Partida Rol por web

-¿Qué significa esto? ¿Es que NO ES SUFICIENTE?

Gritar no  marcaría la diferencia, pero Beth ya estaba fuera de sí. Después de la muerte de su esposo, después de la de Safiya, de la casi caída de Istar, tener que tomar la decisión de cortarse para dejar sangre como prenda en un altar de pesadilla, la joven estaba trastornada. Demasiado trastornada. 

-¿Qué hay que hacer? ¿¡INMOLARNOS!? ¿¡MATARNOS LA UNA A LA OTRA!?

No pensaba hacerlo. No iba a matar a nadie.

Pero la rabia y la impotencia la consumían, empezó a gritar y a llorar, todo a la vez, fuera de control. Y, ya sin pensar, sin saber por qué, empezó a darse cortes a sí misma, en los brazos, en los muslos, y a empapar de la sangre que manaba la daga maldita, y a esparcir su sangre por la superficie del altar, hasta que se tendió ella misma en la losa, revolcándose en ella.

-Beth, esper...

Justamente le iba a decir que tal vez, necesitasen sangrar más. 

-Para, Beth...no te cortes más,  déjame a mí. 

Istar se acercó a ella y le abrazó. Estaba en echada en el altar, por lo que zntes de abrazarla, la separó un poco, quedándose en el filo de este. Fue en este momento cuando se bañó con la sangre de Beth y, aunque la escena pudiera ser considerada +18 debido al alto contenido violento de dicha, le cogió la daga de entre sus manos. La joven tenía el corazón encogido...

-Debemos salir de aquí,  no te preocupes, sé que lo haremos...o... lo harás.

Fue en ese momento,  tras mirarle a los ojos que emanaban miedo ,como los suyos propios, cuando la egiptóloga se levantó la camisa hasta la altura del límite del sujetador y se provocó una raja en el vientre. Era un poco mas profunda que la de las manos .Sin embargo, la hemorragia podria ser cesada con un poco de presión ... o al menos eso veía en las películas. 

La sangre salía de la herida al mismo tiempo de que la joven gritase del dolor.

-¡NOOO! ¡BASTA, BAAASTAAA!!!

Era ya insoportable, llantos, gritos, sangre por todas partes, en ellas, en el altar, en el suelo. Y seguía cayendo, fluyendo. Y la piedra se movía, vibraba, pero eso no abrió la puerta, la maldita puerta.

Beth abrazaba a Istar, e Istar a Beth. La imagen era tétrica, las dos jóvenes heridas por todas partes, ensangrentadas, despeinadas y aterradas. Sollozando en el altar, impotentes, sin comprender.

-¡Dios, DIOS! Vamos a morir, Istar, no hay nada que hacer. No haré nada, te lo juro. No te quitaré la vida, nunca, moriré, pero no voy a matarte...

Hipaba y sollozaba, gruesas lágrimas bajaban por su rostro, goterones en la sangre que creaban surcos, caminos. Abrazada a la joven apoyó la cabeza en el hombro de Istar, y con el pañuelo con el que había pensado hacerse un torniquete apretaba el tajo que la muchacha se había hecho en el vientre. Allí, así, morirían...

-No... Beth... No llores, vamos a salir...

A Istar la voz se le empezó a quebrar. Aquel altar pedía más sangre de la que habían dado ya y... ambas se estaban dando por vencidas.

Las lágrimas emanaron de los ojos de la arqueóloga. Quería salir de allí costase lo que le costase.

-No me vas a matar...

Y ,entonces, llevada por la angustia y dolorida, le pidió a Beth que le ayudase a quitarse los pantalones. Una vez realizada la acción y, sin apartar la mano del vientre por parte de su compañera, Istar se colocó de pie en el altar. Deslizó la daga por sus piernas y ... el grito de dolor era el icono musical de aquella sala.

-¡ESCUECE, BETH, ESCUECE!

Una gran línea recta y roja salía de las piernas de la joven arqueóloga que se esforzaba por no morir en aquella pirámide. Aunque si lo hacía... moriría entre sus gustos. Egipto.

La sangre salía con fluidez de aquellas dos líneas rojas, cayendo ,por completo, al altar. Eran heridas profundas, luego necesitaría de una buena intervención médica.

