Alberto Serrano suspira y asiente:
-De acuerdo, no se ve ni a un alma. Pero, ¿viste…? –se interrumpe. El cuello de la bata está ensangrentado. Se muestra desvalido bajo la lluvia irregular.
Finalmente echáis a caminar por el casi inexistente arcén izquierdo.
Haciendo caso omiso a su pregunta comienzo a caminar junto a él por el camino. A pesar de intentar aparentar total tranquilidad voy mirando hacia los lados algo nerviosa. Aún sigo pensando qué coño sería aquello, y sobretodo si volveríamos a verlo. Mi paso poco a poco se acelera por el ansia de llegar al pueblo, pero vigilando en todo momento que Alberto pueda seguir mi ritmo.
Es él precisamente quien la alerta de algo, sujetándola por el brazo. Sólo llevan unos minutos caminando. Alberto señala algo a su izquierda, hacia la linde del bosque. Isabel se vuelve y lo ve: hay una persona caída sobre el piso de un pontón que atraviesa una acequia. Parece una chica en camisón… La lluvia comienza a calar sus vestiduras.
-Creo que está herida –susurra el joven.
Joder! - exclamo al verla, y apenas sin pensarlo voy corriendo hacia ella, agachándome a su lado para girarla y comprobar en qué estado se encuentra.