mas allá de los parámetros de la lógica y la cordura, Pacojo, siente la imperiosa necesidad de huir de allí sin más. Ya estaba, la farsa había concluido, no hacía falta que se hiciese mas el valeroso, ni fingiese una entereza que ¡joder! Estaba claro que no tenía.
La mera presencia de aquel espantajo portado por evos demoniacos, triste y deformada representación de lo que anteriormente fue el denostado doctor Horacio Benjumea, que ahora restaba recitante e embebido con las Bacantes de Eurípides, es más que suficiente como para hacer que el pavor más profundo le embargue y piense seriamente en la posibilidad de estirarse en el suelo encharcado a la espera de una piadosa muerte.
La tragedia que antaño fuese un espectáculo musical, era ahora mutilada, pervertida y truncada. La verdad de aquel canto atroz, estaba tergiversada, haciendo que un mismo verso yámbico obtuviese un nuevo sentido. Una nueva visión, que la convertía en la catódica obra representativa de una locura que estaba más allá de las peores pesadillas de Dante. ¿Era acaso aquella la liberadora locura y el éxtasis de la bakcheia? El regalo envenenado de Dionisos Baco, ¿Y las rotas muñecas reflejos de las mujeres que le acompañaban en su éxtasis caníbal? ¿Acaso no debían de ser sus abotargadas Ménades?
Con los ojos desencajados, las pupilas dilatas y el rostro en un rictus veraz sinónimo de espasmo incontrolable, Francisco resta allí de pie, paralizado durante unos segundos que se asemejan a eras hasta que un apagado redoble de tambores que logra identificar como su traqueteante corazón, le hacen volver a la repulsiva realidad.
Entonces, empujado por el último jirón de aplomo que le queda, se gira y se abalanza sobre la entrada de la casa, huyendo al interior protector de aquellos muros, guiado por un irrefrenable impulso de supervivencia que no alcanza a comprender ni controlar.
PD: Si, habéis leído bien, Pacojo huye como una perra loca. Sera gordo pero no tonto XD.
Francisco José irrumpe en la casa y da un respingo al sortear a Isabel, quien se encaja en el marco vociferando y empuñando una hoz en cada mano, como una especie de santateresa presta para devorar al macho.
“Io, Pan”, se ha elevado este rumor en el grupo de mujeres que ya terminan de diseminar los miembros de Alberto y lascas de un fuego negro se han desprendido de sus cuerpos a punto para lamer los tobillos en fuga del arqueólogo.
Fuera de la casa, la realidad se ha deshecho como en las fumarolas que acompañan a las pandemias de la antigüedad.
El salón en el que se encuentran podría pasar por un almacén de muebles viejos y polvorientos. Una serie de cuerdas lo atraviesan de parte a parte soportando jamones y chacinas, así como algunas hoces. Al fondo se advierten dos puertas abiertas, una que comunica con una pequeña habitación igual de atestada y la otra con una cocina mugrienta.
Silvia abraza a su hijita al pie de un angosto hueco de escaleras.
Aprieto con fuerza a mi hija, sintiendo su débil corazón latiendo contra el mio. Me giro con la mirada desenfocada, los pensamientos giran como un torbellino por mi mente. Por un momento me quedo parada, viendo como Francisco entra aterrorizado. Sé que vamos a morir, cada vez con más certeza. Pero ese instinto que todos tenemos de supervivencia me grita que reaccione, intenta infundirle calor a los músculos agarrotados, y nervio a mis sentidos.
A mis oídos, llega un rumor producido por las mujeres que han descuartizado al muchacho... Creo escuchar repetido contínuamente "Io, Pan" No entiendo qué quieren decir, pero un escalofrío recorre mi cuerpo. Solo han pasado unos segundos desde que abracé a mi hija, pero el tiempo se ha ralentizado, haciéndome creer que llevo horas pegada a su pequeño cuerpo. Me incorporo y finalmente consigo ponerme en movimiento.
Miro hacia la puerta abierta. La entrada es como una invitación a los mismos demonios. Suelto a Alicia sintiendo como si algo se desgarrara de mi interior. Empiezo a correr lanzándome contra esa puerta intentando cerrarles la entrada. Siento mis movimientos torpes y lentos, pero ahogando un grito consigo llegar...
La puerta, doble, de hierro, repica en el marco. Silvia corre el cerrojo, las manos no quieren obedecer, las percibe como ajenas.
Mientras se aparta, a los tres les asalta la angustia de estar levantando una barrera demasiado precaria. El rumor de la letanía de esas mujeres se sigue filtrando por las ranuras.
Tres latidos retumban en sus sienes y el silencio se hace, cae como una losa sobre sus expectativas.
A los seis latidos contados comienza a sentirse un ulular.
Cuatro latidos aún, y la puerta es súbitamente estremecida por lo que deben ser las estribaciones de un huracán.
En algún lugar de la arritmia, las puertas han dejado de cimbrearse.
Entonces, cuando alguien está a punto de decir algo, la hoja recibe un tremendo impacto, el metal se abomba hacia ellos. El estruendo es ensordecedor. Y los golpes se repiten, y los tres entienden que ya no van a detenerse.
Lo que sea que quiera atormentarles, sabe bien dónde se encuentran.
Pacojo mira a su alrededor con los desesperados ojos de un animal enjaulado. Ahora sabia sin lugar a dudas lo que sentía una de esas bestias encerradas en el zoo, lo único que en su caso era al inrevés. El no quería salir de allí, lo que desea con fuerza es que nada mas pudiese entrar. Los retumbantes golpes contra la puerta son una clara promesa de que sus ruegos no van a ser escuchados.