Parecía que la sangre caía lentamente, sin embargo, las gotas eran fluídas, por lo que entre la sangre, medio seca, de antes y , la de ahora, aquella daga empezaba a tener un color rojo, oxidado, característico.

Istar se miró las palmas de las manos con los ojos humedecidos, sangre medio seca. Se miró el vientre, sangre fresca.

Estaba completamente llena de aquel fluido no azul. Salir de esa pirámide... le empezaba a ser un logro inalcanzable. Al menos, tenía la esperanza que, con sus actos, pudiesen lograr ver la luz de Ra. De no ser así, tendría que llegar a un extremo más ... violento.

-Si esto no se mueve, córtame la mano. -sentenció ante la estupefacta mirada de la joven-, no moriré porque me cortes la mano. Cervantes no murió por perder su brazo en la batalla de Lepanto.

Máster y Beth, el viernes finalizo los examenes universitarios y ya puedo actualizar... ¡Lo prometo!

Beth ya no podía más. Se quedó como estaba, derrumbada. 

Istar observó cómo la agonía y la angustia eran patentes en el rostro de Beth. La joven y dulce Beth no se merecía aquel trágico final. No. Ella debería salir de allí y contar sus historias.

-Beth, prométeme que saldrás de aquí viva… -comentó con un nudo en la garganta, medio sollozando. Era la tensión de toda la aventura-. Voy a sacrificarme por ti. El altar quiere un cuerpo…

La joven egiptóloga no cesaba de llorar y más, cuando volvió a sujetar la daga entre sus manos.

-Lo siento… Beth… Yo… debería haber sido mejor persona con Adam, tal vez si él estuviese aquí, si no hubiera sido egoísta… Safiya…

Sentía el sabor de hierro en los labios. El pecho le subía y bajaba a gran velocidad. Así mismo, una gran cantidad de sangre empezó a deslizarse sobre su brazo, aunque aquella no sería la única parte afectada.

-¡…!

Era ella y su cuerpo ensangrentándose los que acaparaban la escena principal de aquella estancia. Un acto, sin lugar a dudas, desagradable para la vista de los presentes. Los ojos se le abrieron de par en par y, acto seguido, una burbuja de sangre parecía haber explotado en la boca de la joven. Tras ello, el líquido rojo salió como si del Nilo se tratase. No obstante, las profundas heridas abiertas, no cesaban de expulsar aquel líquido. Es más, se podría decir que se le veían las tripas. Istar había invertido las fuerzas, sacrificándose por la última y única superviviente de aquel viaje.

-S…uer…te…

Fue la última palabra antes de caer fallecida e inconsciente en el altar, donde aquel tumulto de piedra empezaba a recoger la sangre fluida. Istar había muerto en una pirámide egipcia, ¿quién se lo iba a decir? Los ojos se le empezaron a nublar. Dejó de escuchar y el último suspiro acompasado fue arrebatado por el mismísimo Anubis.

Tras aquello, la joven Istar perdió la consciencia. Cuando despertó, se encontró en un recuerdo. Su padre la estaba llamando, en voz off, para levantarla del suelo.

-Hija, corre, el Museo Nacional te está esperando... No llegues tarde. Tus amigos te esperan, estoy orgulloso de ti, hija mía. Eres un gran ejemplo a seguir.

Istar sollozó con las manos en el rostro. No tenía ningún rasguño. Se levantó del suelo, vestida con una preciosa vestimenta floral y divisó  ,a lo lejos, una puerta blanca que  emitía una luz cristalina. Supo que era el momento. El momento de reunirse con sus amigos y su aclamado proyecto.

Me ha costado despedirme ( y me cuesta ) de Istar... Estoy aquí con el síndrome del escritor: en el tanatorio por la muerte de su pj... JAJAJ ¡Muchísimas gracias!
 

Nunca supo si habría podido detenerla. Porque la habría detenido, desde luego. Sin embargo, el tiempo jugó con ella, o Anubis, o un diablo aún mayor. Beth no llegó a tiempo, no la detuvo. 

Istar arreció su propio ataque, se sacrificó. Como un mártir, como un héroe kamikaze. 

Perpetró un seppuku cuyo golpe final ritual fue su propia voluntad. Y Beth, simplemente, lo presenció.

Ahora, segundos, minutos, quizá horas después, la imagen sigue estática en la tumba de piedra.  Un altar ensangrentado, desbordado de carmesí. Muros vibrantes que claman desesperación. Y, sobre ese altar en silencio, dos figuras inmóviles, muerte en muerte y muerte en vida. Una Pietá sangrienta, una escultura de muerte, una escultura de carne y sangre, sangre, sangre...

Ya nada importaba. Nada.

Finalmente la vibración de la sala se detuvo y el sonido de la piedra deslizarse mostró el camino de salida.

Ahora la sala ya no era una trampa mortal; el sacrificio de Istar no fue en vano... un alma se había quedado encerrada en aquella pirámide para siempre.

Seguir. Acabar. Salir. 

Como en un sueño terrorífico, en la peor de las pesadillas, Beth dejó con sumo cuidado el cuerpo de Istar, exangüe, en la losa del altar. 

Iba trazando movimientos automáticamente, su mente demasiado dolida, aturdida, como para dejar que nada asomara a su conciencia. Sabía que debía salir de allí, para que todo tuviera sentido, para que no fuera sólo una risotada de un dios maldito en la negrura de la eternidad. 

Seria, bañada en dolor y en sangre, se dirigió hacia el muro que se había abierto.

Esta estancia (13) albergaba con delicadeza una gigantesca estatua de mujer con ropajes egipcios. Dicha mujer tenía las manos extendidas y en ellas parecía albergar un medallón.

Un rápido vistazo hacía comprobar dos detalles:

Uno de ellos era que el medallón parecía estar elaborado de cobre y tenía grabado el símbolo de una luna con una firmeza exquisita.

El otro detalle es que a los pies de la estatua había un jeroglífico que a ojos de un experto podría ser fácilmente traducido, por desgracia ahora no estaba Istar a tu lado para asesorarte...

Cuando lo vio, supo que era ése. El segundo Medallón, lo había encontrado. El material, hermano del otro, no como el "sol de los infieles", que era de oro, sino de cobre. Y aunque no pudo traducir el jeroglífico, lo que para ella suponía la dificultad de saber cual era el de Bastet y cual el de Sejmet, sí que para Beth la Luna complementaba al Sol, eran la cara y la cruz, el guerrero y el sacerdote, leona y gata. 

Tomó el Medallón sin siquiera pararse a pensar que podía ser una nueva trampa. En realidad, ya no le importaba. Estaba ya en una tumba, la de las diosas, posiblemente. Pero, con seguridad, la tumba de Adam, la de Safiya y ahora la de Istar. Podía ser la suya, era lógico que lo fuera. Y no le importó.

Todo lo que hizo fue darse la vuelta y andar, con la intención de salir y regresar a la sala 15. Dos concavidades, dos medallones. Y una sola oportunidad... 

Regresaste de nuevo a la gigantesca puerta donde pereció Safiya; estabas nerviosa pero también decidida.

En un lado estaba colocado un medallón, el del sol. En otro lado estaba colocado el otro medallón, el de oro...

Cada herida, cada corte, dolía. Cada rincón de su alma dolía aún más. Cada segundo que pasaba Beth era más débil, y más fuerte a la vez.

Por todo ello, avanzó hacia la puerta como en un sueño irreal, como en un viaje astral de pesadilla. Su objetivo estaba claro, dos oquedades, dos medallones. Quitó el medallón de oro, sabía, sin saber cómo, que quitarlo no la mataría. Lo haría el equivocarse en lo que había deducido, lo haría si colocar los dos gemelos no bastaba. Sol y Luna, Leona y Gata. Sejmet y Bastet.

En su mente repasó lo que sabía de las diosas, lo que le había explicado Istar y lo que le habían traducido de los jeroglíficos encontrados. Sólo uno quedaba por traducir, quizá ése era la clave, quizá allí estaba la verdad, y ella se la había perdido.

Pero no dudó. Ya no. Tomó el medallón con la Luna y lo colocó en lugar del de oro. Se situó delante de la puerta, cerró los ojos, inspiró profundamente, apoyó ambas manos sobre sus hojas, y empujó.