Estaba mojado, estaba agotado, la cálida sangre seguía goteando lentamente de los muñones de lo que antes habían sido unos regordetes y carnosos dedos. Unos dedos que pese a todo sigue sintiendo como si de unos miembros fantasmas se tratasen. Unos fríos sudores caen por su frente, y una serie de escalofríos le recorren el cuerpo haciéndole temblequear aterrorizado. Su respiración es grave y agitada, y su corazón martillea en sus oídos como un tambor de guerra. Quiere ponerse a gritar, todo su cuerpo le indica que es el curso adecuado y lógico para proseguir. Pero su instinto de supervivencia, por muy pequeño y patético que sea, le indica que ha de encontrar la manera de salir de aquella ratonera. ¿Tal vez una puerta trasera?
¿Por qué le estaba sucediendo todo aquello? ¿Acaso aquel demonio poseído, que ahora era Horacio Benjumea, no tenía suficiente con arrebatarle la única mujer que había amado, y después de todo clamaba por arrebatarle la vida y la poca dignidad que le restaban? No, no dejaría que aquel desgraciado se saliese con la suya pasándole por encima por enésima vez, esta vez lucharía, por joderle la fiesta que se había montado. Y poco le importaba que oscuras fuerzas estuviesen de su parte….
Con los labios resecos traga la poca saliva que le queda en su pastosa garganta y se presta a hablar.
- Debemos… tenemos que salir de aquí pero ¡¡¡ya!!!- Exclama con voz imperiosa y cascada.- Busquemos una salida trasera, una trampilla lo que sea joder, y corramos lejos de esas… ¡Esas putas monstruosidades salidas del averno!-
Conteniéndose mira a sus acompañantes con una fría resolución dibujada en el rostro.
- No podemos dejar que nos den alcance o estamos perdidos… ¡¡Rápido!!-
Sin mirar si prestan la más mínima atención a sus palabras, Francisco José, se gira hacia una de las puertas situadas a su espalda y la abre sin miramientos. Un agudo y palpitante dolor le recorre la mano destrozada. Tenía que encontrar algo para envolver aquella puta herida, y rápido o acabaría desangrándose como un cerdo en el matadero. Tal vez en la siguiente sala encontrase algo que pudiese usar como vendas improvisadas.
Voy a la sala 3. ^^
Francisco José se abre paso por la habitación, en busca de una ventana al fondo, con rejas, y comprueba que da a una especie de callejón empinado, con espaciados tramos de escalones. Se vuelve, el espacio está lleno de chismes, muebles viejos, un somier echado contra la pared, alcanza unos pastorales chalecos de lana que descubre sobre una cómoda, con eso podrá vendarse la mano.
No hay salida por aquí.
Los golpes continúan, ahora suenan además como si alguien estuviese majando carne y hueso.
¿Qué clase de ariete están utilizando los demonios?
Sin hacer ningún tipo de comentario, ni tan solo una pregunta, pues casi prefería no saber las respuestas, Isabel empuja a Silvia y a su hija tras Pacojo instándolas a seguirle rápidamente. Ella va tras madre e hija también en esa misma dirección, apretando entre sus puños las hoces. Esperaba no tener que llegar a usarlas, pues eso significaba tener que estar cara con aquellos seres, tener que enfrentarse con ellas y con pocas posibilidades de salir victoriosa de esa situación, tan solo recordar a Alberto...
Isabel sacude la cabeza y apura más a la mujer y a la niña para salir de allí ya, había que dejar aquel lugar cuanto antes.
Siento el empujón ^^ pero es por vuestro bien :D
Isabel conmina a la madre y a la hija a seguir los pasos del arqueólogo, y pronto advierten que no se puede continuar por aquí.
De repente, Alicia, aprovechando el aturdimiento de su madre, se escabulle entre los adultos, escapa como un conejillo por el salón y comienza a desaparecer escaleras arriba.
He conseguido cerrar la puerta, y me quedo apoyada en ella, sintiéndome momentáneamente a salvo. Pero... Los golpes empiezan, siento cada uno de ellos como si fueran martillazos en el fondo del infierno. Me aparto de la puerta mirándola aterrorizada... Cada golpe es mas fuerte que el anterior y esta puerta no va a soportarlo mucho. Cojo a mi hija de la mano, sin poder apartar la mirada. Siento mas que veo, como si todo fuera ajeno a mi, a Francisco corriendo y gritando que tenemos que salir. Miro sin ver hacia donde el hombre ha salido corriendo, todo a mi alrededor es una bruma, no consigo reaccionar hasta que siento las manos de Isabel instándome a correr.
Casi como si de un sueño se tratara, sin ser consciente de mis movimientos torpes, llegamos a la habitación por la que entró Francisco. Tras lo que veo, como si de una losa se tratara, me golpea con una furia devastodora la conciencia de que no hay escapatoria. En ese momento, cuando empiezo a reponerme medianamente, siento como la pequeña mano de mi hija se desliza fuera de la mia. La miro horrorizada, pero no consigo reaccionar a tiempo, mi pequeña sale corriendo y se dirige hacia las escaleras... Noooooo!!! Sale como un grito estrangulado de mi garganta y volviendo la sangre a mi cerebro, todo deja de ir lento. Finalmente consigo reaccionar y salgo detrás de ella. Alicia, espera... No subas sola... Le digo alzando la voz mientras empiezo a subir los escalones. Dios mio, que no le pase nada... A mi niña no...